Conservadurismos retrógrados
Raúl Prada Alcoreza
Conservadurismos retrógrados.pdf
La actitud interpeladora, la crítica, el discurso revolucionario, fueron liberadores,
contestatarios, de-constructores,
creativos y des-institucionalizadores. Esto aconteció desde el siglo XVIII, si
no es desde antes. Durante el siglo XIX se conformaron las formaciones discursivas revolucionarias, convocativas de la revolución social. El triángulo de la insurrección de la
revolución francesa, libertad, igualdad y
fraternidad fue asumido en consignas y discursos, en movilizaciones y
acciones. El llamado era a liberarse de
toda dominación, de toda atadura, de
toda cárcel; incluso de prejuicios y creencias. Las formaciones discursivas conservadoras eran las cuestionadas, eran las
interpeladas, las señaladas como el discurso de lo más reaccionario retrogrado
de la sociedad.
Lo que parece una ironía
de la historia es que en el siglo XXI los que dicen ser “revolucionarios”,
sobre todo en versión “progresista” y populista,
han sustituidos a los ultramontanos
conservadores. Ahora, ellos, los populistas, sacan a relucir los más
ateridos conservadurismos retrógrados;
además, pretendiendo que estos conservadurismos
son de avanzada. ¿Cómo ocurre esto?
¿Cómo tres siglos después, los más conservador,
lo más reaccionario y retrogrado, los
discursos más ateridos, los más desdichado
de las consciencia inhibidas, del espíritu de venganza, sale a
relucir?
La “Cumbre de Justicia” aprobó como gran cosa la “acumulación
de delitos” y la “la cadena perpetua”[1]. Como
el mejor espíritu inquisidor, como el más evidente espíritu vengador, como el más
aterido conservadurismo retrograda,
los juristas lanzan este consenso de
los más burócrata, lo corrupto, lo chantajista de la sociedad. La mentalidad
más rezagada, más estatalista y, también, por eso, más corroída, lanza, como
parte de su evidente rezago y desprecio a la vida, este marco de castigos de
sus reformas judiciales.
Los asistentes a la “Cumbre de Justicia”, no solamente
juristas, sino también dirigencias de los llamados “movimientos sociales”, que
son ya solamente organizaciones sociales,
de apoyo al gobierno, creen que la “cadena perpetua” es una solución al
problema de las violaciones; es más,
de las violaciones a niños y a niñas. Así como otros creen que la “castración”
y la “pena de muerte” pueden detener la proliferación de las violaciones. Ni
donde impera la pena de muerte, ni
donde se ha atiborrado de violadores las cárceles, entre otros delitos y
delincuentes, se ha detenido la proliferación de violaciones y otros crímenes y
otros delitos. Lo único que se ve en estos castigos y penas es la catarsis social, la catarsis institucional; el desahogo al castigar. No hay ninguna
solución con estas medidas.
No está en el castigar la solución. ¿Dónde está la
salida? Los discursos revolucionarios,
de los que hablamos, que, por lo menos, durante la primera mitad del siglo XX,
incluso con la explosión e irradiación de lo que Immanuel Wallerstein llama la revolución mundial cultural de 1968,
identificaban los problemas en las estructuras de poder, en las polimorfas formas de las dominaciones;
en las estructuras sociales desiguales,
inequitativas, discriminadoras y oprobiosas; en el colonialismo y en el
patriarcalismo. Llama la atención que, ahora, los “progresistas”, los neo-populistas, incluso los socialistas tardíos, encuentren los
problemas en el mal, en la maldad, como lo hacían los antiguos
conservadores recalcitrantes y ultramontanos. ¿Qué quiere decir esto? Primero,
que comparten con este conservadurismo
de la clase latifundista y terrateniente, con la oligarquía pechona, los
prejuicios más ateridos de la “ideología” discriminatoria, de la actitud más
represora. Los “progresistas” de hoy, los populistas
de hoy, las dirigencias serviles de hoy, el sentido
común más recóndito, piensan lo mismo, tienen los mismos prejuicios y los mismos miedos que las
clases más retrogradas de la sociedad. Forman parte, entonces, de este rezago
social, de esta herencia pesada y prejuiciosa, de esta herencia represora, que cuaja
como habitus las dominaciones
cristalizadas en los huesos.
Segundo, que, en el siglo XXI, retornamos al conservadurismo retrograda, nada más ni
nada menos que en versiones pretendidamente “progresistas”, incluso socialistas. ¿Cómo interpretar este
suceso? ¿Síntomas y parte de la decadencia?
¿Clausura de un ciclo? Puede ser. Lo llamativo es que se presenta esta
manifestación de lo rezagado, de los prejuicios almacenados, de lo acomplejado
de la sociedad, como avanzada. Lo
dicen sin inmutarse, ni darse cuenta de lo que dicen; casi orgullosos de lo que
hacen. Esto muestra que estamos ante la emergencia
de lo más reaccionario de la sociedad,
precipitada en las costumbres, en los
habitus y en los prejuicios ateridos.
Este fenómeno político y moral es
todo lo contrario de los que fueron los discursos
revolucionarios de antaño. Es como
la revancha de lo retrogrado después
de la iniciativa crítica e interpeladora de los discursos de-constructores y a
la actitud desmanteladora de la institucionalidad
conservadora. Asistimos entonces a la revuelta
conservadora, a la irradiación manifiesta de lo retrogrado.
De las lecciones aprendidas en la modernidad, una de
ellas es ésta; la de que lo reaccionario,
lo retrogrado, lo conservador, la moral hipócrita, no solamente viene en la versión aristocrática de
la oligarquía pechona, sino también en versión
popular, en versiones pretendidamente “progresistas”, incluso en versiones del socialismo tardío. Ciertamente,
que es de esperar que el estrato profesional más burocrático, más funcionario,
más institucionalizado del Estado y de la sociedad, el estrato leguleyo de
abogados, sea el que en una “Cumbre de Justicia” saque esta resolución, que
comentamos, como muestra evidente de la consciencia
culpable. Incluso, que la dirigencia más servil y sumisa, se esfuerce por
mostrar sus habilidades demagógicas; sobre todo, devele su “ideología”
retrograda y mezclada. Además, es de esperar que los gobernantes, que no son
ningún ejemplo de las tradiciones críticas, interpeladoras y revolucionarias, sino
todo lo contrario, hagan gala de sus descarnados conservadurismos recalcitrantes, además de sus oportunismos
despampanantes. Tampoco debe sorprendernos el panorama anodino de los medios de
comunicación. Lo que no deja de sorprender es el silencio cómplice del pueblo.
Una pregunta
que hemos planteado últimamente es ¿cómo funciona la dinámica de la complejidad singular, la problemática en
cuestión, el campo de fuerzas, la
temática y el tópico tratados? Separándonos de la mera denuncia, que definíamos como descriptiva;
empero, hasta puede llegar a ser condescendiente, a pesar de desgañitar y
rasgarse las vestiduras. Vamos a intentar algunas hipótesis interpretativas.
Concomitancias conservadoras
1.
Las
sociedades no solamente definen estructuras sociales diferenciales y
jerárquicas, sino también, como dijimos, concomitancias y complicidades, que
hemos denominado diagonales transversales[2].
Donde se dan apoyos, sobre todo, en lo que respecta a los conservadurismos
ateridos, entre estratos sociales diferentes, incluso opuestos.
2.
No
solamente podemos hablar de clases sociales y de lucha de clases, sino, paradójicamente, de diagonales transversales, que conectan estratos sociales y los
comprometen en la reproducción institucional de las dominaciones. El apoyo de
estratos sociales bajos, de gran parte de lo popular, durante periodos de
hegemonía de las clases dominante, al poder y la dominación ejercida por estas
clases, es como una constancia y regularidad. Sino, no se podría explicar
precisamente la dominación de los estratos privilegiados y dominantes. Solo en
tiempos de crisis, en coyunturas intensas, se disuelven un poco o mucho estas diagonales transversales; la “ideología”
entra en crisis; no convence. Los estratos populares asumen su experiencia social, actualizan su memoria social, producen saberes críticos populares y convocan a
liberarse de la dominación.
3.
Cuando
asistimos a la repetición de la historia, a lo que hemos llamado la comedia, después de haber experimentado,
antes, la tragedia; cuando campea la simulación, el montaje, el teatro
político, el disfraz “revolucionario”, es elocuente el desborde de lo conservador retrogrado, guardado en lo
recóndito de lo popular a-critico, habituado
a las dominaciones, sumisiones y subalternidades; por lo tanto, hacer lo mismo
que los amos, ahora que gobiernan sus representantes,
sus símbolos patriarcales.
4.
Lo vital popular, lo que impulsó la
movilización prolongada, lo que desordenó las cartografías del poder, lo que hizo irrumpir el acontecimiento subversivo, es
arrinconado, una vez que se apagan los fuegos
de la insurrección. Sobre todo,
una vez, que aparentemente, se logra llevar al gobierno a los “representantes
del pueblo”, al caudillo, símbolo
mesiánico de los condenados de la
tierra. Los movilizados se contentan con tan poco, creen haber cumplido,
dejan las armas, lo más grave, dejan el gobierno a los representantes, a los gobernantes, que aunque se invistan de
“revolucionarios”, aunque imiten poses, no dejan de ser los sustitutos
gobernantes, los sustitutos en el poder.
Los que garantizan, desde el lado popular, la continuidad del poder y de las
dominaciones, aunque lo hagan con otros discursos y otra “ideología”.
5. Lo guardado en el depósito de “wakaichas” sale a
reflote. Se convierte en lo más ostentado. No hay porqué seguir guardando todo
esto; hay que sacarlo, pues son las convicciones más caladas. Las creencias más
compartidas, las “verdades” más inscritas. No importa si contradicen al horizonte abierto por la movilización
prolongada, por el proceso constituyente,
por el proceso de cambio. Lo que
importa, ahora, es la demagogia, la simulación, el uso de nombres en una amplia
polisemia convulsionada y que luce por no ser precisamente coherente, es hacer
conocer lo que es la más sedimentada concepción, correspondiente a diagramas de poder más antiguos, de los
periodos de nacimiento de las estructuras
patriarcales.
6.
Estamos
entonces ante el fenómeno político, “ideológico” y cultural regresivo, más desarmador
de del proceso de cambio, si se
quiere, del proceso revolucionario.
Pues, lo grave, se lo hace a nombre de la “revolución”, a nombre del “proceso
de cambio”. Se lo hace en las formas más elocuentemente conservadoras y
retrogradas; lo hacen los hombres más afectados y ateridos por estas herencias
sedimentadas de las dominaciones por siglos. Las historias políticas de la modernidad nos han enseñado estas duras
lecciones. Después de derribar a los gobiernos
burgueses, después de haber vencido al imperialismo,
los dispositivos, disposiciones y sujetos
sociales más peligrosos para el proceso
de transformaciones estructurales e institucionales son estos portadores de
los conservadurismos retrógrados; portadores de lo más rezagado de la sociedad,
de lo más conservador del pueblo. Que, además, tienen el tupe de hacerlo a
nombre de la “revolución”.
[1] Encuentro judicial llevado a cabo en el Centro Internacional
de Convenciones, en Sucre. Julio del 2016.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario