Cambio de curso en Abya
Yala
Raúl Prada Alcoreza
Hay algo imprescindible que tienen que reconocer criollos y mestizos del continente de Abya Yala; que el continente, llamado
quinto continente, después América, es continente de territorialidades, entre ambas aguas, ambos océanos, lo que quiere
decir Abya Yala, en lengua kuna, de las sociedades ancestrales y antiguas; que
conformaron otros paradigmas civilizatorios, más vinculados a los ciclos ecológicos que a los circuitos del mercado. Dicho en forma prosaica,
es continente de las naciones y pueblos
indígenas. Lo que han hecho es construir sus sociedades y estados sobre cementerios indígenas.
Sus discursos
e ideologías estatales sobre la soberanía
no es más que parte de los imaginarios,
que construyeron los mestizos liberales,
en busca de legitimar, por lo menos, ideológicamente, la expropiación de tierras
comunitarias y la destrucción de culturas
y civilizaciones ancestrales y
antiguas. Criollos y mestizos,
ustedes no tienen soberanía sobre
estas tierras, las que ocupan, desde
la guerra inicial de la conquista; tampoco han construido, en pleno
sentido de la palabra, repúblicas; pues al excluir a las naciones y pueblos indígenas, al exterminarlos en guerras
genocidas, al arrinconarlos en reservas,
resguardos o localizarlos en terruños,
lo que han hecho es constituir las condiciones
de imposibilidad de toda república y de toda democracia. Sobre exclusiones
coloniales no se puede construir repúblicas,
democracias ni Estado-nación, como se
imaginan; pues las repúblicas
requieren como condiciones de posibilidad
históricas-culturales-políticas-sociales de la incorporación de todos, aunque sea por el prejuicio jurídico-político de la igualdad, que no necesariamente
se realiza en las equivalencias
económicas y sociales.
Si se quiere un porvenir
sostenido en la democracia, vale
decir en el autogobierno del pueblo,
incluso, matizando esta perspectiva política, sostenido en la res-publica,
entonces, es menester saldar todas las cuentas pendientes. Entre las cuentas,
la más pesada deuda es la arrojada por la colonialidad.
Ustedes hablan de “estados soberanos”, como si lo que
han construido respondiera a una legitimad
indiscutible, a la nación con nombre
y apellidos, se llame lo que se llame. Esta nación
es una invención del Estado moderno,
que en el continente no es otra cosa que la consolidación
institucional de la expropiación
y destrucción de las naciones y pueblos indígenas. Sus
cancilleres ponen la cara ceremonial de patriotas, cuando se trata de defender
sus fronteras, aunque ellas se hayan
demarcado por guerras de expansión y
por una geopolítica regional. Ustedes
no pueden sostener la soberanía de la
que hablan después de haber continuado la guerra
de conquista, en las versiones criollas. Contra las naciones y pueblos mapuches, en el sur del continente; contra los
guaraníes en el este, contra los pueblos amazónicos en nor-este, contra los
quichwas y aymara, urus y chipayas y otros pueblos andinos en el oeste. ¿De qué
soberanía hablan? ¿De la que ha
impuesto el Estado-nación, a sangre y fuego, la que se enseña sin poder
sostener empíricamente en las escuelas? Esa soberanía
es ideológica.
Dejen de amenazar como si fuesen potencia, de segundo o tercer y hasta cuarto grado. Ustedes no
están enfrentándose, como antes, a otros equivalentes a ustedes, otros criollos y mestizos engreídos, otras burguesías
liberales; no está en disputa ahora, quien de los estados va a ser el cipayo privilegiado del imperialismo. Ustedes se enfrentan a
todos los pueblos de Abya Yala.
Los pueblos de Abya Yala no pueden dejar que la historia se repita, la comedia bélica de
las burguesías periféricas, que se
engolosinan con narrativas copiadas
de las burguesías de la ilustración europea. Los pueblos no
pueden dejar que ustedes sigan jugando a geopolíticas
regionales y guerras periféricas.
Los pueblos no pueden, nuevamente, ser arrastrados a sus guerras geopolíticas regionales, por el control de los recursos naturales. Los pueblos no son
carne de cañón de sus epopeyas
imaginarias de pacotilla.
La responsabilidad de los pueblos y sociedades del
mundo, ahora, en esta contemporaneidad de la crisis ecológica, es de salir de la vorágine destructiva del sistema-mundo capitalista; reinsertarse
a los ciclos vitales de los ecosistemas de la biodiversidad
planetaria. Liberar la potencia social y
de la vida. Esto supone, tener la capacidad de aprender de las experiencias
y memorias sociales; de experimentar
la pedagogía política; aprender a autogobernarse, auto-gestionarse; conformar consensos y construir mundos
alternativos, compartidos con las otras sociedades
orgánicas.
No es pues, como ustedes creen que lo más importante
es defender sus fetiches estatales,
institucionales, ideológicos, entre
los que se encuentra el fetichismo del
Estado; esto, en la práctica, no es más que defender los intereses de las burguesías intermediarias en la geopolítica del sistema-mundo
capitalista. Los intereses de una clase minoritaria y privilegiada, que atiza
enconos y es capaz de desatar conflictos
bélicos, donde mueren los hijos del pueblo.
Los pueblos no tienen por qué experimentar otra vez
estos sacrificios vanos. Cuando, al volver, los que sobreviven, reciben
discursos y vuelven a vivir la vida desigual de siempre. Los hijos del pueblo
no tienen por qué volver a morir por ustedes. Ustedes, sobre todo las burguesías, son siempre las que ganan;
ganen o pierdan la guerra en la que se involucran y arrastran al pueblo; sus
privilegios quedan intocados, mientras los hijos del pueblo sobrevivientes se
enfrentan otra vez a la pobreza, a la miseria, a las discriminaciones de clase
y raciales.
Ustedes, gobernantes, sean del discurso que sea, sean de la ideología
que sea, sean liberales o populistas, no están ni siquiera a la
altura de los proyectos iniciales de la Patria Grande. Cuando pueden, solo usan
este nombre para dar cierto alcance convocativo o impresionista a sus discursos
de rutina. Solo pelean por republiquetas,
fragmentos políticos de lo que fue la utopía
de las guerras anticoloniales y de la independencia.
Ahora, en el escenario mundial, de las intermitentes crisis financieras, que responden a la crisis de sobreproducción mundial, no
son más que marionetas descoloridas
de los juegos de poder de bloques
trasnacionales extractivistas y de las compulsiones especulativas del sistema
financiero internacional; además de responder al orden mundial patético de las dominaciones,
en la etapa decadente de la civilización moderna.
No vengan a hablarnos de patria, menos de matria,
que ese debería ser el nombre más adecuado. Ustedes no son patriotas; no defienden la patria,
ni a los pueblos, ni a las sociedades, ni a sus territorios; defienden los
intereses de minorías privilegiadas, que no respetan la vida, al entregar concesiones geológicas a la minería
extractivista, al desforestar bosques, al contaminar cuencas; también al
despreciar a sus propios pueblos, pues solo los consideran cuando llegan las
elecciones o se anuncian en los celajes crepusculares señales de guerra.
No tiene la moral
para hablar a los pueblos, ni de soberanía,
ni de defensa del territorio patrio; ustedes, que entregan las costas a
empresas trasnacionales; ustedes que entregan los yacimientos a estas mismas
empresas depredadoras. Antes de hablar circunspectos, en los escenarios ceremoniales del poder, en
los espacios bulliciosos de los medios de comunicación, con rostros de circunstancia y con palabras repetidas hasta el cansancio, deben
responder a las naciones y pueblos
indígenas, desterrados en su propia tierra; tiene que rendir cuenta por los
muertos acribillados y torturados, en dictaduras militares cruentas, para
evitar la democracia popular y social.
En la etapa decadente
de la civilización moderna, centros, periferias y potencias
emergentes, develan sus miserias históricas y culturales; sus egoísmos
ateridos sin horizonte. Ante la
envergadura de la crisis ecológica,
que amenaza la vida en el planeta, no
son, ni de lejos, dispositivos,
organizaciones, mallas institucionales,
en las que se puede confiar; al contrario, son las máquinas de la muerte. Ha llegado el momento de la convocatoria a los pueblos del mundo para
detener la locomotora desbocada, que marcha estrepitosamente al
descarrilamiento. Hay que mandar a sus casas a estos comediantes de la política, restringida a la banalidad de la
elocuencia vacía y de los juegos de poder nihilistas.
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