martes, 21 de marzo de 2017

Cambio de curso en Abya Yala

Cambio de curso en Abya Yala

Raúl Prada Alcoreza




















Hay algo imprescindible que tienen que reconocer criollos y mestizos del continente de Abya Yala; que el continente, llamado quinto continente, después América, es continente de territorialidades, entre ambas aguas, ambos océanos, lo que quiere decir Abya Yala, en lengua kuna, de las sociedades ancestrales y antiguas; que conformaron otros paradigmas civilizatorios, más vinculados a los ciclos ecológicos que a los circuitos del mercado. Dicho en forma prosaica, es continente de las naciones y pueblos indígenas. Lo que han hecho es construir sus sociedades y estados sobre cementerios indígenas.

Sus discursos e ideologías estatales sobre la soberanía no es más que parte de los imaginarios, que construyeron los mestizos liberales, en busca de legitimar, por lo menos, ideológicamente, la expropiación de tierras comunitarias y la destrucción de culturas y civilizaciones ancestrales y antiguas.  Criollos y mestizos, ustedes no tienen soberanía sobre estas tierras, las que ocupan, desde la guerra inicial de la conquista; tampoco han construido, en pleno sentido de la palabra, repúblicas; pues al excluir a las naciones y pueblos indígenas, al exterminarlos en guerras genocidas, al arrinconarlos en reservas, resguardos o localizarlos en terruños, lo que han hecho es constituir las condiciones de imposibilidad de toda república y de toda democracia. Sobre exclusiones coloniales no se puede construir repúblicas, democracias ni Estado-nación, como se imaginan; pues las repúblicas requieren como condiciones de posibilidad históricas-culturales-políticas-sociales de la incorporación de todos, aunque sea por el prejuicio jurídico-político de la igualdad, que no necesariamente se realiza en las equivalencias económicas y sociales.

Si se quiere un porvenir sostenido en la democracia, vale decir en el autogobierno del pueblo, incluso, matizando esta perspectiva política, sostenido en la res-publica, entonces, es menester saldar todas las cuentas pendientes. Entre las cuentas, la más pesada deuda es la arrojada por la colonialidad.

Ustedes hablan de “estados soberanos”, como si lo que han construido respondiera a una legitimad indiscutible, a la nación con nombre y apellidos, se llame lo que se llame. Esta nación es una invención del Estado moderno, que en el continente no es otra cosa que la consolidación institucional de la expropiación y destrucción de las naciones y pueblos indígenas. Sus cancilleres ponen la cara ceremonial de patriotas, cuando se trata de defender sus fronteras, aunque ellas se hayan demarcado por guerras de expansión y por una geopolítica regional. Ustedes no pueden sostener la soberanía de la que hablan después de haber continuado la guerra de conquista, en las versiones criollas. Contra las naciones y pueblos mapuches, en el sur del continente; contra los guaraníes en el este, contra los pueblos amazónicos en nor-este, contra los quichwas y aymara, urus y chipayas y otros pueblos andinos en el oeste. ¿De qué soberanía hablan? ¿De la que ha impuesto el Estado-nación, a sangre y fuego, la que se enseña sin poder sostener empíricamente en las escuelas? Esa soberanía es ideológica.

Dejen de amenazar como si fuesen potencia, de segundo o tercer y hasta cuarto grado. Ustedes no están enfrentándose, como antes, a otros equivalentes a ustedes, otros criollos y mestizos engreídos, otras burguesías liberales; no está en disputa ahora, quien de los estados va a ser el cipayo privilegiado del imperialismo. Ustedes se enfrentan a todos los pueblos de Abya Yala.

Los pueblos de Abya Yala no pueden dejar que la historia se repita, la comedia bélica de las burguesías periféricas, que se engolosinan con narrativas copiadas de las burguesías de la ilustración europea. Los pueblos no pueden dejar que ustedes sigan jugando a geopolíticas regionales y guerras periféricas. Los pueblos no pueden, nuevamente, ser arrastrados a sus guerras geopolíticas regionales, por el control de los recursos naturales. Los pueblos no son carne de cañón de sus epopeyas imaginarias de pacotilla. 

La responsabilidad de los pueblos y sociedades del mundo, ahora, en esta contemporaneidad de la crisis ecológica, es de salir de la vorágine destructiva del sistema-mundo capitalista; reinsertarse a los ciclos vitales de los ecosistemas de la biodiversidad planetaria. Liberar la potencia social y de la vida. Esto supone, tener la capacidad de aprender de las experiencias y memorias sociales; de experimentar la pedagogía política; aprender a autogobernarse, auto-gestionarse; conformar consensos y construir mundos alternativos, compartidos con las otras sociedades orgánicas.

No es pues, como ustedes creen que lo más importante es defender sus fetiches estatales, institucionales, ideológicos, entre los que se encuentra el fetichismo del Estado; esto, en la práctica, no es más que defender los intereses de las burguesías intermediarias en la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Los intereses de una clase minoritaria y privilegiada, que atiza enconos y es capaz de desatar conflictos bélicos, donde mueren los hijos del pueblo.

Los pueblos no tienen por qué experimentar otra vez estos sacrificios vanos. Cuando, al volver, los que sobreviven, reciben discursos y vuelven a vivir la vida desigual de siempre. Los hijos del pueblo no tienen por qué volver a morir por ustedes. Ustedes, sobre todo las burguesías, son siempre las que ganan; ganen o pierdan la guerra en la que se involucran y arrastran al pueblo; sus privilegios quedan intocados, mientras los hijos del pueblo sobrevivientes se enfrentan otra vez a la pobreza, a la miseria, a las discriminaciones de clase y raciales.

Ustedes, gobernantes, sean del discurso que sea, sean de la ideología que sea, sean liberales o populistas, no están ni siquiera a la altura de los proyectos iniciales de la Patria Grande. Cuando pueden, solo usan este nombre para dar cierto alcance convocativo o impresionista a sus discursos de rutina. Solo pelean por republiquetas, fragmentos políticos de lo que fue la utopía de las guerras anticoloniales y de la independencia.

Ahora, en el escenario mundial, de las intermitentes crisis financieras, que responden a la crisis de sobreproducción mundial, no son más que marionetas descoloridas de los juegos de poder de bloques trasnacionales extractivistas y de las compulsiones especulativas del sistema financiero internacional; además de responder al orden mundial patético de las dominaciones, en la etapa decadente de la civilización moderna.

No vengan a hablarnos de patria, menos de matria, que ese debería ser el nombre más adecuado. Ustedes no son patriotas; no defienden la patria, ni a los pueblos, ni a las sociedades, ni a sus territorios; defienden los intereses de minorías privilegiadas, que no respetan la vida, al entregar concesiones geológicas a la minería extractivista, al desforestar bosques, al contaminar cuencas; también al despreciar a sus propios pueblos, pues solo los consideran cuando llegan las elecciones o se anuncian en los celajes crepusculares señales de guerra.

No tiene la moral para hablar a los pueblos, ni de soberanía, ni de defensa del territorio patrio; ustedes, que entregan las costas a empresas trasnacionales; ustedes que entregan los yacimientos a estas mismas empresas depredadoras. Antes de hablar circunspectos, en los escenarios ceremoniales del poder, en los espacios bulliciosos de los medios de comunicación, con rostros de circunstancia y con palabras repetidas hasta el cansancio, deben responder a las naciones y pueblos indígenas, desterrados en su propia tierra; tiene que rendir cuenta por los muertos acribillados y torturados, en dictaduras militares cruentas, para evitar la democracia popular y social.

En la etapa decadente de la civilización moderna, centros, periferias y potencias emergentes, develan sus miserias históricas y culturales; sus egoísmos ateridos sin horizonte. Ante la envergadura de la crisis ecológica, que amenaza la vida en el planeta, no son, ni de lejos, dispositivos, organizaciones, mallas institucionales, en las que se puede confiar; al contrario, son las máquinas de la muerte. Ha llegado el momento de la convocatoria a los pueblos del mundo para detener la locomotora desbocada, que marcha estrepitosamente al descarrilamiento. Hay que mandar a sus casas a estos comediantes de la política, restringida a la banalidad de la elocuencia vacía y de los juegos de poder nihilistas.







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