Los pueblos están solos, pero acompañados por su potencia
Raúl Prada Alcoreza
Los pueblos están solos.pdf
La historia política de la modernidad,
sobre todo, dibujada por las revoluciones
políticas y sociales, nos enseña varias lecciones. La primera, que la potencia social explosiona y desborda,
cuando se dan las crisis múltiples;
pues no son solo económicas, ni solo políticas. La segunda, que estas
explosiones sociales pueden llegar a convertirse en revoluciones políticas y sociales, como en el caso de la revolución democrática francesa o como
los casos de las revoluciones socialistas
en Rusia y en China. La tercera, que las revoluciones
cambian el mundo; pero, después, se
hunden en sus contradicciones. La cuarta, para decirlo, de manera simple, estas
contradicciones son ineludibles, pues las revoluciones
son atrapadas por la maquinaria fabulosa
del poder. Que no ha sido desmantelado, sino rápidamente arreglado, de
acuerdo, al discurso vigente; tampoco han transformado
todo el tejido de las formaciones sociales; tejido en el cual se asientan las dominaciones polimorfas. Las revoluciones socialistas expropiaron los
medios de producción, afectaron la estructura social, igualando a las clases sociales; empero, en la medida
que otras estructuras de poder,
quedaron adheridas al tejido social,
las igualaciones se detuvieron en un punto y momento, que ya exige radicalización de la democracia; es decir, el autogobierno, la destrucción de las estructuras patriarcales del Estado y de
las mallas institucionales, tanto
estatales como sociales, de la sociedad civil. La quinta, que el Estado, aunque
sea socialista, se proclame como tal, es la otra cara de la medalla del mismo modo
de producción capitalista. De un lado de la medalla está el capital, del otro lado el Estado. La sexta, que, hablando con propiedad, la revolución política y social no se
realiza plenamente, sino que se detiene; comenzando, a partir de un momento, su regresión. No se realiza, pues no se puede hacer una revolución plena con el mismo instrumento de dominación de las clases
dominantes derrocadas, el Estado. La séptima, la explosión social también
puede dar lugar a reformas políticas,
nacionales, sociales; como ha ocurrido con las reformas nacional-populares en América Latina. Se trata de “revoluciones” de menor envergadura, alcance e
irradiación. Estas “revoluciones” menores, también cambian el mundo, por así decirlo, y sufren la
misma condena histórica; se hunden en
sus contradicciones; solo, que en
este caso, el drama es de menor intensidad y de menor expansión. Al igual que las revoluciones sociales y políticas, las reformas nacional-populares están
atrapadas en la “ideología”; esto se muestra claramente cuando en sus formaciones discursivas expresan
claramente la convicción de que los caudillos, los líderes y sus partidos
populistas o reformistas, son portadores
del fuego santo, son la “vanguardia” histórica
o son los mesías laicos, que vienen a salvar a los pueblos.
Hace poco, hemos asistido a la caída del PT y al
impedimento congresal de Dilma Rousseff. El discurso de defensa del PT y el
discurso de apoyo acrítico de la “izquierda” reformista, se ha centrado en el
supuesto “golpe de Estado congresal”. Giussepe Cocco de-construye
este argumento retórico e improvisado; en una entrevista dice:
Pero no es un golpe: la narrativa del golpe es una
narrativa mistificada y que viene de la reelección de Dilma que estuvo cargada
con un montón de mentiras y dirigida por los que provocaron la crisis económica
que viene desde el 2012. En esa trampa estamos. Dilma fue destituida con un
pacto interno de la gobernabilidad y que tiene dos objetivos. El primero
consistía en sacarla del gobierno porque era incapaz de hacer nada más en
materia económica y así aplicar las reformas neoliberales y de austeridad que
ella no ha sido capaz de realizar porque no tenía condiciones políticas, ya que
perdió el apoyo parlamentario: ella no hizo estas reformas no porque no
quisiera, sino porque no lo lograba. El segundo objetivo es que este gobierno
quiere confrontar a los jueces que están investigando la corrupción.
No es un golpe, es la crisis. La crisis interna del
bloque del poder. La echaron porque ya no servía más. No lograba proteger a la
casta contra los jueces y no lograba hacer las políticas neoliberales.[1]
La interpretación de Giussepe Cocco da luces para
avanzar en la comprensión del periplo
de los “gobiernos progresistas”; de su ascenso
y de su regresión, de su encumbramiento y de su decadencia. Así como del sinuoso
compromiso con la casta política,
contra la que supuestamente se oponen y contrastan. Sobre todo, compromiso con
las clases dominantes; en este caso,
la oligarquía terrateniente y la burguesía; además de su concomitancia con
las grandes empresas trasnacionales del agro-negocio y del extractivismo.
Pongámonos, para entender mejor, ante una ilustración
figurativa, que, aunque, ficticia, en el sentido de su narrativa, y esquemática,
en el sentido de la premura de la tesis
determinista implícita, ayuda a ejemplificar la función de las reformas políticas
y sociales, de los “gobiernos progresistas” en la genealogía de la reproducción
del poder.
Según un joven marxista radical,
crítico de los proyectos reformistas y de los “gobiernos progresistas”, crítico
también de la versión estalinista de la revolución socialista, los progresistas
llegan al poder para salvar al sistema. Lo hacen a un costo; reformas sociales,
para contentar a las clases populares; reformas políticas, para contentar a los
nacionalistas-populares; y otras reformas institucionales menores, para
aparentar cambios estructurales. Una vez hecho esto, cada quien satisfecho, por
el momento, retoman la función para lo que están ahí, en el gobierno. No
solamente salvan el sistema, sino que buscan hacerlo reaccionar, hacerlo crecer
y fortalecerlo[2].
Si consideramos esta narrativa ficticia; pero que, de todas maneras, nos entrega una hipótesis política, que tiene
consistencia, a no ser por la tesis mecánica del determinismo, podemos - compartamos o no la tesis determinista;
nosotros no la compartimos - comprender
la trama en la que se encuentran los “gobiernos
progresistas”. Se encuentran en las mallas
institucionales de un Estado-nación, que ha funcionado - como herencia
colonial, conllevando la carga de las dominaciones patriarcales, constituidas
por las religiones monoteístas - como maquinaria de poder; es decir, de dominación, en sus múltiples formas. A
pesar de las buenas intenciones, que puede haber habido; al usar esta instrumentalidad de poder, que los
desborda, además dentro de la cual están, los efectos de poder no pueden ser
otros que los contenidos como direccionalidades,
en la lógica y función de estos instrumentos
de dominación. Sirven para reproducir
el poder y conservar las dominaciones.
Descartando ahora la tesis determinista de nuestro personaje ficticio, ¿si no hay un
fatalismo, es decir, la causalidad determinista ineludible, que arrastra a los “gobiernos
progresista” a su propia decadencia,
qué hay? Vamos a recurrir a las hipótesis
interpretativas, que hemos venido desplegando en los análisis críticos del poder,
de las formas de poder; entre éstas,
de los “gobiernos progresistas”.
Los “gobiernos progresistas” se mueven en los márgenes definidos por el orden mundial, por el imperio, del sistema-mundo capitalista. El espacio
de movimiento y de maniobras posibles, dentro de estos márgenes, no afecta al funcionamiento del sistema-mundo, por más discurso retóricamente “antiimperialista”,
que se pueda entonar. El problema de los “gobiernos progresistas” radica en que
no solamente se mueven en el intervalo
de esos márgenes, sino que ese espacio recortado y delimitado, también
contrae, por así decirlo, su propia temporalidad.
Como el proyecto “progresista”,
supuestamente, es distinto al proyecto
neoliberal; además, pretensión política no solamente enunciada, sino corroborada, por lo menos, en un principio,
por medidas populares, nacionales y sociales; la capacidad de gobernabilidad se debilita y el
gobierno, incluso su coalición, se agota. No solo una revolución desborda, no para, continúa, de manera permanente, si se quiere; sino también las
reformas, pues una vez comenzadas se requiere de la continuidad de las mismas. Los
pequeños cambios, requieren su continuidad; las reformas deben completarse. Se puede decir, que la gobernabilidad, en este caso, de los
“gobiernos progresistas”, solo es posible, si continúan las reformas. Pero, esto no es lo que
ocurre, sino lo contrario. Estos “gobiernos progresistas” se comportan como el termidor de su propia “revolución” reformista.
Sacando consecuencias de esta interpretación, podemos deducir que los “gobiernos progresistas” no
solamente se encuentran dentro de la vorágine de la crisis, sino que son parte de la crisis. Son como los factores
y dispositivos políticos, que heredan
la crisis, la administran, calman su intensidad, por lo menos, en un lapso, para después, volverla a
desencadenar. Quizás de una manera más intensa.
Podríamos decir que este es el entramado en la que se encuentran atrapados los
“gobiernos progresistas”.
En el caso de la destitución de Rousseff, que es el desenlace de una trama política, que es la forma
como concluye el periodo de un
“gobierno progresista”, nos encontramos con características elocuentes de la decadencia y de la crisis singular política brasilera. La corrosión institucional,
la espiral de la corrupción, es compartida tanto por oficialistas como por la
oposición. La clase política es corruptible. La singularidad política no se encuentra en esto, pues esto es una analogía compartida, no solo por los “gobiernos
progresistas”, sino por todos los gobiernos,
sean conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, incluso, en su
caso, socialistas. La singularidad se
encuentra en la forma singular de
darle cuerpo, por así decirlo, a esta
analogía compartida; casi como una regularidad política en la historia política moderna.
En el Estado Federativo de Brasil, el poder judicial parece mantener cierta
independencia, lo que no ocurre en los otros “gobiernos progresistas”, como en
Bolivia y Venezuela. Esto ha llevado a que el poder judicial impulse una operación
contra la corrupción, denominada Lava Jato. De acuerdo a Guissepe Cocco,
el Congreso trata de detener las investigaciones judiciales de esta operación anticorrupción. Entonces, no
solamente estamos ante las consecuencias políticas de una degradación y decadencia política, que se manifiestan en la caída
del gobierno, sino ante un enfrentamiento de los poderes del Estado. El poder
judicial, al mantener cierta independencia, busca cumplir con sus funciones encomendadas por la
Constitución; en tanto que el poder
ejecutivo y, en este caso, sobre todo, el poder legislativo, persiguen obstaculizar el cumplimiento de este deber de la justicia. El hecho de este enfrentamiento interestatal, ya habla
ilustrativamente de los alcances de la crisis
política.
Por otra parte, cuando se enfrentan abiertamente el poder ejecutivo y el poder legislativo, no estamos,
exactamente, como en el caso anterior, ante un enfrentamiento entre un poder que quiere cumplir con sus tareas
y poderes que quieren impedírselo;
sino ante dos poderes, el ejecutivo y
el legislativo, que buscan desesperadamente encubrir un descomunal escándalo de
corrupción, que tiene que ver con el
manejo político y administrativo de PETROBRAS. En consecuencia, la crisis múltiple del Estado, ha llegado
tan lejos, que la reproducción del poder
se ha como reducido a la triste tarea de garantizar la reproducción de la corrosión institucional y la corrupción, que es la forma
vigente del poder, en la era de la simulación
y en su etapa decadente.
Compartimos con Giussepe Coco, que estos síntomas de la decadencia política, son
los rasgos anunciantes de la clausura
de una época. No solamente relativa al periodo
de los “gobiernos progresistas”, sino, quizás, de la forma de Estado-nación, de la política de la formalidad liberal, de
la democracia institucional, reducida a la representación y a la delegación,
sin contar con el autogobierno del pueblo,
que es la democracia, en pleno
sentido de la palabra. También compartimos que la defensa popular contra las
medidas neoliberales, del nuevo ajuste estructural, en la etapa del dominio del capitalismo financiero y
extractivista, no pasa ni es la defensa de estos “gobiernos progresistas”,
ni de sus partidos, que ya forman parte del establishment.
Ciertamente, el panorama político, sobre todo, en lo
que respecta a las alternativas
sociales y políticas populares, es, por así decirlo, desolador; sin embargo,
parece conveniente salir de nuestras evaluaciones o balances, basados en la
ponderación de las organizaciones, de los partidos y de los movimientos
visibles. Parece conveniente, abrir el horizonte
de visibilidad más allá de las organizaciones constituidas, más allá de los
partidos instituidos, más allá de los movimientos y movilizaciones
manifestadas. Parece que es indispensable visibilizar
los campos de posibilidades,
inherentes al acontecimiento, palpar
la potencia social, aunque no sea
evidente, ni visible, ni elocuente. En otras palabras, sin caer en ningún romanticismo ni vanguardismo, parece que el activismo
comprometido, intelectual, grupal y colectivo, debe desatar su propia potencia, para activar la potencia social,
contenida en los pueblos.
Si se ha llegado a las magnitudes sorprendentes de la decadencia política, a las intensidades
perversas de la degradación
manipuladora, al desborde y dominancia de la economía política del chantaje, parece que es el momento de acudir a lo que ha inhibido
el poder y liberarlo. Lo que han
inhibido los diagramas de poder, las cartografías políticas, las estructuras de
dominación; esto es, la potencia social
vital y creativa de los pueblos. No vamos
a encontrar este activismo integral en
ejemplos en la historia de las revoluciones, ni en el recorrido de sus
formas de organización; tampoco en sus tácticas y estrategias. Es algo que hay que inventar; aprendiendo de las experiencias
sociales, tanto dadas como dándose. Pues en la geología de la experiencia social, hay sedimentaciones que no han sido atendidas, que quedaron ahí, como capas del subsuelo; que, incluso, no llegaron a ser seleccionadas por la memoria
social. En lo que respecta a la experiencia
social reciente, debemos tomar en cuenta que la sociedad institucionalizada, que sostiene al Estado, no abarca la totalidad ni entiende la complejidad de la sociedad alterativa, que es el substrato
social, cultural, pragmático, en el sentido lingüístico, de la misma sociedad institucionalizada.
Es verdad que lo que decimos parece especulativo, aunque no sea romántico ni vanguardista, como enunciación
esperanzada; empero, se basa en una conjetura
corroborarle. La vida, los ciclos vitales, la potencia de la vida, están más acá y más allá del alcance del poder, de sus formas de Estado, de sus
formas de gubernamentalidad, de sus mallas
institucionales, de sus diagramas de
fuerza y sus cartografías políticas.
Parece que tenemos que aprender cómo
hace la vida para ser
proliferantemente creativa y resolver constantemente problemas.
[2] Mención a
un cuento no escrito ni publicado de Sebastián Isiboro Sécure. Quien escribió y
publicó el cuento La orden. https://pradaraul.wordpress.com/2012/09/26/la-orden-2/.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario