La defensa de los
pueblos
Raúl Prada Alcoreza
El esquematismo
dualista empuja a considerar el dilema
de lo uno o lo otro, que serían opuestos, en una visión unilineal; sin
embargo, siempre hay otras alternativas. El esquematismo
dualista no concibe otras dimensiones,
como la bidimensional; es más, como
la tridimensional y la tetra dimensión; mucho menos otras dimensiones complejas. El esquematismo dualista político del amigo y el enemigo considera estos opuestos como antagonismo dramático; el dilema sería que hay que escoger en ser amigo o enemigo. Por ejemplo, en el caso de la crisis de la revolución
bolivariana de Venezuela, el esquematismo
dualista supone, de antemano, el dilema
de o la defensa a ciegas de la “revolución”
o el neoliberalismo; en escala
mundial, o el imperialismo. Este dilema solo puede ser considerado en una
dimensión unidimensional; incluso en
este caso, no pierde su condición
paradójica: los enemigos resultan
cómplices de la reproducción del poder,
por lo tanto, de las dominaciones
polimorfas, en los perfiles políticos
en que los dos “enemigos” se confrontan.
En un “mundo” bidimensional
el dualismo se rompe, se abre a otras
posibilidades. Por ejemplo, siguiendo la lógica,
se puede conjeturar otra salida al dilema:
ni lo uno ni lo otro, otra opción política, incluso económica y social. En un
“mundo” tridimensional, en el “mundo”
voluminoso, no hay posibilidad solo
de dualismos y solo de terceras u otras opciones, sino de múltiples salidas,
opciones, resultantes; es más, se dan composiciones
y combinaciones más abiertas y de
configuraciones voluminosas. En un “mundo” tetra-dimensional,
el que concibe la física relativista, el del espacio-tiempo, donde no hay tiempo
absoluto, ni espacio absoluto,
sino tejidos del espacio-tiempo, la configuración de la complejidad se abre
a las plurales posibilidades de la potencia
creativa. No pondremos el ejemplo de un mundo
de más dimensiones, que supone la física cuántica y la teoría de las cuerdas,
que llega, en el último caso, a calcular consistentemente once dimensiones; cuatro desplegadas, las del espacio-tiempo relativista, y siete
dimensiones plegadas. Sin embargo, la
condición efectiva del mundo parece ser, mas bien ésta, la de
la teoría de las cuerdas.
Entonces el dilema
dualista al que pretenden someter a los pueblos es falso; nunca es o lo uno
o lo otro; dicho de otro modo, o conmigo
o con lo enemigos. Este es el dilema de las dominaciones, del poder,
de la efectuación de sus diagramas de
poder, del funcionamiento de sus cartografías
políticas. Al final, los enemigos
se necesitan, se requieren, como tales, para existir, dominando, sustentados por el monopolio
del poder, se de una manera u otra, ungido de pretensiones de verdad, por una forma ideológica u otra. Este dualismo
es el dualismo del poder; es un chantaje de las dominaciones institucionalizadas.
Los pueblos no tienen por qué responder a este chantaje del poder, provenga de uno o
del otro, de un discurso ideológico o
de otro, de una forma de
gubernamentalidad o de otra, del gobierno, que se pretende “revolucionario”
o del gobierno que se reclama “defensor de los derechos humanos”, desde la
posición de dominación mundial, desde
el locus de la globalización lograda. La tarea de los pueblos es la emancipación del poder, de todas las formas de poder, la liberación de la potencia social. Reincorporar a las sociedades humanas a los ciclos vitales, a los ecosistemas, a las complementariedades complejas con las sociedades orgánicas, a la armonización ecológica del planeta. La
tarea del pueblo, que ha sido la emergencia de la movilización anti-sistémica, que ha encumbrado y trasladado en la cresta de la ola, al “gobierno
progresista”, que como toda revolución
cambia el mundo hasta donde puede y luego se hunde en sus contradicciones, es continuar la revolución, sin los
provisionales acompañantes gubernamentales y estatalistas. La tarea del pueblo
del Estado dominante mundialmente, llámese imperialismo,
en la versión de las condiciones histórico-políticas-económicas del siglo
XIX y parte del XX, llámese imperio, en las condiciones
histórico-políticas-económicas de fines del siglo XX y comienzos del siglo
XXI, es la solidaridad con los
pueblos agredidos, la alianza con estos pueblos, para que juntos se liberen de
las formas y estructuras de poder que
los agobian, de la deuda infinita a
la que han sido sometidos por el sistema-mundo
capitalista en su etapa decadente,
la de la dominancia de capitalismo
financiero y especulativo.
Las declaraciones del almirante Kurt Tidd de que "la creciente crisis humanitaria en Venezuela podría
acabar exigiendo una respuesta a nivel regional" son confesiones de esta
predisposición de la armada estadounidense, del pentágono y ahora, más que
antes, del gobierno de la hiper-potencia del Norte. Esta posibilidad en ciernes
coloca a los pueblos no en un dilema,
como el mencionado anteriormente, sino ante la obligación de la defensa.
Una cosa es ir más allá del amigo y
enemigo, en la perspectiva de la complementariedad
dinámica entre los pueblos y en el horizonte
de la gobernanza mundial de los pueblos;
otra cosa es el ataque de la hiper-potencia, gendarme del imperio,
garante de la dominación mundial y de
la explotación destructiva del planeta por parte del sistema-mundo capitalista. En este caso la defensa no solo es una obligación
de los pueblos, sino una demanda existencial.
Los pueblos no pueden abalar la continuidad
sistemática de la guerra, dada en
sus distintas formas, escalas y alcances, en la historia de la modernidad, menos, ahora, cuando se encuentran amenazados
por armas de destrucción masiva, en manos de gobernantes paranoicos y generales
presurosos de mostrar sus fuerzas demoledoras.
Como lo dijimos antes, defender a Venezuela
es defender la Patria Grande, aunque todavía sea una utopía; no es la defensa
de un régimen que se ha hundido en sus contradicciones, que busca ocultar
desesperadamente con discursos exasperados, chauvinistas y atiborrados de chantajes emocionales. Como la defensa de la revolución bolivariana, que no puede ser sino crítica, no es la defensa de un populismo tardío y de un pretendido socialismo renovado, sino la defensa
de procesos sociales y políticos abiertos por la movilización popular, la defensa
de la posibilidad de continuar con las transformaciones, de continuar con la revolución, de luchar contra el termidor de la revolución, que,
paradójicamente se convierte el gobierno que dice representarla.
Los pueblos del mundo estamos exigidos por
las circunstancias, más aún si se da una intervención a Venezuela, a defenderla
contra la intervención imperialista o
policial del imperio. No hacerlo equivale a renunciar
a un mundo alternativo o mundos alternativos; significa renunciar
a la propia potencia social,
dejándose atrapar por las mallas
institucionales de captura, por las máquinas
de poder, por las redes del orden
mundial de la acumulación destructiva
del planeta. El secreto del poder no está en los que monopolizan los instrumentos de poder, en los que manejan las máquinas de
guerra, en los que dominan al
mundo por medio de las telarañas del sistema financiero; todos ellos son los sujetos dominantes constituidos por el sistema-mundo capitalista, sistema-mundo extractivista, son los ejecutores privilegiados de la destrucción de la vida en el planeta. Todos
estos dispositivos de poder son los engranajes de una heurística
de muerte. Ellos y éstos son construcciones
sociales institucionalizadas, son productos de las fuerzas sociales capturadas, son objetos producidos por las sumisiones
a las que han sido sometidos los pueblos. Entonces,
el secreto del poder se encuentra en la renuncia
de los pueblos a seguir luchando, la renuncia a ser libres, la renuncia a su potencia social creativa.
Usando un término antiguo, para ilustrar, el imperialismo norteamericano, en la
situación de premura en la que se encuentra, agobiado por su debilitamiento
económico, por su secundaria posición en el cuadro
económico mundial, atravesado por contradicciones internas, que ya no puede
paliar ni dilatar por más tiempo, interpelado
socialmente por parte de su pueblo, sin horizontes
claros, tampoco estrategias
convincentes, salvo las simulaciones
conspirativas de los pretendidos “estrategas” y los patéticos servicios de
inteligencia, busca desesperadamente recuperar su posición perdida, erigirse
nuevamente como conductora del mundo,
aunque ya no tenga qué ofrecer. Cree encontrar salidas mediante intervenciones
militares, groseramente encubiertas con excusas ingenuas. Se equivoca, lo único
que ocasiona es apresurar su desmoronamiento.
Hasta ahora no ha entendido, para decirlo en esa figura de imperialismo, que no es sujeto,
que las dominaciones logradas y
realizadas por el capitalismo, en sus distintos ciclos largos, no se deben
al monopolio de las armas, sino a condiciones de posibilidad
históricas-políticas-económicas-culturales combinadas, que dieron lugar al
nacimiento de la civilización moderna propiamente
dicha; que no nace en Europa, como acostumbra decir la historia universal y también las ciencias sociales y humanas, es decir la ideología, sino después de la conquista de Tenochtitlan.
No entienden los llamados “estrategas”, los
servicios de inteligencia inverosímiles, por ende los gobernantes y los
partidos gobernantes del imperio, que
las máquinas de guerra son instrumentos, que su eficacia depende de la adecuación de las herramientas a la configuración
de los problemas. Los problemas a
resolver no son los relativos a la primera y segunda guerra mundial, tampoco los
que afrontaron los imperialismos en
la guerra de Corea y en la guerra de Vietnam; cuando ya se evidenciaron los límites de estas máquinas de guerra. Pues una
guerra, la primera, para decirlo toscamente, la empataron, y la otra guerra, la
segunda, la perdieron. Sus intervenciones
policiales en las guerras del Golfo, en Afganistán, en Yugoeslavia, en
Libia, en Irak y en Siria, son elocuentes muestras de su ineficacia e incapacidad.
Entre otra cosas, relativos a la estructura
de su ineficacia, la hipertrofia
de sus instrumentos de guerra resulta
en la inadecuación operativa para atender estos conflictos. La sandez de estos
“estrategas” se desprende de su premisa heredada; del esquematismo político dualista del
amigo y enemigo, que repite el esquematismo
religioso dualista del fiel y el infiel.Premisa que les lleva a la conclusión que el mundo es un espacio de guerra; confunden el mundo
con un campo de batalla o, mejor
dicho, han convertido al mundo en un campo de batalla. Están lejos de vislumbrar la complejidad del mundo efectivo, del devenir
del mundo. Están lejos de entender las estructuras
y configuraciones de los problemas
que enfrentan.
Las intervenciones militares ocasionan
demostraciones de fuerza, espectáculos de musculatura tecnológica de
destrucción; nada más. Una vez que pasa, ni consiguen restablecer su dominación añorada, ni en el mundo, ni
en los países ocupados, que quedan como cementerios y ruinas; testimonios mudos
de la destrucción inútil y sin sentido. La
única opción que tienen los jinetes del
apocalipsis es llevarse al mundo con su propia caída y desmoronamiento.
Esta fue la voluntad nihilista de
Adolf Hitler ante la derrota de la Wehrmacht; que el pueblo alemán se inmole y se sacrifique en
la última batalla, la batalla de su propia destrucción y muerte.
Esta parece ser la voluntad nihilista
inherente en el despliegue celoso de máquinas
de guerra imperiales, que deambulan en los siete mares, en todos los
cielos, en numerosas bases militares territoriales, perdidas en un mundo efectivo que no comprenden.
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