Democracia institucional y decadencia política
Raúl Prada Alcoreza
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Las historias
políticas de las sociedades modernas están llenas de paradojas. Instituyen la política
como forma de legitimación del poder; también como forma, si se quiere, de gubernamentalidad.
Basada en el ejercicio de la representación
y la delegación, cuando la política,
en sentido pleno de la palabra, ha dejado de ser política; reducida a la simulación
o al teatro político. Como dijimos,
la política, concepto que deriva de polis, integra ética y política[1];
cuando se separa política de ética, como ocurre en la modernidad, la política ya no es el cuidado
de la ciudad, cuidado del cuerpo,
cuidado de la sociedad, sino dominación a secas. Dominación claramente expresada en el enunciado fundamental de la política
moderna: el fin justifica los medios.
En este sentido, el de la paradoja y
también en el sentido de la simulación,
la democracia institucionalizada en la modernidad no es democracia, en sentido pleno de la pablara, sino simulación democrática. La democracia, que es autogobierno y dar la palabra
al pueblo para que diga su verdad,
se convierte en gobierno elegido, gubernamentalidad ejercida a través de la representación y la delegación;
en el armazón de la república, es
decir, la estructura de la división de poderes. La voluntad multitudinaria se convierte en
la voluntad general, idea abstracta
de querer y la decisión del pueblo; el decir la verdad se transfiere a los representantes, que, como es de
esperar, dicen su verdad, no la del pueblo.
La primera república
moderna, la república que fundan
las trece provincias de la Unión,
después de haber ganado la guerra
anticolonial contra el Imperio
británico - que es el antecedente de revolución
política de la revolución francesa;
que es revolución política y revolución social -, inicia su historia liberal expandiéndose hacia el Oeste. Atravesando y conquistando los territorios de las naciones y pueblos indígenas, para después hacerlo con los
territorios de México. ¿Por qué, de entrada, la flamante primera república moderna, la primera democracia institucional moderna, que
cuenta con una Constitución harringtoniana, que después va a ser disminuida a la interpretación más conservadora jeffersoniana, desencadena la guerra
contra las naciones y pueblos indígenas?
No se trata de buscar en respuestas conocidas; tanto economicistas como
evolucionistas, tampoco políticas e ideológicas;
se trata de comprender, para decirlo
de una vez, la compulsión por la expansión y la conquista; que es como el impulso
de poder de los imperios,
recordando a los imperios antiguos,
sin hablar todavía de imperialismo.
Antonio Negri dice, en el Poder
constituyente, que la Constitución norteamericana contiene ya la inquietud
por la expansión, no solo continental
sino también mundial[2].
Puede encontrarse en la lectura histórica esto, como corroboración de la interpretación; sin embargo, no deja de
ser una lectura retrospectiva, desde
el siglo XX, respecto a lo que pasó en el siglo XVIII y XIX. No es suficiente
esta explicación, que se aposenta en
lo que ha ocurrido, como diciendo que lo que pasó después, se encontraba en
ciernes en la República y en la Constitución. Volviendo a la pregunta y
haciéndola más clara, ¿por qué las repúblicas
modernas, que se suponen, que además de ser modernas, son democráticas, y hablan a nombre de la igualdad, continúan el ejercicio
del poder de la expansión y la conquista imperiales? La declaración del Ejército
Continental, anterior a la Constitución dice: los hombres nacen iguales. ¿Es que no se puede escapar de la historia, no se puede escapar al condicionamiento del pasado; en este caso, al despliegue expansivo de los imperios antiguos?
Tal parece que no, si no se sale del circulo
vicioso del poder y de sus distintas órbitas
históricas. Lo que no quiere decir que la democracia institucionalizada, la democracia liberal, no sea, si se quiere, para decirlo fácilmente,
un avance notorio y trascendente; en comparación con las formas del ejercicio de poder antiguas; sobre todo, las que corresponden a las
genealogías de los imperios. Lo que
importa es comprender, cómo eso que
llamamos pasado, sin todavía entrar en
la perspectiva de la simultaneidad dinámica,
ejerce no solo su influencia en el presente, en los presentes que corresponden a la historia,
sino que se comporta como ineludible condicionamiento
de posibilidades. Ocurre como se diera un eterno retorno al poder como dominación.
Respecto a la República de los
Estado Unidos de Norte América, se pueden definir periodos o ciclos, como
se quiera; ciertamente, como todo corte temporal
o histórico, arbitrarios, aunque
útiles en las orientaciones buscadas.
Un corte largo, que no tiene en
cuenta las turbulencias dadas en el lapso escogido, puede darse entre la
finalización de la guerra de la independencia y la guerra de secesión. Otro corte largo, que tiene los mismos
problemas que el anterior corte,
puede demarcarse entre la culminación de la guerra de secesión y la primera
guerra mundial; recordando que la etapa de la reconstrucción es difícil, problemática, además de contradictoria.
Un tercer corte, que exactamente no
es largo, sino más bien, corto; empero, indispensable, para
evaluar las transformaciones
estructurales del capitalismo norteamericano, es el lapso de entre-guerra, entre la primera y segunda guerra mundial.
Proponemos un cuarto corte, que
tampoco es largo, sino, mas bien, mediano; corresponde a la finalización
de la segunda guerra mundial y se alarga hasta la guerra del Vietnam. El último
corte propuesto, para situar a la República, como la nombra Hannah Arendt[3],
es el demarcado entre la finalización de la guerra de Vietnam y la historia
reciente de Estados Unidos de Norte América.
Breve reseña
histórica
Colonos
y británicos entraron en conflicto durante dos décadas sucesivas, que se dan entre 1760 y 1770; el conflicto desató
la Guerra de la independencia; guerra
que abarcó los años que se dan entre 1775 y 1781. El 14 de junio de 1775, el Congreso Continental, reunido en
Filadelfia, estableció un Ejército
Continental bajo el comando de George Washington. En el acto se proclamó
que todos los hombres nacen iguales y
dotados de derechos inalienables. El
Congreso aprobó la Declaración de
Independencia, cuyo antecedente filosófico es inspirado en The Commonwealth of Oceana de James Harrington[4]; redactada,
en gran parte, por Thomas Jefferson, y presentada el 4 de julio de 1776. En
1777, los artículos de la Confederación
configuraron un gobierno confederado todavía frágil; forma de gobierno que se
mantuvo hasta 1789. Una vez derrotado el ejército británico por el Ejército Continental, asistido por el apoyo
militar francés y español, la corona de Gran Bretaña reconoció la independencia
y soberanía de la República, cuya soberanía radicaba sobre el territorio al este del río Misisipi. Después
de la independencia, se conformó una Convención
Constitucional en 1787; con la Convención
se buscaba edificar un Estado-nación sólido. La Constitución de los Estados Unidos
fue ratificada en 1788; en este contexto
jurídico-político, un año más tarde, George Washington se ungió como el
primer presidente de la flamante República.
La Carta de Derechos fue asumida en 1791, donde
se prohibía la restricción federal de los derechos
humanos, además de garantizar su cumplimiento. Respecto a los problemas jurídicos,
políticos, económicos y sociales heredados, la República se vio urgida a responder y buscar solucionarlos. Por
ejemplo, el comportamiento liberal respecto a la esclavitud fue variante; en principio, inconsecuente con la ideología liberal. Una cláusula en la Constitución protegió el comercio de esclavos hasta 1808. Geográficamente
también se manifestaron las diferencias en las conductas políticas; los estados del Norte abolieron la esclavitud; lo
hicieron dilatando el efecto jurídico entre 1780 y 1804; en cambio, los estados del Sur, esclavistas, fueron
defensores de la “institución peculiar” del esclavismo;
paradójicamente, en el seno de la misma República.
Durante el llamado “Segundo Gran Despertar”, que se dio lugar al comienzo del
siglo XIX, las iglesias evangélicas se convirtieron en promotoras de los
movimientos reformistas de la época,
incluyendo el abolicionismo.
Lo
que viene después, a grandes rasgos, se puede denominar la expansión
territorial de la República al Oeste.
En 1803, se compra Luisiana a Francia; esto acontece durante la gestión
gubernamental de Thomas Jefferson. Con esta adición geográfica, prácticamente
se duplicó el espacio de control de la República.
España, en 1819, cedió territorios al
Este, además de otros espacios geográficos de la costa del golfo. En esta
expansión geográfica de la República, se pude decir que las más damnificadas,
incluso llegando al extremo de su desaparición, fueron las naciones y pueblos indígenas. Se habla de “sendero de lágrimas”,
correspondiente al sendero sinuoso, el calvario de las naciones nativas y pueblos
indígenas - que, en su coyuntura de mayor intensidad destructiva,
corresponde a la década de 1830 -, muestra patentemente la política de remoción india. Lo que se puede nombrar también
como el gigantesco etnocidio y genocidio, que es el substrato histórico-cultural-político de la República.
La expansión de la República fue imparable; Estados Unidos se anexó la República de Texas en 1845. La guerra
contra México, dos años más tarde, derivó
en la anexión de California; así como el extenso espacio territorial del
suroeste. Otros factores intervinientes,
sobre todo, económicos, contribuyeron a impulsar la expansión; la fiebre del oro desatada entre 1848 y 1849 espoleó la
migración hacia el Oeste. Con la instalación y el despliegue de los
ferrocarriles se dio lugar a la proliferación de los colonos. Todo este
panorama agitado y vertiginoso incrementó descomunalmente los conflictos con
las naciones y pueblos indígenas.
Se
puede decir que este nacimiento del
nuevo capitalismo, cuyas condiciones de
posibilidad históricas y económicas son distintas a las de Europa, pues se
trata, si nos dejan repetir lo que ya dijimos[5],
de otro capitalismo, dio lugar no
solamente a una expansión geográfica, que termina conectando económicamente los
dos océanos, el Atlántico y el Pacifico, sino también a la apertura de la caja de pandora. Se multiplicaron los
conflictos; entre ellos, también los que se puede considerar de orden interno a
la República. Las contradicciones
entre estados pro-esclavistas y los estados abolicionistas, sumándose a las discrepancias en lo que respecta a las
relaciones entre los estados y el gobierno federal, avivaron contiendas suscitadas
por la propagación de la esclavitud. En
este contexto histórico dramático,
aunque también vertiginoso e inaugural, Abraham Lincoln, candidato del partido
republicano, conocido como declarado abolicionista, se convirtió en el
presidente electo en 1860. Sin embargo, antes de asumir formalmente la
presidencia, los siete estados esclavistas se declararon en secesión de
la Unión; estableciendo los Estados Confederados de América. El gobierno federal determinó que la secesión es ilegal. La respuesta de los Estados Confederados fue la guerra; se dio lugar el ataque a Fort Sumter, por parte de los
secesionistas, desbocándose la guerra
civil. La guerra la ganó el Norte
contra el Sur, los estados abolicionistas
contra los estados esclavistas, la Unión contra la Confederación. Contando con la victoria bélica, la Unión, en 1865, agregó tres enmiendas a
la Constitución; con el objeto de garantizar la libertad de cuatro millones de
afroamericanos, convirtiéndolos en ciudadanos de la República, otorgándoles el derecho de voto.
Abraham
Lincoln no duró en la presidencia, su mandato fue cortado abruptamente por su
asesinato. Lo que vino después, en el periodo inmediato a la posguerra civil,
es lo que se conoce como la reconstrucción;
cuando se encaminaron políticas dirigidas a la reintegración, así como a la reconstrucción
de los estados sureños. Buscando garantizar los derechos de la población
afroamericana. En esta coyuntura crítica, las elecciones presidenciales de 1876,
de antemano interpeladas por los estados
sureños, se zanjaron mediante el Compromiso
de 1877; Compromiso a través del cual
los demócratas sureños reconocieron
como presidente a Rutherford B. Hayes, obteniendo a cambio que se retiraran las
tropas de la Unión, que estaban acantonadas
en Luisiana, Carolina del Sur y Florida.
Si
bien la Unión ganó la guerra civil,
no pudo administrar, como corresponde, todos los territorios que abarca su soberanía; en la práctica, los estados del Sur impusieron una política
segregacionista. Las llamadas leyes de Jim Crow comienzan a aplicarse desde
1876; se trata de una política de apartheid;
política que se mantuvo hasta
1965[6].
La República se transformó estructuralmente
durante todo el siglo XIX; el Estado-nación se consolidó, definiendo de mejor
manera su perfil federal. La cohesión entre Norte y Sur sobrevino con el tiempo; sobre todo, debido a la permanente revolución industrial, además de administrativa, económica y
comercial. Se puede decir que ya antes de la primera guerra mundial, Estados
Unidos de norte América era la principal potencia industrial y económica del sistema-mundo capitalista, a pesar de
que Gran Bretaña seguía todavía a la batuta, hegemonizando el ciclo del
capitalismo vigente. La ventaja del capitalismo norteamericano es que es el nuevo capitalismo, el capitalismo de la revolución industrial, tecnológica y científica, además de
administrativa, permanente. Este
capitalismo nace desnudo del pasado, que arrastraba Europa y también
Asia; un pasado estamental y de
castas, de aristocracias y simbologías sociales ateridas, que ralentizaban las
iniciativas del capitalismo como modo de producción, basado en la desterritorialización constante, la decodificación perpetua y la axiomatización permanente.
Lo
que se había dado lugar, desde la conquista
de Tenochtitlan, es al nacimiento de la modernidad,
entendida como mundialización y mezcla, hibridación e invención.
El mundo nace en el abigarramiento cultural, en la intersección
de economías, lenguas, sujetos sociales y subjetividades empujadas a la
vertiginosidad. Esta es la modernidad
barroca, que corresponde
hemisféricamente a la hegemonía del
Sur. Lo que acontece desde la revolución
industrial británica, es el desplazamiento
de la hegemonía del Sur a la
hegemonía del Norte hemisférico. Sin embargo, no hay que olvidar que este sistema-mundo capitalista nace
precisamente en el nuevo continente,
aunque regionalmente haya nacido en Europa, incluso en Asia. El continente de Abya Yala, que se nombrara como América, es el suelo del acontecimiento mundial del capitalismo. No hay sistema-mundo capitalista sino en el mundo y el mundo es mundo desde la
conquista de Abya Yala.
La República, siguiendo el nombre que le
otorga Hannah Arendt a Estados Unidos de Norte América, se edifica precisamente
en el continente del acontecimiento
mundial del capitalismo y la modernidad. No hay tal “destino manifiesto”, como reza el discurso masón, lo que muestra el apego místico
de la ideología liberal, tan alejada
de la comprensión de la complejidad histórica-política-económica-social y cultural de la República, sino condiciones
de posibilidad históricas, que
tienen que ver con el acontecimiento de la mundialización.
Se
puede decir, interpretando, que hasta
la primera guerra mundial, esta incumbencia
mundial de la República se
encontraba oculta a la vista de una mirada,
si se quiere, eurocéntrica. Son la
primera y segunda guerra mundial las que catapultan, por así decirlo, a Estados
Unidos de Norte América a la condición, ya visible, no solo de potencia mundial
sino de hiper-potencia mundial; al finalizar la segunda guerra mundial, compartiendo esta condición con la Unión
Soviética. Como dijimos en otros escritos, lo que hay que investigar no es la generalización, sino, mas bien, la excepcionalidad[7].
En el caso de Estados Unidos de Norte América, es una excepción, en lo que respecta a lo que pasa como generalidad con el resto de las colonias
europeas. No solamente sobresale en relación a la potencias europeas, sino que
las sobrepasa, transformando las
estructuras mismas del sistema-mundo,
aunque también experimentando estas mismas transformaciones,
no necesariamente, si se quiere, consciente
de lo que pasa.
Cuando,
en 1914, se desencadena la primera guerra mundial, Estados Unidos de Norte
América se declara neutral. Sin embargo, el desenvolvimiento de los acontecimientos, obliga al gobierno y al Congreso intervenir en
la conflagración mundial, en alianza con los británicos y franceses. En 1917
Estados Unidos se incorpora a la guerra; la balanza de la correlación de fuerzas se inclina a favor de los aliados.
Se
da una bonanza económica en la década de los veinte; empero, que encuentra su
otra cara en la crisis de fines de la
década, llamada gran depresión. Lo
que muestra que los ciclos del
capitalismo tienen etapas de ascenso
y etapas de descenso, como lo
esquematiza Nikolái Kondrátiev, sino también y sobre todo, crisis
de sobreproducción, que vienen acompañadas por crisis depresivas.
La
respuesta a esta crisis, la de 1929, va a ser la intervención estatal en la economía, al estilo de las propuestas de
John Maynard Keynes. Franklin D. Roosevelt es electo presidente en 1932; su
gestión postula el New Deal. Se puede decir que este New Deal consiste en la promoción de la demanda, para dar lugar al incremento de la oferta; en pocas palabras, se promueve el pleno empleo.
En
esta coyuntura de salida de la crisis,
estalla la segunda guerra mundial. Como repitiendo la historia, también, al comienzo, de la segunda guerra mundial,
Estados Unidos se declaró neutral; sin embargo, emprendió, de todas maneras, el
suministro de provisiones a los aliados
en marzo de 1941; recurriendo al programa
de préstamo y arriendo. El 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos se
incorpora a los aliados, en declarado
combate contra las potencias del Eje;
esto aconteció después del ataque japonés a Pearl Harbor.
Con
la victoria de los aliados sobre la
Alemania nazi, en 1945, se convocó a una conferencia
internacional, oficiada en San Francisco, donde se acordó la redacción de
la Carta de las Naciones Unidas. Un
poco más tarde, el 2 de septiembre, Japón se rindió, culminando con esto la segunda guerra mundial. Lo que apresuró la
rendición de Japón fue la utilización de la bomba nuclear en dos ciudades,
Hiroshima y Nagasaki, en agosto de ese mismo año.
Lo
que sobrevino después de la segunda guerra mundial es la paz americana o, dicho de mejor manera, de manera conocida, la guerra fría. La OTAN y el Pacto de
Varsovia fueron los complejos
tecnológicos-militares-económicos y comunicacionales que se enfrentaron, en
esta guerra fría. Sin embargo, si
bien no se dio una tercera guerra mundial o una guerra de bloques, a gran escala, de todas maneras, se sucedieron guerras convencionales, a escala menor. Entre
1950 y 1953, los bloques enfrentados se
pulsaron en la guerra de Corea. Aunque estuvieron, los bloques, a punto de
enfrentarse en una guerra a escala mundial, en el conflicto de los misiles en
Cuba, en una coyuntural crucial, la de 1962. De esas guerras a escala regional,
la más importante fue la guerra del Vietnam.
Lo
que viene después es como la fase del espectáculo,
como asentada en las arenas movedizas de lo que ya viene a ser una crisis económica continua. En la década
de los setenta no solamente se vuelve hacer evidente la crisis de sobreproducción, crisis que desata el modo de producción capitalista y también
lo que podríamos llamar el modo de
competencia; la guerra de todos contra todos, entre los competidores. Sino
que estos modos de producción y de competencia llevan, de manera inherente,
al capitalismo, el desborde de la producción
desordenada, caracterizada por la incoordinación
de los productores empresariales; el desborde de la compulsión tecnológica, absurdamente utilizada en la competencia desenfrenada. Lo que
ocasiona la crisis de sobreproducción,
es decir, dicho en términos ilustrativos, la acumulación de stocks que no se pueden vender. Por
ejemplo, en este contexto económico mundial, la administración de
Jimmy Carter estuvo afectada por la estanflación.
También se puede hablar, como en paralelo, de una crisis política intermitente.
Llamemos,
perentoriamente, periodo reciente, lo
que viene marcándose, de una manera peculiar, desde la presidencia de George H.
W. Bush. Estados Unidos de Norte América asumió un papel de gendarme de orden mundial; a decir de
Antonio Negri y Michael Hardt, del imperio.
Se involucró en las recientes guerras de Medio Oriente; comenzando con la
primera guerra del Golfo.
Se
puede hablar, entonces, del ciclo largo
de la crisis de sobreproducción, que data
de la década de los setenta, y se alarga hasta el presente. De todas maneras, en este ciclo largo de la crisis de
sobreproducción, diferida administrativamente, mediante manipulaciones financieras, las mismas
que se convierten en crisis financieras intermitentes,
se da lo que se puede llamar ciclos
cortos de relativa prosperidad. Por
ejemplo, podemos señalar a la larga expansión económica, dada desde marzo de
1991 hasta marzo de 2001.
En
el nuevo lapso de recesión económica, que se manifiesta
después de 2001, aunque cada recesión tenga su peculiaridad, también su duración,
vuelven a aparecer las figuras contrastadas, pero, también imbricadas, de fases
ascendentes y fases descendentes de los ciclos medios del capitalismo; así
como, en el trasfondo y en el substrato de estos procesos, la crisis persistente de sobreproducción. Si recurriéramos a una tesis racional, diríamos que la única manera de salir de la crisis de sobreproducción, la madre de todas las crisis del
capitalismo, por lo menos, en el ciclo
del capitalismo de la hegemonía norteamericana, es la coordinación de las
burguesías nacionales e internacionales; de tal manera, que puedan acordar
cuotas de producción. Pero, esto, esta actitud
racional o esta solución racional,
parece que no la van adoptar nuca las burguesías, que parecen atrapadas en la compulsión de la competencia desbocada y tanática.
Implosionados
los Estados socialistas de la Europa
Oriental, derrumbada la URSS, se esfuma la guerra
fría, y con ella el dramático equilibrio
bipolar de las super-potencias mundiales. El problema no es, como muchos analistas, entre ellos críticos, suponen; el haber ingresado a
un mundo unipolar. No asistimos a la hegemonía absoluta de la hiper-potencia
solitaria de los Estados Unidos de Norte América; tampoco a su dominación incontestable. No por lo que
suponen estos analistas, por lo menos, los autodenominados críticos, que consideran que con la irrupción de las potencias emergentes, sobre todo, de la
principal potencia económica del mundo, China, se abre, mas bien, un mundo multipolar; sino porque la
hiper-potencia desmesurada de Estados Unidos de Norte América, perdida en su
repentina soledad, no se encuentra a sí
misma. Para lanzar una figura ilustrativa, podríamos decir que, lo que es
ahora la hiper-potencia, tan acostumbrada a pelear con el circunstancial enemigo de turno, cada vez más grande,
de pronto se encuentra sola en el mundo,
armada hasta los dientes con armas sofisticadas de destrucción masiva y armas convencionales tecnológicamente avanzadas,
que no puede utilizar contra nadie a su altura. Se encuentra sola e
hipertrofiada sin poder competir con nadie. Esta insólita situación ha empujado
a sus máquinas de guerra a la situación surrealista de estar sin-sentido, en un mundo que no requiere semejante armamento. Esta situación ha
empujado a su clase política,
incorporando en ella a apéndices peligros, que juega a la conspiración, sus enigmáticos servicios
de inteligencia, a un sentimiento de desolación devastador. Esta situación
ha empujado a los pueblos, y esto es lo positivo, a reflexionar en un mundo sin enemigos, reales o inventados; en verdad, son sugeridos por la
propia necesidad del enemigo[8].
Parece
que es, en este contexto problemático, desde donde podemos analizar, con alguna
coherencia, las dinámicas inherentes
a las elecciones de 2016 de lo que una vez fue la República. Que después fue señalada por los pueblos como imperialismo, así como por los proyectos socialistas; que fue redefinida
por lucidos teóricos críticos, como Negri y Hardt, como gendarme del imperio; pero, que ahora, en esta coyuntura incierta
no sabe lo que es.
Una anticipación a las conclusiones
Preguntas:
1.
¿Se puede conjeturar que los problemas de nacimiento de la República no se han terminado de resolver? En la medida que
persisten, inciden en el presente, de
tal manera que obstaculizan las aperturas y salidas históricas y políticas. Por ejemplo, que los temas
pendientes de la guerra civil no se
han terminado de resolver, entre el proyecto
democrático de los abolicionistas
y el proyecto conservador de los esclavistas. Esto se manifestaría en
distintas figuras y en distintos escenarios políticos, particularmente en
las compulsas electorales.
2.
¿Es vano atender a la diatriba entre candidatos, que pretenden
ser, o se esfuerzan por serlo, diametralmente opuestos, cuando lo que importa
es lo que se juega, no en el discurso
de los candidatos, sino el espesor
histórico de lo no-resuelto?
3.
¿Un Estado-nación,
constituido por migrantes del mundo,
sobre cementerios indígenas,
extendido en territorios nativos y geografías políticas mexicanas, cuando
expresa, por uno de sus candidatos, apoyado por un contingente electoral
importante, que va poner una muralla contra la migración desde el Sur, no entra
en su mayor contradicción constitutiva? ¿No se deslegitima?
4.
¿No es conveniente, mas
bien, resolver todos los problemas pendientes, despojarse de las cargas del pasado,
que no es lo mismo que decir despojarse
del pasado? Para habilitarse libre y espontáneamente a participar en mundos alternativos, sugeridos por la potencia de la vida.
[2] Revisar de Antonio Negri El
Poder Constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad. Madrid
1994, Prodhufi. En el libro se analiza la diferencia entre la revolución
política, de la independencia norteamericana, y la revolución social, relativa
a la revolución francesa.
[3] Ver Crisis de la república.
Taurus; 1998. También ¿Qué es la política? El libro armado sale a luz en 1993 bajo el título en
alemán Was ist Politik? Revisar de
Hannah Arebdt Qu’est-ce que la politique?
Seuil; París 1995.
[4] Ver The Commonwealth of
Oceana by James Harrington. file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/EEUU/2016/the_commonwealth_of_oceana.pdf.
[6] Bibliografía: Biddle, Julian (2001). What Was Hot!: Five Decades of Pop Culture
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