El acontecimiento Ayotzinapa
Por Flavio Meléndez1
Ayotzinapa es un acontecimiento en la vida política de nuestro país. La desaparición de 43 estudiantes normalistas –además del asesinato de otros tres, junto con tres civiles y un saldo de ochenta heridos, uno de ellos un estudiante que todavía permanece en estado de coma-, sigue produciendo dos años después una corriente de flujos colectivos que modifican subjetividades, cuerpos y prácticas sociales. La rápida acción conjunta de estudiantes y madres y padres de familia, en redes sociales, medios, colectivos, organismos de derechos humanos e instituciones internacionales, dio difusión a lo ocurrido y concitó un amplio apoyo nacional e internacional. Muy pronto también se hizo visible, para quienes dentro y fuera del país no habían querido verla, la existencia de decenas de miles de desaparecidos en un territorio nacional sembrado de fosas clandestinas.
Un acontecimiento no está dado por lo que sucede sino por la manera como eso es transformado por las subjetividades a las que les sucede. Un acontecimiento puede estar ligado en principio a una herida, en este caso una herida colectiva, pero aquí el acontecimiento como tal tiene lugar cuando el dolor da paso a la rabia y ésta se convierte en protesta, movilización y organización. El giro que dan padres, madres y compañeros de los normalistas desaparecidos, de la posición de víctimas a la de subjetividades en rebeldía constituye un llamado a diversos grupos y sectores sociales que se articulan en su cuestionamiento al régimen político y, en ocasiones, a la viabilidad del Estado mexicano mismo. El acontecimiento provoca un movimiento subjetivo en el que los implicados pueden reconocerse como aquellos que eran antes de una mutación que los ha convertido en algo distinto, que ya no puede ser situado con las identidades de lo que fue, puesto que en el trayecto han surgido nuevos afectos y flujos deseantes. Son los mismos que surgieron del dolor compartido y simultáneamente otros, distintos y radicalmente nuevos: resultado de una subjetivación que produce el acontecimiento como articulación de sus diferencias.
Un acontecimiento no está dado por lo que sucede sino por la manera como eso es transformado por las subjetividades a las que les sucede.
El mosaico de posiciones da pie a la movilización transversal de grupos, colectivos y organizaciones, dando forma a multitudes en las que confluyen subjetividades múltiples que han hecho tambalear prácticas políticas tradicionales: los representantes se han evaporado, nadie puede representar a nadie en sus pasiones y sus actos; las jerarquías han desaparecido, nadie tiene el mando y por lo mismo no hay a quién obedecer; las subjetividades y los cuerpos en la multitud accionan fuera del poder, no buscan ni tomar ni ejercer el poder del Estado; esas multitudes desbordan las identidades de quienes participan en ella, dado que una multitud solamente existe en los actos políticos que lleva a cabo, dando lugar a un flujo deseante que trastoca las relaciones políticas preexistentes, a partir de la búsqueda compartida de lo que hace posible una vida deseable. Toman relevancia las pasiones comunes, mostrando que la política no puede ser reducida a la razón –de Estado, del cálculo de fuerzas, del equilibrio liberal de poderes–, sino que es ese territorio donde las pasiones hacen lazo entre los cuerpos y los colectivos.
Para esas multitudes va quedando claro que las miles de desapariciones forzadas que están ocurriendo en los últimos años en México no son solamente un asunto de derechos humanos y de justicia, sino que son ante todo un problema político, el más grave que atraviesa el país. De ahí que el valor de la vida queda situado en el corazón de las prácticas políticas, sobre todo cuando el capitalismo tiene como eje de acumulación de riquezas el despojo de vidas, tierras y recursos naturales, volviendo indistinguibles negocios lícitos e ilícitos, economía legal e ilegal, Estado y crimen organizado.
De ahí también que un resultado del acontecimiento Ayotzinapa –al que se han sumado otros que han puesto al descubierto la mafialización del Estado– sea una catástrofe sin precedentes en la legitimidad estatal, sumada al descrédito internacional del grupo gobernante. Más allá de los criterios numéricos para valorar las protestas en las calles y espacios públicos, tal erosión del poder no parece tener retorno posible. En esto, la decisión del movimiento de familiares y estudiantes de Ayotzinapa de no negociar con los representantes del Estado, ni aceptar dádivas o “tomarse la foto” con funcionarios, ha sido determinante. Si la masacre de estudiantes del 68’marcó el inicio del derrumbe del régimen priista de partido de Estado, la masacre y desaparición de estudiantes de Ayotzinapa marca el inicio del derrumbe de la democracia reducida al señuelo del voto y la representación política que vuelve invisibles a los representados.
La desaparición forzada introduce un umbral de indistinción entre la vida y la muerte, una continuidad topológica vida/muerte en la que no es posible decir que alguien desaparecido sigue con vida o que ha muerto, ni vivo ni muerto es el peculiar estado de existencia de alguien desaparecido, lo cual para sus familiares y seres queridos introduce una pérdida que no se consuma como tal por un tiempo indefinido. Frente a esta pérdida redoblada –la de su ser querido, la de la certeza que puede surgir de la constatación de su vida o su muerte–, los colectivos de familiares han inventado agenciamientos colectivos de enunciación que van más allá del Estado: protestas, movilizaciones, propuesta de leyes, denuncias ante instancias internacionales, investigaciones por cuenta propia, búsqueda directa de fosas clandestinas, uso de recursos tecnológicos como análisis de ADN y drones. Es aquí donde el dolor se anuda con formas diversas del amor, no solamente el amor a quien está desparecido, también modalidades como la amistad y los lazos de complicidad.
1. | ↑ | Psicoanalista, miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse. Investigador titular de la Universidad de Guadalajara. |
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