viernes, 27 de mayo de 2016

¡Ahora y aquí!

¡Ahora y aquí!


Raúl Prada Alcoreza

 

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Desde la perspectiva de la simultaneidad dinámica, no hay tiempo, o dicho de otra manera, usando el lenguaje heredado, lo único que tenemos a mano es el presente, que se sustenta en el espacio de  experiencia del pasado y se proyecta en el horizonte de espera,  la expectativa del futuro, haciendo uso de los conceptos de Reinhart Kochelleck. Paul Ricoeur propone, para salir de las antinomias de la historia, acercar el pasado al presente, así también acercar el futuro al presente, de tal manera que el pasado sea recuperado como experiencia plena y el futuro deje de ser una utopía, sino alcanzable y realizable. No vamos a entrar al debate teórico de las corrientes de historia, es decir, de las corrientes de los historiadores, de sus distintas formas de investigar el pasado y de interpretarlo; además de asumir de un determinado modo esta interpretación, de una manera absoluta, como verdad del pasado, o con la relatividad y provisionalidad que amerita, las narrativas históricas que escriben. Tampoco de la relación que tiene la historia con la narrativa, con la ficción literaria; así como tampoco entraremos a la luminosa exposición de Paul Ricoeur sobre la influencia, conjunción y combinaciones que se han dado entre historia y literatura[1]. Preferimos remitirnos a los tres tomos de Tiempo y narración. Sobre estos temas, hemos hecho anotaciones en otros ensayos[2]. Lo que nos interesa ahora es asumir de estos tópicostemas y problemáticas, las consecuencias políticas.

Sin necesidad de diferenciar los horizontes epistemológicos del debate, con respecto a los horizontes epistemológicos de la perspectiva de la complejidad, sino asumiendo la cercanía de los tópicos y temas en cuestión, vamos a concentrarnos en las repercusiones políticas. Hablemos de simultaneidad dinámica o de presente pleno, lo que parece ser la principal consecuencia es que no hay exactamente horizonte de espera en lo que corresponde a la actividad política, en sentido pleno; no es muy adecuado referirse a este horizonte efectivo de espera como encaminarse a la utopía. Sino, lo más pertinente es hacerlo aquí y ahora. Tampoco se trata de alejamiento del pasado debido a la vertiginosidad de la modernidad, que es la interpretación de las corrientes evolutivas, pues que el pasado se encuentra sedimentado en la experiencia social. En consecuencia, es imperativo usar la experiencia social plenamente para potenciar la acción creativa en el presente.

Los pueblos del mundo, las sociedades del mundo, en su compleja composición de sociedades institucionalizadas y sociedades alterativas, no pueden esperar, dejar para después las tareas urgentes que les corresponde. Tampoco pueden dejar como en el olvido al pasado, retomando solo fragmentos seleccionados arbitrariamente; están como obligados a usar toda la experiencia social. Es el ahora y aquí lo que convoca a la humanidad. La experiencia social enseña que no se puede seguir por la ruta tomada, desde hace un buen tiempo, para decirlo en lenguaje conocido; esta ruta lleva al desastre, a la destrucción y posiblemente a la desaparición de la especie humana.

Lo que tenemos delante de los ojos es una ficción de realidad, si se quiere, recortes de realidad, conjuncionados sesgadamente, sostenida por las mallas institucionales del sistema-mundo; no es la realdad efectiva, sinónimo de complejidad. Esta desinformación terca, preservada por los Estado-nación, las estructuras de poder, la geopolítica del sistema-mundo capitalista, es la amenaza a la sobrevivencia.

Genealogías de generaciones nos anteceden. Lo que sabemos se los debemos a ellas, a sus experiencias sociales, a sus memorias sociales, a los saberes acumulados, a las ciencias conformadas, desde el inicio mismo de las sociedades, que aprendieron a leer en el firmamento las señales de las analogías, convertidas en símbolos, transmutaron estas señales en mitos del origen. También aprendieron las matemáticas al descifrar movimientos estelares en las noches luminosas. Quizás los primeros pasos de la geometría se hallen en esta visibilidad de las constelaciones de composiciones de estrellas. Lo que hicieron las generaciones pasadas es la geología, por así decirlo, en sentido metafórico, de la experiencia social, conformada por estratificaciones sedimentadas. A diferencia del referente sólido y pétreo, conformando también capas, de la geología como ciencia, las sedimentaciones de la experiencia social son dinámicas; se mueven y combinan distintas composiciones, de acuerdo a los requerimientos del presente, en sentido restringido. No parece adecuado juzgar, hayan hecho lo que hayan hecho nuestros antepasados; lo que no quiere decir dejar de comprender el pasado. Al contrario, se trata de comprender más, de manera más adecuada, con mayor profundidad, las complejidades singulares e integrales que llamamos pasado. Estos son los espesores de la experiencia social. Es indispensable aprender de ella, de su geología dinámica, de sus estratificaciones sedimentadas, en constante combinación. Es indispensable usar los conocimientos que emanen del análisis de la experiencia social orientando nuestras acciones. No para repetir lo mismo, ni paralelismos o, si se quiere, aproximaciones corregidas, sino para crear otros mundos; pues de eso se trata, de liberar la potencia social, la potencia creativa de la vida.

Es admirable el alcance de las condiciones de posibilidad actuales de las ciencias y de los saberes; empero, no han respondido a preguntas cruciales; por ejemplo, acudiendo a una de ellas: ¿En qué momento las sociedades toman esta ruta, en la que estamos? Que, si bien, parece corroborar, hasta cierto punto y hasta cierto momento las tesis evolutivas, después de ese punto y de ese momento, la ruta parece extraviada, encaminándose a un lugar sin salida. Esta pregunta en lo que respecta a las llamadas ciencias sociales y humanas. En lo que respecta al zócalo mismo de nuestras epistemologías, las ciencias físicas y matemáticas, que han abierto otros horizontes de visibilidadde decibilidad y de interpretación, tan asombrosos, que conducen a replantearnos la estructura misma de los conocimientos acumulados; sobre todo, las certezas de las que partieron, no han explicado el funcionamiento complejo y sincronizado, en distintas escalas, del pluriverso. Los físicos denominan a esta explicación la teoría unificada.

La filosofía, que es como intérprete de las consecuencias ontológicas de lo que describen las ciencias físicas y configuran topológicamente las ciencias matemáticas, así como se amamanta de lo que encuentran las ciencias sociales y humanas, no ha satisfecho con sus sistemas de sentido construidos especulativamente. No ha podido interpretar el sentido inmanente de nuestra presencia en el pluriverso; incluso si este sentido solo sería válido para nosotros, para nuestras maneras de interpretar el mundo; incluso si este sentido no existe, salvo para la mirada humana. Sin embargo, se trata de darse la tarea o las tares de un rol o roles en el pluriverso; se trata de darse una labor o labores dignas de la humanidad. Salir de los mezquinos objetivos propuestos por las mallas institucionales anacrónicas, que están ligados a las estrategias de poder. ¿Qué alcance tienen estos objetivos? ¿Qué servicio prestan a la humanidad? Estos objetivos satisfacen al estrato dominante de las sociedades, además son de corto alcance, provisionales, considerando las dinámicas complejas de la vida. Los seres humanos no pueden reducirse al tamaño de semejantes ávidos objetivos, al tamaño de avaros obcecaciones, cuando tiene ante sí el acontecimiento del asombroso pluriverso, en sus distintas escalas.  Un intento de explicación aproximada de lo ocurrido podría ser: Los seres humanos han sido atrapados por sus propias criaturas, sus propias instituciones, a las que las toman como si fueran ellas las condiciones de posibilidad de sus propios nacimientos. Lo grave es que una vez dada esta inversión de roles, entre él y la creadora y lo creado, se haya persistido en este equivoco. Aunque hayan cambiado las mallas institucionales, trastrocándose, sobre todo en coyunturas de crisis, ocurría como que se iniciara la misma ruta, en otras condiciones, más amplias.

No podemos culpar a nuestros antepasados por lo que ha resultado como desenlace; no hay culpables; empero, podemos recoger sus huellas como experiencia acumulada. Esta es la mejor herencia con la que contamos. Ahora, podemos afirmar que por esa ruta no podemos continuar, pues esa ruta no solo está extraviada, en su propio laberinto, sino que lleva al desastre. Si no usamos esta experiencia social, entonces nos comportamos como suicidas. Ciertamente, no es de ninguna manera tarea fácil salir del atolladero donde nos encontramos; concebirnos como lo que somos, como todo ser, como toda forma de vidacreadores. Después de milenios que hemos repetido recurrentemente lo contrario, como si fuésemos criaturas.

Se pueden hacer distintos cortes a las composiciones complejas singulares de las sociedades; se han hecho algunas, por parte de las ciencias sociales y humanas, que han llevado a las interpretaciones que conocemos. La complejidad integral y de simultaneidad dinámica de las sociedades, comprendiendo su alteridad, no se reduce a estos cortes e interpretaciones. Se pueden hacer otros cortes que den lugar a otras interpretaciones, quizás más pertinentes. Claro que nunca alcanzarán la cobertura de la complejidad misma. Sin embargo, como ejemplo, supongamos un corte a partir de los perfiles subjetivos, por así decirlo. Toda sociedad contiene una proporción de subjetividades inquietas, curiosas, auscultadoras, con capacidades inventivas inmediatas. Sin embargo, este estrato de las subjetividades no es al que se lo escucha y se le deja hablar, sino, precisamente debido a la ruta tomada, es otra proporción de subjetividades la que se ha impuesto; la que llamaremos, provisionalmente, subjetividades narcisas; inclinadas a la ostentación, a la apariencia y a la comedia; inclinadas a la demagogia, a la impostura, a la charlatanería estridente,  que busca impresionar antes que comunicarse. Estas subjetividades son los que se montan en la cresta de la ola de las instituciones, sobre todo, en la macro-institución del Estado. Es a estas subjetividades elocuentes a las que se escucha y son estas subjetividades las que supuestamente dirigen el mundo. A su saber astucia le llaman política, en sentido restringido.   Y son estas subjetividades las que apuestan a las dominaciones, pues creen que de eso se trata, de dominar al otro, al que definen como enemigo, apropiarse de sus posesiones. ¿Dominar, para qué? ¿Para enriquecerse, para acumular lo que la contabilidad llama capital, para sobreponerse sobre los demás, para ser los únicos sobrevivientes? El problema respecto a estas pretensiones, no deriva solamente de cuántos gozan de estos bienes, por así decirlo, sino qué cualidad tiene su gozo, y cuál es su alcance, su perdurabilidad. ¿Es que prefieren gozar ellos, de esta manera tan trivial, a costa de las generaciones venideras, sacrificando a la humanidad misma? En verdad, por así decirlo, no tiene mucha perspectiva esto, ni mucho sentido. Es, mas bien, irracional, usando, aunque no queramos, ese dualismo esquemático de lo racional e irracional.

No parece adecuado ese lograr es alcance desventurado, ese futuro tan mezquino, ese tamaño de logros; no es una oferta apreciable para los espesores desconocidos de la humanidad; dicho en otras palabras, no es digno de la humanidad. ¿O eso es lo que quiere la mayoría de los seres humanos? Es decir, querer ser el otro, el amo, el patrón, el dominante, ocupar su lugar; creer que la felicidad es eso, se logra así, cuando, no es otra cosa que goce banal y provisional, un autoengaño.   Si fuese así, si esto fuera cierto, entonces no habría salida. Empero, contamos con la alternativa de la duda; que no es así; que los seres humanos no renunciamos a los sueños, a los deseos profundos, a las esperanzas abiertas, que aunque las interpreten de manera circunscrita, adecuándolas  a sus propias narrativas, es una muestra de que no renuncian. Cuando la capacidad creativa se libera, aunque sea en algunos o en muchos, dependiendo del momento y las circunstancias, y ocurra esto intermitentemente, es una muestra de que no renunciamos; que las sociedades y el mundo haya cambiado, es otra muestra de que no renunciamos. Si esta intuición es la certeza de que los humanos contenemos potencia, que se encuentra inhibida, precisamente debido a la ruta tomada, la del poder, entonces tenemos la gran oportunidad de abrir otras rutas, más adecuadas a la dignidad humana.

Para decirlo de alguna manera, ha llegado el momento de escucharnos y vernos, de percibirnos, de comunicarnos, de conocernos, en vez de reducir al otro a estereotipos imaginarios. Ha llegado el momento de escuchar a nuestros jóvenes, así como a esa proporción de subjetividades inquietas, curiosa, que todavía se asombra como los niños del maravilloso acontecimiento de la vida y la existencia. Ha llegado el momento de aprovechar la experiencia acumulada, los conocimientos, saberes, ciencias, tecnologías acumuladas, para orientar de otra manera, nuestras acciones y prácticas, para inventar otras instituciones, que no se conviertan en fetiches, sino que sean instrumentos flexibles y cambiables, potenciadores de nuestras capacidades creativas. Como decía Walter Benjamín, ha llegado el momento de hacer un alto a la locomotora que nos lleva al apocalipsis, de suspenderse de la historia, reencarrilando en otro curso. Esto, la alternativa que escojamos, no depende de ninguna verdad, ni de tener razón, por más próxima que pueda estar de una certeza; depende de las constelaciones de voluntades singulares de los pueblos.  Solo tienen que llegar a la convicción de que hay cambiar las reglas del juego, incluso cambiar de juego. No es el juego del poder el que nos gusta, nos hace gozar plenamente, sino requerimos de otros juegos; por ejemplo, el juego de los consensos en la pluralidad de pueblos y en cada pueblo de la multiplicidad de colectivos, comunidades e individuos. También podemos jugar otros juegos; otro ejemplo, el de la comunicación, aprovechando las distintas lenguas y culturas, pues ahí radica la riqueza de la humanidad.






[1] Paul Ricoeur: Tiempo y narración. Siglo XXI; México 1996.


Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/%c2%a1ahora-y-aqui%21/

jueves, 26 de mayo de 2016

Consideraciones sobre el diagrama de poder de la corrupción

Consideraciones sobre el diagrama de poder de la corrupción


Raúl Prada Alcoreza

 

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Tocamos como varias de veces esta problemática acuciante y este tópico corrosivo[1]; ahora lo volvemos a hacer, proponiendo nuevas consideraciones al respecto.

Dijimos que la corrosión institucional y la corrupción están íntimamente vinculados al poder; también configuramos estas prácticas paralelas de dominación como el lado oscuro del poder. Así mismo, mostramos la extensión mundial de este diagrama de poder, atravesando las mallas institucionales, incluyendo a los organismos internacionales, sobre todo al sistema financiero internacional. Por otra parte, dejamos claro que no compartimos esa perspectiva de la consciencia culpable y de la culpabilidad, apoyada en el acto de juzgar; pues el juzgar es otra práctica de las estructuras de poder. Teniendo en cuenta estas consideraciones vertidas, vamos a intentar sugerir nuevas interpretaciones sobre este álgido tema.


Comencemos con unas preguntas: ¿Por qué los que se envuelven en las prácticas de corrupción y relaciones clientelares se esfuerzan desesperadamente en demostrar su inocencia? ¿De dónde sacan esa energía para hacer persistente la escena de que no están comprometidos y que se trata de acusaciones de la “conspiración”?  

Alguien podría responder apresuradamente y decir que precisamente por estar envueltos y comprometidos con la corrupción, niegan que lo están. Sin embargo, no parece ser, efectivamente, tan mecánico, pues hay que descifrar el síntoma de la aparente tranquilidad con que lo hacen, con alocuciones casi convincentes, por lo menos, algunas veces. ¿Qué hay en esta conducta osada, que encubre el cinismo con la que se la efectúa? Ante esta problemática planteada de este modo, es menester comprender el funcionamiento de esta maquinaria gris, clandestina, de la corrupción.

Máquinas de corrupción

Partiendo de lo escrito en El lado oscuro del poder, sugerimos la figura de máquinas de corrupción, para avanzar en el análisis del diagrama de la corrosión institucional y de la corrupción. Al hablar de máquinas de la corrupción, nos referirnos al contexto de la fenomenología de la decadencia, que contiene procesos degradantes; uno de ellos, sugerimos, es precisamente la corrupción. Parece que funcionan paralelas a las máquinas de poder institucionalizadas y a las máquinas de guerra. Ocurre como si a las máquinas de poder y a las máquinas de guerra les faltara un complemento, que vienen a ser precisamente las máquinas de corrupción. ¿Por qué requieren de este complemento?

Sin detallar, pues escribimos sobre esto, el funcionamiento de las máquinas de poder, diremos, sucintamente, que son máquinas de dominaciones polimorfas. Los diagramas de poder institucionales no son del todo suficientes para garantizar la reproducción del poder; si bien, constituyen sujetos dóciles, disciplinados y controlados, el sujeto constituido no abarca el espesor del sí mismo, cuya potencia se encuentra en la creatividad del cuerpo.  El poder requiere avanzar e invadir estos espesores no capturados. Cómo no puede hacerlo, pues no conoce cómo funciona el cuerpo, en el sentido de la fenomenología de la percepción, en el sentido de los saberes no evocativos corporales, entonces recurre a lo que podríamos considerar, por el momento, su método de emergencia, provisional, el soborno, el chantaje, la coerción, el cohecho. Lo que parece acontecer es que no avanza nada en lo que respecta a estos espesores, sino que deforma a los sujetos constituidos institucionalmente, adulterando su estructura ética y moral, convirtiéndolos en oportunistas pragmáticos.

En lo que respecta a las máquinas de guerra, también de manera sucinta, diremos que son las máquinas destructivas, que no necesariamente se oponen a las máquinas de producción del sistema-mundo capitalista, sino que coadyuvan a la acumulación de capital, cuando entra en crisis cíclica. El capitalismo requiere destruir su stock que no se vende, para recomenzar el proceso de acumulación, en las condiciones esperadas, de ganancias incentivadoras. Las máquinas de guerra, en su armazón complejo, contienen la estrategia de la guerra psicológica; sin embargo, ni esta estrategia ni otras que tiene a mano parecen del todo suficientes, requiere cómplices en su tarea destructiva. Para lograr incorporar cómplices recurre al soborno.

Si bien no mencionamos todavía, en este texto, a las máquinas capitalistas, es porque consideramos que el sistema-mundo capitalistas, que es la complejidad singular integrada de las dominaciones a escala mundial, contiene y emplea estas máquinas, las del poder y las de guerra, para garantizar la continuidad de la acumulación de capital. Sin embargo, podemos definir a las empresas monopólicas, trasnacionales, como máquinas económicas, directamente vinculadas a la acumulación de capital. Ahora bien, estas máquinas económicas, también requieren como un complemento, en la realización del capital; por eso recurren al soborno, presupuestado en sus gastos, para contar con cómplices de las estrategias económicas de estas máquinas económicas.

En consecuencia, el diagrama de poder de la corrupción aparece como un complemento necesario en el complejo corporativo maquínico del sistema-mundo capitalista. Se puede deducir, en primera instancia, que para extirpar lo que la moral hipócrita del orden mundial llama mal es condición indispensable desmantelar el sistema-mundo capitalista. Otras opciones, de las que nos ofrece este orden mundial, son sencillamente procedimientos adormecedores y calmantes, mientras se continúa en el círculo vicioso de la corrupción, en sus distintas formas cambiantes.

Pintado así el cuadro, no parece fácil salir del círculo vicioso del poder, del círculo vicioso de la corrupción, pues no parece una tarea posible desmantelar el sistema-mundo capitalista. ¿Cuándo puede suceder semejante acontecimiento? Cuando los pueblos y ciudadanos del mundo dejen de transferir sus voluntades singulares y sus voces singulares a los Estado-nación, a los gobiernos, a los llamados “representantes del pueblo”. Cuando los pueblos y ciudadanos del mundo se liberen de las telarañas “ideológicas”, en sus distintas formas. Cuando los pueblos y ciudadanos del mundo liberen su potencia social y puedan desenvolver su creatividad. Cuando sean capaces de despejar la niebla de la ficción de realidad producida por el orden mundial y el sistema-mundo capitalista; las fronteras, los estados, las pugnas, los dualismos de amigo/enemigo, que llaman política, y sean capaces de autogobernarse como Confederación de Pueblos del Mundo. Este logro puede ser muy largo, incluso inalcanzable, que nunca se dé, embarcándose, mas bien, las sociedades institucionalizadas, en el derrotero de su propia destrucción. Sin embargo, la tarea es irrenunciable. Parafraseando a Marx, no hay peor derrota que no haberlo intentado.


Volviendo al tema del diagrama de poder de la corrupción, que hemos ubicado en la configuración opaca del lado oscuro del poder, podemos corregir o mejorar esta apreciación. Si el diagrama de poder de la corrupción es un complemento necesario de las máquinas de poder y las máquinas de guerra, es decir, si forma parte de los engranajes y mecanismos del sistema-mundo capitalista, no necesariamente hay que concebirlo como no institucional, sino, más bien, resulta ser la parte muda de la institucionalidad, la parte invisible de la institucionalidad, que se ejerce, aunque no sea pronunciada.



Tomando un ejemplo, que nos compete, en Bolivia, adquiere su propia singularidad el diagrama de poder de la corrupción, dependiendo del contexto, de la coyuntura y del periodo. La peculiaridad de la singularidad del diagrama de poder de la corrupción en Bolivia, parece tener que ver con la condición de Estado-nación subalterno, afincado en el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Los ejes del diagrama de la corrupción se hilan en las relaciones de las empresas trasnacionales con el gobierno, con las direcciones empresariales públicas; también en el ámbito de relaciones de gobierno a gobierno; así como recientemente se develado, entre vasos comunicantes entre carteles y gobierno. Otros ejes, más locales, se hilan en la profusión expansiva de las relaciones clientelares. Estos ejes e hilados, en la medida que atraviesan las mallas institucionalizadas, las corroen, ocasionando no solamente la concomitancia de estas instituciones, sino trastocándolas, convirtiéndolas, poco a poca, en dispositivos de las máquinas de la corrupción.

Lo que pasa en Bolivia no es muy distinto de lo que pasa en otros Estado-nación subalternos, independientemente de su “ideología”, tampoco tan distinto de lo que pasa en Estado-nación dominantes, del centro del sistema mundo capitalista. Estamos ante singularidades diferenciales de un arquetipo de diagrama de poder destructivo, en sus distintas formas. El diagrama de poder de la corrupción, así como los otros diagramas de poder, esta globalizado, es mundial. Lo que hay que analizar, en la singularidad boliviana, son las formas de funcionamiento en un gobierno que se reclama de “progresista”, sobre todo cuando las autoridades se desgarran las vestiduras cuando aparecen acusaciones de corrupción. Ciertamente, no se puede esperar una confesión pública de parte de los gobernantes; no se trata de lograr este comportamiento, que no se va dar; sino de comprender las razones de la expansión e intensificación de la corrupción, precisamente en gobiernos, de los cuales se esperaría, por lo menos hipotéticamente, que estas prácticas paralelas disminuyan. En relación a esta necesidad de comprensión, sugerimos hipótesis interpretativas.






















La condena del poder

1.   El poder institucional tiene por complemento al poder no-institucional.

2.   En gobiernos de convocatoria popular, que no salen del circulo vicioso del poder, para mantener su convocatoria, requieren de la expansión abrumadora de las relaciones clientelares. Son estas relaciones las que hacen como de base a la reedificación de las prácticas paralelas heredadas. El “gobierno progresista” no tarda en caer en la atracción de estas prácticas paralelas. Una vez que lo hace, que da los primeros pasos, que ha cruzado el umbral, ya está comprometido y es absorbido por la vertiginosidad de las máquinas de la corrupción.


3.   No son precisamente los que fueron representantes de los gobiernos neoliberales, tampoco de los gobiernos liberales, ni mucho menos, de los gobiernos conservadores, los que tienen la solvencia y la moral para acusar al “gobierno progresista” de esta degradación, pues el “gobierno progresista” es continuador de lo que ellos dejaron como herencia. Es el pueblo, como soberano constitucional, el que puede preocuparse e interpelar al respecto.

4.   Sin embargo, el pueblo ha renunciado a su potencia social, delegando su voluntad y su voz a los representantes; se encuentra inhibido, expectante, ante los desenlace. Para poder hacerlo, interpelar al poder, requiere liberar su potencia social.


5.   Este acontecimiento, de liberar la potencia social, no es tarea fácil, pues el poder está cristalizado en los huesos, inscrito en el cuerpo, induciendo comportamientos subalternos. Es una tarea necesaria y urgente, antes que se desate la cadena de desastres. Los colectivos activistas libertarios juegan un papel activador importante en esto. La comunicación con la potencia social, inhibida en los cuerpos, es indispensable; no con el oído domesticado, docilizado y disciplinado por el racionalismo instrumental y por los diagramas de poder. ¿Cómo hacerlo? Esa es precisamente la cuestión que hay que averiguar y aprender, en la nueva generación de luchas. Es menester entonces, salir de las costumbres ateridas de la “izquierda” tradicional, incluso de la llamada “radical”, pues lo único que hace es repetir lo mismo, el mismo formato, con todos sus errores, sin haber aprendido de la experiencia social y de la memoria social de los pueblos. Llevando nuevamente a la derrota a los estratos que se comprometen.

6.   La corrupción no es un mal, como la perspectiva moral burguesa dice; es parte de los mecanismos y engranajes del sistema-mundo capitalista, para garantizar su acumulación de capital. Forma parte del complejo maquínico de este sistema-mundo, de las máquinas de poder, de las máquinas de guerra, de las máquinas económicas.  










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miércoles, 25 de mayo de 2016

Mecánica del derrumbe

Mecánica del derrumbe


Raúl Prada Alcoreza


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Hay fenomenologías sociales y políticas asombrosas; parece que funcionaran con su propia mecánica. Una vez que los procesos inherentes, que las conforman, se articulan, forman como despliegues casi aparentemente autónomos. Incluso, cuando se dan los desenlaces, paree como si ya se hubiera definido su curso antes. Es menester estudiar, por así decirlo, las mecánicas de estas fenomenologías sociales. Una de ellas es la fenomenología política. Ocurre como si, en un determinado momento, cuando se compone y estructura un perfil político, su estrategia, su articulación definida de los distintos procesos combinados, incluso su “ideología”, que adquiere una actualización singular y local, parece que esta composición política singular cobrara autonomía relativa, para decirlo en términos althusserianos. Se encaminara de acuerdo a la inscripción lograda por esta composición singular política. Así también, parece ocurrir, independientemente de los deseos de quienes creen conducir un proceso político; así como independientemente de los deseos populares.

En relación a estas fenomenologías políticas asombrosas, vamos a verter algunas hipótesis interpretativas. Sobre todo, referidas a los gobiernos que desatan pasiones, expectativas y esperanza en los pueblos.














Autonomía relativa de la composición singular política

1.   Una composición política combina y articula, de una determinada manera, distintos componentes, que corresponden a distintos planos de intensidad. La militancia incorporada corresponde al tejido social, plural y diferenciado; la “ideología” corresponde a los espesores de intensidad imaginarios, generalmente heredados. Las prácticas políticas corresponden, generalmente, a los habitus incorporados. El perfil del partido, que contiene la integral de perfiles individuales, que corresponde a los espesores psicológicos y de subjetividades constituidas.  Su convocatoria, que generalmente muta, que corresponde al ámbito de relaciones con el pueblo, con lo popular; que son los electores potenciales o, en el mejor de los casos, los movilizados. Los recursos con los que cuenta, que corresponde a la relación económica del partido, a los ingresos, para solventar sus actividades. Hay otros planos de intensidad; empero, no se trata de hacer una lista larga, sino de comprender el tipo de articulación que se define.

2.   La composición singular del partido no corresponde a la composición social, como si fueran estructuras paralelas; una, la social, como un macrocosmos; otra, la política, como un microcosmos.   Sino, depende de la composición “ideológica”, de la estrategia de poder, de su relación singular con el poder. No nos vamos a ocupar aquí de los partidos conservadores tradicionales y modernos, sino de los partidos populistas, de combinaciones abigarradas y de composición barroca. Lo que interesa es comprender la mecánica de estas composiciones singulares barrocas. Entender qué tipo de articulación conforman, qué estructura política, qué estructura de relaciones con la sociedad y qué estructura de relaciones con el poder. Esto para tratar de descifrar el decurso inscrito y autonomizado, a partir de un determinado momento.


3.   Antes de seguir, debemos contar con una hipótesis interpretativa de la relación de la sociedad institucionalizada con el poder, de la composición de clases de la sociedad con el Estado, del perfil variado de la psicología de masas y de las psicologías individuales. En este sentido, proponemos la siguiente interpretación: Parece que, en lo que respecta a la composición social institucionalizada, ciertos estratos de la población, no modifican necesariamente sus habitus; por ejemplo, hay un sector tradicionalmente conservador, que puede variar en cantidad, dependiendo de la coyuntura, que está atrapado en los prejuicios conservadores, que hacen a su sentido común. Este sector siempre apoya al poder, sea quien sea quien esté gobernando. Por ejemplo, es el mismo sector que apoya a las dictaduras militares, pues son el orden; después, puede apoyar a los neoliberales, porque parecen eficientes. Posteriormente, pueden apoyar al “gobierno progresista”, sobre todo cuando queda claro que son poder institucionalizado. Por eso, no es sorprendente que, después de un tiempo de gastos heroicos, cuando los revolucionarios, que hicieron la revolución, la defendieron y se entregaron a la lucha, derramando su sangre, dejando, en su ausencia, un vacío, se sustituye este vacío con gente que emerge del sector conservador del que hablamos. El oportunismo pragmático campea otra vez, cuando, por fin se consolida el gobierno “revolucionario”. Este gobierno no requiere de héroes, de militantes críticos y consecuentes, sino requiere precisamente, como todo gobierno, de gente dócil, no formada, que asimile, como sea el discurso “ideológico” y sea leal al gobierno. Con este ingreso de otro perfil psicológico en la militancia del partido, el partido mismo sufre su mutación regresiva. Los límites de su “ideología”, de su pose contestataria, se refuerzan con el estilo del pragmatismo oportunista de la nueva camada incorporada. La retroalimentación apresura la velocidad de la decadencia; incluso, en la medida que se sufre el incremento de la mediocridad generalizada, el partido, además de sus propios discursos, que ya no son convocativos, sino clientelares, añadiendo el funcionamiento del aparato administrativo; es decir, el conjunto cohesionado que hacen a la mecánica política, es afectado por la tendencia a la lentitud burocrática, a la desidia, añadiéndose la tendencia por la concomitancia con la corrosión institucional y la corrupción. Entonces, la retroalimentación, se convierte en una complicidad generalizada con las prácticas paralelas del poder, no institucionales.  

4.   En las organizaciones sociales, ha cambiado el perfil de los y las dirigentes; es distinto y casi opuesto a las dirigencias del periodo de las resistencias y de las luchas sociales. En periodos de resistencia y de lucha, los y las que se exponen son los perfiles psicológicos más críticos, más resueltos, más interpeladores, incluso en camino de nuevas constituciones subjetivas. En cambio, cuando ingresamos a la fase de la decadencia, los dirigentes que se encaraman son de un perfil, mas bien, mediocre, menos comprometido, más apegado al oportunismo servil. Entonces, no solamente estamos ante una mecánica política que se encamina a su propio derrumbe, sino ante regularidades y constancias de estratos sociales, que encuentran la ocasión de realizar sus habitus en el campo político. No interesa, si los perfiles pragmáticos y oportunistas se autonombren como “revolucionarios”, pues eso es lo que está de moda; estos perfiles, antes, sirvieron de sostén a las dictaduras militares y a los gobiernos liberales. Par ellos, de lo que se trata es de tener buenas relaciones con el poder. Lo que se diga, en el discurso, no tiene mucha importancia; se lo dice para coincidir con el discurso oficial.

5.   Como dijimos en Diagonales del poder, fuera de la estructura social de clases, se dan diagonales, que atraviesan la estructura social, articulando a distintos estratos sociales en la “ideología” compartida. Una “ideología” conservadora puede ser compartida por distintos fragmentos de diferentes cases sociales. El nuevo pacto, del partido populista con sectores conservadores de los estratos más rezagados del pueblo, redunda gravitatoriamente en esta regresión conservadora del partido y del gobierno. Reforzando las características más desalentadoras; la mediocridad, la sustitución de la crítica y el debate por la adulación más sumisa, la demagogia compartida, que cada vez es más descompaginada. En conjunto se avanza al desastre.


6.   En los perfiles del partido, ya atrapado en la decadencia, los perfiles de la militancia son desmoralizantes. Comenzando por los que tienen formación, que militaron en partidos de la “izquierda” tradicional; se trata de perfiles psicológicos desgarrados, pues saben del contraste entre “ideología” y “realidad”, saben de la diferencia entre un partido populista y el partido “bolchevique”, que soñaron. Empero, a pesar de este conocimiento, deciden apoyar el “proceso de cambio”, pues consideran que es la única oportunidad a mano. En principio, se justifican, argumentando que se trata de un realismo político, en busca del fortalecimiento de un proceso popular. Suponen, en proyección, la profundización del proceso. Pero esto, solamente es una hipótesis sin sostén empírico. Después, cuando son evidentes las profundas contradicciones, hacen un gran esfuerzo en inventarse hipótesis auxiliares, que los cubran de sus propias dudas. Cuando las cosas avanzan a los enfrentamientos entre gobierno y pueblo, como cuando el “gasolinazo” y el conflicto del TIPNIS, para dar dos ejemplos, no dudan en comportarse con el más descarado cinismo, cerrando los ojos ante lo que se han convertido.

Siguiendo con los militantes menos formados, sobre todo con éstos que ingresaron por su estrategia de sobrevivencia y connivencia con el poder. Estos no tiene idea de lo que se trata “el proceso de cambio”, menos la Constitución; empero, si saben adular al “jefe”, apoyar sin criterio al discurso oficial, diga lo que diga, se muestran los más leales, incluso se reclaman de los más estridentes “revolucionarios”; se encargan de descalificar a otros, que son, más bien críticos y les preocupa el decurso que ha tomado el “proceso de cambio”. A estos militantes, de última hora, no les parece peligroso ni la corrosión institucional, ni la corrupción, ni, mucho menos, la dirección que ha tomado el gobierno y el partido; pues están acostumbrados que todos los gobiernos desplieguen estas prácticas. Ellos mismos, intensifican y expanden estas prácticas paralelas.

Continuando con el perfil de las autoridades y representantes, en el Congreso, en el ejecutivo, en el órgano judicial, el perfil no dista mucho de los perfiles descritos. Los que pertenecen al pequeño grupo formado, también viven tempranamente el desgarramiento y lo resuelven cerrando los ojos a lo que ocurre, convenciéndose a sí mismo que todo “proceso de cambio” es así. Incluso, de manera más torpe, justifican las conductas del gobierno y sus contradicciones. En cambio, los que pertenecen a los estratos pragmáticos y oportunistas, si bien no se hacen líos, ni tienen dilemas, embarcándose como costumbre en la decadencia del régimen, son señalados por sus bases o sus votantes como inconsecuentes.

7.   La mecánica del derrumbe es esta articulación perversa de estos factores de desarme, desmoralizantes, destructivos, que integra y define la composición singular hacia el desenlace del partido y del gobierno. Es su forma de funcionamiento, que refuerza los procesos inherentes de hundimiento y decadencia.
  
8.   Lo más grave de esta mecánica del derrumbe es la ceguez, la atrofia de los sentidos, sobre todo de la razón. El reciclaje de todos estos factores de desarme, corrosivos y decadentes, reproductores de las formas más ateridas del conservadurismo, deriva en la alucinación colectiva del gobierno, de los aparatos de Estado, del partido, de la militancia y la dirigencia clientelar. Se comportan como un conjunto enajenado, que no atina a leer los signos, las señales, de la realidad efectiva. 


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Gobierno extraviado

Gobierno extraviado


Raúl Prada Alcoreza


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¿Qué se puede decir de un equipo, cuando después de perder un partido de futbol - que tiene dos tiempos, sino no hubiera habido un resultado -, cuando el equipo derrotado desconoce su derrota, y dice que tiene derecho a la “revancha”; fuera del cronograma y las reglas del juego, aceptadas por todos los equipos? No solamente que es un “mal perdedor”, sino que le importan un comino las reglas del juego, que tiene poco respeto a los hinchas de su equipo y del otro, que cree que puede desechar las reglas del juego, inventarse otras a su capricho. Los entusiastas del futbol dirían que ese equipo, “mal perdedor”, está chiflado.

Lo mismo pasa con un partido político gobernante, su presidente y vicepresidente, los ministros, el Congreso, los que se hacen llamar dirigentes de los movimientos sociales, y no son más que dirigentes impuestos por el gobierno, desconociendo la democracia sindical. Toda esta gente ha decidido desconocer las reglas del juego de la democracia institucionalizada; donde ellos se encuentran y además por este juego democrático llegaron al poder. ¿Qué se puede pensar de gente así? ¿Qué clase de subjetividad es esta?

No sirve de nada recurrir al discurso “ideológico” y considerarlo para responder las preguntas. El discurso “ideológico”, en la era de la simulación sirve para encubrir actitudes, acciones, prácticas políticas, que no condicen con el discurso ideológico. El debate entre “oficialismo” y “oposición” se mueve en la querella “ideológica”. La “oposición” asume como hecho lo que dice el discurso oficialista, para justificar sus actos; considera al oficialismo como expresión de “izquierda”, incluso “socialista”. En reciprocidad, el oficialismo considera a la “oposición” como expresión clara de la “derecha”; entonces, desde su punto de vista “ideológico” ya está condenada y descalificada. Lo que supone que sus discursos y sus acciones, sean las que sean, ya están justificadas, porque el gobierno es expresión política de “izquierda”. Esta apreciación muestra abiertamente toda la simpleza de la argumentación, que corresponde a un imaginario dualista de lo más simple, de buenos y malos.

¿No se dan cuenta que desde la estructura normativa de la Constitución cometen delitos constitucionales? ¿Qué sus actos son ilegales e ilegítimos? ¿Qué si lo hacen, lo que hagan no tiene valor jurídico-político? Por lo tanto, nadie está obligado a acatar. ¿No se dan cuenta que su ilegalismo convoca a otros ilegalismos; no solamente de parte de ellos, sino de la “oposición”, incluso del mismo pueblo? ¿Qué es lo que les lleva a desprender esta conducta extraviada? ¿Quiénes son estos sujetos extraviados en su laberinto?

La comedia política, que desplegaron en sus gestiones de gobierno, parece haberse convertido, en su imaginario, en la realidad. Esta comedia viene acompañada por mitos; el mito del caudillo, el mito del “gobierno de los movimientos sociales”, el mito del “proceso de cambio”. ¿Están tan atrapados en su comedia y en los mitos, que asumen que es así como es; entonces, sus conductas responden a estos mitos y a esta comedia? Como se es el gran caudillo, el gran padre de la patria, el mesías del pueblo, entonces, se puede hacer lo que guste, a su antojo. Por ejemplo, desconocer las reglas del juego democrático, desconocer a la misma Constitución, llamar a referendo porque lo requiere el deseo de poder y mantenerse en esta estructura de dominaciones. Esta gente ha convertido la frase el fin justifica los medios - que no corresponde a Maquiavelo, como el sentido común le indilga, sino a una interpretación simplona y oportunista de los analistas pos-Maquiavelo, que fungían de asesores del poder; en aquellos tiempos, de la monarquía absoluta – en una frase mucho más simplona: el fin soy yo y los medios están justificados por eso.

Es indispensable hacer el análisis de estas conductas políticas, de la psicología que sustenta a los comportamientos políticos extraviados. Tratar de comprender cómo funciona esta máquina de poder tan singular, que a pesar de denominarse, teóricamente Estado-nación, república - incluso en la misma Constitución, modificada por capricho del Vicepresidente, pues los órganos de poder no son otra cosa que la división de poderes y de los contrapesos de la estructura jurídico-política de la república, a pesar de autodenominarse, sin justificación alguna, “Estado plurinacional”, aunque no lo sea -, aunque estos conceptos se encuentran en discurso, explícitamente o implícitamente, se comporta y funciona como una máquina de poder. Sí, pero, en condiciones barrocas, mezcladas, ambivalentes, ambiguas; que se termina usando nombres que no corresponden a las prácticas políticas.

Como aconsejamos, no se puede analizar este fenómeno político - que combina, extrañamente, mimesis y despotismo, comedia violencia simbólica, además, intermitentemente, de combinar con violencia física -, usando los términos de “izquierda” y “derecha”, de “progresismo” y “conservadurismo”, y otros tantos términos esquemáticos y dualistas, que forman parte de los discursos “ideológicos”.  En la era de la simulación, estos términos no son referentes útiles para el análisis, aunque sean referentes imaginarios en la “ideología”. No se puede hacer un análisis si se parte de lo que creen que son los actores políticos. Para esto, para efectuar el análisis, es indispensable ubicar su papel en la maquina abstracta del poder, en la geopolítica del sistema-mundo capitalista, en la geopolítica local del capitalismo dependiente. Si se quiere, después, se puede contrastar esta su ubicación en el mapa de poder, con sus autodefiniciones “ideológicas”; en otras palabras, contrastar con las autorepresentaciones de la comedia política.


Estamos ante un perfil psicológico exaltado, que sobrevalora delirantemente a su propia persona, convirtiéndola, imaginariamente, en el centro sagrado de todo; por lo menos, de la vida política y social del país. Este perfil psicológico viene acompañado o rodeado por otros perfiles psicológicos que tienen, al menos alguno, un perfil psicológico parecido o equivalente, si es que no es más delirante todavía. Los otros perfiles psicológicos, generalmente son de condescendencia; forman parte de la comedia y de la reproducción de los mitos. Por lo tanto, se inclinan a apoyar y sostener las pretensiones desmesuradas del “jefe”. El perfil psicológico congresal oficialista expresa un apego sin discusión y sin reflexión a este símbolo del poder, encarnado en el caudillo. Los dirigentes sociales, que forman parte de esta gubernamentalidad clientelar, de manera más patética se manifiestan más que condescendientes, como alucinados seguidores, fanáticos creyentes, que les falta poco para considerar a su “jefe” como un Dios. Ciertamente el Vicepresidente expresó claramente una concepción parecida.

Una pregunta emerge: ¿Se trata de un movimiento político o de un movimiento religioso? Aunque sabemos que la genealogía de la política devela el substrato religioso, que sostiene el imaginario político, vale la pena hacerse la pregunta, que parece exageradamente contrastante y disímil, pues se requiere comprender sobre que sentimientos se afincan estas conductas políticas extraviadas.  La hipótesis interpretativa es la siguiente: Cuando la composición en esta genealogía política expande el imaginario religioso, más allá de su horizonte propio, invadiendo y otorgando significados, a otro horizonte, en este caso, el político, entonces, las conductas políticas son afectadas a tal punto que cuando se actúa en el campo político, se lo hace como si se estuviera actuando en el campo religioso.

En el campo religioso no hay exactamente reglas del juego, sino la relación ética y moral de religar con Dios. Se espera milagros, se busca la salvación, antes, el perdón, se promete el paraíso a quienes cumplan con devoción el paso transitorio por la vida, e infierno a quienes no lo hagan, transgrediendo la relación sagrada con Dios. En campo religioso la sumisión a Dios es un gozo mayúsculo. Cuando este arquetipo se traslada al campo político, con todas las diferencias que puedan asumirse, la política se trastoca, convirtiéndose como en una religión civil; si no es la relación con Dios, es la relación con el símbolo patriarcal del poder, el caudillo, que, en el fondo de los imaginarios, aparece significado como el mesías. Ante semejante interpretación, las reglas mundanas no valen nada. Lo que importa es marchar a la salvación, que, en el caso de la política, viene a ser el fin perseguido, que está enunciado en el programa y en los discursos oficiales.

De acuerdo a la hipótesis interpretativa lanzada, se puede sugerir que la animosidad del caudillo, de sus entonos palaciegos, de la militancia, del Congreso, de las organizaciones sociales, es afectivamente religiosa; animosidad que justifica, de antemano, cualquier actuación del presidente, cualquier ocurrencia, incluso cualquier desfachatez.

Respecto a esta genealogía política singular, no tiene mucho sentido hablar de “izquierda” y “derecha”, incluso de “progresismo” y “conservadurismo”, pues no hay correspondencia con el desenvolvimiento efectivo de la política. Si tendríamos que nombrar esta fenomenología política barroca, tendríamos que caracterizarla como dinámica de una política mesiánica. Esta composición singular es indudablemente conservadora. Los imaginarios de las dominaciones polimorfas reaparecen. El mito del caudillo emerge del mito del patriarca; el mito de la “revolución” - en el caso de que es simulada y forma parte de la comedia -, el mito de la verdad del discurso propio; el mito del Estado. Estos mitos no solamente conforman la formación imaginaria populista, sino que legitiman las estructuras de dominación heredadas y preservadas.

Si bien esta práctica política barroca, este populismo, es convocativo, por lo menos en un principio, en una etapa, del “proceso de cambio”, antes de mudarse y optar por la expansión de las relaciones clientelares, el problema es que sustituye las emancipaciones y liberaciones múltiples, si se quiere la revolución efectiva, por una catarsis colectiva, de carácter religioso-político. Las historias políticas de la modernidad han mostrado que el recorrido de estas expresiones políticas, si bien convocan al pueblo, moviliza sus fuerzas, apoyan a la experiencia social de la rebelión, una vez ocurrido esto, inmovilizan al pueblo, desarman sus organizaciones vitales de lucha, las convierten en dispositivos clientelares, destrozando toda posibilidad de seguir adelante. El resultado es paradójico; ocurre como si se hubiera despertado el pueblo, para terminar legitimando, en mejores condiciones, la reproducción del poder, que cuenta, ahora, con la expansión del pacto social comprometiendo a las mayoras.

No podríamos hablar, rigurosamente, de “progresismo”, pues se trata de tonalidades conservadoras. Ciertamente, las expresiones conservadoras más conocidas son las tradicionales; las ligadas a la oligarquía, después a la burguesía, expandiéndose a las “clases medias altas”. Cuyas formaciones discursivas pueden ser claramente conservadoras, cuando se ponderan los valores tradicionales de la oligarquía, su jerarquía y su propiedad latifundiaria;  o, en su caso, liberalesconservadurismo moderno, discurso apologético del Estado de derecho y de la república; o, en otro caso, neoliberalconservadurismo renegado, pues no se reconoce como tal, auto- identificándose como moderno, incluso expresión avanzada de la modernidad, además de concebirse como ciencia técnica de la economía.  El conservadurismo populista es, también un conservadurismo barroco; mezcla valoraciones religiosas con promesas sociales; mezcla el mito patriarcal con fragmentos discursivos emancipadores de moda; mezcla el folclore con fragmentos del discurso socialista. La diferencia con el conservadurismo tradicional radica en que se opone a los valores de la oligarquía y a su propiedad latifundiaria; por lo menos, de boca para afuera. La diferencia con el conservadurismo moderno liberal radica en que recurre a la democracia directa de la movilización popular; por lo menos, al principio, para luego adherirse a la democracia formal; pero, sin reconocerla plenamente, buscando saltar sus vallas cuando pueda. La diferencia con el conservadurismo renegado neoliberal, radica en que éste fue el enemigo, en la historia reciente, convirtiéndose el neoliberalismo en el referente odiado por el pueblo; en tanto que el pueblo encontró en el populismo la esperanza de curar sus heridas, salir de sus sufrimientos, encaminándose al cumplimiento de la promesa.

Sin embargo, a pesar de estas diferencias, el conservadurismo, comprendiendo todas sus tonalidades, forma como un bloqueReproduce el poder, es decir, las estructuras de dominación, aunque unas sean instituciones obsoletas, otras se presenten como modernas, entonces adecuadas, otras se presenten como técnicas, y el populismo se presente como “revolucionario”. Este bloque conservador responde a la gama de imaginarios sociales conservadores, haciendo compás con las formas de gubernamentalidad, que conllevan estas expresiones políticas. Si el populismo parece dislocar este bloque conservador, al comportarse como convocatoria popular y nacional; este dislocamiento es más circunstancial. Una fisura que después se suelda. Las mayorías terminan reenganchadas al Estado, que no es otra cosa que la institución que concretiza el poder abstracto, además de ser la institución imaginaria de la sociedad.

Lo que sucede con el populismo es abigarrado. Respecto y a diferencia de los liberales se conectan con el pueblo, lo nacional-popular; ésta es su virtud democrática, en tanto y en cuanto la democracia la ejerce el pueblo; empero, la desventaja, respecto a los liberales, es que retroceden, por así decirlo, en la forma de Estado; retroceden al Estado policial o, en el mejor caso a un oportunismo pragmático en la administración y respeto de las normas, reglas y Constitución; es decir, en lo que respecta a la estructura de la democracia institucional. Esta ambivalencia o mezcla, por cierto, no coadyuva a la emancipación y a la liberación. Es precisamente lo que detiene a la revolución, usando este concepto conocido en la modernidad.

La interpretación que hicimos es que este decurso sinuoso corresponde a una de las formas del círculo vicioso del poder. En consecuencia, el populismo, en sus distintas versiones, la del nacionalismo-revolucionario, que corresponde a la mitad del siglo XX, el de los llamados neo-populismos, que corresponde a fines del siglo XX y principios del siglo XXI, cuya versión conocida se denomina también “gobiernos progresistas”, contiene en sus propias estructuras política, “ideológica”, organizativa, esta contradicción inherente. Es como si tuviera inscrito el decurso curvo y circular en su propio programa inmanente.

La crítica a sus contradicciones, a sus inconsecuencias, no les llega al oído aunque la escuchen, pues la armadura de su “ideología”, sobre todo la sobrevaloración exaltada de su papel en la política, en la nación y respecto al pueblo, infla un sentimiento exacerbado de protagonismo pretendido.  En todo caso, esta crítica sirve como parte de la pedagogía política al pueblo. No hay que esperar ningún cambio, ninguna autocrítica, tampoco alguna reflexión sobre las contingencias políticas, por parte del populismo. Si bien, toda expresión política en el poder, pierde, por así decirlo, la cabeza, pierde el principio de realidad, se sumerge en sus burbujas, el problema del populismo es que este fenómeno se ahonda.

Ni siquiera se dan cuenta de lo que pasa cuando caen, ya sea por elecciones, ya sea por conflictos políticos expandidos e intensificados, ya sea por implosión. Se puede decir, entonces, que la “ideología” persiste más allá de la muerte. La explicación “ideológica” es que cayeron por “conspiración” de la “derecha”, apoyada por el “imperialismo”, también por la incomprensión de la “izquierda radical”, que coadyuvó a la “derecha” a derrocarlo. Jamás van a poder asumir que en gran parte su caída se debe a que ellos mismo construyeron su derrota.


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