La polisemia de la paz
Raúl Prada Alcoreza
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Hemos dicho que la paz es una idea, en el sentido kantiano; una construcción de la razón, un ideal. Aunque también construido por la esperanza. Sin embargo, hay que anotar que sus connotaciones se abren a la pluralidad semántica; dependiendo de la decodificación efectuada por distintos intérpretes sociales. Entonces estamos ante la polisemia de la paz, en el contexto de las concurrencias interpretativas. Si se supone como un promedio de sentido, que comparten todos, éste parece más una conjetura operativa, que efectiva. Sobre este supuesto compartido, que en la práctica no lo es, los grupos sociales se apropian del concepto de paz, atribuyéndole su propia interpretación.
Algunas preguntas orientadoras, podrían ser: ¿Cómo interpreta el gobierno el concepto de paz? ¿Cómo interpretan las FARC-EP la paz? ¿Cómo la interpretan los distintos estratos que votaron por el Sí? ¿Cómo la interpretan los distintos estratos que votaron por el No? ¿Cómo la interpretan los y las que se abstuvieron? ¿Cómo la interpretan las víctimas? Como se podrá ver la connotación del concepto de paz, si se quiere, la idea de paz, se abre a un abanico bastante grande. Por más que las interpretaciones se yuxtapongan en algunos o muchos casos; esto no borra la polisemia semántica de la paz.
Esta polisemia es importante tenerla en cuenta, al momento del análisis, pues, precisamente esta distribución connotativa es la que incide en las conductas políticas. Lo que es paz para unos es otra cosa para otros; es indispensable colocarse en esta múltiple hermenéutica social en juego, para comprender los comportamientos políticos; por ejemplo, al emitir el voto en el plebiscito o abstenerse.
Ahora bien, después de los resultados del plebiscito sobre el Acuerdo de Paz, que según las reglas del juego, ganó el No; es indispensable reflexionar sobre el resultado, no solamente desde las reglas del juego, sino sobre las señales y mensajes implícitos que manda este desenlace estadístico. Dijimos que es menester conocer las percepciones de los distintos estratos que votaron por el No; también dijimos que es necesario conocer las percepciones y la situación de los y las que se abstuvieron[1]. Esto para comprender la dinámica molecular social que converge en comportamientos políticos. Sin embargo, hay otros desplazamientos necesarios en el análisis de lo ocurrido. Enfocando desde la perspectiva democrática, por lo menos, de lo que debería ser, en el sentido de la legitimidad y legitimación política, siendo incluso el caso de la democracia formar e institucionalizada, vemos, que la masa estadística que ha ganado es la abstención; no exactamente el No.
Desde el punto de vista del enfoque de la democracia, el plebiscito no puede legitimar ni deslegitimar nada, pues la mayoría aplastante ha estado ausente en el plebiscito. Si el pueblo no está, en el sentido de la desmesura de la mayoría, que asume, representativamente, la expresión de la totalidad del pueblo, no hubo, efectivamente, ejercicio de la democracia; incluso bajo consideraciones formales e institucionales de la democracia. Ética y políticamente no puede realizarse la legitimación, ni lograrse la legitimidad de nada. En otras palabras, el ejercicio de la democracia está en crisis.
Quizás antes de pugnar sobre el Acuerdo de Paz, haya que exigir que se cumplan las condiciones de posibilidad del ejercicio de la democracia; por lo tanto, de las mecánicas políticas de la legitimación. No es aceptable, desde la perspectiva política, en sentido pleno, que grupos de poder, estructuras de poder, se apoderen de las decisiones políticas, de las representaciones, excluyendo al pueblo, hablando, paradójicamente, a nombre del pueblo.
Ciertamente, esta usurpación de la democracia, de la voz del pueblo, a través de la representación institucional, este forcejeo para legalizar las decisiones cupulares, en realidad, grupales, ha venido ocurriendo a lo largo de la historia política de la modernidad. Sin embargo, porque haya sido así no implica que también es explicable y aceptable lo acaecido en el plebiscito. El plebiscito, como desenlace político, muestra toda la carencia política de una democracia simulada.
Incluso, pongámonos en el caso hipotético, en ese “escenario”, tal como les gusta nombrar a los “analistas políticos”, que hubiese ganado el Sí - poco le faltaba -, tampoco podría el resultado ser legítimo ni legitimarse, pues sigue ausente de la participación de la mayoría del pueblo colombiano. Esto es grave, solo considerando nada más que la legitimidad democrática. Todavía no incorporamos las condiciones de posibilidad de la realización del Acuerdo de Paz, de concretarlo. Algo que exige mucho más que las condiciones de posibilidad de la legitimación.
Sin embargo, esto es lo sorprendente, ocurre como cuando se conjetura un promedio de sentido, en la concurrencia de las interpretaciones; la conjetura implícita, perversa, por cierto, es que el pueblo está, de alguna manera, en el contingente de los votantes. Es como si en esta ausencia se edificara la susodicha democracia institucional, circunscrita a la arquitectura de la república de equivalencia de poderes; donde están estas instituciones que hacen al Estado, cuando falta precisamente el ejercicio deliberativo y de formación de concesos por parte del pueblo. Es pues, precisamente en la exclusión de la mayoría popular donde se logra ejercer esta democracia extraña, que tiene de gubernamentalidad; pero, nada de democracia, en el sentido pleno de la palabra.
Se podría decir, comentando, que la democracia anda mal. Pero, esto parece que a nadie le mella; pues los gobernantes siguen gobernando y decidiendo como si la mayoría del pueblo hubiera avalado todas sus decisiones políticas. Las elecciones se dan de manera rutinaria, como cumpliendo con una ceremonia del poder, que se unge de una legitimidad chuta. La política, en sentido restringido, institucional, se efectúa con “normalidad”, sobre substratos, por así decirlo, de anomalías democráticas. Todo el mundo sabe que esto no está bien o, si se quiere, matizando, no está del todo bien; sin embargo, se sigue adelante sobre este mal funcionamiento de la máquina política. ¿Acaso no hay consciencia que una máquina que funciona mal es peligrosa? Conlleva el riesgo de desbarrancarse.
¿Queremos la paz? ¿Queremos parar la guerra permanente? ¿Lo vamos a lograr con un Acuerdo de Paz? Que después de ser anulado por la victoria del No, se trata de reformarlo, en convenio con otros participantes incorporados a posterioridad, participantes que tienen la peculiaridad de haber promocionado el No. ¿Por qué no se incorporan a los del Sí, que no necesariamente hay que asimilarlos a las irradiaciones ideológicas de las FARC-EP? ¿Por qué no incorporar a los y las de la abstención? ¿Por qué no incorporar a las víctimas? ¿Por qué no incorporar a los y las jóvenes colombianas, a las composiciones sociales vitales de la sociedad colombiana? ¿Por qué restringirse a los que tienen el monopolio de la representación, también el monopolio de la fuerza de las armas? No solamente refiriéndonos al Estado-nación, a las FARC-EP, sino a las organizaciones paramilitares. Este desconocimiento taxativo del pueblo, en sus múltiples expresiones, constituciones, singularidades, habla mucho de no solo la usurpación de la palabra y de la voluntad popular, sino, sobre todo, de los métodos de dominación, de exclusión de las mayorías, justamente cuando se hacen las cosas a nombres de ellas.
¿Por qué pueblos tan vitales, tan intensos, en las expresiones sociales de la vida cotidiana, del arte, de la cultura, de los perfiles transgresores o, matizando, propios, deja que le usurpen la requerida construcción colectiva de la decisión política? ¿Por qué dejan que les impongan una democracia chuta, una democracia simulada? ¿Deja esta banalidad grotesca del forcejeo por el poder, de la concurrencia estridente de la clase política, a los señores y doctorcitos megalómanos y engreídos, que son nombrados como líderes? Hay que preguntarse multitudinariamente esto.
Como lo dijimos varias veces, el secreto del poder y las dominaciones, no se encuentra en la disponibilidad de fuerzas del Estado, en el acceso al asiento simbólico del poder, el gobierno, no se encuentra en los que dominan, sino en la renuncia a seguir luchando, por parte del pueblo; a esto hemos llamado deseo del amo[2]. Aunque no lo sepan los gobernantes, los dominadores, apuestan a esta docilidad de parte del pueblo. Si bien llegan a creer que ellos se merecen el poder, ya sea por “naturalidad”, por herencia o habilidad y astucia, o, si se quiere, por ser portadores de la palabra del pueblo, esto es más creencia e imaginario, que efectiva dinámica del poder. El secreto de la dominación se encuentra en la renuncia a luchar por los derechos conquistados, por el ejercicio de la democracia, incluso en sentido restringido; mucho más si se trata del ejercicio de la democracia en sentido pleno; es decir, como autogobierno.
[1] Desenlaces inesperados. También ver Derrota de la esperanza y de las víctimas.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/desenlaces-inesperados/.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/desenlaces-inesperados/.
[2] Ver Del deseo del amo al deseo nómada. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/del-deseo-del-amo-al-deseo-nomada/.
Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-polisemia-de-la-paz/
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