miércoles, 30 de marzo de 2016

Estrategias banales

Estrategias banales

Raúl Prada Alcoreza













La historia ha ensalzado a formaciones de dominaciones centralizadas, ya sea como imperios o estados expansivos. Incluso ha considerado las geopolíticas, puestas en juego; ya se interprete retrospectivamente los sucesos expansivos de dominación centralizada, antes que la geopolítica como estrategia geográfica de dominación y como teoría se haya dado; ya sea que se parta propiamente de concepciones de dominación del espacio, tanto como espacio vital o como espacio mundial, una vez que la geopolítica se ha convertido en paradigma político. En otras palabras, la historia ha tomado en serio los imaginarios imperiales, que sitúan su centro simbólico en la centralización absoluta del poder, en un centro vacío. El cuerpo del monarca, que no existe como la alegoría del poder lo quiere, ya sea como hijo de Dios o como el que está por encima de la ley y las necesidades. Esta narrativa del poder es un mito.

La modernidad, el Estado moderno, ha heredado este mito del poder y lo ha transferido a sus formaciones discursivas, que hablan del Estado-nación, que legitiman su edificación republicana en la soberanía del pueblo. El centro vacío ya no es el monarca, sino el pueblo ausente, pues el pueblo no está en el poder, no ejerce gobierno; está ausente efectivamente en la estructura estatal. Solo está su fantasma, la representación política e “ideológica”, que deja el vacío requerido por el centro, precisamente para llenar ese hueco con narrativas convenientes, según los periodos, según los estratos sociales, que ocupan la maquina fabulosa burocrático-administrativa del Estado.

Que el pueblo no esté efectivamente en el centro del poder, ayuda a ejercer las dominaciones desplegadas a nombre del pueblo. Del otro lado, el pueblo concreto, con toda su complejidad y pluralidad cargada, no ejerce gobierno, sino que se convierte en objeto y materia del poder. Del otro lado, no hay vació, sino espesores sociales y culturales, conglomerados de fuerzas, que realizan prácticas y conforman relaciones y estructuras de reproducción social.  El vacío del centro del poder no reaparece, pues no hay un centro en la sociedad rizomática, plural y múltiple, diversa y dinámica. Lo que hay, en vez de este vació central, es la distribución dispersa de “ideologías”, imaginarios institucionales, ateridos a sus cuerpos, inscritos por diagramas y cartografías de poder.

Las “ideologías” compartidas por las multitudes, que hacen al pueblo, son, en parte, resonancias de los mitos, que hace circular el Estado; en parte, herencias de memorias sociales guardadas, transmitidas oralmente o a través de costumbres; son memorias no actualizadas, no asumidas críticamente, sino como verdades heredadas. En parte, también, son incorporaciones novedosas, derivadas de la experiencia de las luchas sociales, así como de formaciones discursivas modernas, en las que se encuentran las interpelaciones y criticas de corrientes, por así decirlo, de vanguardia. Cuando, en esta constelación “ideológica” preponderan los mitos del Estado, la legitimidad estatal se aproxima a lo logrado. Cuando las tradiciones preponderan, de manera no actualizada ni critica, el pasado, que es una referencia imaginaria, pesa tanto, que detiene la movilización y las luchas, adormeciendo las capacidades populares transformadoras. Cuando, en cambio, prepondera la memoria de la experiencia de las luchas, el pueblo es capaz de asumir el presente como transformación del pasado y del futuro.

No negamos, que la anterior exposición es esquemática; empero, ayuda a ilustrar, de una manera simple, el juego, no solamente de fuerzas, sino de proyectos sociales y políticos, no necesariamente dichos o, si se quiere, racionalizados, sino inherentes a las propias practicas sociales. Entonces, podemos replantear, a partir de estas consideraciones, la paradoja conservadurismo-progresismo.

Habíamos dicho que la paradoja conservadurismo-progresismo plantea no una contradicción sino una complejidad. Cierto conservadurismo inherente a la información, a la retención de la información, a la memoria operativa, a los programas, en el sentido técnico, es la base para las transformaciones. En cambio, otro conservadurismo, vinculado a los mitos del poder, a las “ideologías” institucionales, a los prejuicios ateridos, destruyen las condiciones de posibilidad de las transformaciones. Desde la exposición que hicimos, vemos que la relación social con la memoria es, por así, decirlo, determinante. Si la memoria, que es la interpretación perceptual, individual y social de la experiencia, es capturada por el Estado, por lo menos metafóricamente, la memoria se vuelve una caricatura de la memoria social; en otras palabras, un olvido impulsado por el Estado. Si la memoria social es atrapada por el acopio de recuerdos transmitidos, sin reflexión colectiva, simplemente como amontonamiento, que lleva a distintas mezcolanzas, las capacidades populares terminan atrapadas en “ideologías” barrocas, que pueden ser sugerentes, en lo que respecta a la descripción de los imaginarios; empero, atan las iniciativas populares, las mismas que, prontamente terminan reencauzadas por el Estado y por gobiernos demagógicos. En cambio, si la memoria social es interpretada desde la experiencia de las luchas, desde la memoria fresca y dinámica de las luchas, entonces, la memoria social puede liberarse de su caricatura estatal y recuperar el pasado en su complejidad simultánea y dinámica; en consecuencia, entonces el futuro aparece como campos de posibilidades abiertos.

Desde esta perspectiva, hablaremos de estrategias conservadoras y de estrategias transformadoras. Las estrategias conservadoras son no solamente las supuestas estrategias políticas, expuestas en discursos, en teorías geopolíticas, en planes de incidencia, sino son también las estrategias efectivas, inherentes a las prácticas sociales y a las mecánicas institucionales. Las estrategias transformadoras, que también son inherentes a las prácticas, por ejemplo, de movilizaciones anti-sistémicas, y a las formas de organización de contra-poderes, se generan en la dinámica misma de las luchas; no, como en el otro caso, en las estructuras fijas de las mallas institucionales del Estado o, en su caso, en los barroquismos acumulados como museos de recuerdos contemplativos.

Las estrategias conservadoras, tengan la característica que tengan, son banales, pues solo llevan de nombre eso de “estrategias”; no están destinadas, obviamente, a cambiar, sino, más bien, a la inercia del poder.  No son, por lo tanto, proyecciones para la acción, sino son simulaciones de estrategias, que cumplen, para contrastar, el papel de causar la inacción, el conformismo, la subordinación. Decimos que estas “estrategias” son banales porque están pronunciadas, invocadas, diseñadas, en vano o para la vana tarea de dibujar “horizontes” que no lo son, siendo más bien umbrales. Son también banales, pues su expresión discursiva reduce tanto la complejidad, sinónimo de realidad, que las caricaturas conformadas solo sirven para simular cierta seria formalidad, cuando, en el fondo, el poder y las dominaciones no tienen nada que ofrecer, pues no conciben el futuro, sino el fin de la historia. Si hablan de “futuro” es solamente nombre o palabra, sin concepto; se trata de un “futuro” vacío, que es llenado como proyección estéril del presente de las dominaciones. Si revisamos las guerras en las que se han involucrado las potencias imperiales, vemos que son banales, a un costo de tragedias aterradoras. ¿Qué es lo que han logrado? Exagerando, diremos nada. En el mejor de los casos, las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial, detuvieron la barbarie racional y moderna de la “raza aria”. Los otros, obtuvieron como resultado su propia destrucción, además de haber enseñado, negativamente, lo que el hombre es capaz de hacer, amenazando a la vida misma.


Si revisamos sus geopolíticas encontradas, en verdad, por decirlo metafóricamente para ilustrar, no había nada serio, salvo la pretensión discursiva y la ceremonialidad del poder. Tomar en serio la geopolítica, tal como fue diseñada, de dominación mundial de la “raza aria”, es como tomar en serio la elucubración figurada de un personaje de dibujos animados. Creer, que del otro lado, tanto de la democracia formal como del socialismo real había una “estrategia” seria, es también considerar los deseos y las buenas intenciones, expuestas de manera metodológica, como si fuesen proyectos completos históricos-políticos-culturales. Lo que si había, en el lado de la democracia formal, era la “ideología” liberal, que convocaba a la humanidad, en tanto humanismo conservador. Lo que si había del otro lado, del socialismo real, era una “ideología” estatalista, que pretendía enunciarse como discurso socialista o como humanismo “revolucionario”. El “socialismo” que nos presenta en la formación discursiva materialista no dejaba de ser una caricatura, sin fondo, sin espesores, sin estructuras claras, sin realidad concreta; el “socialismo” que nos ofrece efectivamente es la de un Estado policial absoluto. Por eso, decimos que se trata de “estrategias” banales, pues no suponen programas, en el sentido operativo de la palabra, como techné de incidencia en la realidad, sinónimo de complejidad. Sino, más bien, discursos “ideológicos”.  

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