Estrategias banales
Raúl Prada Alcoreza
La historia
ha ensalzado a formaciones de
dominaciones centralizadas, ya sea como imperios
o estados expansivos. Incluso ha
considerado las geopolíticas, puestas
en juego; ya se interprete
retrospectivamente los sucesos expansivos de dominación centralizada, antes que la geopolítica como estrategia
geográfica de dominación y como teoría
se haya dado; ya sea que se parta propiamente de concepciones de dominación del espacio, tanto como
espacio vital o como espacio mundial, una vez que la geopolítica se ha convertido en paradigma
político. En otras palabras, la historia
ha tomado en serio los imaginarios
imperiales, que sitúan su centro
simbólico en la centralización
absoluta del poder, en un centro
vacío. El cuerpo del monarca, que
no existe como la alegoría del poder
lo quiere, ya sea como hijo de Dios o
como el que está por encima de la ley y las necesidades. Esta narrativa del
poder es un mito.
La modernidad,
el Estado moderno, ha heredado este mito del
poder y lo ha transferido a sus formaciones discursivas, que hablan del
Estado-nación, que legitiman su edificación republicana en la soberanía del pueblo. El centro vacío ya no es el monarca, sino
el pueblo ausente, pues el pueblo no
está en el poder, no ejerce gobierno; está ausente
efectivamente en la estructura estatal.
Solo está su fantasma, la representación política e “ideológica”,
que deja el vacío requerido por el centro, precisamente para llenar ese hueco con narrativas convenientes, según los periodos, según los estratos
sociales, que ocupan la maquina fabulosa burocrático-administrativa del Estado.
Que el pueblo no esté efectivamente en el centro del poder, ayuda a ejercer las dominaciones desplegadas a nombre del
pueblo. Del otro lado, el pueblo concreto,
con toda su complejidad y pluralidad cargada, no ejerce gobierno, sino que se convierte
en objeto y materia del poder. Del otro lado, no hay vació, sino espesores sociales y culturales, conglomerados de fuerzas, que
realizan prácticas y conforman relaciones y estructuras de reproducción
social. El vacío del centro del poder no reaparece, pues no hay un centro en la sociedad rizomática, plural y múltiple, diversa y dinámica. Lo que
hay, en vez de este vació central, es
la distribución dispersa de “ideologías”, imaginarios institucionales, ateridos
a sus cuerpos, inscritos por diagramas y
cartografías de poder.
Las “ideologías” compartidas por las multitudes, que hacen al pueblo, son, en
parte, resonancias de los mitos, que hace circular el Estado; en
parte, herencias de memorias sociales
guardadas, transmitidas oralmente o a través de costumbres; son memorias no actualizadas, no asumidas
críticamente, sino como verdades heredadas. En parte, también, son incorporaciones novedosas, derivadas de
la experiencia de las luchas sociales, así como de formaciones discursivas modernas, en las
que se encuentran las interpelaciones y
criticas de corrientes, por así decirlo, de vanguardia. Cuando, en esta constelación “ideológica” preponderan
los mitos del Estado, la legitimidad estatal se aproxima a lo
logrado. Cuando las tradiciones
preponderan, de manera no actualizada
ni critica, el pasado, que es una referencia
imaginaria, pesa tanto, que detiene la movilización
y las luchas, adormeciendo las capacidades populares transformadoras. Cuando,
en cambio, prepondera la memoria de la
experiencia de las luchas, el pueblo es capaz de asumir el presente como transformación del pasado y del futuro.
No negamos, que la anterior exposición es esquemática; empero, ayuda a ilustrar, de una manera simple, el juego, no solamente de fuerzas, sino de proyectos sociales y políticos, no necesariamente dichos o, si se
quiere, racionalizados, sino inherentes a las propias practicas sociales. Entonces, podemos replantear, a partir de estas
consideraciones, la paradoja
conservadurismo-progresismo.
Habíamos dicho que la paradoja conservadurismo-progresismo plantea no una contradicción sino una complejidad. Cierto conservadurismo inherente a la información,
a la retención de la información, a
la memoria operativa, a los programas, en el sentido técnico, es la base para las transformaciones. En cambio, otro conservadurismo, vinculado a los mitos del poder, a las “ideologías” institucionales, a los prejuicios
ateridos, destruyen las condiciones
de posibilidad de las transformaciones.
Desde la exposición que hicimos, vemos que la relación social con la memoria es, por así, decirlo, determinante. Si la memoria, que es la interpretación
perceptual, individual y social de la experiencia,
es capturada por el Estado, por lo menos metafóricamente, la memoria se vuelve una caricatura de la memoria social; en otras palabras, un olvido impulsado por el
Estado. Si la memoria social es
atrapada por el acopio de recuerdos
transmitidos, sin reflexión colectiva,
simplemente como amontonamiento, que
lleva a distintas mezcolanzas, las capacidades populares terminan atrapadas
en “ideologías” barrocas, que pueden
ser sugerentes, en lo que respecta a la descripción de los imaginarios; empero, atan las iniciativas
populares, las mismas que, prontamente terminan reencauzadas por el Estado
y por gobiernos demagógicos. En
cambio, si la memoria social es
interpretada desde la experiencia de las
luchas, desde la memoria fresca y
dinámica de las luchas, entonces, la memoria social puede liberarse de su caricatura estatal y recuperar el pasado en su complejidad simultánea y dinámica; en consecuencia, entonces el futuro aparece como campos de posibilidades abiertos.
Desde esta perspectiva, hablaremos de estrategias conservadoras y de estrategias transformadoras. Las estrategias conservadoras son no
solamente las supuestas estrategias políticas,
expuestas en discursos, en teorías geopolíticas, en planes de incidencia, sino son también las
estrategias efectivas, inherentes a
las prácticas sociales y a las mecánicas institucionales. Las estrategias transformadoras, que también
son inherentes a las prácticas, por
ejemplo, de movilizaciones
anti-sistémicas, y a las formas de
organización de contra-poderes,
se generan en la dinámica misma de
las luchas; no, como en el otro caso,
en las estructuras fijas de las mallas institucionales del Estado o, en
su caso, en los barroquismos
acumulados como museos de recuerdos
contemplativos.
Las estrategias
conservadoras, tengan la característica que tengan, son banales, pues solo llevan de nombre eso
de “estrategias”; no están destinadas, obviamente, a cambiar, sino, más bien, a la inercia
del poder. No son, por lo tanto, proyecciones para la acción, sino son simulaciones de estrategias,
que cumplen, para contrastar, el papel de causar la inacción, el conformismo,
la subordinación. Decimos que estas “estrategias”
son banales porque están
pronunciadas, invocadas, diseñadas, en vano o para la vana tarea de dibujar “horizontes”
que no lo son, siendo más bien umbrales.
Son también banales, pues su expresión discursiva reduce tanto la complejidad, sinónimo de realidad, que las caricaturas conformadas solo sirven para simular cierta seria formalidad, cuando, en el fondo, el poder y las dominaciones no tienen nada que ofrecer, pues no conciben el futuro, sino el fin de la historia. Si hablan de “futuro” es solamente nombre o
palabra, sin concepto; se trata de un
“futuro” vacío, que es llenado como proyección estéril del presente de las dominaciones. Si revisamos las guerras en las que se han
involucrado las potencias imperiales,
vemos que son banales, a un costo de tragedias aterradoras. ¿Qué es lo que
han logrado? Exagerando, diremos nada.
En el mejor de los casos, las potencias
vencedoras de la segunda guerra mundial, detuvieron la barbarie racional y moderna de la “raza aria”. Los otros,
obtuvieron como resultado su propia destrucción, además de haber enseñado,
negativamente, lo que el hombre es capaz de hacer, amenazando a la vida misma.
Si revisamos sus geopolíticas
encontradas, en verdad, por decirlo metafóricamente
para ilustrar, no había nada serio, salvo la pretensión discursiva y la ceremonialidad
del poder. Tomar en serio la geopolítica,
tal como fue diseñada, de dominación
mundial de la “raza aria”, es como tomar en serio la elucubración figurada
de un personaje de dibujos animados. Creer, que del otro lado, tanto de la democracia formal como del socialismo real había una “estrategia”
seria, es también considerar los deseos y
las buenas intenciones, expuestas de
manera metodológica, como si fuesen proyectos completos
históricos-políticos-culturales. Lo que si había, en el lado de la democracia formal, era la “ideología” liberal, que convocaba a la humanidad, en tanto humanismo
conservador. Lo que si había del otro lado, del socialismo real, era una “ideología” estatalista, que pretendía
enunciarse como discurso socialista o como humanismo
“revolucionario”. El “socialismo” que nos presenta en la formación discursiva materialista no dejaba de ser una caricatura, sin fondo, sin espesores,
sin estructuras claras, sin realidad
concreta; el “socialismo” que nos ofrece efectivamente es la de un Estado policial absoluto. Por eso,
decimos que se trata de “estrategias” banales,
pues no suponen programas, en el
sentido operativo de la palabra, como
techné de incidencia en la realidad,
sinónimo de complejidad. Sino, más
bien, discursos “ideológicos”.
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