Genealogías y espesores de las instituciones
Raúl Prada Alcoreza
Consideramos a las instituciones
como espesores sociales; espesores conformados por flujos sociales, retenidos o, mejor
dicho, por lo menos en la etapa inaugural, como flujos que forman bucles y torbellinos, que aplican sobre sí mismos el fluir mismo de los flujos,
su energía. Estos espesores sociales son creados por los
propios flujos. Hemos supuesto una fuerza gravitacional social, que empuja
a la asociación; asociación que se conforma respondiendo a la paradójica fuerza gravitacional social, que atrae y repulsa. La atracción
concentra, agrega, acumula; en tanto que la repulsión,
no es que desconcentra, sino que el rechazo
provoca órbitas; no es que desagrega, sino que delimita, separa, impide, bloquea la llegada de la masa rechazada; no es que des-acumula sino forma otros grumos, otros espesores, a cierta distancia, generando un mapa de competencias institucionales.
No vamos a decir que las instituciones son necesarias;
en este enunciado se encuentra la mirada humana con todos sus límites. Hay algo en las instituciones que no responden a los
constreñimientos humanos, menos a sus interpretaciones.
Por más humanas que sean las instituciones
sociales, hay algo en ellas que responde al juego de las fuerzas fundamentales. La pregunta es. ¿Por qué están
esas fuerzas fundamentales? Una más
concreta: ¿por qué está ahí la fuerza
gravitacional, combinándose con las otras fuerzas fundamentales? Esa es la pregunta que tampoco la física
contemporánea ha respondido.
Las instituciones
están ahí donde están por esa fuerza
supuesta, que hemos denominado fuerza
gravitacional social; fuerza que
nos empuja a asociarnos. Como hemos
dicho, siguiendo a nuestra hipótesis prospectiva, esta fuerza, conocida, en su condición
física, como fuerza gravitacional, atraviesa
todo el tejido espacio-temporal del
universo. ¿Qué significa el asociarse?
El asociarse, formar sociedad,
significa, en su polisemia, hacerse socios
en uno muchos emprendimientos. Estos emprendimientos pueden estar ligados a
las estrategias de sobrevivencia.
Parece que lo connotativo son los compromisos
asumidos, la colaboración
lograda, la coordinación de
esfuerzos, sobre todo la capacidad
sumada de creatividad, de inventiva, de aperturas. Las asociaciones,
en gran escala, al conformar instituciones,
hacen girar los flujos sociales sobre sí
mismos; las instituciones se
alimentan con estos giros, estos
movimientos circulares y recurrentes, que no solo reproducen, día a día, las instituciones, sino que las acrecientan,
incluso las transforman, aunque sea
por desplazamientos imperceptibles.
Las instituciones, al girar en sí mismas, al
convertirse en espesores relativamente
autónomos, definen su propio mundo chico,
como una burbuja, aunque no pueda
nunca zafarse del mundo grande, del mundo como mundanidad, del mundo en
devenir. Pero, al convertirse en un espesor
definido, en una composición
institucional concreta, comienza a jugar un rol en el mapa institucional, además, en los ámbitos conmovidos por los movimientos
circulares de las instituciones y
los movimientos de fuga de los flujos. Su peso altera el tejido social, por así decirlo, usando
una metáfora física, lo curva, generando también un movimiento curvo de los flujos. Parte de estos flujos son capturados por las instituciones
para su funcionamiento; parte de
estos flujos orbitan alrededor de las instituciones;
en tanto que otra parte sigue libre, fluyendo espontáneamente.
Las instituciones
son creadas por los flujos sociales,
por el empuje a la asociación;
empero, debido el crecimiento de las instituciones,
llega un momento, a partir del cual,
las instituciones afectan el curso de
los flujos, obligándolos a la
sedentarización, para hacer funcionar
a las instituciones; induciendo a parte de los flujos a orbitar; en tanto que otros flujos
huyen de las capturas institucionales
y de la obligación a orbitar. En este
sentido, se puede suponer, por lo menos, dos etapas de las instituciones; una etapa útil, de servicio a la sociedad; otra etapa, inútil, no
solamente inservible, sino afectante, destructiva de la sociedad misma.
¿Por qué a partir de un determinado momento, a partir de un punto de inflexión, las instituciones, que son indispensables,
desde la perspectiva de la asociación, se vuelven, calamitosamente,
una carga; sobre todo una amenaza? ¿Sucede algo parecido, solo que
de manera análoga y en escalas muchísimo más pequeñas, que lo que sucede con
las mega estrellas que colapsan? ¿Hay
como una tendencia al colapso a
partir del momento cuando, en vez de
ser herramientas para la sobrevivencia y para desenvolvimiento libre de la sociedad y sus miembros, se convierten
en los monstruos que dirigen la vida de la sociedad, la aprisionan y la
ahogan en un mar de reglas, de normas, de procedimientos burocráticos ya
vueltos absurdos por su inutilidad? Esto parece ocurrir.
La fantasía conservadora
de las instituciones, en su etapa
degradante, es capturar a todos los flujos sociales, a toda la potencia social; si no ocurriera esto,
por lo menos, capturar a parte de los
flujos y obligar a orbitar a la otra parte de los flujos. Si esto ocurriera, acabaría no
solamente la apertura y la creatividad de los flujos, sino, al no contar con flujos
libres, las instituciones mismas colapsarían. Sin embargo, este camino parece ser largo; en
el transcurso, las instituciones entran
en crisis intermitentemente. Estas crisis irradian en la sociedad, arrastrando
al conjunto social a la decadencia de
las instituciones.
Una primera hipótesis
interpretativa, que sugiere una primera conclusión, sería que las mónadas sociales no controlan los efectos de masa de sus acciones; sobre todo, de sus asociaciones. Lo paradójico
es que, a partir de un determinado momento, quedan atrapadas por sus propias construcciones,
que se convierten en redes y mallas de
captura y subordinación. Pero, ¿Por qué estos efectos masivos de las asociaciones
siguen este decurso como una condena? ¿Hay algo en las asociaciones mismas que desata este decurso, a partir de un
determinado momento? ¿O hay algo en
la supuesta fuerza gravitacional social
que, a partir de un determinado momento,
arrastra a las instituciones a su
propia decadencia? Es difícil
saberlo; pero, está en las manos de los constructores
de estas instituciones, en manos de
los flujos sociales, el corregir este
decurso, pues son estos flujos los
que son capturados, los que orbitan y los que son libres. Son esto flujos los que reproducen este drama.
La pregunta crucial es: ¿por qué no lo hacen? Desde el
2010, después de la Asamblea Constituyente, hemos perseguido responder esta
pregunta. De las conclusiones a las que llegamos, vale la pena citar algunas,
por lo menos dos; la primera, no tanto por su importancia, sino por su
sencillez, es: el deseo del amo. La dominación se da, se efectúa, persiste,
porque, en el fondo, hay un deseo del amo.
De esta conclusión, que ciertamente ya se encontraba en la crítica de Wilhelm Reich, deducimos que hay dominación porque hay aceptación
de la dominación; se renuncia a
seguir luchando, se consolida el conformismo,
que alimenta la sumisión. El secreto de poder se encuentra en la renuncia
a la resistencia y a la lucha, a la continuación de la lucha;
prefiriendo la ilusión de la promesa estatal, que no es otra cosa que
un chantaje emocional, un mecanismo
de adormecimiento.
Hay que tener en cuenta que los flujos sociales no solamente entablan relaciones de composición
entre ellas, otras, si se quiere, relaciones orbitales, mientras las otras, escapan a las capturas y a las inducciones
orbitales, sino, sobre todo, las dos primeras, establecen relaciones con las instituciones. Es más, las instituciones
constituyen en los flujos sociales sujetos
sociales; en otras palabras, las instituciones
también constituyen sujetos sociales.
¿Cómo pueden los sujetos sociales
interpelar a las instituciones que
los han constituido? En realidad, no lo hacen; cuando se da lugar la interpelación social, la movilización social, no lo hacen como sujetos sociales, sino, mas bien, cuando
se de-sujetan moralmente,
socialmente, culturalmente, de las instituciones
inscritas en sus cuerpos.
Para decirlo rápidamente, recurriendo a nuestras
metáforas, no lo hacen como sujetos
sociales, sino, otra vez, como flujos
sociales; solos que flujos devenidos
desde el devenir sujeto; conllevando la
experiencia dramática de las capturas institucionales, remontando la memoria de las dominaciones inscritas. Los flujos
sociales retornan a su condición de potencia
social. Sin embargo, esta condición no
es permanente, es, mas bien, intermitente. Ocurre como si hubiera dos polos, figurativamente, entre los que
oscilan los flujos sociales; el polo estatal, la fabulosa máquina de capturas, y el polo, por así decirlo, aunque no lo sea,
del tejido del espacio-tiempo nómada.
Los flujos que escaparon a las mallas y redes institucionales, por lo menos, por un momento,
generan campos de posibilidades,
otros horizontes, vislumbrando otros
recorridos. Esta es la primavera de las movilizaciones
sociales anti-sistémicas; empero, la primavera
no dura más de lo que dura. Esto no depende de ciclos establecidos, como el
caso de los ciclos climáticos, sino de si se da lugar la liberación de la potencia
social o si se trata de liberaciones
parciales y momentáneas. La liberación
de la potencia social implica no
solamente la manifestación de la demanda, la expresión de la interpelación, el
despliegue de las movilizaciones, incluso la revuelta, la subversión, la
insurrección, hasta la revolución
misma; implica desencadenarse de todas las cadenas, despojarse de todas las inscripciones del poder en el cuerpo, des-inscribirse, deconstruir toda la narrativa del poder, sobre todo, diseminar toda las mallas
institucionales del poder, que efectúan los diagramas de poder. Mientras
no ocurra esto, las explosiones intermitentes de la potencia social, solo son explosiones volcánicas, que afectan al
contorno y por un periodo corto o mediano. Los flujos sociales desencadenados siguen
atados a los lazos del poder. Por eso,
retornan a su cautividad, en una suerte de relación sadomasoquista, edulcorada
por las promesas políticas, de
carácter populista o socialista.
En la preservación y recurrencia de estos retornos a las mallas institucionales del poder, han coadyuvado las “ideologías
revolucionarias”, apologistas de la promesa socialista o nacional-popular, que han pintado de
colores no solo la promesa, sino a la
misma fabulosa maquinaria de captura,
invistiéndola de aureolas y de lecturas complacientes, señalándola como instrumento benefactor, instrumento de cambio, instrumento de transición hacia el socialismo. Esta “ideología” de las promesas ha sustituido al discurso de la legitimación del Estado burgués; interpela al Estado burgués; empero, no dice que va usar ese Estado como si
fuese una herramienta neutral, para
efectuar la “revolución”, solo que modificada, cambiada de nombre; en el mejor
de los casos, transformada, empero, reproduciendo la fabulosa maquina despótica, devenida de la inscripción inicial de la deuda
infinita, la deuda de los pueblos y naciones con el emperador. Máquina despótica de los monopolios.
Esas “ideologías” de la promesa volvieron adherir la potencia
social, los flujos sociales, a máquinas de poder, a monopolios de la representación, a monopolios de la palabra, a monopolios políticos,
a monopolios ceremoniales y huecos de los saberes institucionalizados. Estas
“ideologías” resultaron, paradójicamente, las mejores aliadas indirectas del imperio, del orden mundial de las dominaciones del sistema-mundo capitalista. La lucha social contra el capitalismo no
es pues una promesa; las “ideologías”
de las promesas son eso, promesas, mientras las prácticas, las relaciones, las estructuras, siguen siendo estructuras de poder, siguen
transmitiendo relaciones de dominación,
aunque se hagan y efectúen con discursos pretendidamente críticos,
interpeladores y “revolucionarios”.
La liberación de
la potencia social no es tarea de vanguardias,
de “partidos revolucionarios” o populistas,
que al final de cuentas, reproducen relaciones
de dependencia, entre intelectuales y
pueblo, entre vanguardias y bases,
entre maestros y alumnos. Estas
relaciones son el núcleo orgánico del
futuro Estado; es decir, de la futura estructura
de dominación, que reitera, análogamente, las viejas estructuras de dominación. La liberación
de la potencia social es acontecimiento,
que acaece cuando los flujos sociales
logran aprender, por la pedagogía política, que la transformación radical está en sus manos,
está en el ejercicio autónomo de los autogobiernos, en las prácticas democráticas directas de las
construcciones colectivas de consensos y decisiones políticas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario