miércoles, 30 de marzo de 2016

Flujos y máquinas

Flujos y máquinas

Raúl Prada Alcoreza













Según Gilles Deleuze y Félix Guattari, desde la antigüedad, se han opuesto una física de los flujos frente a una física de los stocks, de los depósitos, de los cuerpos duros, si no son estáticos, se mueven lentamente y sin cambiar. Se dio una física de los flujos, que ha sido minuciosamente ocultada por el Estado, que considera que la ciencia corresponde a la física de los cuerpos duros. Vamos a usar como metáfora este comentario y descripción arqueológica de los saberes de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

De la misma manera, podemos decir que en las genealogías del poder y en las contra-genealogías de la potencia, contrastan las formas, los contenidos las expresiones, de los flujos, respecto a las formas, contenidos y expresiones de las máquinas, que son aparatos compuestos de partes ordenadas, ajustadas y dispuestas sistemáticamente, como distribución engranada de distintos dispositivos, que pueden combinar elementos mecánicos, automáticos, energéticos o de otra índole; los cuales, articulados, realizan funciones definidas. Habitualmente se acostumbra emplear el término aparato para referirse a una máquina, a una organización; en la morfología y fisiología, el aparato es una conexión de órganos, que desempeñan la misma función. Se puede considerar al aparato como una máquina, que supone una estructura más desarrollada y compleja que un sistema[1].

Entonces, flujos y máquinas; pero, ¿también flujos contra máquinas? Las máquinas se alimentan, funcionan, con la incorporación de flujos; por ejemplo, los automóviles consumen gasolina, que es flujo de petróleo industrializado. La energía, en todas sus formas, aparece en formas de flujos. Ahora bien, alguien puede observan que el carbón no es un flujo; sin embargo, es la energía que alimenta a la máquina a vapor. Esto aparentemente parece una buena observación; empero, confunde la materia con la energía; más correcto es decir que el carbón contiene la energía singular que contiene y que libera en forma de flujo.

Podríamos bosquejar un cuadro ilustrativo, sin otra pretensión que ilustrar, no decir que así es o así funcionan y se relacionan cuerpo, flujos y cuerdas. Los cuerpos parecen sólidos, consolidados, equilibrados en sus estructuras inmóviles; las energías aparecen como flujos, en contante fluidez; las cuerdas, como substrato de las partículas infinitesimales, aparecen en forma de ondas y se expresan como vibraciones. En este sentido, tomando en cuenta lo anterior como metáfora, podemos deducir que si bien los flujos de energía alimentan a las máquinas, el destino, por así decirlo, la finalidad, otra manera de decirlo, de los flujos no es el de alimentar a las máquinas. Los flujos están más acá y más allá de las máquinas

Como dijimos antes, respecto al nomadismo y al sedentarismo, los flujos no se oponen a las máquinas; mas bien, son las máquinas las que capturan flujos para consumirlos y poder funcionar. Parte de los flujos pueden ser capturados y consumidos por las máquinas; empero, la mayor parte de los flujos siguen sus cursos. Por lo tanto, no son las máquinas las que asignan el sentido inmanente a los flujos; así como Martín Heidegger creía que una hidroeléctrica asignaba sentido a las corrientes de agua. Aunque lo decía con pretensiones críticas de la filosofía existencialista y hermenéutica, refiriéndose a la técnica y a la tecnología, esto implicaría que la técnica y la tecnología abarcan todas las aguas, por lo menos, de todos los ríos; algo que no es evidentemente cierto. El sentido inmanente, mejor dicho, los sentidos inmanentes de todas las aguas se encuentran en su propio acontecimiento, que desbordan ampliamente a la técnica y la tecnología humanas.

Una conclusión repentina puede ser la sencilla proposición de que hay más flujos que máquinas. ¿Esto implica que hay más energía que materia? ¿Si fuese así, cosa que no afirmamos, sino ponemos en mesa, hay más cuerdas que flujos? No vamos ni animarnos a responder estas preguntas; nos quedaremos en la proposición sencilla y casi ingenua. Los flujos desbordan a las máquinas, de la misma manera que las sociedades alterativas desbordan a los estados. No hay pues un enfrentamiento de parte de los flujos contra las máquinas; lo que hay, desde la perspectiva de las máquinas, desde el celo mismo de su pretendida centralidad, es una carencia disfrazada de autosuficiencia respecto de los flujos, que las desbordan. Así también, desde la perspectiva del Estado, desde el mito de su soberanía, centralidad y necesidad, desde su paranoia, lo que hay es miedo disfrazado de violencia absoluta.

La represión es del Estado, la absorción, el consumo y la captura es de las máquinas. Los flujos no tienen una mirada paranoica, ni conciben la carencia. Siguiendo con las metáforas, los flujos tienen miradas compuestas y combinadas, alegres y rebosantes, curiosas y viajeras; los flujos pueden ser concebidos, mas bien, como abundancias.

Tampoco hay una paradoja creativa entre flujos y máquinas, mucho menos, contradicción; se encuentran en distintos planos de intensidad. Así como dijimos, que el poder genera el sedentarismo, ¿se puede decir que el sedentarismo genera las máquinas? No parece sostenible esta hipótesis implícita; no se ve la necesidad de que pueda ser así. Entonces, otra pregunta: ¿hay máquinas nómadas? En Mil mesetas; capitalismo y esquizofrenia, Deleuze y Guattari consideran que sí; es más, las primeras máquinas de guerra eran nómadas. Al respecto, el problema que tenemos deriva de nuestra configuración de las máquinas como aparatos de poder. En consecuencia, desde esta concepción de las máquinas no podría haber máquinas nómadas, aunque Deleuze y Guattari tuvieran mucha razón, sobre todo desde los registros y las fuentes históricas. A nosotros nos interesa caracterizar, desde la perspectiva de la complejidad, a las múltiples formas de poder, a sus “lógicas” inherentes de dominación; en ese sentido, hemos definido y usado un concepto de máquinas menos amplio que el que otorgan Deleuze y Guattari. Somos conscientes de esto, de esta restricción. 

Entonces, ¿qué habría en vez de máquinas por parte de los nómadas?  Obviamente instrumentos, si se quiere, en esas remotas eras de la humanidad, instrumentos de caza, de recolección, de manipulación de los alimentos y de hechura de las vestimentas. Es decir técnicas y tecnologías tempranas. Las máquinas, en el sentido restringido nuestro, suponen tecnologías; sin embargo, no necesariamente, toda tecnología deriva en máquinas. Las técnicas y las tecnologías desbordan a las máquinas. En este sentido, podemos sugerir la siguiente hipótesis interpretativa: los nómadas, comprendiendo sus singularidades históricas-sociales-culturales, regionales y locales, teniendo en cuenta épocas y periodos, generan herramientas, dispositivos livianos, que no pesen, no frenen o hagan lento los movimientos de los flujos y sus recorridos. Lo que Deleuze y Guattari llamaban máquinas de guerra nómadas, son, para nosotros, dispositivos técnicos subordinados a los flujos, movimiento, velocidad de las marchas nómadas. En otras palabras, instrumentos que agilizan, liberan, coadyuvan, no aparatos sedentarios, que detienen, que capturan, que fijan, inmovilizando todo flujo, todo movimiento, estancando los recorridos.






[1] Ver Estrategias y aparatos. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/estrategias-y-aparatos/

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