lunes, 27 de junio de 2016

Las formas de la verdad

Las formas de la verdad


Raúl Prada Alcoreza


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De alguna manera es conocida nuestra posición sobre la verdad; si se quiere, es parecida o deviene de la crítica de Friedrich Nietzsche. En pocas palabras, no hay verdad sino como esquematismo dualista respecto al error o la falsedad. Por lo tanto, la verdad existe en el contexto de este dualismo epistemológico. Sirve como oposición al error y a la falsedad. Empero, la pretensión filosófica va más lejos, considera la verdad como universal; es más, enraíza la verdad con la esencia o la sustancia, que no puede ser sino metafísica. En el sentido que hay verdad porque hay esencia, constitutiva del mundo. Esta esencia es la verdad. Lo demás es contingente, error, falsedad, confusión. ¿Qué hay entonces sino hay esencia ni sustancia? Este es el tema fundamental en Nietzsche, también de nosotros.

Si la economía política religiosa, separa espíritu de cuerpo; haciendo del espíritu la esencia; descartando y descalificando al cuerpo; por lo tanto, la vida. Fundando su cosmovisión su sabiduría en esta separación, que funciona como economía política; valorizando el espíritudesvalorizando el cuerpo. En la perspectiva de la acumulación imaginaria de los valores espirituales, en detrimento de la desposesión y el despojamiento del cuerpo; la filosofía funciona como una economía política que separa esencia de la vidavalorizando la esenciaun sentido inmanente de la vida, que no puede comprenderse sino en las dinámicas complejas y articuladas de la vidadesvalorizando la vida, reducida a la esencia o a substancia abstracta. Ambas economías políticas, la economía política religiosa y la economía política filosófica, forman parte de lo que llamamos economía política generalizada; es decir, sistema complejo separador cuyas dinámicas apuntan a separaciones múltiples; separando lo abstracto de lo concreto, en el conjunto de procesos que constituyen el sistema-mundo capitalista. En este sentido, asumimos el enunciado de Michel Foucault: el poder produce verdades.

Ahora bien, todo esto no quiere decir que no hay otras maneras de entender las verdades; como, por ejemplo, los hechos. La descripción de un hecho, de un conjunto de hechos, puede ser corroborado, si se quiere verificado. Esta forma de verdad no es ni religiosa ni filosófica. Es, si se quiere, existencial. Esta verdad existencial no tiene la pretensión de verdad espiritual, tampoco de verdad esencial o sustancialista. Sencillamente, se trata de una verdad descriptiva que corresponde a la estructura del hecho o a la composición de hechos, tomados en cuenta. Se trata de una verdad contingente, aunque suene a paradójico. Podían darse estos hechos u otros; el caso que se hayan dado estos hechos y no otros es una verdad existencial y contingente. En el análisis de una problemática, que abarca los hechos, es menester tomar en cuenta los hechos, su estructura y su composición. Aunque también, en el contexto y en la complejidad del acontecimiento es necesario considerar las posibilidades inherentes y no realizadas; sobre todo, para comprender el alcance de los hechos, además de compararlos con otras posibilidades.

Los hechos, la descripción de los hechos, no dejan de ser una verdad, aunque sea una verdad contingente. Se trata de una verdad existencial; esos hechos se han dado. No se trata de un decir la verdad, de una parrhesía, sino de una información, de hechos acaecidos o que están acaeciendo. En tanto tales, afectan en los procesos, en los decursos, en la vida de pueblos, sociedades y personas. Esta verdad existencial, no es ni espiritual ni esencial, es material. Esta registrada, son huellas hendidas, son parte de la experiencia. No tienen que ver ni con la aletheía, la politeia y el ethos. No tienen que ver con el decir la verdad. Tienen que ver con el registro, vale decir, no con la verdad del saber, de la religión o de la filosofía, sino con la verdad de lo acontecido y lo que está aconteciendo. Esta verdad no forma parte de la búsqueda de la verdad, sino que la verdad existencial está ahí, en su manifestación material, en las huellas dejadas, en los registros, en la experiencia social, en la memoria social. No es algo que hay que debatir o discutir, pues es una verdad existencial. Cuando se pone en cuestión la verdad existencial, un conjunto de hechos, no en tanto interpretación, esto se entiende que se dé, sino como información; es decir, poniendo en duda o cuestionando que hayan ocurrido o esté ocurriendo, estamos ante la intervención de dispositivos que buscan borrar los hechos, como si se pudiesen. Lo logran en las narrativas del poder, por ejemplo, durante la modernidad; por la sustitución de la realidad efectiva, concretamente de los recortes de realidad, con los que tienen que ver los hechos, con la información o, mejor dicho, contra-información o, si se quiere, desinformación, de los medios de comunicación de masa.

La intervención de los dispositivos de poder que buscan borrar los hechos no tiene que ver con la verdad existencial; esta verdad está ahí, no se la puede borrar. La pretensión del poder es alucinante por el alcance de su pretensión, además por la profundidad de su enajenación. El problema de la desinformación es un problema relativo a las estrategias de poder. Solo puede tener incidencia en los espacios donde el poder tiene incidencia, hegemonía y dominancia. Empero, la tiene en los imaginarios y en las instituciones, afectando a las relaciones prácticas, atrapadas en las mallas institucionales. La verdad existencial no ha desaparecido; lo que puede ocurrir es que la desinformación borre, por así decirlo, del imaginario social institucionalizado, el registro y la memoria de los hechos. Sin embargo, lo hechos no han desaparecido.

Ni en Friedrich Nietzsche, ni en Foucault, tampoco ni nosotros, hubo la pretensión de generalizar la crítica a la verdad, de raigambre religiosa y filosófica, a otras formas de verdad. La crítica se ha dirigido a las verdades de la economía política generalizada, a las verdades producidas por el poder. Hay formas de verdad, como la verdad existencial, que no tienen pretensiones absolutas, que no forman parte de la economía política generalizada, que no son verdades producidas por el poder, que son asumidas como parte de la experiencia social, de la memoria social, así como de la praxis subversiva.


















Arqueología de la parrhesía

En El gobierno de sí mismo y de los otros, así como en Coraje de la verdad[1], Michel Foucault, expone sobre la parrhesía, el decir la verdad, y sobre las formas de la verdad. En la arqueología de la parrhesía, usando esta perspectiva crítica y epistemológica, la definición que usó Foucault en Las palabras y las cosas, el investigador encuentra la relación de correspondencia entrelazada entre democracia y la parrhesía.  Para decirlo histórica y políticamente, la democracia es la condición de posibilidad histórica y política de la parrhesía, del decir la verdad. Se da la palabra al pueblo; es el pueblo el que habla, el que dice la verdad, el que dice sus verdades. En el sentido que la democracia griega es, además del gobierno del pueblo, el decir la verdad de la ciudad, de la polis, del pueblo. No hay democracia sin palabra del pueblo. No hay democracia sin autogobierno del pueblo y sin el decir la verdad.

En el siglo IV a.c en Atenas la democracia entra en crisis. Es cuando las oligarquías y las aristocracias vuelven a entrar en escena, aprovechando la oportunidad para criticar la democracia y la parrhesía democrática. Los argumentos blandidos son conocidos; Platón y Aristóteles, cada quien a su manera, se han encargado de sistematizarlos, darles un carácter filosófico, incluso de paradigma político, como en el caso de La república, de Platón, o de filosofía política, como en el caso de La política, de Aristóteles. Hay otros filósofos que también se encuentran en esta “crítica de la democracia”, como Jenofonte e Isócrates; cada quien con su estilo. Esta filosofía política es conservadora, se opone al autogobierno del pueblo, se opone a dar la palabra al pueblo; están en contra de la parrhesía democrática o, dicho de otro modo, consideran que no se puede decir la verdad dando la palabra al pueblo. Pues parten que la verdad la puede decir quien que tiene formación ética; solo pueden decirlo pocos, no los más numerosos; solo pueden decirlo los buenos, no los malos. No el pueblo, que le gusta que lo alaben; no los “demagogos”, que alaban al pueblo. En las condiciones de la crisis de la democracia, durante el siglo IV a.c, la práctica de la parrhesía se reduce al ámbito del ethos, dejando de lado la politeia. Si se toma la politeia, como lo hacen Platón y Aristóteles, es subordinándola al gobierno de los pocos y de hombres formados en la filosofía y en la ética, por los consejeros filósofos.

Lo que hacen estos filósofos, sobre todo Platón, es matizar la tiranía. Para este filósofo la democracia no es condición de posibilidad de la parrhesía, del decir la verdad; en cambio, puede darse en el tirano formado, que tiene ethos, que sabe escuchar. Si bien critica la tiranía como mal gobierno, también critica la democracia, en el mismo sentido, como mal gobierno, aunque por otras razones y causas, considera que un tirano excepcional puede dar lugar al decir verdadero. A todas luces, el argumento del filósofo es insostenible, además de forzado. Decir que un tirano con ademanes y cierta inclinación a la democracia restringida, es un hombre adecuado para la parrhesía, no la democracia que da la palabra al pueblo, termina siendo un argumento estrambótico.

Las exposiciones de Foucault, en los libros citados, que corresponden a las clases de El Colegio de Francia, son iluminadoras, al momento de analizar la experiencia social de la democracia en la modernidad. Si la democracia es dar la palabra al pueblo, para que diga la verdad, además de autogobierno del pueblo, la democracia moderna nace sin dar la palabra al pueblo, sino a sus representantes; que es una forma de expropiar la palabradar la palabra a pocos, como lo que ocurría con la forma aristocrática de gobierno, también con la forma oligárquica del gobierno. Lo llamativo es que esta anulación de la democracia se lo hace a nombre de la democracia. Las democracias modernas están más cerca de la tiranía matizada que de la democracia que da la palabra a pueblo e intenta el autogobierno del pueblo.

Tanto las versiones liberales como las versiones socialistas, a pesar de sus diferencias “ideológicas”, a pesar de tener una como referente al Estado de derecho, la otra como referente al pueblo; a pesar de proclamar, los liberales, la república de la justicia a través de las leyes, a pesar de proclamar, los socialistas, la república del proletariado, por medio de la socialización de los medios de producción; ambos vienen de la misma matriz política, del no dar la palabra al pueblo, la tiranía matizada. Por más democráticos que se proclamen, unos u otros; unos, con la defensa de la institucionalidad democrática; otros, con la implementación de medidas de igualación; ambos no son expresión del ejercicio democrático, del dar la palabra al pueblo y del ejercer autogobierno del pueblo. Pueden rasgarse las camisetas de una manera deportiva; empero, ambos, por más irreconciliables enemigos que se crean, vienen de la misma madre, la clausura de la democracia.



La verdad política

Una conclusión que podemos sacar, de la exposición anterior, es que la verdad política es democrática. No puede ser sino democrática. El decir la verdad de la política es el decir la verdad del pueblo, es dar la palabra al pueblo. Esto no se hace sustituyendo la voz del pueblo por la voz de sus representantes. Esto no se hace delegando la voluntad popular o las múltiples voluntades singulares del pueblo a la mediación de los representantes; el decir la verdad del pueblo no se hace por mediación de los representantes. Todo esto no es más que procedimientos institucionales de conculcación de la palabra al pueblo y de la clausura del ejercicio democrático.

La verdad política es el decir verdadero del pueblo. Ahora bien, la verdad política parece ser una construcción colectiva. Las singulares voces del pueblo, las plurales y múltiples hablas singulares del pueblo, se manifiestan; son escuchadas, a su vez, escuchan. En pocas palabras, deliberan. Se da lugar a una reflexión colectiva; así como a una escucha colectivaFlujos discursivos singulares ocupan los espacios de las asambleas, multitudes de oídos escuchan los discursos singulares, los decires verdaderos singulares. La verdad política emerge en este fluir y confluir de voces, que hablan como iguales, desde la condición de igualdad; donde la palabra se pronuncia y se decodifica sin sesgos ni jerarquías. La verdad política es esa dinámica plural discursiva de la política como autogobierno; no es ni la suma de todas las voces, ni el promedio de las tendencias. Es el tejido discursivo que se conforma en el hilvanado minucioso del decir múltiple de estas singularidades subjetivas. Es tanto la comprensión colectiva y el consenso social, que se construye con la participación de las multitudes.

La verdad política, el decir verdadero del pueblo, no es, obviamente, nada parecido a la verdad espiritual religiosa o a la verdad esencialista filosófica. Es una verdad de acción, de acción política popular. A diferencia de la verdad existencial, que remite a los hechos acaecidos o que están acaeciendo, la verdad política se proyecta como acción colectiva, como acción de las multitudes, como autogobierno del pueblo. Si se quiere, se trata de una acción colectiva que se corrobora en la praxis del autogobierno.

Si la verdad existencial es una verdad contingente, en la paradoja verdad-contingencia, la verdad política es una verdad pendiente, una verdad proyectada; una verdad que se realiza en la paradoja de la certidumbre-incertidumbre de los efectos masivos, de las consecuencias no controladas. La verdad política tiene la ventaja de operar y obrar democráticamente, deliberando, consensuando, mejorando la administración del autogobierno; a diferencia de la política restringida de las tiranías matizadas, pues éstas no cuentan con una verdad política, sino con la imposición del poder. Cuando los resultados son lamentables, la política restringida opta por la insistencia, responsabilizando a los imponderables, a la conspiración, a la incomprensión y otra clase de causas que, supuestamente, no tienen que ver con su concepción conservadora, elitista y usurpadora.

Entonces, otra forma de verdad, relativa a la parrhesía, es la verdad política, que es una verdad democrática. Hemos visto dos formas de verdades prácticas, por así decirlo; la verdad existencial y la verdad política. Estas formas de verdad son prácticas y operativas, además de aperturantes y participativas, fuera de ejercer efectivamente la libertad. Retomando a Foucault, son verdades que combinan democráticamente la aletheía, la politeía y el ethos social.  





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