Otra vez Marcelo
Raúl Prada Alcoreza
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¿Qué hace a la memoria
social de un nombre propio, correspondiente a alguien inscrito en los despliegues
de la historia política? Más allá de
su apología, que después de muerto,
no es difícil hacer. Tenemos una reverencia
con los muertos, que se convierten en símbolos.
Ya no se encuentran en nuestro mundo;
¿dónde están? Estos símbolos son como
la mediación con otro mundo. ¿El de los muertos o el de los espíritus? Se vuelven ideales, pero, también, temidos; por eso,
los enterramos. Esta relación con los
muertos parece constitutiva del ser
humano y de sus sociedades, desde
los tiempos de la hominización.
No parece suficiente hablar bien de ellos, de los
muertos, de los que se han ido, y nos han dejado tareas, que debemos decodificar.
Tampoco encontrar su pertinencia en el presente,
como si tuviéramos que repetir sus recorridos, sus pasos dados en otro presente. Hay pues como un duelo con nuestros muertos. Un duelo que no solamente se expresa en el luto, en la pena, en el recuerdo, sino
también, en la búsqueda de verdades;
ya sean estas filosóficas, éticas o políticas. Buscar, por ejemplo, en lo que
han dicho, lo que no ha sido suficientemente comprendido. Esta actitud parece
la manifestación de la consciencia culpable;
no porque se haya tenido algo que ver con su muerte – esta es otra forma de culpabilidad de esa consciencia desdichada -, sino, precisamente, como parte del duelo. Hay que darle a los muertos algo
que no les hemos dado cuando estaban vivos; quizás reconocimiento; quizás
apoyo, quizás compromiso. De todas maneras se actúa con los muertos como si se
tuviera una deuda con ellos.
Salgamos de esta relación
pasional con los muertos. Pareciera que reiteramos, en otras escalas, en
otras narrativas y en otros códigos, la culpabilidad de la conciencia
desdichada ante la muerte de Jesús, el crucificado. Tratemos de entender
que hace a una historia de vida intensa;
¿su manera de morir?, ¿su manera de vivir?, ¿ambas maneras? ¿Cuál
es su relación con el tejido espacio-temporal-territorial, que
les tocó experimentar? ¿De qué modo se enlazan con el tejido? Hablamos de estos hombres y mujeres que se enamoran de su
tierra, que les conmueven las narrativas de
su país, que padecen y se alegran con lo que consideran son dramas y tragedias nacionales; también regocijos y logros nacionales.
Marcelo Quiroga Santa Cruz fue un hombre intenso. Vivió intensamente.
Se entregó intensamente al arte, a la
literatura, a la política, al país que amaba, a su pueblo al que aprendió
conocer, al proletariado, que se convirtió en el referente de su socialismo vivido[1].
¿Cuáles son los hilos que lo hilvanan con su país; usando este nombre símbolo, que significa nación,
Estado-nación, sociedad, pueblo, así como historia
dramática en torno a los recursos naturales; en realidad formación social compleja singular?
La relación de
estas vidas intensas no solamente despliega convocatorias, discursos, interpretaciones,
teorías y proyectos políticos, sino también produce pliegues. Pliegues de su experiencia singular en el contexto
de la experiencia social; pliegues de la memoria personal en la dinámica
de la memoria social. Pliegues de
sensaciones sedimentadas, de imaginaciones estratificadas, de interpretaciones
envolventes. Pliegues también de la voluntad constituida y constitutiva de
sus acciones. Quizás lo que son estos personajes, rescatados en las narrativas colectivas, se encuentre en
estos pliegues, más que en sus despliegues. Busquémoslos entonces ahí
en estos pliegues.
De los pliegues
que podemos considerar e identificar, partamos de uno. De su vinculación con una problemática nacional, la de la dependencia,
denominada por él, saqueo. ¿Se puede
decir que el drama de despojo y
desposesión del país se convierte en un drama
personal, en una angustia corporal?
Si fuese así, ¿ésta es la clave de su comprensión
e interpretación del acontecimiento
singular, sea recortado como nación, Estado, sociedad, pueblo, historia económica-social-política concreta; en este caso, llamada Bolivia?
Es decir, más que las teorías usadas y asumidas, los paradigmas apropiados, las tradiciones críticas e interpeladoras
heredadas, es esta relación afectiva,
perceptual, que hace de substrato vital a las interpretaciones,
explicaciones, formación discursiva, convocatoria política.
¿Debemos buscar en la claridad de la crítica, de la
interpelación, de la denuncia, de la interpretación política, o debemos buscar
en la intensidad de una voluntad persistente, en la consecuencia de la conducta, en la dedicación a la causa, en la entrega a la lucha? ¿O en ambos planos de intensidad singular de la trayectoria de vida? Si se trata de lo
último, no podemos separarlos; por ejemplo, concentrarse en la formación discursiva crítica e interpeladora,
donde quisiéramos encontrar una verdad,
un modelo a seguir. Si se ha logrado
una claridad iluminadora en la comprensión
y entendimiento de una problemática,
no es solo por elaboración racional y
teórica; no parece posible alcanzar claridad sin un substrato afectivo, perceptual,
comprometido, que otros llaman ethos. Por lo tanto, no parece tratarse de
encontrar una verdad, un modelo a aplicar, repetir el mismo análisis o su formato, en el presente, para esclarecer la problemática
en el presente; sino comprender la dinámica constitutiva del sujeto crítico y
activo entre estos planos de
intensidad de la trayectoria de vida.
Cuando se toma de esta manera la herencia
vital de una trayectoria de vida,
de una manera integral, no parece
posible sostener la tesis de la verdad,
del modelo a seguir, de la proposición
a aplicar; esto sería reiterativa repetición de las formas expresivas, correspondientes al contexto de otro presente,
en el contexto de este presente, el que nos toca vivir. Lo que
parece, mas bien, adecuado, es aprender de
la consecuencia, de la pasión, del afecto, de la entrega,
de la intensidad de la voluntad, en la lucha social, política y nacional.
Esta consecuencia exige, mas bien, interpretar el presente, la problemática en el contexto
singular del presente. Obviamente
sin dejar de tener como referente lo
que se dijo con claridad en otro presente
y en las condiciones de las luchas sociales y nacionales en ese momento. Lo que importa es la continuación de las luchas de liberación, no la defensa de una formación discursiva, de una interpretación,
de una explicación, que por más clara
que sea, pertenece a otra coyuntura, que por más analogías que haya entre esa coyuntura y la que nos toca vivir, la interpretación no puede pretender universalidad. Esto es caer en las
trampas de la “ideología”. Dicho de manera específica, refiriéndonos al símbolo del socialismo vivido, la manera consecuente
de continuar a Marcelo es vivir
intensamente como él las vinculaciones
con los tejidos sociales y territoriales
de nuestra sociedad y nuestros pueblos. Ocasionar pliegues profundos que sostengan despliegues políticos trastrocadores.
Pensamiento y acción soberanos
El pensamiento crítico boliviano del siglo XX tiene
como problema la dependencia, que
Marcelo Quiroga Cruz llama saqueo[2].
La convocatoria política es luchar contra la dependencia, acabar con el saqueo,
liberarse nacionalmente de la dominación imperialista, construyendo soberanía; esta terea implica la nacionalización de los recursos naturales,
la nacionalización de las empresas
privadas trasnacionales extractivistas; también y en consecuencia, nacionalizar el Estado. El efecto estatal de la nacionalización es la soberanía.
La condición de
dependencia es explicada por la dominación
nacional de una burguesía
intermediaria, a la que no le interesa la industrialización, sino solo hacer de intermediaria del saqueo, de la extracción
de materias primas, minerales y petróleo, además de otros recursos,
participando en las migajas que dejan estas explotaciones de las empresas
trasnacionales en el país. Bajo este manto de complicidad de la burguesía intermediaria con el imperialismo, la clase dominante ejerce su dominación
local sobre el proletariado, el pueblo y las naciones y pueblos indígenas.
Se caracterizaba a la clase dominante
como una oligarquía compuesta primordialmente
por la casta terrateniente y la burguesía minera, acompañadas por la burguesía comercial y por las castas de profesionales liberales de las
clases medias altas.
Hay que situar estos análisis en las coyunturas álgidas del periodo de las dictaduras militares;
desde el golpe del general René Barrientos Ortuño, 1964, hasta el llamado
narco-golpe del general Luís García Meza Tejada, pasando, entre otros
gobiernos, mas circunstanciales, con la dictadura militar del general Hugo
Banzer Suarez, de mayor alcance. Dos juicios
de responsabilidades efectúa Marcelo Quiroga Santa Cruz; al presidente René
Barrientos Ortuño, que es ungido en las elecciones de 1966, y al presidente de
facto Hugo Banzer Suarez. Ambos juicios tienen como eje la entrega de los recursos naturales, en condiciones
onerosas, a las empresas privadas. Además de otras denuncias al ejercicio patrimonial del poder. El ejercicio de la dominación de la burguesía intermediaria, por mediación
de las dictaduras militares, adquiere
connotaciones no institucionales, no constitucionales, no legales; en
consecuencia, perversas.
Entonces el triángulo
de las dominaciones se da con la condicionalidad
de poder imperialista, la intermediación de una burguesía cipaya o lumpen-burguesía, como la denomina Andre
Gunder Frank, y el saqueo extractivista.
Este triángulo de la dominación
mundial y nacional se institucionaliza en
un Estado-nación subalterno, cuyas formas de gobierno no son soberanas, sino sumisas al imperialismo;
fuera, de que en la coyuntura aludida,
adquiere las características tiránicas de
las dictaduras militares.
El análisis,
la crítica e interpelación, la denuncia al saqueo, adquiere distintas
formas discursivas, desde teóricas hasta podríamos decir estadísticas. Sobre
todo, en Marcelo Quiroga Santa Cruz, las cifras
adquieren el carácter de la medida y
magnitud del saqueo, del despojamiento
y desposesión. Lo dramático de la
descripción cuantitativa del saqueo
es la abultada cifra de la explotación extractivista, sin beneficio
para la economía del país, salvo las
magras regalías, aprovechadas impunemente por los gobernantes y la burguesía intermediaria. Podemos hablar
de los indicadores de la dependencia; lo llamativo es que
estos indicadores, en Bolivia, llegan
a señalar abismales desiguales de las relaciones
de intercambio. El valor de las denuncias de Marcelo radica tanto en la interpelación a la burguesía entreguista,
así como en la descripción cuantitativa
del saqueo. Por otra parte, su proyección
política arranca en las herencias de
las luchas nacional-populares y del proletariado, interpretadas desde la episteme boliviana[3],
abriéndose caminos en la espera activa
emancipadora. Como hemos dicho, el núcleo
o el motor, por así decirlo, de
esta proyección política es la nacionalización, comprendida en forma integral; nacionalización de los
recursos naturales, nacionalización de las empresas trasnacionales,
nacionalización del gobierno, nacionalización del Estado.
El socialismo
vivido - como lo denomina Hugo Rodas Morales - de la trayectoria política intensa de Marcelo Quiroga Santa Cruz, es la
realización, en la acción social y política, de este hilvanado comprometido con el tejido social-territorial de la formación
social boliviana. El socialismo
vivido tiene varias connotaciones semánticas, metafóricas y conceptuales.
Una de ellas, es que es contenido
como posibilidad en un cuerpo que ha experimentado, memorizado
y sintetizado, de una manera singular,
las experiencias sociales de las luchas populares, del proletariado nómada, de las mujeres, de las subalternidades
diversas, proyectando desenlaces
buscados al futuro inmediato. Otra
connotación, es que se concibe y se practica un socialismo, en el sentido de la praxis
efectiva, propio, singular,
concretizado en las condiciones de
posibilidad histórico-políticas de la formación
social boliviana. Una tercera connotación, es que el socialismo vivido es la práctica
activista de un socialismo encarnado,
de manera vital, en la forma de vivir
de alguien comprometido hasta el tuétano con el proyecto liberador y emancipador.
[1] Ver de
Hugo Rodas Morales Marcelo Quiroga Santa
Cruz, Socialismo vivido. Plural Editores; La Paz 2008.
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