martes, 16 de agosto de 2016

Del deseo del amo al deseo nómada

Del deseo del amo al deseo nómada


Raúl Prada Alcoreza


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Habría que comprender cómo, el conjunto de asociaciones, composiciones, estructuras, instituciones y prácticas, de la sociedad, sostiene la malla institucional de la sociedad; que de instrumento al servicio de la sociedad, se convierte en el fin mismo de la sociedad; convirtiendo a la sociedad en un medio para alcanzar ese fin. Mas bien, ésta sirve a la malla institucional; por ejemplo, al Estado. Este servicio o subordinación se lo hace, aceptando las condiciones establecidas por el Estado. No es tanto que la sumisión es impuesta, sino, lo grave es que termina siendo aceptada; por eso, mismo es impuesta. Decíamos, en otro texto, no hay dominación sin colaboradores. También decíamos que la clave del poder no se encuentra en los que se hallan en el poder, en la disponibilidad de fuerzas, que les otorga el Estado, para la defensa del Estado y la conservación del poder; sino en los que renuncian a luchar, los que aceptan la dominación, los que se conforman.

¿Por qué ocurre esto? ¿Los humanos son esencialmente conformistas? ¿Es el deseo del amo; placer de ser mandado, de ser dominado, de encontrar el arquetipo del padre en el símbolo de la dominación? Sabemos que no se da solamente esto, estas figuras que dibuja el poder, sino, cuando hay crisis, es decir, cuando se desajusta la conexión de las instituciones con los sujetos sociales, se manifiesta el inconformismo, el deseo de ser libre; de ser autónomos, de tomar decisiones propias y colectivas, deliberadas y consensuadas, de participar. Se desea la liberación.

Se puede decir que los humanos son contradictorios; también, que son paradójicos. Son lo uno y lo otro, al mismo tiempo; además de otras figuras intermedias, si se quiere. ¿Por qué son contradictorios; sin poder resolver los dilemas que enfrentan muchas veces? Parece que son contradictorios porque tienen como dos “madres”, por así decirlo, metafóricamente; una, la matriz del poder, concretizado en el Estado; otra, el substrato y la matriz de la potencia, contenida en los cuerpos, manifestada en momentos de intensidad. La “madre” que es el poder, tiene el control de la maquinaria, que genera efectos inmediatos y a corto plazo, de las dominaciones polimorfas. En tanto que la “madre” que es potencia, se mantiene latente, la mayor parte del tiempo; solo se desborda, intermitente, cuando la crisis empuja a los pueblos a descreer, a deslegitimar,  a las instituciones, que las sociedades mismas construyeron.

Al respecto, habíamos dicho que las sociedades humanas, a partir de un momento o momentos distribuidos, en el espacio-tiempo, optaron por el camino, no solamente de las mallas institucionales permanentes, sino por la fetichización de estas mallas institucionales. Al hacerlo, olvidaron que fueron las sociedades las que construyeron las instituciones; olvidaron que son sus creadoras.  Este olvido se da cuando ocurre la inversión de papeles, entre creador y criatura, entre productor y producto. Esta inversión concurre debido a la idealización de la criatura y del producto. El ideal lo es todo, el productor no es nada; el ideal lo es todo, el creador no es nada.

Otra pregunta: ¿Por qué las sociedades históricas han preferido el ideal y no el suceso, el evento, los hechos, en el acontecimiento? Parte de las explicaciones, sean históricas, sean sociológicas, sean políticas; incluso críticas, concluyen que esto ocurre porque se trata del poder, que impone el ideal. Otras explicaciones, en un camino no alejado del anterior, dicen que se trata del papel legitimador de la “ideología”. Hay otras explicaciones de esta inversión y distorsión, en el campo de las representaciones; entre ellas, una citable por sus pretensiones e influencia, es la tesis del determinismo económico. La explotación económica determina la “ideología” de la dominación.

Todas estas tesis, suponen el “engaño” o la imposición; también la causalidad del determinismo económico. Lo que resulta en un cuadro sorprendente, donde se muestran proliferación de hipótesis, conjeturas, a veces, convertidas en tesis, por lo tanto en explicaciones teóricas; las mismas que, a pesar del esfuerzo, no llegan a explicar tampoco las razones de la inversión, que es un fenómeno compartido como situación generalizada. Una interpretación compartida es: La amplia mayoría de la sociedad es convencida por la minoría gobernante. La minoría que es propietaria de los medios de producción; contando con el instrumento del Estado, la retórica de la “ideología”, el control económico. ¿Es sostenible este argumento? Sobre todo teniendo en cuenta los ciclos largos de la historia. Más coherente y, por lo tanto, más sostenible, parece ser la interpretación que visualiza la corresponsabilidad de las partes, dominantes y dominados; convencimiento que se da también por aceptación propia de los creadores y productores sociales, aunque una porción, un núcleo social, no esté de acuerdo; se rebele.

Lo problemático se encuentra en esta aceptación; si se quiere conformismo. No se resuelve tan fácilmente la comprensión de esta problemática, de este fenómeno de la subordinación, aludiendo al pragmatismo, también al oportunismo o a la ilusión, al autoengaño. Incluso cuando se dice que esa es la realidad, no hay de otra. Esta respuesta es la corroboración misma de la subordinación; no sirve como explicación. No es sostenible este argumento de que esa es la realidad; este mundo restringido, representativamente, a la simplona figura de la relación de los que mandan respecto a los que obedecen.

Michel Foucault decía que el poder se ejerce, no es propiedad de nadie; tampoco es violencia, sino que hasta causa placer. Al no ser el poder propiedad de nadie, lo usan todos, dominantes y dominados; lo ejercen, a su modo, cada quién. Este ejercicio, por cierto, tiene magnitudes, cualidades y alcances diferentes, sean dominantes o dominados los que lo ejercen. Así como tiene un sentido diferente y repercusiones distintas. También dice que es el poder que inviste a dominantes y dominados, a través de las instituciones, los agenciamientos concretos de poder.

Recogiendo este enfoque crítico genealógico del poder, podemos sugerir, además de las interpretaciones expuestas, en anteriores ensayos, una más. Algo parecido a lo que propone Ludwig Wittgenstein, hablando del segundo Wittgenstein, no el que analiza desde la lógica, sino el que se puede considerar partidario del pragmatismo lingüístico y, también, de la gramática filosófica, basada en reglas; cuando sugiere analizar los corpus, por así decirlo, de acuerdo a las reglas que los definen[1]. Las sociedades, cuando se organizan, se ponen reglas; las aprueban y exigen que se las cumpla. Por lo tanto, se tienen reglas del juego, aceptadas, al principio; que al cumplirlas, el juego ocasiona movimientos, si se quiere, probabilísticos, en un margen de opciones, definidas por las reglas. Estas reglas no son, por si acaso, algo así, como hay amos y esclavos, hay patrones y subordinados, hay burgueses y proletarios. Estas no son reglas, sino desenlaces del juego mismo. Las reglas son: los jugadores, desde la partida, aceptan que la realidad está representada, se encuentra en las representaciones, que son como las esencias de la realidad. Por lo tanto, al accionar en el campo de las representaciones, actuar en la “realidad” clara y pura de las representaciones, se asume que lo hace en la “lógica” misma de la “realidad”; en la cosa en sí de la “realidad”.

Hablando de representaciones, éstas aparecen también en el terreno político; por ejemplo, el pueblo tiene sus representantes, que transmiten las demandas de sus representados y defienden sus intereses. La sociedad tiene un núcleo condensado, el Estado, que es desde donde se gobierna. Los ciudadanos pueden elegir entre varias opciones de postulantes a la representación; a esto se llama “democracia”. Como mecanismos de ordenamiento, que definen marcos para las prácticas sociales e individuales, se encuentran las leyes, las normas, las regulaciones, enmarcadas y derivadas de la Constitución. Para el ejercicio del cumplimiento, hay instituciones que juzgan, según la Ley; hay instituciones que legislan, según la Constitución; hay instituciones que ejecutan las leyes y políticas, según la estructura del Estado; también puede haber instituciones que garantizan las elecciones, según la Constitución, las leyes y la estructura del Estado. La lista es más larga; pero, solo añadiremos, una más; una regla fundamental, que define quienes juegan y quienes no juegan: los que no cumplen con las reglas salen del juego.

Son estas reglas del juego histórico-social-económico-político, las que definen la realización del juego. Estas son las reglas generadoras del Estado, de la composición de sus instituciones y de su estructura institucional; también de las instituciones de la sociedad misma, llamadas, si se quiere, civiles. ¿Qué pasaría si las sociedades se ponen otras reglas, de partida, después de constatar que estas reglas, las que han asumido y cumplen, ocasionan un mal juego? Dicho, de manera, sencilla, si deciden darse otras reglas, más adecuadas, se abren a otro juego; quizás mejor, más congruente al lúdico esfuerzo humano. ¿Por qué las sociedades no salen del juego, no deciden otras reglas, para jugar un mejor juego? ¿Por respeto? ¿Por qué tiene que terminar el juego en el que están entrapadas antes de empezar otro? ¿Por qué se cree que es el único juego posible? ¿Qué pasa si es que el juego no termina hasta que el juego acabe con las sociedades y pueblos? El juego ya lleva mucho tiempo, con toda la variedad de sus realizaciones, recorridos y singularidades. El juego ha dejado de ser agradable hace mucho tiempo. ¿Por qué seguir jugándolo?

Alguien puede defender el juego, en el que nos encontramos entrampados, y decir: no es juego es “realidad”. Otra regla del juego es suponer que el juego es la “realidad”. Empero, la realidad no es representación; la realidad efectiva, sinónimo de complejidad, no puede ser tan elemental, como la que configura las reglas del juego comenzado hace mucho tiempo. Con esto no se niega la realidad efectiva, sino que se interpela y critica el haber reducido la relación o el ámbito de relaciones con la realidad efectiva, que contiene a la misma relación o ámbito de relaciones, a un esquematismo tan pobre que, en vez de ayudarnos a comprender, obnubila la comprensión; en vez de ayudarnos a aprender y a la aprehensión, clausura todo aprendizaje; en vez de abrirse, darse apertura, a la complejidad de la realidad efectiva, se cierra, es, más bien, inhibidor.  Al contrario, con la relativización del juego y sus reglas, se valoriza la realidad efectiva; proponiendo relaciones potenciadoras, armonizando a las sociedades con el mundo efectivo y el planeta.

El cambio buscado, convertido en utopía; el cambio esperado y no encontrado; el cambio necesario y obstaculizado; tiene una condición simple para darse: cambiar las reglas del juego. Alguna vez dijimos que el secreto de la duración de la “democracia” formal, es haberse puesto reglas y no buscado fines. De eso se trata, no de proyectos, que nunca van a poder proyectarse adecuadamente en la realidad efectiva, sinónimo de complejidad. No de utopías como telos, como fines ideales, puesto que los ideales o la idea es producto de la razón abstracta, no de la razón efectiva y dinámica, incorporada a la percepción y al cuerpo. Los proyectos y utopías sirven, en el mejor de los casos, para orientar prácticas y conductas; en el peor de los casos, para confundir. No de programas, que son voluntades elitistas o “vanguardistas”, plasmados en un plan de gobierno; plan, que obviamente, es escueto, frente a la complejidad de la realidad efectiva. Plasmados también en programas “revolucionarios”; programas, que ciertamente son esquemáticos, por tanto débiles, para afrontar la complejidad dinámica de la realidad efectiva.

Es hora de cambiar las reglas del juego. Estas reglas del juego, practicadas y aceptadas, en su realización, han acarreado demasiados problemas; problemas que han contraído consecuencias destructivas, amenazando la supervivencia humana; afectando a los ciclos de la vida.  Seguir con estas reglas es como condenarse a la desaparición.

El deseo del amo, el deseo de ser amo

La dominación se constata cuando se convierte en subjetividad; es más, cuando esta subjetividad afecta al cuerpo mismo o parte de él, orientando los mismos deseos hacia finalidades impuestas, fetichizadas. Por ejemplo, el deseo del amo. En otras palabras, se desea la dominación. Este deseo del amo, puede adquirir diferentes tonalidades; incluso distintas formas discursivas. Desde las más explicitas, que dicen abiertamente que se necesita amos, patrones, burgueses, élites, que dirijan. Hasta las más matizadas y enmascaradas, que dicen enrevesadamente que se trata de “emancipación”, de “darle al pueblo la palabra” y “devolverle el gobierno”; pero, que esto se hace por mediación de la “vanguardia”, el partido, los iluminados, la burocracia al servicio del pueblo; o de la manera más pedestre, con la intervención mesiánica del caudillo; es decir, el mito político.  Lo último, lo de las mediaciones, quiere decir, en la práctica, efectivamente, que se cambia una forma de dominación por otra, que curiosamente se reclama como si fuese la liberación, la realización absoluta de la justicia. Se pasa de una élite a otra, donde la élite que sustituye se inviste con traje de salvadores; es decir, una especie de santos políticos.

El deseo del amo viene a ser, entonces, la dominación lograda, la dominación realizada, la dominación subjetivada.  Es cuando el modo de pensar, el modo de sentir, incluso, podríamos decir, el modo de vivir, corresponde a la reproducción del poder, en distintos niveles y planos de intensidad. Cuando el sujeto es un activo portador de su propia dominación, cuando acciona recreando las dominaciones que carga en su propio cuerpo.

Hay una variante de este deseo del amo, que, aparentemente, sale de esta auto-esclavización;  esta variante es la del deseo de ser amo. La apariencia tiene que ver con esto de querer ser el amo; en otras palabras, invertir la relación de dominación, invertir la estructura de poder. El problema no resuelto radica en que se trata de la misma estructura de poder, de la conservación de la dominación. Al poder, por así decirlo, no le interesa quién domina y quién es dominado;  lo que importa es que haya dominantes y haya dominados. La relación de poder transcurre a través de esta diferenciación; es pues, como hemos dicho, una economía política de poder. La liberación de la dominación es, pues, algo completamente distinto; solo es posible con la destrucción de la estructura de dominación, con la destrucción de la estructura de poder. La liberación es de todos o de nadie.


Deseo nómada

A diferencia del deseo del amo y del deseo de ser amo, que es una continuidad del deseo anterior, el deseo nómada expresa la potencia social. La potencia social es creativa, es vital, es la vida misma. Desborda energía, se efectúa en creaciones y recreaciones, en invenciones; en otras palabras, es devenir constante. El deseo nómada es potencia devenida propensión, propensión devenida voluntad; potencia, propensión, voluntad, manifestadas como flujos desiderativos, flujos intencionales,  flujos materiales y flujos de prácticas. El deseo nómada no se afinca en un lugar, en una forma arquetípica repetida, en un contenido recurrente como verdad eterna, en una expresión discursiva que legitima constantemente la institucionalidad plasmada. El deseo nómada, al contrario, es movimiento constante; se transforma inventando espacios-tiempos-territoriales-sociales en recorridos itinerantes; logrando relaciones cambiantes con las territorialidades donde deja sus huellas inscritas; así mismo, territorialidades que se inscriben como experiencias y memorias culturales, activando imaginarios estéticos.

El deseo nómada no tiene amos, no imagina amos; tampoco quiere ser amo.   El deseo nómada es libre; libre de estas miserables querencias, la del amo y la de ser amo. Libre de pretensiones; como querer ser la “vanguardia” iluminada, que va a dirigir a los condenados de la tierra a su emancipación. Libre de ceremonias institucionales y de apologías glorificadoras; que son otras formas del deseo del amo y del deseo de ser amo. Libre de cultos; como por ejemplo, el culto a los héroes institucionalizados. Libre, quiere decir, uso crítico de la razón, además participación directa en el autogobierno del pueblo.












[1] Ver de Ludwig Wittgenstein  Investigaciones filosóficas. También revisar, comparativamente, Tractatus logico-philosophicus; investigaciones filosóficas sobre la certeza.  http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/765.pdf. file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/Bolivia/Conflicto/wittgenstein-gredos-tractatus-investigaciones-y-sobre-certeza.pdf


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