Del deseo del amo al deseo nómada
Raúl Prada Alcoreza
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Habría que comprender cómo, el conjunto de asociaciones, composiciones, estructuras,
instituciones y prácticas, de la sociedad, sostiene la malla institucional de la sociedad; que de instrumento al servicio de la sociedad, se convierte en el fin mismo de la sociedad; convirtiendo a
la sociedad en un medio para alcanzar
ese fin. Mas bien, ésta sirve a la malla institucional; por ejemplo, al
Estado. Este servicio o subordinación se lo hace, aceptando las condiciones establecidas por el Estado.
No es tanto que la sumisión es
impuesta, sino, lo grave es que termina siendo aceptada; por eso, mismo es impuesta. Decíamos, en otro texto, no
hay dominación sin colaboradores. También decíamos que la clave del poder no se encuentra en los que se hallan en el poder, en la disponibilidad de fuerzas, que les otorga el Estado, para la
defensa del Estado y la conservación del poder;
sino en los que renuncian a luchar,
los que aceptan la dominación, los que se conforman.
¿Por qué ocurre esto? ¿Los humanos son esencialmente
conformistas? ¿Es el deseo del amo; placer de ser mandado, de
ser dominado, de encontrar el
arquetipo del padre en el símbolo de la dominación? Sabemos que no se da solamente esto, estas figuras que
dibuja el poder, sino, cuando hay crisis, es decir, cuando se desajusta la conexión de las instituciones
con los sujetos sociales, se manifiesta el inconformismo,
el deseo de ser libre; de ser autónomos, de tomar decisiones propias y
colectivas, deliberadas y consensuadas, de participar. Se desea la liberación.
Se puede decir que los humanos son contradictorios; también, que son paradójicos. Son lo uno y lo otro, al
mismo tiempo; además de otras figuras intermedias, si se quiere. ¿Por qué son contradictorios; sin poder resolver los
dilemas que enfrentan muchas veces? Parece que son contradictorios porque tienen como dos “madres”, por así decirlo,
metafóricamente; una, la matriz del poder, concretizado en el Estado; otra, el
substrato y la matriz de la potencia, contenida en los cuerpos, manifestada en momentos de intensidad. La “madre” que
es el poder, tiene el control de la maquinaria, que genera efectos inmediatos y a corto plazo, de las dominaciones polimorfas. En tanto que la
“madre” que es potencia, se mantiene
latente, la mayor parte del tiempo;
solo se desborda, intermitente, cuando la crisis
empuja a los pueblos a descreer, a deslegitimar, a las instituciones,
que las sociedades mismas construyeron.
Al respecto, habíamos dicho que las sociedades humanas, a partir de un momento o momentos distribuidos, en el espacio-tiempo,
optaron por el camino, no solamente de las mallas
institucionales permanentes, sino por la fetichización de estas mallas
institucionales. Al hacerlo, olvidaron que fueron las sociedades las que
construyeron las instituciones; olvidaron
que son sus creadoras. Este olvido
se da cuando ocurre la inversión de
papeles, entre creador y criatura, entre productor y producto.
Esta inversión concurre debido a la idealización de la criatura y del producto.
El ideal lo es todo, el productor no es nada; el ideal lo es todo, el creador no es nada.
Otra pregunta: ¿Por qué las sociedades históricas han preferido el ideal y no el suceso, el evento, los hechos, en el acontecimiento?
Parte de las explicaciones, sean históricas,
sean sociológicas, sean políticas; incluso críticas,
concluyen que esto ocurre porque se trata del poder, que impone el ideal.
Otras explicaciones, en un camino no alejado del anterior, dicen que se trata
del papel legitimador de la
“ideología”. Hay otras explicaciones de esta inversión y distorsión,
en el campo de las representaciones;
entre ellas, una citable por sus pretensiones e influencia, es la tesis del determinismo económico. La explotación
económica determina la “ideología” de la dominación.
Todas estas tesis, suponen el “engaño” o la imposición; también la causalidad del determinismo económico. Lo que resulta en un cuadro sorprendente, donde
se muestran proliferación de hipótesis, conjeturas, a veces, convertidas en
tesis, por lo tanto en explicaciones teóricas; las mismas que, a pesar del
esfuerzo, no llegan a explicar tampoco las razones de la inversión, que es un
fenómeno compartido como situación generalizada. Una interpretación compartida
es: La amplia mayoría de la sociedad es convencida por la minoría gobernante. La
minoría que es propietaria de los medios
de producción; contando con el instrumento
del Estado, la retórica de la “ideología”,
el control económico. ¿Es sostenible
este argumento? Sobre todo teniendo en cuenta los ciclos largos de la historia. Más coherente y, por lo tanto, más
sostenible, parece ser la interpretación que visualiza la corresponsabilidad de
las partes, dominantes y dominados; convencimiento que se da también
por aceptación propia de los creadores y productores sociales, aunque una porción, un núcleo social, no esté de acuerdo; se rebele.
Lo problemático
se encuentra en esta aceptación; si
se quiere conformismo. No se resuelve
tan fácilmente la comprensión de esta
problemática, de este fenómeno de la
subordinación, aludiendo al pragmatismo,
también al oportunismo o a la ilusión, al autoengaño. Incluso cuando se dice que esa es la realidad, no hay de otra. Esta respuesta
es la corroboración misma de la subordinación; no sirve como explicación. No es
sostenible este argumento de que esa es la realidad;
este mundo restringido,
representativamente, a la simplona figura de la relación de los que mandan
respecto a los que obedecen.
Michel Foucault decía que el poder se ejerce, no es propiedad de nadie; tampoco es violencia, sino que hasta causa placer. Al no ser el poder propiedad de nadie, lo usan todos, dominantes y dominados;
lo ejercen, a su modo, cada quién. Este ejercicio, por cierto, tiene
magnitudes, cualidades y alcances diferentes, sean dominantes o dominados
los que lo ejercen. Así como tiene un sentido diferente y repercusiones
distintas. También dice que es el poder
que inviste a dominantes y dominados, a
través de las instituciones, los agenciamientos concretos de poder.
Recogiendo este enfoque
crítico genealógico del poder,
podemos sugerir, además de las interpretaciones
expuestas, en anteriores ensayos, una más. Algo parecido a lo que propone
Ludwig Wittgenstein, hablando del segundo Wittgenstein, no el que analiza desde
la lógica, sino el que se puede considerar partidario del pragmatismo lingüístico y, también, de la gramática filosófica, basada
en reglas; cuando sugiere analizar los corpus,
por así decirlo, de acuerdo a las reglas
que los definen[1].
Las sociedades, cuando se organizan, se ponen reglas; las aprueban y exigen que se las cumpla. Por lo tanto, se
tienen reglas del juego, aceptadas,
al principio; que al cumplirlas, el juego
ocasiona movimientos, si se quiere, probabilísticos, en un margen de
opciones, definidas por las reglas.
Estas reglas no son, por si acaso,
algo así, como hay amos y esclavos, hay patrones y subordinados,
hay burgueses y proletarios. Estas no
son reglas, sino desenlaces del juego
mismo. Las reglas son: los jugadores, desde la partida, aceptan que
la realidad está representada, se encuentra en las representaciones, que son como las esencias de la realidad.
Por lo tanto, al accionar en el campo de
las representaciones, actuar en la “realidad” clara y pura de las representaciones,
se asume que lo hace en la “lógica” misma de la “realidad”; en la cosa en sí de la “realidad”.
Hablando de representaciones,
éstas aparecen también en el terreno
político; por ejemplo, el pueblo
tiene sus representantes, que
transmiten las demandas de sus representados
y defienden sus intereses. La sociedad tiene un núcleo condensado, el Estado, que es desde donde se gobierna. Los ciudadanos pueden elegir
entre varias opciones de postulantes a la representación;
a esto se llama “democracia”. Como mecanismos de ordenamiento, que definen
marcos para las prácticas sociales e individuales, se encuentran las leyes, las
normas, las regulaciones, enmarcadas
y derivadas de la Constitución. Para el ejercicio del cumplimiento, hay instituciones que juzgan, según la Ley; hay instituciones
que legislan, según la Constitución;
hay instituciones que ejecutan las leyes y políticas, según la
estructura del Estado; también puede haber instituciones
que garantizan las elecciones, según
la Constitución, las leyes y la estructura del Estado. La lista es más larga;
pero, solo añadiremos, una más; una regla
fundamental, que define quienes juegan
y quienes no juegan: los que no
cumplen con las reglas salen del juego.
Son estas reglas
del juego
histórico-social-económico-político, las que definen la realización del juego. Estas son las reglas
generadoras del Estado, de la composición
de sus instituciones y de su estructura institucional; también de las instituciones
de la sociedad misma, llamadas, si se quiere, civiles. ¿Qué pasaría si las
sociedades se ponen otras reglas, de
partida, después de constatar que estas reglas,
las que han asumido y cumplen, ocasionan un mal juego? Dicho, de manera,
sencilla, si deciden darse otras reglas,
más adecuadas, se abren a otro juego;
quizás mejor, más congruente al lúdico
esfuerzo humano. ¿Por qué las
sociedades no salen del juego, no
deciden otras reglas, para jugar un
mejor juego? ¿Por respeto? ¿Por qué
tiene que terminar el juego en el que
están entrapadas antes de empezar otro? ¿Por qué se cree que es el único juego posible? ¿Qué pasa si es que el juego no termina hasta que el juego acabe con las sociedades y
pueblos? El juego ya lleva mucho
tiempo, con toda la variedad de sus realizaciones, recorridos y singularidades. El juego ha dejado de ser agradable
hace mucho tiempo. ¿Por qué seguir jugándolo?
Alguien puede defender el juego, en el que nos encontramos entrampados, y decir: no es juego es “realidad”. Otra regla del juego es suponer que el juego
es la “realidad”. Empero, la realidad
no es representación; la realidad efectiva, sinónimo de complejidad, no puede ser tan elemental,
como la que configura las reglas del
juego comenzado hace mucho tiempo. Con esto no se niega la realidad efectiva, sino que se interpela
y critica el haber reducido la relación
o el ámbito de relaciones con la realidad
efectiva, que contiene a la misma relación
o ámbito de relaciones, a un esquematismo tan pobre que, en vez de
ayudarnos a comprender, obnubila la comprensión;
en vez de ayudarnos a aprender y a la
aprehensión, clausura todo aprendizaje; en vez de abrirse, darse
apertura, a la complejidad de la realidad efectiva, se cierra, es, más
bien, inhibidor. Al contrario, con la relativización del juego y sus reglas, se
valoriza la realidad efectiva;
proponiendo relaciones potenciadoras,
armonizando a las sociedades con el mundo efectivo y el planeta.
El cambio
buscado, convertido en utopía; el cambio esperado y no encontrado; el cambio necesario y obstaculizado; tiene
una condición simple para darse: cambiar las reglas del juego. Alguna vez dijimos que el secreto de la duración
de la “democracia” formal, es haberse puesto reglas y no buscado fines.
De eso se trata, no de proyectos, que
nunca van a poder proyectarse
adecuadamente en la realidad efectiva,
sinónimo de complejidad. No de utopías como telos, como fines ideales,
puesto que los ideales o la idea es producto de la razón abstracta, no de la razón efectiva
y dinámica, incorporada a la percepción
y al cuerpo. Los proyectos y utopías
sirven, en el mejor de los casos, para orientar prácticas y conductas; en el
peor de los casos, para confundir. No de programas,
que son voluntades elitistas o “vanguardistas”,
plasmados en un plan de gobierno; plan, que obviamente, es escueto, frente a la
complejidad de la realidad efectiva. Plasmados también en programas “revolucionarios”; programas,
que ciertamente son esquemáticos, por
tanto débiles, para afrontar la complejidad
dinámica de la realidad efectiva.
Es hora de cambiar las reglas del juego. Estas reglas
del juego, practicadas y aceptadas, en su realización, han acarreado demasiados problemas; problemas que han
contraído consecuencias destructivas, amenazando la supervivencia humana; afectando a los ciclos de la vida. Seguir con estas reglas es como condenarse a la desaparición.
El deseo del amo, el deseo de ser
amo
La dominación se constata cuando se
convierte en subjetividad; es más,
cuando esta subjetividad afecta al cuerpo mismo o parte de él, orientando
los mismos deseos hacia finalidades impuestas, fetichizadas. Por ejemplo, el deseo del amo. En otras palabras, se
desea la dominación. Este deseo del amo, puede adquirir diferentes
tonalidades; incluso distintas formas discursivas. Desde las más
explicitas, que dicen abiertamente que se necesita amos, patrones, burgueses, élites, que dirijan. Hasta las más
matizadas y enmascaradas, que dicen enrevesadamente que se trata de “emancipación”,
de “darle al pueblo la palabra” y “devolverle el gobierno”; pero, que esto se
hace por mediación de la
“vanguardia”, el partido, los iluminados, la burocracia al servicio del pueblo;
o de la manera más pedestre, con la intervención mesiánica del caudillo;
es decir, el mito político. Lo último, lo de las mediaciones, quiere decir, en la práctica, efectivamente, que se cambia
una forma de dominación por otra, que
curiosamente se reclama como si fuese la liberación,
la realización absoluta de la justicia.
Se pasa de una élite a otra, donde la élite que sustituye se inviste con traje de
salvadores; es decir, una especie de santos
políticos.
El deseo del amo viene a ser, entonces, la dominación lograda, la dominación realizada, la dominación subjetivada. Es cuando el modo de pensar, el modo de sentir,
incluso, podríamos decir, el modo de vivir,
corresponde a la reproducción del poder,
en distintos niveles y planos de
intensidad. Cuando el sujeto es
un activo portador de su propia
dominación, cuando acciona
recreando las dominaciones que carga
en su propio cuerpo.
Hay
una variante de este deseo del amo,
que, aparentemente, sale de esta auto-esclavización; esta variante es la del deseo de ser amo. La apariencia tiene que ver con esto de querer ser el amo; en otras palabras, invertir la relación de dominación, invertir
la estructura de poder. El problema
no resuelto radica en que se trata de la misma estructura de poder, de la conservación de la dominación. Al poder, por
así decirlo, no le interesa quién domina
y quién es dominado; lo que importa es que haya dominantes y haya dominados. La relación de
poder transcurre a través de esta diferenciación;
es pues, como hemos dicho, una economía
política de poder. La liberación
de la dominación es, pues, algo
completamente distinto; solo es posible con la destrucción de la estructura
de dominación, con la destrucción
de la estructura de poder. La liberación es de todos o de nadie.
Deseo nómada
A
diferencia del deseo del amo y del deseo de ser amo, que es una continuidad
del deseo anterior, el deseo nómada expresa la potencia social. La potencia social es creativa, es vital, es la vida misma. Desborda energía, se efectúa en creaciones y
recreaciones, en invenciones; en otras palabras, es devenir constante. El deseo
nómada es potencia devenida propensión, propensión devenida voluntad;
potencia, propensión, voluntad,
manifestadas como flujos desiderativos, flujos intencionales, flujos materiales y flujos de prácticas. El deseo nómada no se afinca en un lugar, en
una forma arquetípica repetida, en un
contenido recurrente como verdad eterna,
en una expresión discursiva que legitima constantemente la institucionalidad plasmada. El deseo nómada, al contrario, es movimiento constante; se transforma inventando espacios-tiempos-territoriales-sociales
en recorridos itinerantes; logrando relaciones cambiantes con las territorialidades donde deja sus huellas inscritas; así mismo, territorialidades que se inscriben como experiencias y memorias culturales,
activando imaginarios estéticos.
El deseo nómada no tiene amos, no imagina amos; tampoco quiere ser amo. El deseo
nómada es libre; libre de estas miserables querencias, la
del amo y la de ser amo. Libre de
pretensiones; como querer ser la “vanguardia” iluminada, que va a dirigir a los
condenados de la tierra a su emancipación. Libre de ceremonias
institucionales y de apologías glorificadoras;
que son otras formas del deseo del amo
y del deseo de ser amo. Libre de cultos; como por ejemplo, el culto
a los héroes institucionalizados. Libre,
quiere decir, uso crítico de la razón,
además participación directa en el
autogobierno del pueblo.
[1] Ver de
Ludwig Wittgenstein Investigaciones
filosóficas. También revisar, comparativamente, Tractatus logico-philosophicus;
investigaciones filosóficas sobre la certeza. http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/765.pdf.
file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/Bolivia/Conflicto/wittgenstein-gredos-tractatus-investigaciones-y-sobre-certeza.pdf.
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