La guerra permanente
Aproximaciones a las estructuras y ciclo largo de la guerra en Colombia
La guerra permanente
Dedicado a
Lepoldo Múnera, profesor crítico de la Universidad Nacional de Colombia,
intelectual libertario; a Carolina Jiménez, docente comprometida de la misma
universidad, combatiente por la paz.
A modo de introducción
Este ensayo comienza una secuencia que busca conformar un bloque de reflexiones, basadas en descripciones, algo así como el Acontecimiento Brasil y el Acontecimiento México, que ya escribimos
y publicamos. Esta secuencia de
ensayos correspondería, entonces, al Acontecimiento
Colombia. Cada acontecimiento
histórico-político-social-cultural es singular. En el caso de Colombia su singularidad se teje a partir del acontecimiento
de la guerra larga. En este ensayo intentamos proponer una interpretación prospectiva, que ayude en
la comprensión del tejido espacio-tiempo-territorial-social
colombiano desde la perspectiva del pensamiento
complejo.
Consideraciones conceptuales
No parece ser la guerra un fin en sí mismo, tampoco un principio;
algo así como si estuviéramos condenados a una matriz inicial. La guerra parece ser, mas bien, un instrumento o una maquina armada con instrumentos.
¿Esto la convierte en un conjunto de instrumentos
de la política, por así decirlo? En
un escrito anterior dijimos que no se puede sostener ninguna de las hipótesis o
tesis contrastantes; la de que la guerra
es la continuación de la política; la
de que la política es continuación de
la guerra[1].
Dijimos que ambas se dan juntas, entrelazadas e integradas. No se deja de hacer
política en la guerra, no se deja de hacer la guerra
en la política. Como se puede ver
tampoco se puede convertir a la política en
un fin ni en un principio. Más parece ser un medio,
aunque también un ambiente, si
consideramos su raíz, polis. Pero, en todo caso, aunque no
estemos de acuerdo con esto de fin y
de principio, que responde al imaginario histórico y linealista, también al imaginario pragmático; ¿de qué serían instrumentos o medios, la guerra y la política? ¿Del Estado? Dejemos el tema
de las guerras en sociedades sin Estado; si se las puede
llamar guerras o no, también el tema
de si hay sociedades sin Estado.
Quedémonos en esta hipótesis, sin
discutirla todavía, de que el Estado tiene fines,
se planea fines, entonces recurre a
la guerra y a la política para lograrlos. ¿Cuáles serían los fines del Estado?
¿La dominación? ¿El control?
¿La conquista? ¿El territorio, los recursos, los bienes, las
riquezas, las poblaciones? ¿La expansión?
¿La victoria en una competencia, por los mercados, por las tecnologías, por el excedente? Por ahí se mueven las tesis de las teorías del Estado, de la guerra
y de la política. Empero, esto es
como proponer la tesis de una guerra
permanente. La guerra sería como
una condición permanente, pues hay
que mantener la dominación, el control, la expansión; preservar los territorios,
los recursos, los bienes, las riquezas, defender o mantener las poblaciones, no perder la victoria.
¿No es esto desgastante a la larga?
La guerra sería desgastante y costosa para el Estado y para la
sociedad que sostiene a ese Estado. ¿Tiene sentido algo como la guerra permanente? Visto de esta forma
no parece tenerlo. Sin embargo, los estados atrapados en geopolíticas parecen apostar por este sinsentido, creyendo encontrar en la guerra su sentido. ¿Por
qué lo hacen?
Antes de intentar responder
esta pregunta, debemos también aclarar que no solamente los estados recurren a
la guerra, sino también las sociedades o parte de las sociedades, cuando consideran que hacen
la guerra contra el opresor. Aunque sean menos los casos
evidentes o patentes; también aquí se tiene algo parecido a una guerra permanente, cuando la guerra se prolonga contra el Estado. ¿No ocurre lo mismo que le ocurre al Estado:
una guerra permanente desgasta? Hay
sociedades donde no parece ocurrir esto; se encuentran décadas guerreando
contra el Estado. ¿Se desgastan o se fortalecen? ¿Por qué no pueden terminar la
guerra? ¿Acaso en el anterior caso,
el de la guerra permanente del Estado,
y en el caso posterior, el de la guerra
permanente de la sociedad contra el Estado, no se convierte la guerra en un fin en sí mismo?
Es tan larga la guerra, que
aparecería como un antecedente del mismo Estado; no solamente como fin, sino como una manera de ser Estado. Lo mismo, aparecería como
una manera de ser sociedad. La guerra no solo como el acontecimiento que hace inteligible a la sociedad, sino la guerra como lo que hace a la sociedad
misma, la constituye[2].
No parece factible recurrir
a la teoría de la conspiración para
explicar este fenómeno de la guerra permanente. Hay algo en el Estado
que lo hace recurrir a la guerra
permanentemente, hay algo en esa sociedad singular que la hace recurrir a
la guerra permanentemente. Hay
también algo en la guerra que
consolida al Estado, hay algo en la guerra
que cohesiona a la sociedad.
Este algo parece tener que
ver con que el Estado se apropia de la heurística
y hermenéutica de la guerra, que es como un habitus de los nómadas, por así decirlo; mejor dicho una techné nómada. Gilles
Deleuze y Félix Guattari decían una máquina
de guerra nómada[3].
Al estatalizarse la guerra se transforma, se militariza, se institucionaliza; incluso se fija, se vuelve sedentaria. Se puede también atribuirle un carácter jerárquico de mandos, de distinciones
entre oficiales y soldados. Ya no se trata de la iniciación ni del prestigio del cazador,
sino del servicio obligatorio, del deber, de la profesionalización de los oficiales,
de la ceremonia institucional de las órdenes y las obediencias. Ya no se trata del saber
territorial de los nómadas, sino
de la geopolítica, una pretensión de ciencia del espacio, con el objeto de su
dominación.
El Estado moderno, el
Estado-nación, han capturado, por así decirlo, la máquina de guerra nómada, después que el Estado despótico lo ha hecho. Ciertamente, la guerra ya no es la misma, que cuando los nómadas; la guerra que
era para las sociedades nómadas parte
de su movimiento, de su desplazamiento, continuo, también
intermitente, incluso, se puede decir cíclico. Movimiento y desplazamiento
que inventa el espacio con sus recorridos, que hace que la sociedad
forme parte de los espaciamientos, de
los ciclos territoriales, de los circuitos geográficos. Que respecto a
las ciudades de donde emerge el Estado, las ocupa de manera sorpresiva; de
repente aparecen, llegan, acampan; al principio son unos grupos dispersos;
después se suman más; para luego ser multitudes,
que se apoderan de la ciudad. La guerra
es un juego, una artesanía y arte lúdico
para los nómadas. En cambio, cuando
el Estado aprende las técnicas de la guerra de los nómadas, convierte a la guerra en una formalidad; deja de ser un juego
para convertirse en un conjunto de
dispositivos institucionalizados, con
el objeto de las dominaciones. Si los
nómadas destruían a veces las
ciudades o las fortalezas del Estado, aunque no siempre ocurría esto, pues las
ciudades para las sociedades nómadas,
son lugares de intersección, lugares
donde se hace intercambio y se consiguen bienes. No tenían por qué destruirlas,
salvo tomarlas provisionalmente, dado el caso. En cambio, el Estado, planifica
la destrucción sistemática, pues para
el Estado su ocupación es de conquista.
Entonces, la guerra tiene un sentido diferente para las sociedades
nómadas que para el Estado. El Estado requiere de la guerra institucionalizada para vencer a los nómadas, que forman parte de sus preocupaciones paranoicas. El
Estado se siente rodeado, sitiado, acechado, por los nómadas. Tiene que vencerlos, si es posible destruirlos, hacerlos
desaparecer de la faz de la tierra; son su pesadilla. El Estado requiere de la guerra para conquistar, expandirse, someter a otros estados o destruirlos.
Requiere de la guerra para someter a
su propia sociedad institucionalizada,
para mantenerla subordinada.
Las sociedades que entran en guerra
con el Estado, se llame guerra civil,
insurrección, guerrilla, teniendo cada una de estas formas su propia singularidad,
en parte retornan a la guerra nómada
y en parte retoman la forma de la guerra institucionalizada. En la medida
que ocurre lo primero, se convierte la guerra
en una guerra no solamente contra-estatal, sino de contra-poder, generando alternativas al Estado, a partir de las prácticas alterativas nómadas. En la
medida que ocurre lo segundo, la guerra
institucionalizada contiene al Estado como realización, entraña un proto-Estado. En este sentido, la guerra no sale del círculo vicioso del poder. Si vencen los sublevados, en este caso,
instauran un Estado y repiten la historia
anterior, de otra manera, con otros personajes, con otros discursos, quizás con
otras características.
Se entiende entonces, que la
guerra se vuelve permanente para el Estado, en tanto y en cuanto el Estado está en permanente guerra contra las sociedades nómadas, contra la sociedad alterativa; no solamente contra
otros estados. Se entiende que la guerra
se vuelve permanente para la sociedad que entra en guerra con el Estado; empero, apunta a
un nuevo Estado, privilegia este
aspecto de la guerra. Se trata de la
misma guerra permanente, solo que no
siendo todavía Estado. Si fuera diferente, si la guerra de la sociedad
contra el Estado, privilegiara la alteridad
contenida en la sociedad, los nomadismos contenidos en la sociedad, si optará por la guerra nómada, la guerra volvería a ser constitutiva
de la sociedad nómada. La guerra volvería a formar parte de los
continuos movimientos y desplazamientos, de las constantes
invenciones, composiciones, asociaciones y combinaciones, que teje la sociedad alterativa. La guerra volvería a ser el juego lúdico de
la sociedad en constante devenir.
Ahora trataremos de proponer
hipótesis interpretativas de la larga guerra colombiana, que no se la
puede entender como guerra prolongada, pues es más larga que la guerra prolongada; se trata de un ciclo de larga duración,
que comprende sus estructuras de larga
duración. Antes, haremos un repaso descriptivo
del cronograma de esta guerra larga.
Descripción
de la guerra larga
Se dice que el Estado-nación
de Colombia fue inestable entre 1839 y 1885, lapso cuando se dieron lugar a unas secuencias de guerras civiles, inscribiendo su huella perdurable. Estas guerras
civiles respaldaron cambios constitucionales, cambios de régimen, incluso
cambios de nombres. Un golpe político militar llevó al poder a José María Melo,
en 1854; gobierno de facto que duró solo algunos meses. Derrocado Melo, se
promovió el reajuste del ejército; lo que parecía ser la condición necesaria
para instaurar el federalismo
establecido en 1858. Sin embargo, esta situación no duró mucho; al poco tiempo
estalló la quinta guerra civil, con
una rebelión en el estado de Cauca. Desde entonces se hizo patente la inestabilidad, hasta 1876, en todo el
periodo de legalidad de la Constitución de Rionegro; Constitución que otorgaba autonomía a los estados, así como
permitía la organización de ejércitos regionales, que hacían de contrapeso al
gobierno central. En este panorama regional, estallaron cerca de cuarenta guerras civiles regionales, solo una
nacional. Los liberales radicales, insatisfechos ante este equilibrio inestable
entre regiones y gobierno central, se levantaron en armas, intentando derrocar
al presidente Rafael Núñez, en 1884, empero, el levantamiento fracasó.
La llamada Guerra de los Mil Días da comienzo al
siglo XX. La crisis estatal se agrava con la pérdida de Panamá; separación
instigada por las potencias imperialistas, que necesitaban el canal para
ahorrar recorridos y tiempo, además de costos, en los viajes del Atlántico al
Pacífico. En una coyuntura aciaga el
presidente Rafael Reyes se ve presionado a renunciar (1904-1909). De todas
maneras, en 1930, culmina la hegemonía
conservadora despuntada en 1886. Un liberal ganó las elecciones
presidenciales, poniendo fin a casi medio siglo de gobiernos conservadores. La presidencia de Olaya Herrera
(1930-1934) comenzó el periodo denominado de la República Liberal; los liberales se sucedieron en el poder durante
un poco más de una década y media; desde 1930 hasta 1946.
Después vino el dramático
periodo denominado de “La Violencia”; se trata de los doce años, que se
extienden de 1946 a 1958. Hablamos de guerra
civil prolongada entre liberales y
conservadores; se dice que esta guerra arrojó más de 300 mil muertos.
Como consecuencia de esta guerra civil,
se ocasionó el desplazamiento de
miles de campesinos, trasladándose a las ciudades, desalojando el campo,
buscando refugio. Esto cambió la composición demográfica, la población dejó de
ser rural, transformándose en urbana.
En 1946 el 42% de la población de Colombia ya vivía en la ciudad; siguiendo
esta tendencia, en 1959 la proporción urbana
alcanzó al 53%; en el año 2005 la población urbana
constituía ya el 74,3%.
En las regiones y zonas
desalojadas y despobladas, las tierras fueron compradas a bajo precio por la burguesía industrial. Hablamos de
regiones como el Valle del Cauca, la sabana de Bogotá, Tolima y Meta. Las
haciendas establecidas se dedicaron a la producción agraria capitalista. Los
campesinos migrantes se transformaron en el proletariado agrario.
Los conservadores retomaron el poder;
sin embargo, en otras condiciones que antaño; no lograron las mayorías en el
Congreso. Además no fue nada tranquilo su periodo de gobierno. El asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, desencadenó la revuelta y la insurrección
popular, conocida como el Bogotazo.
Volvió el fantasma, el espectro y el cuerpo martirizado de la guerra
civil; la misma que se dilató hasta 1960. Los conservadores permanecieron en la presidencia hasta 1953; momento
en el cual se dio un golpe de Estado, haciéndose cargo del gobierno de facto el
General Gustavo Rojas Pinilla.
El gobierno de Rojas Pinilla
hizo propuestas de paz para terminar con la guerra
civil; un grueso de las guerrillas entregaron sus armas; sin embargo, al
poco tiempo varios de los guerrilleros que lo hicieron fueron asesinados. Ante
estas circunstancias, liberales y conservadores se pusieron de acuerdo,
poniendo fin a la dictadura de Rojas Pinilla. Se conformó una Junta Militar
provisional; en ese panorama político se organiza el Frente Nacional, buscando
garantizar el retorno a la democracia electoral, acordando la alternancia en la presidencia entre liberales y conservadores.
Se puede decir que el
acuerdo entre liberales y conservadores, la conformación del
Frente Nacional puso fin a la guerra
civil de estas dos corrientes políticas, una guerra civil que atravesó el país durante un siglo. Culminaron las guerrillas liberales. Sin embargo, se
estaba lejos de acabar con el conflicto
armado, cuyas raíces se encuentran en
la lucha de clases, en la dominación y la exclusión social, en la explotación
y subordinación social, también racial. Emergieron de este contexto y de sus espesores sociales otros proyectos
guerrilleros. En 1964 nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), el 7 de enero de 1965 el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en
julio de 1967 el Ejército Popular de Liberación (EPL), en 1984 el movimiento
indigenista Quintín Lame (MAQL) y el 19 de abril de 1970 el M-19.
Se puede catalogar como historia reciente la temporalidad comprendida desde 1960
hasta nuestros días, que nombramos como presente.
En el presente estamos ante los
llamados Diálogos de Paz, que se
llevan a cabo en la Habana, entre el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos
y las FARC; así como entre el gobierno colombiano y el ELN, en Ecuador; sin
embargo, esta mesa todavía no se ha instalado oficialmente. Cada cuatro años entre 1982 y 2002, los
llamados Diálogos de Paz, las
negociaciones involucradas, han variado de acuerdo al perfil del gobierno y los criterios asumidos. Álvaro Uribe Vélez y
Juan Manuel Santos fueron los presidentes sucesivos desde el 2002 hasta el
presente, siendo el último el presidente vigente de la república de Colombia.
En este periodo se han desvinculado cerca de 54,000 guerrilleros y
paramilitares. En contraste, las Fuerzas Armadas regulares se han venido
fortaleciendo continuamente. También, en el periodo, se ha implementado el
conocido Plan Colombia, plan diseñado
entre el gobierno colombiano y el gobierno de los Estados Unidos de Norte
América. Uno de los puntos de este plan tiene que ver con la disminución
progresiva de cultivos ilícitos, principalmente de la hoja de coca. El
incremento de las prácticas para erradicar los cultivos ilícitos, han
ocasionado el descenso de Colombia al tercer lugar de producción mundial de
cocaína, dejando de ser el principal productor; sitio que ocupó por décadas. Otro
de los puntos, quizás el más importante, por su incidencia, es considerar el
plan como contrainsurgencia; en otras
palabras, un dispositivo de guerra contra la llamada insurgencia; en términos claros, contra el pueblo colombiano. Sin
embargo, con la desmovilización de las denominadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que son los paramilitares, a
mediados de 2006, las denominadas bandas criminales (BACRIM) se han hecho cargo
de las actividades realizadas por los paramilitares.
El gobierno del presidente
Juan Manuel Santos promueve, desde 2012, en los Diálogos de Paz, un proceso
de paz con la guerrilla de las FARC-EP en La Habana, Cuba, buscando
encontrar una salida política al conflicto armado. Por otro lado y
paralelamente, viene efectuando otro proceso
de paz con la guerrilla del ELN en Ecuador. Ambos procesos son dificultosos
y delicados; han dibujado un recorrido difícil y sinuoso. De todas maneras,
parecen avanzar. Sin embargo, la gran ausente en estos Diálogos de Paz es la misma sociedad colombiana, la gran afectada
por la larga guerra[4].
Se puede decir que el conflicto armado en Colombia corresponde
a una guerra asimétrica de baja intensidad[5].
Las fuerzas involucradas en el
enfrentamiento son el ejército regular
de Colombia, los ejércitos irregulares
de las guerrillas, los destacamentos paramilitares y los brazos armados del narcotráfico. El conflicto
armado ha pasado por varias etapas de agravación
de la conflagración múltiple, por así
decirlo[6].
A pesar de haber adquirido características singulares,
un perfil y estructuras singulares,
el conflicto armado, en la historia reciente, el mismo tiene sus nacimientos en los espesores de la matriz
histórica-política del periodo de “La Violencia”. Guerra civil entre liberales
y conservadores, que tiene, a su vez, sus emergencias, en la entonces llamada la Nueva Granada, que, posteriormente se independizó de la Corona española[7].
Es cuando se inicia una querella
sobre la forma de Estado[8].
La pregunta que vamos a
hacernos es: ¿Cuál es la complejidad
del conflicto armado? Responder esta
pregunta requiere no solo de aproximaciones
a la experiencia social y a la memoria social colombiana, sino de la perspectiva del pensamiento complejo. Por de pronto, partiendo de algunos hilos del tejido espacio-temporal-social-cultural-político, de algunas miradas rutilantes, que hacen como iluminaciones de linterna, intentaremos proponer hipótesis
interpretativas prospectivas.
Hipótesis
1:
Como en todo el continente
de Abya Yala, los nacientes Estado-nación, lo hacían, es decir nacer, primero
en el marco jurídico-político liberal;
como si fuera la palabra de la ley la que diera vida a las flamantes repúblicas.
Sabemos que no es así, que es al revés, si se puede hablar así, por lo menos
para ilustrar, que es la materialidad
histórico-política, que son las condiciones
de posibilidad históricas-sociales-políticas-culturales las que posibilitan
la edificación de la república. Al
nacer en la ilusión jurídica, las
flamantes republicas, ingresaron
inmediatamente en una crisis estatal,
de carácter institucional. Estaba la
Constitución; sin embargo, la misma se aposentaba sobre un vacío institucional. En este contexto
y coyuntura de Estado endeble, estallan los conflictos
entre las fuerzas concurrentes y en competencia por el dominio político. Se puede decir que las fuerzas conservadoras eran como las fuerzas realistas, que basaban su derecho a gobernar sobre la base de la materialidad
de sus propiedades latifundistas; en
tanto que las fuerzas liberales
basaban su derecho a gobernar en la Constitución liberal. Estas últimas eran, mas bien, fuerzas encargadas de cumplir las tareas pendientes, sobre todo de realizar la Constitución.
Los liberales han tenido un perfil,
una composición, una convocatoria, mas bien, popular. Esto se explica porque su liberalismo apuntaba a la defensa de los
derechos consagrados en la
Constitución, beneficiando con esto a las mayorías.
En tanto que los conservadores,
mantuvieron una convocatoria, mas
bien, elitista; sostenida en el poder,
en el peso del dinero y de la riqueza, en la jerarquía de las familias.
Aunque, lo que decimos tiene que ser matizado o regionalizado, pues también estamos ante la presencia de fuerzas
centrífugas, que convertían a las regiones
en países, hasta estados regionales, separados y en
competencia; con sus propias jurisdicciones.
Se puede adivinar las ventajas comparativas, en términos de monopolio de violencias regionales, de las que gozaban los conservadores, pues ejercían un poder
jerárquico, de abolengo,
familiar, de intimidación, copando el ejército con la oficialidad ligada.
También incorporaban a parte de los subordinados
por coacción a las filas de sus ejércitos. Sin embargo, estas ventajas comparativas, heredadas, no
pueden durar mucho tiempo, ante el fortalecimiento en crecimiento de la convocatoria liberal, mas bien espontánea,
con adherentes y simpatizantes voluntarios, inclusive masivos, contando con la
inclinación popular. Esta larga guerra civil entre liberales y conservadores no tuvo, en términos claros, un ganador; por eso, se
explica el acuerdo al que llegan para
gobernar mediante alternancia.
Si se puede decir, con toda
la relatividad del caso, que el conflicto
político, en torno a la forma de
Estado, que alimentó la guerra civil,
se resolvió, en los términos perentorios;
esto no quiere decir, de ninguna manera, que los otros conflictos, sobre todo sociales,
se resolvieron. No tardaran, estos conflictos,
en prender de nuevo la mecha de la guerra. El conflicto social, que alimenta el decurso de la guerra larga, no ha llegado a ninguna
resolución, hasta ahora. En los Diálogos
de Paz se intenta encontrar acuerdos
y mecanismos que coadyuven a esto. Sin embargo, parece más difícil
encontrarlos, comparando con el conflicto
político entre liberales y
conservadores. La problemática social requiere tratamientos distintos a los
procedimientos y negociaciones habidas entre liberales y conservadores. No está fácil llegar a acuerdos mientras persistan las problemáticas sociales. Si se quiere
realmente llegar a resoluciones, aunque sea en forma de procesos, es
menester abordar ampliamente estas problemáticas
sociales. Si se las soslaya se está encaminando los Diálogos de Paz por un camino muy angosto, donde no cabe la complejidad de los tópicos y temáticas sociales; creyendo que se puede avanzar solo
tratando el tema político. Es esta
una equivocación. Aunque se llegue a feliz término en lo que respecta a la problemática política, que incluye la problemática militar, dejando pendiente
las problemáticas sociales, no
tardara de prenderse nuevamente la mecha
de la guerra, en una sociedad que lleva la lucha de clases a la intensidad de la lucha armada. Mucho más aún cuando las clases dominantes pretenden
dar en concesiones los territorios ocupados por las FARC a
empresas trasnacionales extractivistas, buscando desalojar a las poblaciones
que los habitan.
Descripciones
de coyunturas dramáticas
El conflicto armado exteriorizó una vertiginosa escalada durante la
década de 1980. La presencia de la guerrilla en varias regiones del país[9],
los asesinatos selectivos de miembros civiles de la izquierda a manos de los grupos paramilitares, la aparición de tramos del narcotráfico, que chocan con
la guerrilla, en el propagación de
sus actividades delictivas, el secuestro extorsivo de familiares de capos del
narcotráfico por parte de la guerrilla,
todo esto coadyuvó a la escalada en el incremento y la intensificación del conflicto.
No hay que olvidar que es
también durante la misma década, cuando Colombia experimentó transformaciones
económicas; la transición de país cafetero a país minero y cocalero, contando
con la participación económica de nuevos sectores de la agroindustria, así como
de la economía extractivista, de la minería del carbón, el petróleo y el oro.
Quedaría coja esta breve descripción
si no se anota que se añade a esta descripción
económica el suroriente del país, donde se expandió rápidamente la economía política de la cocaína.
Entre 1988 y 2003 es el lapso de mayor acentuación de la violencia[10]. Es en la segunda mitad de la década de 1990,
cuando se presenta la mayor perversión del conflicto;
se generalizan la toma armada de poblaciones, las desapariciones forzadas, las
masacres indiscriminadas de civiles, el desplazamiento forzado masivo y los
secuestros colectivos de civiles, militares y políticos[11].
La cima de esta intensificación beligerante aparece durante el lapso comprendido entre la presidencia
de Andrés Pastrana y el gobierno de Álvaro Uribe; es cuando convergen
explosivamente la movilización punitiva
estatal, las acciones de las
guerrillas, las violencias
descarnadas de grupos de
narcotraficantes y paramilitares.
Analistas creen que a partir
de la desmovilización de los grupos paramilitares, entre 2003 y 2006,
añadiendo un notorio decaimiento de la
guerrilla, se da lugar un descenso de la intensidad del conflicto
armado[12].
Sin embargo, a pesar de estas apariencias, las organizaciones paramilitares no
cesaron su actividad amenazante y de terror; continuaron sus labores destructivas en su condición de carteles de droga, equipadas
con gran arsenal militar; estos paramilitares,
ahora, son llamados BACRIM. La guerrilla preservó su capacidad de combate y ocupación territorial en determinadas regiones[13].
Conmensurando la huella de la guerra larga, un estudio, realizado en el 2013, cifró en 220,000
las muertes causadas por el conflicto desde
1958[14].
Esta cifra queda chica, cuando se abarca al resto de personas que han sufrido
otros crímenes de guerra; la cantidad
sobrepasa los 6 millones de víctimas
estimadas. Hablamos de las personas que fueron desaparecidas, amenazadas,
secuestradas, víctimas de algún acto
de terrorismo, personas afectadas por el asesinato de un ser querido, víctimas de minas antipersonal, tortura,
reclutamiento forzado de menores de edad y violencia sexual[15].
Hipótesis
2:
Para comprender estas
sucintas descripciones es menester
salir del discurso jurídico-político,
de sus artículos, de sus enunciados,
de sus principios legales, de sus representaciones.
Es necesario situarse en los espesores
de los juegos de fuerzas, que
atraviesan cuerpos, e inscriben en ellos la intensidad de sus descargas. Es indispensable entender que estamos ante estados de situaciones que no pueden
circunscribirse al concepto de Estado,
incluso al mismo concepto de conflicto,
así como al concepto de guerra
institucionalizada. Estamos ante la elocuencia desenfrenada de fuerzas que usan toda la violencia posible para lograr sus
objetivos. En pleno sentido de la palabra, no hay exactamente gobierno, sino administración de la guerra;
las instituciones del Estado son dispositivos y engranajes de la guerra,
destinados a ganar la guerra. En el
mismo sentido, el ejército de liberación,
las fuerzas de liberación,
supuestamente al servicio de la lucha de
clases, se convierten en dispositivos
absorbidos a la vorágine de la
guerra, descargando también toda
la violencia posible para ganar la guerra. Y estamos ante destacamentos armados de las economías políticas del chantaje, de
los tráficos, de la economía política de la cocaína. Estos
destacamentos no pretenden ser otra cosa, estar al servicio del orden o de la liberación, como ocurre con el Estado o la guerrilla, sino de manera descarnada
son lo que son, destacamentos armados
para apoyar los recorridos de los tráficos y proteger a los carteles.
En esta cruda realidad, no se puede buscar su comprensión y su inteligibilidad,
en las representaciones estatales,
tampoco en las representaciones
“revolucionarias”, mucho menos en donde no hay representaciones, sino, mas bien, un imaginario perverso de la riqueza
y de la violencia, asumida como
el paraíso de los violentos. Esta cruda realidad solo puede ser descifrada por la deconstrucción de los discursos,
que encubren las apariencias, por la deconstrucción
de las pretensiones institucionales,
que se sustentan en principios
categóricos, en el deber ser, así
como en las promesas de los derechos. En la diseminación
de las estructuras institucionales,
estructuras de poder, que son las materialidades donde se edifican las violencias descomunales.
Estamos ante un
Estado-nación que se comporta, efectivamente, como una máquina de guerra institucionalizada. Máquina de guerra de un capitalismo
dependiente, extractivista, aditamentado
con las formas del capitalismo
especulativo, financiero,
coactivo de las economías políticas del
chantaje. Una máquina de guerra,
articulada a las máquinas de guerra
del imperio, que se ocupan del control policial mundial, del cuidado de los circuitos
financieros especulativos, los circuitos
de las materias primas, los circuitos de las mercancías, los circuitos
de los capitales golondrinas, los circuitos de los tráficos. Si hay una economía
nacional, hay que situarla como parte de esta singularidad compleja, que expresa el sistema-mundo capitalista en una localización desmesurada, por la violencia, agobiante por las coacciones contra la población, destructiva por la larga guerra dilatada en el espacio
de los desacuerdos y las desigualdades, perversa por la administración rentista y el negocio creciente de la guerra.
Estamos ante una guerra, donde parece borrarse los perfiles contrastados, antagónicos, en
lucha. Pues los perfiles tienden a
parecerse, en la medida que ignoran a la sociedad
sufriente, a las poblaciones afectadas, coaccionándolas, obligándolas a
apoyos forzados. Esta ausencia de democracia,
mucho más si se trata de democracia
participativa, este descarte taxativos de consensos para la acción, esta imposición de verdades discursivas, desgastadas en el transcurso de las desafiantes singularidades complejas de
los tejidos sociales, termina
convirtiendo a unos y otros, en enemigos
cómplices del poder, de la reproducción del poder, del circulo vicioso del poder, que solo
puede marchar, capturando las fuerzas
vitales de la vida.
[1]
Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. También Antiproducción. Dinámicas moleculares;
La Paz 2013-15. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/acontecimiento-politico-/. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/antiproduccion/. También en Amazon: https://kdp.amazon.com/bookshelf.
[2]
Ver de Raúl Prada Alcoreza La guerra al interior de la periferia.
También La “ideología” de la
autocomplacencia. Dinámicas
moleculares; La Paz 2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/guerra-al-interior-de-la-periferia/. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-ideologia-de-la-autocomplacencia-lecciones-de-la-guerra-del-chaco/.
[3]
Ver de Gilles Deleuze y Félix
Guattari Mil mesetas. Pre-Textos.
Valencia.
[4]
Texto:
Colombia Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Colombia?oldid=87122754
Colaboradores: AstroNomo,
Youssefsan, Llull~eswiki, PACO, Lord Sy, Randyc, Joseaperez, 4lex, Fibonacci,
Sabbut, Moriel, Frutoseco, Jumaca, Sauron, T6435bm, JorgeGG, HeKeIsDa,
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Sanbec, Zwobot, Dionisio, Yaazkal, Jibbon7, Robertocfc, Bigsus, 1297, Kusaja,
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[11] Artículo en la
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[12]
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[13]
Artículo sobre el conflicto en el Cauca.
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