miércoles, 21 de diciembre de 2016

El desmoronamiento

El desmoronamiento


Raúl Prada Alcoreza

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Las caídas suelen ser equivalentes a la altura desde donde se cae; también pueden ser estruendosas, si la edificación que se derrumba es monumental. Pero, sorprendentemente, también ocurre algo bien diferente; cuando se espera un estruendo apenas se escucha el sonido de la caída de un letrero, el que identificaba el edificio con sus anteriores ocupantes. El desmoronamiento puede venir por implosión, no por explosión. El Estado de los soviets se derrumbó de repente, después de siete décadas, ante la crisis de la perestroika. ¿Cómo la primera revolución proletaria triunfante (1917), que erige un Estado Socialista, cae sin emitir casi ruido, salvo el estruendo de los medios de comunicación? Simplemente se desmoronó como una arquitectura de poder, agotada de sostenerse sobre columnas inconsistentes, que no soportaron el peso de la maquinaria burocrática; a pesar que las mismas columnas se afincaban en cimientos profundos y consistentes, los de la misma sociedad subversiva. En Bolivia la revolución nacional (1952), pero también obrera y campesina, aunque inconclusa[1], se desvencijó doce años después, ante un golpe militar. Sergio Almaraz Paz llamó a este evento triste, “revolución arrodillada”[2].

Se puede situar como epicentro a la movilización prolongada, 2000-2005; acontecimiento de la movilización múltiple, compuesta por movilizaciones en distintas escalas.   Intermitentes, algunas continuas; movilizaciones en todo el tejido social, movilizaciones entrelazadas, imbricándose y fortaleciéndose por la irradiación de otras movilizaciones dadas; aunque se puede hablar de ejes articuladores de la movilización. Estos ejes son: el substrato anticolonial indígena; el substrato nacional-popular, el horizonte autogestionario, el presente agitado de la movilización anti-neoliberal. También se puede hablar de convergencias acumulativas y de explosiones sintetizadoras, como la guerra del agua, el bloqueo indígena-campesino, la guerra del gas, la toma de Sucre por los movimientos sociales anti-sistémicos. Todo esto nos muestra la complexión de la movilización prolongada[3]. Después de esta subversión de la praxis de la sociedad alterativa, se edifica, sobre estos cimientos, un gobierno de convocatoria popular; el mismo que nacionaliza los hidrocarburos y convoca a la Asamblea Constituyente. Para pasar, después de la promulgación de la Constitución, a la construcción del Estado Plurinacional, cuyas columnas, en vez de ser otras columnas, diferentes al Estado-nación, son las mismas columnas que este Estado. De entrada, se opta por un camino corto, el de la refacción del antiguo edificio del viejo Estado-nación. Con lo que el Estado plurinacional no solamente queda inconcluso, sino que queda sin construir[4].

A una década de gestiones de “gobierno progresista”, el proyecto populista del MAS se desmorona. ¿La caída será una explosión estruendosa o, más bien, una implosión casi silenciosa? Las recientes reacciones del “gobierno progresista” y de sus aparatos de Estado, además del “partido”, como que anuncian que el Estado clientelar va a resistir a su caída, buscando, desesperadamente, evitar su desmoronamiento. A pesar de haber perdido el referéndum sobre la posibilidad de revisar la Constitución y lograr una nueva postulación a la reelección del presidente, inmediatamente después de la derrota, han pregonado buscar la reelección. Los argumentos son estrambóticos, aludiendo a una supuesta campaña de la “derecha”, desatando rumores sobre la relación del presidente con la responsable de la CAMCE; empresa china encargada de proyectos concedidos sin cumplir con las normas de contratación de bienes y servicios. Los argumentos son estrambóticos, pues la cuestión no es la relación del presidente con la representante aludida, sino la corrupción insoslayable al otorgar concesiones, contrataciones, proyectos, de manera ilegal, a la empresa cuestionada; además de contar con que la empresa no ha cumplido en ninguno de sus contratos[5].

Esto no solamente es irse por las ramas, sino no tomar en cuenta el delito grave contra el Estado.  Reducir la corrosión institucional y la extensión abrazadora de la economía política del chantaje a una cuestión de “telenovela” sensacionalista, acompañada por el tema de la reelección, como si la problemática política pudiera quedar restringida a la competencia electoral, es mostrar claramente los menguados alcances políticos de los involucrados. Además de los entornos, no solamente palaciegos, sino del partido y de los llamados “movimientos sociales”, afines al gobierno, que de movimientos tienen muy poco, en un periodo de estancamiento y de inmovilidad; a no ser que se tomen como tales los montajes multitudinarios de apoyo oficial al gobierno. Mucho menos se trata de movimientos sociales anti-sistémicos, como lo fueron los de la movilización prolongada[6].

La cuestión de fondo es la crisis múltiple del Estado-nación. En este contexto, la problemática de la crisis corresponde a la crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar, que, en la singularidad de los “gobiernos progresistas” de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, se manifiesta en la corrosión institucional, en la exaltación de las simulaciones y montajes, en los límites del teatro político. Estamos ante márgenes de maniobra, cada vez más estrechos, del círculo vicioso del poder. Las distintas versiones ideológico-políticas, incluso las que se consideran antagónicas, cada vez se parecen más. En este estrechamiento, el circulo vicioso de poder, en vez de manifestar formas aparentes variadas, en concurrencia y hasta enfrentadas, termina mostrando comportamientos parecidos, conductas equivalentes, usos del poder repetitivos, sean de “izquierda” o de “derecha” los gobiernos[7].

El “gobierno progresista” de Bolivia, en su tercera gestión, ya devela los síntomas del desmoronamiento. Por lo menos, dos derrotas electorales; la relativa a la elección de los magistrados, cuando ganó el no; la relativa al referéndum sobre la reelección. Por lo menos, dos derrotas políticas contundentes; la del “gasolinazo”, cuando el gobierno se vio obligado a retroceder y levantar su medida de suspensión de la subvención a los carburantes; la del Conflicto del TIPNIS, sobre todo, en lo que corresponde a la VIII marcha indígena. Añadamos a estos síntomas del desmoronamiento, la ineptitud de la burocracia estatal, en lo que respecta a la administración pública, al manejo técnico de las empresas estatales. Todo esto en contextos cada vez más morbosos y perversos de la corrosión institucional y de la extensión de los circuitos y redes de corrupción[8].

La durabilidad y la permanencia de una forma de gubernamentalidad, depende de cierto equilibrio, por así decirlo, de sus componentes y de sus condiciones de posibilidad. Por ejemplo, mantención de ciertos niveles de convocatoria y de legitimidad, a pesar que éstas hayan disminuido. Mínimos manejos técnicos de las empresas estatales; mínimos niveles de eficacia burocrática, además de lograr controlar, hasta determinados niveles, las prácticas acompañantes de la corrosión institucional y de la corrupción. Estas condiciones del equilibrio, en el funcionamiento y estructura de la gubernamentalidad clientelar, no se cumplen en la tercera gestión del “gobierno progresista”; comenzó la regresión desde la segunda gestión de gobierno (2010), cuando se dan pasos atrás como la desnacionalización de los hidrocarburos con la firma de los Contratos de Operaciones. El “gobierno progresista” sigue el curso de la curvaascendente y descendente, de gobierno, de periodo de forma de gubernamentalidad, de estilo y perfil de la estructura de poder.  Después de un punto de inflexión, al llegar la curva, en su fase ascendente, a una cumbre, comienza la fase del descenso. Las pendientes del descenso dependen, por así decirlo, de coordenadas, que definen el ejercicio de poder, la efectuación política, las prácticas desplegadas por el gobierno, el partido de turno, los aparatos de Estado en funcionamiento. Estas acciones estatales y gubernamentales se dan en los contextos definidos por las mallas institucionales y la sociedad institucionalizada; también en incidencia relativa en los planos y espesores de intensidad de la sociedad alterativa. El momento o la coyuntura más calamitosa de la regresión y la decadencia, se da cuando las coordenadas definen una pendiente que se aproxima a la vertical, como una caída directa. Esto ocurre cuando no solamente no se cumplen las mínimas condiciones del equilibrio de la estructura de gubernamentalidad, sino cuando la institucionalidad misma queda en completo suspenso; se descoyunta, no funciona o se la inutiliza por procedimientos no-institucionales. Cuando la Constitución y la estructura legal no se cumplen por nada, ni siquiera parcialmente, para guardar las apariencias. Cuando se opta por imposición descarnada del poder, por el ejercicio de la violencia monopólica del Estado, aunque ésta sea simbólica, incluso burocrática y proliferante en montajes escénicos políticos clientelares[9]

El optar por el forcejeo político, el atropello constante, en vez de negociar, buscar acuerdos, incluso parciales; en vez de optar por abrir espacios de deliberación, preferir, mas bien, la descalificación, de entrada, de la llamada “oposición”, así como de dirigentes y organizaciones sociales - que resisten, demandan e interpelan a un gobierno, sus gestiones, sus órganos de poder, que vulneran la Constitución -, aísla, a la corta, a la mediana o a la larga, al mismo gobierno y su estructura de gubernamentalidad. A pesar de la convocatoria oficiosa, oficial e inducida, a los “movimientos sociales”;  a pesar de un Congreso de partido, aparatoso, improvisado y vertical; el “gobierno progresista”, su forma de gubernamentalidad clientelar, su Estado rentista y economía extractivista, están más aislados que nunca, más desorientados que antes, más desesperados que en crisis coyunturales anteriores. La prepotencia desmesurada, que se hace más ostentosa, a pesar que pretende mostrar fortaleza, devela profundas debilidades, que ya han carcomido la arquitectura de poder.   Sobre todo, se expresa, aunque de manera encubierta, con máscaras de cinismo, el miedo de las autoridades, de los gobernantes, de los representantes y dirigencias oficialistas.

Legalmente no se puede hacer otro referéndum sobre el mismo tema,  incumpliendo con el mandato del referéndum que rechazó, por mayoría, la reelección. Las delirantes propuestas del MAS para abrir la Constitución por un tema particular, como el de un nuevo referéndum, con el objeto de lograr una nueva reelección, habiendo incumplido con tópicos y temáticas estructurales de las transformaciones institucionales, no son más que chabacanadas o especulaciones seudo-leguleyas, buscando justificar lo que no se puede; dada la estructura normativa y legal de la Constitución y del Estado. No parece posible poder lograr este propósito, incluso, en el caso que se lo intente por la fuerza. En el caso hipotético que se lo hiciera,  lo único que se haría es cavar la tumba más a fondo.

La crisis de la gubernamentalidad clientelar, en el contexto y la periodización de los “gobiernos progresistas”, teniendo como substrato estructural, histórico-político, a la crisis múltiple del Estado-nación, la crisis política no encuentra su solución tampoco en el cumplimiento de la Constitución, en lo que respecta a la reelección, yendo a las elecciones del 2019 sin la candidatura de Evo Morales Ayma. Gane quien gane se seguirá en el círculo vicioso del poder; otorgándole su propio perfil, cualquiera sea éste. De lo que se trata es de salir del círculo vicioso del poder. Ciertamente, esto no ocurre de la noche a la mañana, no ocurre como acto de consciencia, ni sucede como racionalidad instrumental, ni reforma institucional. Teóricamente, la salida del círculo vicioso del poder, por ende, de la crisis múltiple del Estado-nación, solo puede darse  mediante la liberación de la potencia social; lo que implica también la salida de la ideología generalizada, del fetichismo generalizado, de la economía política generalizada. Este acontecimiento histórico-político-social-económico-cultural de la democracia radical correspondería, hipotéticamente, a otro iluminismo. No solo a un iluminismo del iluminismo, que significa crítica de la crítica, sino al uso crítico de la razón. Ingreso a la madurez social, al autogobierno de los pueblos.








[2] Ver de Serio Almaraz Paz: El poder y la caída. Amigos del libro. La Paz. También del mismo autor Obras. Plural Editores; La Paz.



Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/el-desmoronamiento/

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