El presidente de Bolivia, Evo Morales, buscará nuevamente ser candidato para gobernar el país en las elecciones de 2019.
Pero la Constitución boliviana le prohíbe presentarse para un nuevo mandato.
Morales gobierna Bolivia desde 2006 y en la actualidad transcurre su tercer mandato como presidente.
En febrero último, el presidente intentó conseguir la habilitación para un cuarto mandato mediante un referendo para modificar la Constitución, pero obtuvo un 51,30% de rechazo de la población boliviana.
Pese a esto, el Movimiento al Socialismo (MAS), partido político al cual Morales representa, propuso cuatro posibles vías para habilitarlo como candidato.
Las cuatro propuestas fueron planteadas el sábado durante el congreso partidario del MAS en la ciudad de Montero, en el departamento de Santa Cruz, Bolivia y tras el cual Evo Morales aceptó la postulación para las próximas elecciones de 2019.
Pero no todos están satisfechos con la estrategia que planeta el MAS.
Mientras que el asambleísta del MAS, Martin Siles, justificó las maniobras de su partido para lograr la postulación de Morales en las próximas elecciones.
"El Presidente debe someterse a la decisión del pueblo (…), la mayoría de los sectores de forma unánime en el congreso están pidiendo que vaya de candidato para 2019-2025, hay procedimientos para reformar la Constitución no va ser nada inconstitucional", indico Siles.
El descarnado poder
Raúl Prada Alcoreza
Habría que observar con detenimiento el disfuncionamiento de las máquinas de poder o, si se quiere el funcionamiento descoyuntado de los aparatos de poder. Ya lo dijeron antes, la máquina del Estado funciona chirriando. Este almatroste funciona desvencijándose. Esta impresión se hace más evidente en la etapa reciente del ciclo del capitalismo vigente, la de la tardía modernidad, la de la decadencia del sistema-mundo capitalista. Se hace patente en distintas formas manifiestas, sobre todo, en distintos síntomas inquietantes. Mencionaremos algunos, a modo de ilustración.
Los gobiernos no gobiernan, simulan que gobiernan, mientras dejan que las estructuras efectivas de poder conduzcan los rumbos de la política y de la economía. Los discursos no dicen la verdad, tan solo la pretenden; dicen que dicen la verdad, cuando lo que les interesa es convencer que lo que ocurre es lo que dicen. Los referentes del esquematismo dualista político de “izquierda” y “derecha”, no son referentes orientadores ni valederos, pues “izquierda” es una pose, “derecha” otra pose, para llegar al poder y conservarlo. Las leyes, la Constitución, no norman, sino que sirven como instrumentos jurídicos de legitimación de actos inconstitucionales e ilegales. La revolución se ha convertido en un mito; ha dejado de ser un acontecimiento político y subversión social. La justicia es el fin que justifica los medios, medios usados más injustos. La libertad es otro fin que justifica las prácticas habituales políticas, que conculcan, de hecho, la libertad, al reducirla a la libertad de mercado, a la libre empresa y a la competencia. Los derechos no son algo que garantizar y cumplir, sino algo que se reclama al gobierno para restregarle la cara; por parte del gobierno, los derechos son parte de la retórica política, para nombrarlos como parte de sus convicciones.
Se puede ver que la lista es mucho más larga. Pero, no se trata de ser exhaustivos para mostrar los alcances de la decadencia. De lo que se trata es entender por qué ocurre esto, por qué se dan estos contrastes, por qué funciona la política de esta manera. Vamos a tratar de sugerir hipótesis interpretativas, buscando una configuración adecuada de esta diseminación, esta anti-política, esta anti-producción, de esta decadencia[1].
Funcionamiento descoyuntado de la política
1. No se trata de gobernar, en el sentido del griego antiguo, el cuidado de la ciudad, que puede también interpretarse como el cuidado de la sociedad, sino dejar hacer y dejar pasar. Esta vez, no solamente respecto a la economía, sino respecto también a la política. Se supone que las estructuras de poder ya están consolidadas; no se trata de transformarlas, ni mucho menos, demolerlas, sino de presentarlas; en un caso, como el fin de la historia; en otro caso, como si hubieran cambiado, al servicio de la justicia. En ambos casos, no se gobierna, sino se simula que se lo hace, mientras se sirve a los verdaderos amos del poder, por así decirlo, las trasnacionales, el sistema financiero internacional, los carteles y los servicios de inteligencia.
2. No se trata de la verdad, ni como correspondencia con la realidad, ni como esencia de los hechos, sucesos, eventos, sino de la verdad del poder, la verdad producida por el poder, la verdad que dice quién manda.
3. En el sistema-mundo moderno no hay referentes, en el sentido estricto de la palabra. El sistema-mundo moderno, en su etapa decadente, modifica los referentes cuando requiere hacerlo. El sistema-mundo político usa los referentes no para diferenciar posiciones políticas efectivamente encontradas, sino para distribuir las retoricas políticas, de acuerdo a las competencias por el poder.
4. El sistema-mundo jurídico, conteniendo a los sistemas jurídicos nacionales, no está para que las leyes y normas se cumplan, sino para que sirvan como codificadores, que puedan decodificarse según los intereses concretos del poder.
5. El término de revolución no señala un acontecimiento dramático de transformación, efectuado por las masas, sino es un mito, que sirve para ungir a los “revolucionarios” del halo sagrado de la mitología de la revolución.
6. La justicia ha dejado de ser una demanda de los condenados de la tierra, para convertirse en una identidad política; en política habría quienes luchan o persiguen la justicia. Ellos merecen llegar al poder para curar heridas, corregir errores, solucionar entuertos.
7. La libertad ha dejado de ser una condición de posibilidad ética de la política, para convertirse en el ejercicio práctico de empresas monopólicas, extractivistas, financieras y especuladoras. La libertad es la libertad de disponer del dinero y hacer más dinero.
8. El sistema-mundo moderno es un mundo sin derechos, puesto que ya no se tiene derechos; no se cumplen ni garantizan estos derechos. Es un mundo donde se impone la astucia, la fuerza, la economía política del chantaje.
Una configuración singular de la decadencia política
¿Qué “lógica”, qué sentido tiene todo esto? En el sistema-mundo moderno, en su etapa decadente, las ideologías y los ideales, por así decirlo, no están para que se cumplan, pues se han vuelto hojas secas, libros guardados o rememorados en la retórica política. Están para dar sentido, por lo menos discursivo, a lo que no tiene sentido.
No tiene sentido decir que si en otros países hay menos árboles que en Bolivia, esos países no deberían seguir talando, sino conservar los bosques; en cambio, Bolivia puede hacerlo, desboscar, para su “desarrollo”. Esta demostración por el absurdo, para defender una represa depredadora y extractivista, es una muestra elocuente de esta política decadente del mundo moderno.
Decir que se puede hacer un nuevo referendo por lo mismo, por lo que se ha perdido en un anterior referendo, pues había desinformación y distorsiones, es la expresión elocuente del cinismo político llevado al extremo. Sin embargo, se lo presenta, en los medios de comunicación oficiales, como una corrección de una anomalía anterior, cuando la anomalía visible es este forcejeo grotesco del gobierno, del oficialismo y su masa elocuente de llunk’us.
Buscar cambiar la Constitución para lograr una nueva reiterada reelección a la presidencia, es el mayor desprecio a la Constitución, que se dice servir, banalizándola al extremo. Las transformaciones estructurales e institucionales, que establece la Constitución no interesan; se puede decir que han sido cumplidas, la retórica dice de todo, el papel aguanta todo. Lo que interesa es el juego del poder, mantenerse en el círculo vicioso del poder.
Encubrir las propias fechorías indilgando a otros que lo habrían hecho, es la muestra más degradante de inmoralidad y la evaporación de la ética. Pero, se lo hace, pues no se trata, de ninguna manera, de confesar, ni mucho menos, sino de manchar a los otros con el propio barro.
Hablar a nombre del pueblo, más aun, a nombre de las movilizaciones sociales, cuando este pueblo ha sido anulado de la participación democrática, cuando las movilizaciones sociales anti-sistémicas han desaparecido, es usurparle al pueblo, de la manera más deshonesta, su potestad, su voluntad, su libertar, también sus expectativas y esperanzas. Pero, se lo hace, pues lo que importa no es el pueblo real, de carne y hueso, sino el nombre de pueblo, que justifica todos los atropellos del gobierno.
En conclusión, la política, en la etapa de la decadencia, es el teatro de la crueldad, el montaje insólito de escenarios de espectáculos, donde no importa el sentido inmanente de los acontecimientos, sino el sinsentido del desborde del poder, del descomunal despliegue de violencia, la justificación cínica de las super-ganancias y las ganancias ilícitas.
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El poder clientelar
Raúl Prada Alcoreza
El poder no es sólo relación de fuerzas, como Michel Foucault expuso, sino dominación; es decir, separación de la fuerza de lo que puede. La fuerza, separada de su potencia, es, sencillamente, una energía capturada por las mallas institucionales, puesta al servicio del poder, de la dominación. Paradójicamente, una fuerza, capturada por las mallas institucionales, es una fuerza que no puede, que no tiene potencia, una fuerza anulada. Es sobre este desperdicio que se afinca el poder.
Entonces, ¿por qué se llama poder a lo que no tiene potencia? Esta inversión del sentido en la palabra usurpadora, dice mucho acerca del poder. El poder no tiene potencia, es impotente. Sin embargo, se presenta como todo poderoso. Llamemos a esto el encubrimiento de la impotencia. El poder es una máscara que oculta el rostro de la impotencia, de la debilidad, incluso del miedo.
Sin embargo, he ahí la paradoja, el poder, que es impotencia, de todas maneras domina. ¿Por qué? Una respuesta, que parece coherente con esta situación, en los planos de intensidad de la fuerzas, es que la dominación transcurre en el imaginario. Se toma como realidad la máscara, la presentación, el encubrimiento de la impotencia; entonces, al hacerlo, se asume, la derrota. No se resiste, no se lucha, se entrega la voluntad a la máscara.
Sin embargo, la respuesta no termina de responder, de completar la interpretación de la problemática. ¿Por qué se acepta la teatralidad del poder, en vez de avizorar claramente lo que es, en realidad? En otras palabras, ¿por qué no se confía en las propias fuerzas? ¿Por qué se las entrega al supuesto vencedor? ¿No se conoce la potencia? La segunda respuesta adecuada parece ser esta: no se conoce la propia potencia.
El vínculo con el cuerpo también parece ser imaginario; es decir, se acepta las interpretaciones institucionalizadas por las mallas institucionales; concretamente, por el Estado. No es un vínculo vital; este vínculo se habría hundido en el olvido de una memoria descalificada por la versión narrada por el poder. Las fuerzas, que no pueden ser sino corporales, se las asume en su forma de representación; representación que aparece en la narrativa del poder; donde las fuerzas son conmensuradas cuantitativamente, no en su cualidad. Entonces, al aceptar esta versión nihilista de los contextos, campos, planos de intensidad, espesores, donde se mueven las fuerzas, se termina retrocediendo ante la espectacularidad de las maquinas del poder, sin atinar a desencadenar la potencia efectiva de las fuerzas; lo que pueden.
La tercera respuesta es contundente. Se renuncia a la potencia de las fuerzas; se renuncia a luchar; se entrega las armas y los cuerpos al supuesto vencedor. Esta rendición es la muestra clara del despliegue, el desenvolvimiento y la dominación del nihilismo.
En estas condiciones, diremos, todavía, histórico-políticas, se da lugar lo que se viene en llamar las genealogías del poder. El poder, como expropiación de parte de la potencia de las fuerzas, como captura de las fuerzas que se rinden, erige sus mallas institucionales, las estructuras y diagramas de poder, que se inscriben en la piel, como historia política; mallas institucionales que se sumergen en los espesores del cuerpo, constituyendo subjetividades. Se edifica la dominación en sus formas singulares como aparecen en la historia, por así decirlo.
Es cuando emergen las formas polimorfas del poder, las distintas narrativas de las dominaciones; las distintas relaciones, tecnologías, codificaciones y hermenéuticas del poder, respecto al cuerpo, como acontecimiento vital. Se edifican, también, las estructuras, los bloques y los sistemas institucionales de dominación. Se edifican las estructuras e institucionalidades patriarcales; se edifican las instituciones que garantizan el cumplimiento de los roles, acompañadas por constitución de sujetos; por ejemplo, los relativos al género, que diferencia hombre de mujer. Se edifica el Estado, en su forma simbólica, como divinidad en la Tierra, encriptada en el cuerpo del déspota. Se edifica el imperio, como extensión semántica, que representa una imposible extensión somática, la del cuerpo del déspota, en territorios y pueblos conquistados. Se inscribe, como código inicial del poder, las deudas infinitas, impagables, de los pueblos, respecto al Estado, al Imperio; institucionalizadas como los tributos adeudados al déspota, poseedor de todos los territorios.
Cuando los imperios entran en crisis, acompañados por la crisis de las narrativas imperiales y del Estado antiguo, ante la emergencia de los flujos decodificadores, de los flujos diseminadores de los mitos; flujos axiomáticos, relativos a la suspensión de valores, de instituciones, de narrativas y relatos del poder antiguo. Cuando se quiebran las máscaras del poder antiguo y se descubre la momia indefensa del déspota, de su burocracia, de su Estado e imperio, irrumpe el desborde de los movimientos corporales de los pueblos.
Ante esta subversión de la praxis, que destruye los disfraces del poder y su teatro espectacular, de la pretendida epopeya; ante el desmoramiento de las mallas institucionales del Estado antiguo y de los imperios; ante la explosión corporal de los pueblos, condición de posibilidad histórica-política-cultural de la democracia, en sentido pleno, del autogobierno; los fragmentos del antiguo Estado, de los antiguos imperios, encarnados en las castas y clases sociales destronadas, reaccionan. Rearman el Estado, en su versión moderna, la del Estado-nación. Recodifican las relaciones sociales, cristalizando nuevos valores, nuevos imaginarios, donde las jerarquías reaparecen; empero, ahora, en una versión laica. Los representantes del pueblo sustituyen a las cortes y a la nobleza.
La deuda infinita reaparece; modernamente, en la versión financiera. Es decir, el código inaugural del poder, se restaura, en la versión del crédito, del préstamo, del interés y la amortización, que convierte a los pueblos en deudores eternos.
En estos nuevos contextos, los de la modernidad, se edifican nuevas estructuras y mallas institucionales del poder, nuevas formas de dominación, sin hacer desaparecer a las antiguas formas de dominación; sino, más bien, combinando con ellas las nuevas formas, las nuevas lógicas, las nuevas relaciones, y las nuevas codificaciones. Uno de esos ámbitos sintomáticos y asombrosos es lo que llamamos las relaciones clientelares del poder.
Las relaciones clientelares de poder son relaciones basadas en el chantaje. Se trata de relaciones de complicidad, basadas no solo en el encubrimiento mutuo, sino también en un chantaje emocional. La narrativa reteje, por así decirlo, la ilusión mesiánica de la promesa. Se convierte al caudillo en el mesías moderno, configurado en su perfil político. Las masas seducidas siguen al nuevo mesías, que promete reivindicarlas.
Hay que hablar de varias modalidades o tipos de las relaciones clientelares. Se dan en variadas escalas. Las políticas y estatales tienen que ver con dos figuras elocuentes; una, el modo paternalista del funcionamiento de estas relaciones clientelares; dos, el cuoteo o reparto de privilegios concedidos a la lealtad; también a la composición clientelar del movimiento populista. En ensayos anteriores, hablamos de la primer modalidad de las estructuras de las relaciones clientelares[1]; ahora, queremos enfocarnos en la segunda modalidad, las formas de cuoteo clientelar del poder.
El poder del cuoteo
Para comenzar, pondremos en mesa una primera definición, el cuoteo tiene que ver con el reparto; en este caso, el reparto del poder, entre los asociados o coaligados. Aquí comienza el problema; el reparto del poder no es lo mismo que otros repartos; por ejemplo, de la herencia. También podríamos hablar del reparto de la tierra. Incluso, yendo más lejos, a cuestiones más complicadas, no es lo mismo que el reparto de tareas, por ejemplo, en la familia. El reparto del poder corresponde como al reparto de privilegios, respecto a la administración del poder. El problema radica en que, en este caso, en el reparto del poder, no hay referentes, ni ponderadores, sólidos, en lo que respecta a lo que se reparte y a su distribución. Lo que queda claro, en los casos de la herencia, la tierra y las tareas.
El reparto de la administración del poder no podría corresponder a la estructura de los asociados, coaligados, aliados, miembros; pues la administración del poder responde a una división de funciones, que corresponde al ejercicio de dominaciones estatales. Al engranaje de las máquinas de poder, que ocasionan la síntesis política; síntesis de las dominaciones, que se resume, modernamente, en la legitimación. Esta síntesis solo se puede lograr cuando los aparatos de poder se engranan, en función de una administración coordinada. Además, una administración que logre mínimamente ciertos resultados administrativos y de las políticas postuladas. Cuando esto no ocurre, cuando no se dan estos resultados mínimos, técnicos y administrativos, quiere decir que no hay coordinación, tampoco engranan los aparatos, menos, la burocracia cumple su papel. Contra lo esperado, el Estado no funciona, ocasionando la crisis de las dominaciones y de la legitimación.
Esta situación extrema parece darse cuando se hace depender el manejo de lo público de formas de cuoteo gremiales, corporativas y sindicales. La eficacia de una Federación sindical, más aún, nacionalmente, de una Confederación sindical, en cuanto organización social, en cuanto las demandas y resistencias, incluso, en lo que respecta a las luchas políticas desatadas, se esfuma completamente cuando se quiere aplicar esta distribución en la administración del Estado.
Esta confusión es uno de los socavamientos de la convocatoria política del gobierno del MAS. Hay dos confusiones garrafales en esta conducta política del cuoteo; una, no entender que el mapa estatal no es el mapa sindical; no comprender que el autogobierno, el ejercicio directo de la democracia, el autogobierno, no puede darse, de ninguna manera, por otorgar a la Federación sindical provincial un espacio administrativo público. Esto, dicho en palabras simples, es corrupción.
Ciertamente, no es éste, el sindical, la única forma de cuoteo; hay otros asociados, que participan en otras modalidades de cuoteo. Llamemos a otra modalidad, cuoteo institucional; nos referimos a la participación de las Fuerzas Armadas en el gobierno y en espacios del Estado. Esta forma de participación del ejército y la armada en el gobierno, se dio en las dictaduras militares. ¿Por qué se vuelve a dar en un “gobierno progresista”? ¿Necesidad de incorporar a las Fuerzas Armadas en el “proceso de cambio”? ¿Reconocimiento de una debilidad estructural en la defensa del “proceso de cambio”? Empero, cuando se desplazan las funciones de las Fuerzas Armadas, que son principalmente de defensa militar, a tareas administrativas políticas, se evidencian las profundas falencias del ejército y las fuerzas armadas. Un ejército, que se ocupa, aunque sea, en parte, de la administración pública o de la representación diplomática, evidencia que no toma en serio sus tareas militares. Peor aún, tampoco cumple eficientemente en las tareas administrativas públicas y de representación diplomática.
Hay también otros tipos de cuoteo, plasmados en la forma de gubernamentalidad clientelar, como, por ejemplo, el cuoteo de tendencias manifiestas, no tanto en el partido, pues éste, prácticamente, no existe, sino en la estructura palaciega del poder. También, en este caso, la distribución de cuoteo no responde a las necesidades administrativas públicas.
Mencionaremos una más, entre otras muchas, que se dan, efectivamente. El cuoteo regional o, si se quiere, departamental. Es cuando, recién aparece, cierta influencia del “partido” del MAS. El peso de las regiones es importante, sobre todo, en la convocatoria electoral; cuando se trata de un partido de cobertura nacional. Este cuoteo regional, tampoco se adecúa a las necesidades de la administración del Estado; aunque, en este caso, es importante considerar la adecuación de las políticas a los contextos regionales.
Sin considerar otros tipos de cuoteo político en lo que denominamos poder clientelar, lo que queremos es mostrar la inadecuación des-estructurante en lo que respecta a las modalidades de cuoteo político, como procedimientos de enganchar a sectores, sindicatos, gremios, corporaciones, instituciones tutelares y regiones, en la concomitancia del circulo vicioso del poder.
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