PERFILES COYUNTURALES
CONTENIDO:
A los intelectules latinoamericanos
Emir Sader
Emir Sader o la mendicidad intelectual
Juan Cuvi
El meandro
de los gobiernos progresistas
Conservadurismo
de los intelectuales
Raúl Prada Alcoreza
A los intelectuales latinoamericanos
Emir Sader
PAGINA 12
En la recta final de la campaña presidencial de Ecuador, cuando se decide si el país seguirá su rumbo progresista o se sumará a los gobiernos de restauración neoliberal, un grupo de intelectuales latinoamericanos y de otros continentes lanza un manifiesto de crítica al gobierno de Rafael Correa, a propósito del tema ambiental en la Amazonia.
Más allá de la justicia o no del reclamo, más allá de la mayor o menor importancia del tema, de lo que se trata es del futuro del país. Por un lado está la candidatura de Lenin Moreno, apoyado por Alianza País y por Rafael Correa. Por el otro, el más rico banquero del país, Guillermo Lasso.
No puede haber dudas del significado de cada una de las candidaturas. No puede haber dudas, salvo un grado altísimo de mala fe, de que la victoria eventual del candidato opositor representará la devastación de los grandes avances conquistados por Ecuador en ese siglo, como además, la devastación de la Amazonia y de los pueblos que la habitan.
No puede haber dudas, salvo una hipocresía abierta, de que cualquier acción que debilite el gobierno de Correa suma votos a la oposición de derecha –la única que tiene fuerza, en Ecuador y en todos los otros países de gobiernos progresistas en América latina–. Contribuye al desmonte de todo lo conquistado, hace inequívocamente el juego a la derecha ecuatoriana.
Sólo puede ser resultado de la concepción equivocada de la ultraizquierda, según la cual hay que derrotar a los gobiernos progresistas, aliándose a quien sea, para que esas fuerzas pudieran tener alguna posibilidad de ocupar algún espacio en el campo político. Una posición aventurera. Basta mirar hacia Argentina y hacia Brasil para darse cuenta de cómo la derrota de los gobiernos progresistas ha abierto espacio para los peores retrocesos en la historia reciente de esos países, incluso en el tema ecológico, que esos intelectuales supuestamente defienden.
Es hora de que los intelectuales que gozan de algún espacio en la esfera pública asuman responsabilides políticas, si no quieren ser definitivamente asimilados a la derecha y aparecer haciendo el juego a la restauración conservadora en América latina. Por lo cual serán condenados públicamente como corresponsables de esos retrocesos.
Aislar el tema ecológico de la disputa mayor en todo el continente entre fuerzas progresistas, antineoliberales, y fuerzas conservadoras, neoliberales, es actuar incluso en contra de las tesis que dicen defender. De ese gran enfrentamiento depende el futuro de esos países y del mismo continente. Depende la situación de los derechos sociales del pueblo, dependen los derechos al empleo y al salario de los trabajadores, depende la protección del medio ambiente, depende la soberanía o el sometimiento externo de nuestros países.
Si no quieren aparecer sumando fuerzas con la derecha, que busca el proceso de venganza en contra de los derechos conquistados por el pueblo en este siglo, no deben dejarse llevar por demandas sectoriales, corporativas, deben saber subordinar esos temas al enfrentamento más grande, que define el futuro de nuestros países. Deben hacerlo para poder seguir manteniendo el rasgo de intelectuales progresistas y no ser tildados de francotiradores, que disparan en contra de las fuerzas que son el dique de contención en contra de la contraofensiva conservadora feroz que la derecha despliega hoy en los países que tuvieron el coraje de desafiar los intereses y las fuerzas de la derecha latinoamericana.
A los intelectuales de otras regiones del mundo ni siquiera les dirijo esta apelación, porque seguramente ellos no conocen nuestra realidad concreta y no se dan cuenta de las consecuencias. Pero sí les pido que no se sumen a pronunciamientos sin darse cuenta de cómo esa actitud repercute en los enfrentamentos políticos centrales que se dan en nuestros países.
Ser de izquierda es sumarse hoy a las fuerzas que resisten a los intentos de restauración conservadora que ya devastan Argentina y Brasil y amenazan caer sobre Ecuador. Es fortalecer la candidatura de Lenin Moreno. Sumarse, de forma consciente o inconsciente, a formas de debilitamiento del gobierno de Rafael Correa es ser connivente con el amenazador retorno del neoliberalismo.
EMIR SADER O LA MENDICIDAD INTELECTUAL
(Respuesta al artículo de opinión “A los intelectuales latinoamericanos”,
publicado en Página 12 el 28 de diciembre de 2016)
Juan Cuvi
Coordinador Nacional de Montecristi Vive
En la vieja tradición soviética de intelectuales enajenados, Emir Sader propone la sumisión incondicional del pensamiento. Olvida –o desconoce– que los intelectuales tienen que producir ideas, no repetir consignas. Por eso se enroncha con la condena que cientos de intelectuales de izquierda han expresado frente a la decisión del gobierno de Correa de disolver a Acción Ecológica… y de reprimir al pueblo shuar, y de criminalizar y perseguir a los líderes populares, y de poner al Estado ecuatoriano al servicio de las transnacionales chinas, y de destruir la biodiversidad amazónica para facilitar la explotación minera y petrolera.
Alineado con ciertos poderes de turno, Sader no quiere aceptar que entre la demagogia de los gobiernos populistas y losderechos de los pueblos median decisiones políticas opacas e inescrupulosas. Como los negocios privados y la corrupción de una flota de funcionarios del régimen correísta alrededor de las gigantescas inversiones extranjeras y de las grandes obras públicas. Poco le importa que en la vorágine populista se hayan sacrificado las agendas de la sociedad civil, de los pueblos indígenas, de los movimientos sociales o de la izquierda. Lo fundamental es ser políticamente correcto con quien paga la cuenta del despilfarro y del clientelismo de una década.
Escribir por encargo, o hacerse de la vista gorda con el cadáver oculto en el sótano, no es una práctica novedosa entre ciertos sectores que fungen de izquierda. Fue una práctica instaurada por el estalinismo a partir del argumento de la confrontación mundial con el capitalismo. Para ello se diseminó por el planeta un ejército de escribanos que reproducían a nivel local las disposiciones emanadas desde el Partido Comunista Soviético. Se echaban loas a Hitler o a Churchill alternativamente, dependiendo de la marcha de los acontecimientos y del desarrollo de las estrategias. Lo único impensable en este juego de simulaciones era formular alguna crítica contra la URSS.
Ese sencillo y perverso mecanismo no solo impidió conocer lo que ocurría al interior de los países del socialismo real, y entender las razones de su espectacular colapso a fines del siglo XX, sino que restringió toda posibilidad de construir un pensamiento alternativo de izquierda en América Latina. Generaciones enteras de revolucionarios quedaron enredados e inmovilizados entre una maraña burocrática absurda e incomprensible. Las aberraciones teóricas del estalinismo nos pasan factura hasta la actualidad. Y todo por esa visión reduccionista de la confrontación ideológica: la realidad tenía que ser embutida en losobtusos dogmas de las teorías oficiales.
Cuestionar las imposiciones políticas e ideológicas de la intelligentsia soviética era un sacrilegio. Quienes osaban poner en duda las verdades oficiales eran automáticamente tachados de contrarrevolucionarios, enemigos del socialismo, quintacolumnistas del capitalismo o, simple y llanamente, de agentes de la CIA. El control se ejercía desde la sacralización del discurso, desde el más pedestre maniqueísmo. La crítica corrió la misma suerte que la autonomía de la razón: ambas quedaron proscritas.
Aquellos intelectuales de izquierda que adscribieron a esta línea política quedaron reducidos a la más penosa mendicidad. Tenían que esperar estoicamente la caridadideológica que chorreaba de las alturas. Y, agradecidos, morder al enemigo de turno. Como hace Emir Sader.
La justificación de estas posturas parte de una dicotomía tan elemental como burda: la validación por simple comparación. El socialismo real era positivo sencillamente porque cumplía la función de contrapeso al ruin capitalismo. Mutatis mutandi, hoy toca defender a los auto-proclamados gobiernos progresistas de la región porque hablan mal de los Estados Unidos. Antes había que apartar la vista de los crímenes masivos, de las purgas, de la devastación ecológica y de la aniquilación de los derechos y libertades en Europa del Este; ahora hay que hacerse los desentendidos con la corrupción, las políticas neoliberales o la destrucción de la organización socialpuestas en práctica por los susodichos gobiernos.
De más está insistir en qué terminó este fundamentalismo político. No solo que el socialismo real jamás llegó a ser una alternativa al capitalismo de Occidente; hoy, el capitalismo ruso es aún más devastador que el que en su momento pretendió combatir. Y detrás de esta dramática conversión únicamente quedaron los escombros de un sueño revolucionario que se llevó consigo las esperanzas de millones de seres humanos.
Emir Sader quiere empujarnos a un dilema que no por parecido resulta igual. Porque la contradicción entre el gobierno ecuatoriano y las fuerzas conservadoras tiene más de cascarón que de condumio. ¿O es que no se ha enterado que durante una década los mayores beneficiarios del modelo populista han sido los principales grupos monopólicos del país? ¿O que el Ecuador entero está empeñado a las transnacionales chinas, muchas de las cuales cuentan entre sus activos con capitales gringos y europeos? ¿O que el gobierno acaba de suscribir un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea en las peores condiciones imaginables?
Argumentar que la continuidad del correísmo implica una defensa de los derechos sociales del pueblo, del empleo y lossalarios de los trabajadores, del medio ambiente y de la soberanía refleja un cinismo imperdonable. O simple ignorancia. O mala fe (para utilizar el mismo calificativo con que Sader aboga por la candidatura de Lenín Moreno, y que coincide con una de las muletillas favoritas de Rafael Correa). Es precisamente por el retroceso experimentado en estos diez años en estos derechos que los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda han resistido y se han opuesto al gobierno de Alianza País. Y es justamente para impedir la profundización de estas regresiones que el movimiento indígena, las centrales de trabajadores históricas, el movimiento ecologista, las organizaciones de mujeres y la izquierda en general llevan años luchando por auténticas alternativas de cambio social.
Esto es lo que Emir Sader maliciosamente obvia mencionar. Simplifica la contradicción electoral entre el candidato oficialista y Guillermo Lasso, cuyo banco es uno de los grandes beneficiarios del correísmo, para desvanecer la candidatura de Paco Moncayo, de los partidos de izquierda, de la socialdemocracia y de los movimientos sociales. Repite mecánicamente la consigna del correísmo; medra de los discursos oficiales; mendiga instrucciones. Negando la diversidad pretende absolutizaruna supuesta confrontación entre dos sectores (Moreno y Lasso) que tienen más coincidencias que discrepancias.
No son los intelectuales críticos del correísmo quienes le hacen el juego a la derecha; son la condescendencia y la marrullería de Sader las que santifican a un régimen que sistemáticamente ha buscado sepultar toda posibilidad de cambio profundo de la sociedad ecuatoriana. En su caso, no corresponde pedirle que asuma ninguna responsabilidad política; hay que exigirle un mínimo de honestidad.
El meandro
de los gobiernos progresistas
Conservadurismo
de los intelectuales
Raúl Prada Alcoreza
Dedicado a Víctor
Hugo Quintanilla Coro, a José Luis Saavedra, intelectuales quechas, a Pablo
Mamani Ramírez, Lucía Choque, a María Eugenia Choque, a Esteban Ticona, a
Carlos Mamani Condori, al Inka Waskar Choquehuanca, a Félix Patzi,
intelectuales aymaras. También dedicado al historiador aymara Roberto Choque.
De quienes aprendí y aprendo de la densa perspectiva anti-colonial y
descolonizadora encarnada.
Intencionalidad
Esta es una crítica al conservadurismo intelectual y a
la apología de los gobiernos progresistas. Dos actitudes que debilitan la
potencia social, que debilitan las fuerzas de las luchas emancipatorias,
liberadoras y de-coloniales, que transfieren la potencia y la fuerza a la
captura institucional, por lo tanto a la usurpación representada de las
conquistas sociales.
De la intelectualidad
Hay una imagen, un tanto difundida, de que los “intelectuales”
son, por lo general críticos; esta imagen compartida compite con otra más
popular; de que los “intelectuales” habitan en la estratosfera, que deambulan
en los aires, con los pies suspendidos, sin pisar la tierra. Ambas imágenes son
equivocadas; en primer lugar, porque es un grupo muy reducido de los
“intelectuales” que es crítico; la aplastante mayoría es, en realidad,
conservadora. Legitiman el régimen cuestionado por las y los críticos. La gran
mayoría de los “intelectuales” es realista, “pragmática”, funcional al sistema.
En segundo lugar, la gran mayoría de los “intelectuales” pisa tierra, pisa
tierra firme, conocen muy bien las reglas del juego y los intereses vigentes. Aunque
hay, entre ellos, una zona de incertidumbre, cuando se aproximan a una cierta
forma de “crítica”, que no deja de ser formal, a pesar de los escenarios que se
montan, permitidos. Estos “intelectuales”, de cierta postura “crítica”, saben
distinguir lo “viable” de lo “imposible”, lo aconsejable de lo extremo. La
dosis “crítica” no puede comprometer ciertos márgenes de movimiento, ciertos
intervalos de desplazamientos, no se pueden cruzar ciertos límites. Estos
márgenes, estos límites tienen que ver con el Estado. No se puede tirar por la
borda al Estado; en manos de los gobiernos progresistas es un instrumento de
ampliaciones democráticas, de mejoras sociales, de redistribuciones del
excedente. Hay que distinguir gobiernos progresistas de gobiernos claramente de
“derecha”. Este punto de vista es plenamente realista; por lo tanto,
conservador.
Lo que elude esta “crítica” realista es la cuestión
estatal; es decir, la cuestión del poder. El Estado es esencialmente violencia
concentrada, el Estado es el aparato privilegiado de las estructuras de poder,
de los diagramas de poder, el Estado es la macro-institución primordial de los
agenciamientos de poder. Hablar del uso del Estado es casi una ilusión; pues es
precisamente el Estado, como campo institucional, como campo burocrático, como
campo politico, el que termina usando a los “revolucionarios” y a los
progresistas[1].
Se puede decir que, estando en el Estado, a la larga, “derechas” e “izquierdas”
terminan pareciéndose, pues usan la violencia física y simbólica del Estado
como aparato de represión, pues terminan expropiando la voluntad general, las
voluntades colectivas y sociales. La dramática historia de las revoluciones nos muestra esta ruta
sinuosa. Las revoluciones cambian el
mundo, el mundo no va ser lo que era antes; empero, todas las revoluciones se hunden en sus
contradicciones. No pueden resolver el problema del Estado y del poder[2].
No es que digamos que esta “critica” sensata no tenga
validez. Obviamente que la tiene, pues no se puede confundir tipos de
gobiernos, gobiernos, con pretensiones socialistas, gobiernos progresistas,
gobiernos nacionalistas, con gobiernos declaradamente pro-capitalistas,
gobiernos reaccionarios, gobiernos neo-liberales. Esta es una premisa histórica
política; empero, de aquí no se puede concluir que es mejor no criticar a los
gobiernos progresistas, pues favorece a la “derecha”. Tampoco se puede
concluir, incluso criticándolos, que, por esta razón, es mejor que se queden en
el Estado a entregar el Estado a la “derecha”. Pues, qué es el Estado sino
aquel instrumento construido por las clases dominantes, que termina invistiendo
a los ocupantes de turno como funcionarios, como técnicos del ejercicio de las
dominaciones polimorfas. El problema no es tanto quién ocupa el Estado, sino
que el Estado no haya sido desmantelado para instaurar, en su lugar, formas
participativas de gestión.
Cuando los gobiernos progresistas terminan haciendo lo
mismo que los gobiernos liberales y neoliberales, el problema del poder, de la
recurrente reiteración de las formas de poder, se manifiesta patentemente. No
sólo en lo que respecta a la represión, al uso de la violencia concentrada del
Estado, a la criminalización de la protesta, a la persecución de los dirigentes
indígenas, como ocurre en Ecuador y en Bolivia, sino en lo que respecta al
modelo colonial del capitalismo dependiente, que es la economía extractivista y
el Estado rentista. Las diferencias que marcaban a los gobiernos progresistas,
diferencias que tienen que ver con ampliaciones democráticas, beneficios
sociales, redistribución del ingreso, terminan haciéndose difusas, sobre todo,
si consideramos, que el multiculturalismo liberal llegó a reconocer la
interculturalidad. También se hacen difusas las fronteras cuando son los
gobiernos neo-liberales los que inventaron el microcrédito y los famosos bonos,
además del uso accionario de las AFPs; medidas que han mantenido los gobiernos
progresistas.
La tarea no es mantener a los gobiernos progresistas,
sino transformar la sociedad y demoler al Estado, aunque sea en una larga
transición. Los gobiernos progresistas se proponen mantenerse en el poder, púes
gozan de la legitimidad histórica de que son “revolucionarios”. Eso basta. Los
“intelectuales” de la “crítica” sensata, también creen que la tarea es sostener
a los gobiernos progresistas, a pesar de sus crasos errores. Esto es caer en el
mito de los caudillos, como también caer en el mito del Estado como
instrumento, que antes estuvo al servicio de las clases dominantes, y ahora
puede estar al servicio de las clases dominadas, de las naciones y pueblos
colonizados.
El Estado no va dejar de ser lo que es, sencillamente
porque sus ocupantes sean otros; los nuevos ocupantes son simplemente los nuevos
funcionarios del mismo sistema de poder. Tampoco se puede disociar la relación
del Estado con el capital; el Estado es una estructura fundamental en la
acumulación de capital, por lo tanto, en la realización del capital. Se podría
decir que el Estado es el capital porque garantiza su desenvolvimiento
acumulativo. De la misma manera no se puede disociar el Estado del orden
mundial de dominación y control; es un dispositivo de este orden de dominación
y control. Los Estado-nación son útiles para la transferencia de los recursos
naturales, de las periferias al centro del sistema-mundo capitalista. Lo que
tarden en manifestarse estas evidencias, depende de contextos, coyunturas,
relación de los gobernantes con las clases explotadas y colonizadas, con las naciones
y pueblos subordinados. Depende de la vulnerabilidad de los nuevos ocupantes;
cuánto más retóricos más pronto caen en la lógica de una maquinaria de poder,
aunque chirriante y aparatosa. En contraste, cuánto más convicción tengan en lo
que llaman la transición, más se prolonga la ilusión de usar al Estado. Empero,
más tarde o más temprano, termina imponiéndose el peso gravitatorio de un
fabuloso instrumento de dominación, vigilancia, disciplinamiento y control.
Apostar por mantener en el Estado a los gobiernos
progresistas, es volver a repetir el error del apoyo incondicional, que se le
otorgó a la Unión Soviética, suponiendo que era la patria socialista que había
que defender, que era la representación del proletariado universal; cuando al
no criticar, al no poner en evidencia el camino “despótico” optado, usurpando a
los consejos (soviets) la democracia obrera y campesina, lo que se hacía, al
final de cuentas, es contribuir, paradójicamente a su caída. Esto acaecía con
todo su dramatismo, pues el burocratismo, el centralismo, el autoritarismo, el
verticalismo, terminaron minando las defensas del proceso de transformación. Lo que menos requieren los procesos de cambio es el apologismo,
tampoco requieren sólo de “crítica” sensata, sino se advierte de la necesidad
de crítica radical; tocar de raíz los
problemas. Se requiere que la crítica radical acompañe y sea acompañada de
participaciones y movilizaciones sociales, que cuestionen la vía burocrática de
“cambio”; movilizaciones sociales que impongan de manera activa la
participación colectiva, comunitaria y social. Requieren transferir las
decisiones a la construcción colectiva y participativa.
No es sostenible el argumento de que, lo que acabamos
de decir, favorece a la “derecha”. Lo que favorece a la “derecha” es que los
gobiernos progresistas vuelvan a recorrer las rutas conocidas de reproducción
del poder, pues terminan en el laberinto politico, que lleva a los gobiernos a
su propia caída. La “revolución” no culmina con la toma del poder, la “revolución”
sólo puede continuar profundizándose como “revolución” dentro de la “revolución”,
transformando las prácticas “revolucionarias”; sino ocurre esto, lo más
probable es que concurra la contra-revolución dentro de la “revolución”,
efectuada por los mismos “revolucionarios” en el poder.
Las crisis de los “procesos” de cambio, puestas en
evidencia en Bolivia, Ecuador y en Brasil por las movilizaciones sociales, las
movilizaciones indígenas, los conflictos reivindicativos, las interpelaciones
comunitarias, muestran claramente los límites de los gobiernos progresistas,
sus innegables contradicciones, su peligrosa orientación hacia un Estado
policial. No se puede cerrar los ojos ante semejantes manifestaciones interpeladoras,
no se puede seguir sosteniendo que es mejor el mal menor, que es mejor
preservar al gobierno progresista que volver a los gobiernos neo-liberales. El
problema no es éste, mantener o no mantener al gobierno progresista; el
problema es continuar con el “proceso” de cambio, que no puede darse sino
cambiando, transformando. Esta continuidad, esta profundización, esta
transformación, no puede darse sin la participación colectiva, comunitaria y
social. Esta no es tarea de burócratas; estos sólo saben repetir la gestión
pública establecida, la administración de las normas. Apostar por mantener al
gobierno progresista es apostar a detener el proceso, a congelarlo en el punto de la toma del poder, por una vía
u otra, por vía electoral o “revolucionaria”; equilibrarlo en el momento mismo
de la ilusión, cuando la historia sigue su curso. Aquí se expresa patentemente
el conservadurismo de los “intelectuales” de la crítica sensata.
Marx decía que no hay peor derrota que no haber
intentado. De la manera sensata, entonces, se apuesta a la peor derrota;
contentarse con lo poco conquistado, el gobierno, sin haber demolido el poder,
las estructuras de poder, los diagramas de poder disciplinarios, los diagramas
de poder coloniales, constituidos en la modernidad. Esta tarea de demolición no
necesariamente se tiene que efectuar de la noche a la mañana, puede darse en
una transición, que incluso puede ser larga, dependiendo de la correlación de
fuerzas y de las condiciones de posibilidad histórica; empero, una cosa es esto,
demoler el Estado, desmantelar el poder, aunque sea en una transición larga, y
otra cosa es preservar el Estado, preservar el poder, preservar al gobierno
progresista en el Estado.
El conservadurismo intelectual radica en renunciar
efectivamente a construir mundos alternativos, aunque se lo diga
discursivamente. La construcción de mundos alternativos se lo hace
alterativamente; alterando la reproducción del poder, en sus formas polimorfas,
alterando la reproducción del capital, en las formas concretas de acumulación. Siendo
dos de ellas las preponderantes en la contemporaneidad; una, el extractivismo
expansivo; otra, la especulación financiera. Dos formas a las que apuestan los
gobiernos progresistas.
Defensa crítica de los procesos de cambio
Cuando hablamos de defensa crítica de los procesos de cambio no hablamos,
indudablemente de la defensa de los gobiernos progresistas, que son
composiciones burocráticas, que son la parte, en todo caso, más conservadora de
los procesos. Los apologistas han
confundido la defensa de los procesos,
defensa, que debería corresponder a la profundización de los cambios, con la
defensa de los gobiernos progresista. Esta confusión es conservadora y hasta
peligrosa para los procesos mismos.
Los procesos de cambio de los que
hablamos se han inscrito en sus constituciones políticas; los gobiernos
progresistas han vulnerado sistemáticamente sus constituciones, sobre todo en
el caso de Bolivia y Ecuador, que cuentan con constituciones que establecen el
Estado plurinacional. La defensa de las constituciones, en estos casos,
significa defenderlos contra sus gobiernos que vulneran las constituciones.
Aquí no hay donde perderse; no se puede hablar de distinguir a gobiernos
progresistas de gobiernos de “derecha”. Usando este término tan discutible,
heredado del imaginario de la revolución francesa, es “derecha” violar la
Constitución y los derechos colectivos consagrados en la Constitución.
Frente a la continuidad expansiva del modelo
extractivista, que es la opción seguida por los gobiernos progresistas, no
queda otra cosa que defender la madre tierra, los derechos de los seres de la
madre tierra, defender los derechos
comunitarios, los derechos colectivos, los derechos de las naciones y pueblos
indígenas, defender el derecho de los pueblos a modelos alternativos al
extractivismo, al capitalismo, a la modernidad y al desarrollo. Esta defensa es
contra los gobiernos progresistas, pues ellos son los que llevan adelante la
expansión extractivista a nombre del “desarrollo”.
Frente a la centralización desmesurada de los mandos,
el verticalismo autoritario, que reproduce cristalizados burocratismos y
autoritarismo, heredados del Estado liberal, no queda otra cosa que defender la
democracia participativa, establecida por la Constitución. Esta defensa del
ejercicio plural de la democracia se lo hace también contra los gobiernos
progresistas, que descartan, en la práctica, cualquier participación y control
social, salvo si es demagógica y teatral.
Frente a la decisión gubernamental de solventar la
expansión del uso de los transgénicos, que según el presidente de Bolivia, son
una solución para la soberanía alimentaria, apoyando taxativamente a los
empresarios involucrados en la producción de soya, no queda otra cosa, que
defender la producción y los cultivos orgánicos. Esta defensa también se lo
hace contra los gobiernos que introducen normas de apoyo al empleo de los
transgénicos y la ampliación de la frontera agrícola.
Frente a la
entrega de las reservas fiscales mineras a las empresas trasnacionales,
mediante leyes mineras de promoción al capital extranjero, que en Bolivia
también tiene un aditamento, la entrega de reservas a la vorágine de las
llamadas cooperativas mineras, que de cooperativas sociales no tienen nada,
sino son instancias que encubren formas salvajes de propiedad privada, no queda
otra cosa que defender las reservas fiscales, que son propiedad de los pueblos.
Esta defensa también es contra los gobiernos que orientan una política minera
de extractivismo depredador.
Frente a la escalada de corrupción descomunal que se
efectúa, en unos casos, a nombre de la formación de una nueva burguesía, de una
burguesía nativa, término tan inapropiado para ocultar el robo al erario del
país, otras veces se oculta bajo teatrales orquestaciones institucionales, que
dicen luchar contra la corrupción y la transparencia, que, sin embargo, se
ciegan ante evidentes y conocidas proliferantes prácticas de corrupción
institucionalizada, no queda otra cosa que enfrentarse a la impostura de los
gobiernos progresistas. En este caso, es más criminal desatar prácticas
paralelas perversas institucionalizadas, pues corroen las propias bases éticas
y morales de legitimación del proceso
de cambio.
Frente a políticas monetaristas, que entregan el
ahorro nacional al sistema financiero internacional, dispositivo hegemónico y dominante del ciclo
del capitalismo vigente, evitando generar espacios alternativos de
contra-moneda y contra sistema financiero[3],
no queda otra cosa que defender la valorización concreta de los productores
locales frente a estas políticas monetaristas de los gobiernos progresistas.
En todos estos casos la defensa del gobierno,
confundir la defensa del proceso con
la defensa del gobierno, es pues contraproducente, pues debilita a las
posibilidades, las potencialidades y las fuerzas del proceso. Esta posición conservadora es debilitante, desactiva la
vigilancia, el control, la interpelación, de los movimientos sociales, de los
pueblos y las comunidades. Esta perspectiva conservadora tiene una visión
esquemática inmóvil. Hay “derecha” e “izquierda”; dos campos estáticos,
definidos por siempre, como entidades eternas, como sustancias a-históricas,
olvidando las dinámicas políticas y sociales, fluidas y complejas. Los
gobiernos, por más que se proclamen populares, progresistas, socialistas,
“revolucionarios”, pueden devenir en gobiernos
reaccionarios si es que toman medidas represivas, antidemocráticas,
inconstitucionales, aunque lo hagan a nombre de la defensa de la “revolución”.
Mucho más aún si las medidas reproducen las mismas estructuras de dominación
polimorfas, aunque se lo haga a nombre de los indígenas, sin consultarles, como
corresponde. Lo que es un uso simbólico de la víctima de la colonización y
colonialidad. Al ocupar el lugar el lugar del otro, en la estructura colonial
mantenida, se termina siendo el otro, el
“blanco”, el dominador, el colonizador, pues al mantenerse la estructura
colonial, se hace lo que hacía el “blanco”. No se trata, obviamente, como lo
anotó Frantz Fanón, de sólo cambio de color, en el puesto de mando, sino de
ocupar el lugar, que debería haber sido destruido y no tomado.
El problema de esta etapa de los procesos políticos, llamados de cambio, etapa de gestión de
gobierno, es el dilema planteado de qué hacer con el Estado. El problema es
creer que el Estado puede ser usado, como si fuese un instrumento neutral, el
problema es creer que basta que el instrumento cambie de mano, para que tenga otros
fines, como si el Estado no estuviera constituido por relaciones históricamente
cristalizadas. El problema del Estado es antiguo en la historia de los
movimientos sociales anti-sistémicos, en la historia de las “revoluciones”, en
la historia política, así como también es antigua la reiteración del fetichismo
estatal.
El conservadurismo de esta posición intelectual radica
en la apuesta por los gobiernos progresistas y no en la potencia social, no en
la capacidad y potencialidad de las comunidades, no en la capacidad de la
dinámica molecular de las sociedades. Este no sólo es un fetichismo estatal,
sino un fetichismo institucional, que considera que la fuerza social,
producente y productiva, está en las instituciones, y no en la capacidad
producente y productiva de la gente. Las instituciones son el efecto molar, el
efecto de masa, el efecto estadístico de las dinámicas moleculares[4]. En
esta etapa, la de las gestiones gubernamentales, es cuando se pierde el rumbo
del proceso, cuando se escabulle la
posibilidad del proceso, pues, en vez
de orientar las políticas a una deconstrucción del Estado, se orienta a una
consolidación mayúscula del Estado.
A estas alturas de las historias políticas de la
humanidad, ya deberíamos haber aprendido las grandes lecciones. La ruta de la
institucionalización de la “revolución”, la ruta de la estatalización de la “revolución”,
es destructiva de la misma “revolución”. Es la clausura misma de la “revolución”.
Ciertamente, no se puede negar, que hacer otra cosa, que la que se hizo en el
pasado, es difícil, requiere de invención, creatividad, imaginación e
imaginario radicales. Este es el desafío, para no repetir la dramática historia
de las “revoluciones” hundidas en sus contradicciones.
Ahora bien, la defensa crítica de los procesos de cambio debe ser contextuada
en cada uno de los países en cuestión. No es la misma situación, la complexión de
las fuerzas, en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil. Se trata no sólo de
contextos distintos, sino de historias sociales y políticas diferenciales. El
campo politico es variado en los países; la distribución de las fuerzas es
diferente. No se puede proponer sólo una defensa crítica general del proceso; las características de la
defensa crítica del proceso son
también variadas. La lucha tenaz en Venezuela contra una “derecha” y burguesía
fuerte, que goza de convocatoria, además del apoyo de la Casa Blanca de Estado
Unidos de Norteamérica, a pesar de las fuerzas, disponibilidad, y convocatoria
popular del gobierno bolivariano, obliga a considerar la distinción planteada
por la “crítica” sensata, la distinción entre “derecha” e “izquierda”,
recurriendo a estos términos esquemáticos. Incluso a pesar de los graves
problemas burocráticos y de corrosión del propio gobierno. No ocurre lo mismo
ni en Ecuador, ni en Bolivia, donde la “derecha” política se encuentra
disminuida y sin convocatoria apreciable, en tanto la “derecha” económica, que
es de clase, que corresponde a la reproducción de la burguesía, se halla aliada
al gobierno, gozando de sus beneficios, que corresponden, por ejemplo, a las
políticas monetaristas, a las políticas agrarias, a la suspensión de la función
económica y social, a la suspensión del saneamiento de tierras, a la suspensión
del control sobre tala de bosques. En estos casos no aparece tanto el peligro
de que la “derecha” tome el gobierno, sino que el gobierno progresista se siga
derechizando.
El caso brasilero es notoriamente diferente; hablamos
de un gobierno que claramente ha optado por una alianza con la burguesía,
incorporada al propio gobierno, un gobierno que ha optado por el
aburguesamiento de la casta dirigente del PT, un gobierno que tiene un claro
diseño de geopolítica regional[5].
Por último hablamos de un gobierno que no ha hecho la reforma agraria esperada
por el movimiento campesino más grande del mundo, el movimiento sin tierras
(MST). Más bien defiende a los latifundios y a las empresas monopólicas de los
transgénicos, como la Monsanto. No es pues una sorpresa que en este país
continental, cuyo Estado ha concebido una geopolítica regional y continental,
que abarca también al África, por lo menos sud-sahariana, se hayan dado las
gigantescas protestas contra el gobierno de Dilma Rouseff, que ha destinado una
cuantiosa y fabulosa inversión en la
infraestructura del mundial de futbol, beneficiando a las empresas
constructoras, descuidando el bien estar social. También, no es pues de ninguna
manera desconocido, la legendaria lucha de los pueblos indígenas contra el
avasallamiento de sus tierras, avasallamiento ahora efectuado con los mega-proyectos
de las macro-hidroeléctricas, como es el caso del proyecto faraónico de Belo
Monte.
Por otra parte, no se puede decir, pues tampoco es
sostenible, que la crítica radical a los gobiernos progresistas debilita la
lucha antiimperialista. Al contrario, le otorga actualidad, pues pone en el
tapete las transformaciones dadas en la forma imperialista; propone una lucha
contra el imperialismo, de carne y hueso, tal como es hoy; descarta seguir
dibujando una figura obsoleta del imperialismo, que corresponde las condiciones
histórico-políticas-económicas de mediados del siglo XX. Mantener la imagen de
esta figura y lanzarse discursivamente a la lucha antiimperialista, no es otra
cosa que pelear contra un fantasma, cuando en los hechos se mantienen buenas
relaciones con el imperialismo de carne y hueso. El imperialismo de hoy es el
orden mundial de dominación global e integral, conformado por los organismos
internacionales, el sistema financiero internacional, el entramado de redes de
las empresas multinacionales y trasnacionales, el centro dinámico y cambiante
del sistema-mundo capitalista, que ha incorporado a las llamadas potencias
emergentes(BRICs), que tiene como gendarme a la híper-potencia del complejo
económico-industrial-tecnológico-cibernético-mediático de los Estados Unidos de
Norteamérica. Un orden mundial de dominación global e integral, que articula
distintos planos y atraviesa ocupando todos los espacios posibles e imaginables
de la existencia social, así como de la vida, los ciclos de la vida, la
información genética. Estamos ante un sistema global e integral de dominación
mundial, que avanza a su unificación, comprometiendo a estados, por más
diferentes que sean y pretendan cierta soberanía, comprometiendo todos los
recursos naturales, por más pretendidamente nacionales que aparezcan; la
subsunción formal, real y virtual de los procesos de explotación de los
recursos naturales ha llegado a formas concomitantes y de dependencia agudas,
por más propios que se declaren los recursos naturales. La acumulación ampliada
de capital, en las condiciones de este capitalismo
financiero-trasnacional-posindustrial-cibernético-mediático, ha llegado a
espeluznantes dimensiones cuantitativas, a impresionante eficacia cualitativa,
además de la asombrosa rapidez y velocidad de desplazamientos logradas. Nadie
puede decir, en estas condiciones, que es independiente, que escapa a estas
formas de dominación y explotación del capitalismo tardío, nadie puede decir que
puede lograr un desarrollo capitalista autónomo, local, regional, propio, sea
“andino-amazónico” u otro específico. Esto no sólo es una ilusión desdichada
sino una insensatez descomedida. Por eso, pretender una acumulación originaria
local, mediante la expansión del extractivismo, para pasar a la
industrialización y de ahí a formas de soberanía alimentaria, no es más que una
ilusión al servicio de la acumulación ampliada desbordante y especulativa del
capitalismo tardío, políticamente conformado como imperio.
Esta es otra razón por la que no se puede apoyar a la
orientación económica escogida por los gobiernos progresistas, pues se basan en
esta ilusión descomedida y en esta “estrategia” de “desarrollo”, que termina,
precisamente, impulsando las formas de acumulación combinadas del sistema-mundo
capitalista; reiteradas y recurrentes formas de acumulación originarias, por
despojamiento y desposesión; acompañando a desplegadas y dinámicas formas de
acumulación ampliada. Esta ruta es la de la reproducción de la dependencia, del
colonialismo y del capitalismo, en las condiciones vertiginosas del presente.
Esta ruta también es la destrucción de la “naturaleza”, de la madre tierra, de
la vida, de sus ciclos vitales, comprometiendo la sobrevivencia humana.
Los gobiernos progresistas en su
laberinto
En adelante haremos descripciones de los contextos y
coyunturas, diferenciales y análogas, en los que se encuentran los gobiernos
progresistas.
En Genealogía de
la dependencia escribimos:
En lo que corresponde
al balance de las rutas desarrollistas contemporáneas, sobre todo en lo que
respecta a las llamadas potencias emergentes, es aleccionador leer a Francisco
de Oliveira cuando hace un análisis ilustrativo de lo que ocurre con la
potencia emergente de Brasil[6]. El autor de El neo-atraso brasileño propone
dos hipótesis interpretativas; una, que por un lado fueron las actividades
rurales de subsistencia, el trabajo informal y la precarización de los salarios
los que subsidiaron el crecimiento de la industria y los servicios. La segunda
hipótesis se refiere a la emergencia de una nueva burguesía compuesta por
técnicos, economistas y banqueros, núcleo duro del Partido de los Trabajadores
(PT). Ambas condiciones determinan la identidad paradójica que adquiere el
capitalismo periférico en esta parte del mundo, aquí el capitalismo se financia
con la explotación de los trabajadores, en tanto que el progreso sucede siempre
en otro lugar, allí donde se produce la ciencia y la tecnología de punta, en el
centro del sistema-mundo capitalista.
Este balance es
contundente, no hay desarrollo en las potencias emergentes, por lo menos
entendiendo a este fenómeno de una manera integral, sino neo-atraso, repitiendo
las condiciones perversas de este rezago. El desarrollo de las fuerzas
productivas deja en la ruina a una parte de la humanidad, el subdesarrollo
aparentemente deja de existir, no así sus calamidades, el trabajo informal, el
mismo que se transforma en un indicador de la desagregación social. Lo que se
produce son modernidades heterogéneas y de contrastes. Por un lado, centros
urbanos que imitan el iluminismo edificado de las urbes del norte, burguesías
articuladas a las redes del capital financiero, por lo tanto que forman parte
de la misma burguesía globalizada; por otro lado, incluso en las mismas
ciudades, cordones, espacios, amplias zonas de marginamiento y economía
informal, incluso ilícita. Grandes mayorías discriminadas. En las potencias
emergentes se ha dado lugar a la emergencia industrial, que no es otra cosa que
el desplazamiento de la desindustrialización del centro del sistema-mundo
capitalista, que ha optado por tecnología de punta, transfiriendo tecnología
obsoleta a las llamadas potencias emergentes. En estos lugares se ha dado lugar
a la formación de nuevas burguesías, que
no tendrían nada que envidiar a las burguesías del norte, sobre todo en lo que
respecta a su opulencia; empero este esplendor se construye sobre la base del
marginamiento, la informalización de las grandes mayorías explotadas y
dominadas, que habitan las zonas, los espacios del neo-atraso y la pobreza
repetida descomunalmente. La emergencia de las potencias se basa en la
destrucción devastadora de la naturaleza, la ampliación de la frontera
agrícola, el uso de los transgénicos. De esta manera los costos de este
progreso son demasiado altos como para hacerlo sostenibles.
No hay pues destino
con el desarrollismo, tampoco con el neo-nacionalismo. Lo que hacen, en el mejor de los casos, en el
caso de las potencias emergentes, es volver a modificar los términos de
intercambio en las lógicas de acumulación del capital, modificar su
participación en la estructura mundial de dominación capitalista. Por eso,
podemos volver a decir, que los nacionalismo están mucho más cerca de las
ilusiones liberales criollas y gamonales que de los proyectos emancipatorios y
libertarios de los movimientos sociales, naciones y pueblos indígenas
originarios. Están más cerca de repetir las formas coloniales, las del
colonialismo interno, también las reiteradas cadenas de la dependencia, que de
lograr construir las soberanías plurales que requiere un mundo alternativo de
autodeterminaciones, auto-convocatorias, de participaciones sociales y
ejercicios plurales de la democracia. Si bien los nacionalismos heroicos forman
parte de la historia de las luchas, pretender repetirlos en los ciclos
contemporáneos del capitalismo es apostar en una repetición burda y cómplice de
las formas de acumulación mundial capitalista por despojamiento[7].
Brasil
Lo que acabamos de
recoger, comentando el sugerente e iluminador libro de Francisco de Oliveira,
titulado El neo-atraso brasilero, y
cuya metáfora interior es la figura aglomerada del ornitorrinco, es la
caracterización que vamos a manejar para referirnos, en general, a los países
de los gobiernos progresistas, aunque esta caracterización no solamente sea
válida para estos países sino para el conjunto de los países del continente,
que forman parte de la geografía móvil periférica, semi-periférica y central, incluso
en las condiciones de BRICs, como es el caso de Brasil. Francisco de Oliveira
usa la metáfora del ornitorrinco para
configurar el llamado desarrollo brasilero; el autor escribe:
Altamente urbanizado, con poca fuerza de
trabajo y población en el campo, aunque sin ningún residuo pre-capitalista; por
el contrario, con presencia de un fuerte agrobusiness. A esto se suma un sector
completo de la segunda revolución industrial, avanzando titubeante por la
tercera revolución, la molecular-digital o informática. Por un lado, una
estructura de servicios muy diversificada – sobre todo cuando está ligada a los
estratos de altos ingresos que, en rigor, son más ostensiblemente perdularios
que sofisticados - . En el otro extremo, una estructura muy primitiva, ligada
directamente al consumo de los estratos pobres. Posee también un sistema
financiero todavía atrofiado pero que, precisamente por la financiarización
y el aumento de la deuda interna, acapara una gran proporción del PIB[8].
Comentando el análisis y la caracterización que hace
Francisco de Oliveira, en el libro citado, escribimos:
Francisco de Oliveira visualiza la
recreación y expansión de la informalidad, la mantención del crónico desempleo,
el encubrimiento del subempleo, como formas de articulación y subvención a la
acumulación de capital, formas completamente articuladas y funcionales a los
sistemas de industrialización e incursión en la tecnología molecular-digital.
Combinaciones que forman parte de esa complementariedad y recreación violenta
entre la forma de acumulación ampliada y la forma de acumulación originaria por
despojamiento. Todo esto atravesado por un sistema financiero que cubre el
funcionamiento económico, succionando las esferas y los circuitos económicos a
la lógica de la financiarización, que empuja al uso especulativo del capital
financiero. Produciendo entonces un endeudamiento externo e interno que
caracterizan a las actuales economías dependientes, llamadas emergentes. Este ornitorrinco económico y social se
sostiene sobre la extensa base de la diferenciación social excluyente y
marginada de la distribución de la riqueza y el excedente, que se concentran
desproporcionalmente en la minoría poblacional de empresarios privilegiados por
el monopolio y el apoyo estatal, a la que se suman las clases medias
beneficiadas por la expansión de los servicios e impulsadas al consumo. La gran
mayoría de la población está condenada a vivir en los márgenes de esta
modernidad, pasando de ser el ejército industrial de reserva a la masa
gigantesca de trabajadores informales, proletariado nómada y habitante de los
barrios prohibidos.
Se trata del reino de la informalidad,
el desvanecimiento del salario, del adelanto del costo de producción.
“La tendencia moderna del capital es
suprimir el adelanto: el pago a los trabajadores pasa a depender de los
resultados de las ventas de los productos-mercancía. En las formas de
tercerización del trabajo precario, y en lo que – entre nosotros – se continúa
denominando “trabajo informal”, éste es un cambio radical en la determinación
del capital variable. Así, aunque parezca extraño, los rendimientos de los
trabajadores pasan a depender de la realización del valor de las mercancías, lo
que antes no ocurría. En los sectores todavía dominados por la forma salario,
sigue en pie la anterior modalidad, tanto es así que la reacción de los
capitalistas es des-emplear la fuerza de
trabajo. El conjunto de los trabajadores es transformado en la suma
independiente de un ejército de activos y de reserva, que se intercambia no de
acuerdo con los ciclos de negocios, sino diariamente”[9].
Esto es, se produce la suspensión de la
producción, de la valorización de la producción, por lo tanto de la
valorización del tiempo socialmente necesario del trabajo. Lo que se hace,
sobre la base de su ocultamiento, es abrir nuevamente las temporalidades de la súper-explotación,
así como del dominio absoluto de la circulación y el mercado, obligando a la
gente al sacrificio y a la donación de sus vidas en aras de la realización de
la ganancia. Suspendiéndose con esto los derechos conquistados en la historia
de las largas luchas sociales. Desde entonces ya no se trata de los derechos,
tampoco del sujeto de los derechos, sino de la realización descarnada de las
ventas y de los resultados del sistema. Se vive entonces la dramática
experiencia de la precarización, de la fragmentación, de la dispersión y la
diseminación de las formas de vida y de las formas de organización. La
realización de las súper-ganancias, la construcción deslumbrante de las grande
urbes metropolitanas, la conformación de barrios de ensoñación y oasis
paradisiacos, contando también con los moles comerciales y de consumo para las
clases medias, sólo se pueden dar si al mismo tiempos se transfieren los costos
de la magnificencia a extensas zonas suburbanas, a expansivos entornos de
miseria, a favelas interiores o ruralidades vaciadas y detenidas en el tiempo.
El costo no sólo se materializa en los perfiles de la marginación y la
exclusión, sino también en la conformación de mundos paralelos y periféricos[10].
En relación a
las últimas movilizaciones dadas en Brasil (junio-octubre 2013), de usuarios,
de jóvenes y estudiantes, contra el incremento de los pasajes, el mal servicio
y las descomunales inversiones en la infraestructura del mundial de
futbol, Pablo Ortellado, en Os protestos de junho entre
o processo e o resultado[11], escribe:
Las protestas de junio dejan dos
legados opuestos: por un lado, a la explosión de manifestaciones con reivindicaciones
difusas y sin contar con orientación en
la consecución de resultados; por otro lado, la lucha contra el incremento de
tarifas del pasaje de transporte, lucha efectuada por el Movimento Passe Livre
(MPL), lucha que expresa un profundo sentido de táctica y estrategia.
Durante los momentos finales de la
campaña contra el incremento de los pasajes, la lucha fue tomada por asalto por
la proliferación de reivindicaciones. Cuando el incremento fue derogado, la
agitación quedó como desprovista y la difusión de reivindicaciones
proliferantes se apoderó, a la vez, del proceso. Estableciéndose un activismo procesual
muy poco orientado a conseguir resultados. En relación a fenómenos semejantes
en otros países, lo acontecido fue más lejos: no se trata de la dificultad de
encontrar un objetivo viable común, como ocurrió en la ocupación
de Wall Street o como aconteció con el 15M español, sino de la incapacidad de
encontrar un horizonte ideológico común, aunque éste sea vago. La ausencia de
orientación política, donde el movimiento se consumió en problemas procesales,
principalmente en los relativos a los modos de lucha. Es por esta razón que los
debates que se dieron a finales de 1990 en torno de Black Bloc resurgieron con
toda fuerza, ahora en la forma de discusiones sobre los límites entre una
respetable y cívica movilización ciudadana y una criminalizada acción de
vándalos. Sin objetivos claros, los procesos fueron discutidos en clave principista
y sin referencia a sus resultados. En relación a este aspecto, junio fue el mes
en el cual explotó una indignación difusa, que es un enigma a ser descifrado por
la gran narrativa y sus analistas.
La estrategia del Movimento Passe
Livre (MPL) es el resultado de una acumulación de experiencias y aprendizajes de
las luchas sociales demandantes.
En el año 2003, los estudiantes de
Salvador bloquearon las calles de la ciudad para protestar contra el aumento de
los pasajes de ómnibus. La movilización fue espontanea y horizontal, sin
embargo, carecía de personas o grupos de referencia legitimados por el movimiento
para hacer de interlocutores con el poder público. En ausencia de esas
referencias, la UNE hizo este papel y terminó subordinando, a la manera
leninista, las reivindicaciones de los estudiantes por la reducción del precio
de los pasajes en su agenda partidista. El MPL aprendió de esta experiencia,
tomó conciencia que era preciso que el movimiento tuviese una expresión
política propia, al mismo tiempo horizontal y contraria al aumento – en otras
palabras, que estuviese de acuerdo con su proceso y su propia meta.
El MPL aprendió de la experiencia y
se desenvolvió en la lógica inmanente de las lucha de los jóvenes y estudiantes
contra el incremento del costo de los pasajes. La evolución de la lucha por rebaja
de los pasajes, durante los años 1980, a la lucha por el “passe livre
estudantil”, durante los años 1990, y desde aquí, hacia la lucha contra el
incremento del precio de los pasajes, durante los primeros años del siglo XXI, revelan
una lógica de lucha orientada a la ampliación de derechos que, debidamente
interpretada, apunta a la tarifa cero y a la des-mercantilización del transporte
para todos. Esta concepción no fue impuesta por un programa leninista externo, sino
que fue extraído de la propia lucha autónoma de los estudiantes.
Las lecciones aprendidas, en lo que
van diez años del movimiento social, permitieron al MPL una notable combinación
estratégica y táctica entre valorización del proceso y orientación al logro de
resultados. Por un lado, el movimiento supo preservar y cultivar la lógica
horizontal y contracultural, que se dio tanto en la lucha de los estudiantes
contra el incremento, como en el movimiento contra la liberalización económica,
de donde proceden muchos de los militantes. Por otro lado, el MPL supo establecer,
de manera táctica, una meta objetiva factible: la derogación del incremento. Esta
meta parece “corta”, sin embargo, no lo es, en la medida, que se encuentra
ligada a la meta más ambiciosa de
transformar un servicio mercantil en derecho social universal.
El antecedente de la derogación del
incremento o de reducir el precio de los pasajes por la primera vez aconteció
en Florianópolis en el 2004 y en São Paulo en el 2013. El objetivo de la
reducción se re-direccionó de la lógica de la tarifa, ampliándose hacia una reducción creciente, tendiendo al
límite lógico de la tarifa cero. Al conquistar la derogación del incremento, la
reivindicación de la tarifa cero fue inmediatamente lanzada en el corazón del
debate político. La doble victoria de reducir el costo de los pasajes y llevar al centro del debate político
la reivindicación de la tarifa cero, por medio de una acción autónoma, contando
con una estrategia clara, es el más importante legado de las protestas de junio.
Este legado no llega a ser un nuevo paradigma de las luchas sociales del
Brasil, sin embargo, es ya un modelo de acción que combina la forma política
horizontal y contracultural de los nuevos movimientos, contando con un maduro
sentido de estrategia[12].
¿Cómo podemos desentrañar las jornadas que desde junio
de 2013 conmueven Brasil? ¿Son revueltas contra el capitalismo de Estado,
contra la burguesía sindical formada por el PT en el poder, contra esta
renuncia expresa a la política de la luchas de clases, optando por la
administración de los fondos de pensiones[13],
la participación como sindicalistas en los puestos claves directivos, no solo
del gobierno, sino de los fondos, de los bancos, de las empresas, impulsando a
las gigantes empresas brasileras a competir en el mundo con sus homologas? ¿Es
una rebelión de los jóvenes, de los estudiantes, de los usuarios y
consumidores, es decir, de una parte de las mayorías del pueblo y de la
población, una parte que no participa de los entornos e irradiaciones
ondulatorias de esta élite sindical? ¿Se trata del levantamiento de los nuevos
marginados de estas grandes urbes y metrópolis, completamente articuladas a los
flujos y retroalimentaciones del capital financiero? Nuevos marginados decimos,
pues se trata de clases medias afectadas, en contraposición del proletariado
beneficiado por la política de democratización y moralización del capital,
orientado por Luiz Inácio Lula da
Silva; un proletariado
beneficiado por el “desarrollo”, el crecimiento económico, por su participación
en la dirección y beneficios de las empresas, por su participación en la estrategia
de los fondos de pensiones. ¿Se trata de una nueva contradicción, como fenómeno
del capitalismo tardío, donde se enfrentan sectores sindicalizados,
organizados, con influencia e intervinientes en el poder, aburguesados, contra sectores sociales atomizados,
fragmentados, diseminados, sin influencia, alejados del poder, restringidos a
los avatares de las exigencias de la cotidianidad, como la del transporte y sus
costos? ¿O son problemas del propio crecimiento de una potencia emergente, que
no puede llevar a todos sus habitantes, a todos sus pobladores, a todos sus
estratos sociales, de la misma manera, otorgándoles beneficios similares, y al
mismo tiempo? Por último, ¿se trata de una nueva generación de luchas, de
movimientos sociales anti-sistémicos, que se caracterizan por su compacidad
horizontal, sin estructuras jerárquicas, sin considerarse vanguardias, que
ejercen resistencias contra-culturales y contra-hegemónicas, como interpreta
Pablo Ortellado? Estas son las preguntas que colocan en la mesa estas jornadas
de movilización de los indignados brasileros.
El 2010 las llamadas clases medias engrosaron
ampulosamente la estructura social, con la entrada al estrato social de 30
millones de personas, en movilidad social, constituyendo ya el 50% de la población.
Se estima que para el 2014 las clases medias lleguen a conformar el 56% de la
población, sumando 113 millones de personas[14]. A
propósito de esta movilidad social, Raúl Zibechi anota que: en tanto los sectores más pobres llegarían a
ser por primera vez en la historia del Brasil menos de un tercio de la
población. Sólo estos datos nos muestran transformaciones de la sociedad,
de su estructura social, de su perfil, de su contenido de clase. No se puede
negar, con estas descripciones, que los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva impactaron positivamente en estas
transformaciones sociales, no se puede negar los efectos del gobierno
progresista en la redistribución del ingreso, como afirma Boaventura de Sousa
Santos[15].
Ciertamente; empero, en contraste, tenemos la elocuencia cualitativa de la
movilización social en las ciudades. A esta situación contrastante, debemos
añadirle la resistencia de los pueblos indígenas a las macro-hidroeléctricas,
que destruyen sus territorios, que dañan el medio ambiente, que contaminan y
depredan los ecosistemas, que afectan las cuencas de los ríos.
Partamos coincidiendo con Pablo Ortellado, que estamos
ante un modelo de
acción que combina la forma política horizontal y contracultural de los nuevos
movimientos, contando con un maduro sentido de estrategia. Se trata de la
manifestación, el despliegue y la expresión de los nuevos movimientos sociales
anti-sistémicos, sobre todo de aquellos que se han caracterizado como de los
“indignados”, aunque los mismos sean variados y distintos, no sólo debido a sus
contextos, la razón por la que estallan, así como por sus historias políticas
propias. Las movilizaciones brasileras no estallan exactamente debido a las
consecuencias dramáticas de la crisis financiera, como en Europa, sino que
estallan como parte de una lucha, que ya cuenta con su propia historia, por la
ampliación de derechos, que podemos llamarla profundización de la democracia. Estalla
como parte de las contradicciones de una potencia emergente, así como también
como parte de las contradicciones de los procesos
de cambio, de los que forman los gobiernos progresistas de Sud América.
La ruta
escogida, la del desarrollo, la ruta ya transmontada por los llamados países
desarrollados, la ruta de la revolución industrial, la ruta de la modernidad,
la ruta por la que los gobiernos progresistas logran transformar la estructura
social, sobre todo en Brasil y también en Venezuela, aunque también ha
ocurrido, con menor intensidad en Ecuador, así como en Bolivia, es una ruta, en
todo caso, problemática. Ciertamente esta ruta
ha ocasionado el engrosamiento notable de la participación proporcional
de las clases medias, aburguesando al sostén social de la nueva conducción
estatal, sea sindicalista, como en Brasil, sea partidista, como en el caso de
Venezuela, sea profesional, como en el caso de Ecuador, sea campesino, como en
el caso de Bolivia; sin embargo, esta ruta desarrollista no parece ser la ruta
apropiada, en la etapa actual del ciclo del capitalismo vigente. Lo que estas
“revoluciones” han conseguido es, en el mejor de los casos, la modernización de
la estructura social, apta ahora para el insaciable consumo. En esto se
parecen, aunque considerando distintas escalas; se diferencian en sus nombres. Se
nombran como “revolución” por la democratización y moralización del capital, en
el caso de Brasil, como socialismo del siglo XXI, en el caso de Venezuela, como
“revolución” ciudadana, en el caso de Ecuador, como “revolución” democrática y cultural,
en el caso de Bolivia.
Los jóvenes que salieron a las calles, en el fondo,
lanzando el mensaje implícito, dicen: por esa ruta no queremos ir, no estamos
de acuerdo, queremos otros mundos alternativos posibles. Es mil veces más
importante leer este mensaje que escuchar el discurso demagógico de los
gobiernos progresistas, discurso, de por sí trillado y harto conocido. Ellos,
los gobiernos progresistas, dicen: somos los representantes genuinos del
pueblo, somos los libertadores del siglo XXI, somos la conquista, en el poder,
de una historia de largas luchas sostenidas; no dejaremos que la “derecha”
retorne. Cumpliremos con la estrategia definida, con la planificación del
desarrollo. Este discurso patriarcal, fuera de dejar de lado la democracia
participativa, atribuyéndose el monopolio de las decisiones, otorgándose el
monopolio de la representación, de la legitimidad y de la violencia legítima, supone
que ellos, los gobiernos progresistas, son de “izquierda”.
Sin embargo, todo depende de la perspectiva y el
referente. Si hipotéticamente vemos de otro modo; por ejemplo definir qué “derecha”
es el usufructuó del poder, el monopolio de la violencia y de la
representación, el aburguesamiento por procedimientos burocráticos o
financieros, entonces los gobiernos
progresistas son la “derecha”, pues la “derecha” es un lugar en la estructura de
poder, estructura espacial y temporal bio-social-económica-cultural. Entonces
podemos concluir, que la “derecha”, mas bien, se ha mantenido, se ha
preservado, cambiando de ocupantes, incluso metamorfoseándose, modernizándose,
tecnificándose, democratizándose. Entonces lo que hace “derecha”, la función de
“derecha”, es el lugar que se ocupa y el ejercicio que se cumple. El
capitalismo contemporáneo no requiere de los perfiles de la vieja burguesía,
personal, familiar, propietaria privada; de manera distinta, requiere de
perfiles técnicos, altamente calificados, que se mueven por redes, que no
requieren ser propietarios de empresas, sino gozar de grandes sueldos y jugosos
beneficios, además de acceder a circuitos financieros y puestos de decisión
estratégica. Como muestra el caso brasilero, la burguesía hoy, requiere de
amplia base social organizada, para esto son buenos los sindicatos. Por lo
tanto, se puede formar una burguesía sindical, cuando los sindicatos participan
en el control de fondos, bancos y empresas[16].
Ciertamente, con esta experiencia se cae la teoría leninista; el proletariado,
por lo menos la aristocracia obrera, puede llegar a conformar una burguesía o
un estrato importante de la burguesía. Los explotados de hoy ya nos son los
proletarios, por lo menos los proletarios sindicalizados, sino lo que llamaba
Frantz Fanón, los condenados de la tierra. Por eso, seguir hablando de “derecha”
e “izquierda”, no tiene mucho sentido, pues se deviene “derecha”, cuando se
tiene el control del Estado.
La lucha de los indignados brasileros se hilvana, a su
manera, con la lucha de los indignados del mundo, forma parte de las nuevas
formas de protesta, de las nuevas causas de protesta, de las nuevas modalidades
de protesta. Como dice Pablo Ortellado, estos movimientos no son del todo
espontáneos, tienen sus estrategias, vienen de una acumulación de experiencias.
Quizás la más cercana son las jornadas de Seattle, cuando grupos de activistas
y movimientos anti-sistémicos se juntaron para boicotear la reunión del grupo
que controla el mundo. Algunas de sus tácticas son reconocidas como
anarquistas, sobre todo las calificadas de violentas, otras de sus tácticas
corresponden a proyectos autogestionarios, auto-determinantes y autonomistas.
La proximidad con los anarquistas es grande; se diferencian en los métodos de
acción. Sobre todo se parecen en las formas organizativas horizontales, no
representativas, no delegativas, contra-culturales y contra-hegemónicas. Lo que
quieren impedir es que organizaciones de la izquierda tradicional, leninistas,
usurpen las reivindicaciones de los movimientos, y terminen imponiendo
mediaciones vanguardistas. Son ciertamente nuevos movimientos, nuevos modelos
de movilización, cuyos objetivos no es la toma del poder, sino el
desmantelamiento del poder, su deconstrucción y destrucción, creando formas
autonomistas de gestión social, colectiva y comunitaria.
La tarifa cero, el concebir el transporte como un
derecho, es reclamar lo común, frente a lo público y lo privado. El
enfrentamiento entonces es claro. Las formas privadas y las formas públicas,
aunque sean estas progresistas, socialistas, nacionalistas, populares, son
formas del sistema-mundo capitalista, de la acumulación originaria y de la
acumulación ampliada de capital. Todas estas formas, por más democráticas que
sean, en sentido formal, reproducen la acumulación de capital, llamado
eufemísticamente desarrollo. Si se quiere un mundo, o mundos, alternativo al
capitalismo, cualquiera sea su forma, la forma Estado y la forma gobierno, se
tiene que salir de la ruta del desarrollo. Desde esta perspectiva se hace
indispensable la crítica radical a los gobiernos progresistas, el combate
contra la ilusión del desarrollo.
El titubeo de los intelectuales de la “critica”
sensata, que termina apoyando a los gobiernos progresistas, es manifiesto en
este dilema. Se hallan más apegados al esquematismo maniqueo de “derechas” e “izquierdas”[17],
se hallan atrapados en el mito institucional de que el referente privilegiado
es el Estado y no la dinámica molecular social. La “crítica” sensata termina
alimentando el imaginario estatal, el imaginario institucional, termina
alimentando el fetichismo del Estado y el fetichismo institucional. Esta
posición es conservadora pues se mantiene en el mismo campo político, en el
mismo mapa político, que hay que desdibujar.
Bolivia
Bolivia parece una continuidad del Perú, tanto por la
historia precolombina. Historia que tiene que ver con la conformación del
Tawantinsuyo; lo que los estudiosos y los historiadores que derivan de los
cronistas, conocen como incanato. Unos llamaron al Tawantinsuyo el “Imperio
Inca”, sin nunca aclarar qué entienden por imperio, asimilando el término
analógicamente a lo que la historiografía y ensayística consideró imperio, ateniéndose a la historia euroasiática. Historia que
tiene que ver también con la historia del Virreinato del Perú, que administraba
las tierras del interior, las sierras del Alto Perú. Bolivia también parece una
continuidad de la Argentina, sobre todo por lo que acontece con el Virreinato
del La Plata, así también con las vinculaciones de los guerrilleros charqueños
con el ejército independentista de Belgrano, así como con el legendario
caudillo gaucho Güemes. En la intersección de ambas geografías administrativas
virreinales se encuentra lo que se denominó institucionalmente la Audiencia de
Charcas, base geográfica y geopolítica de lo que va venir a ser Bolivia. Por
último, también podemos decir, que Bolivia parece una continuidad del Paraguay,
sobre todo por la historia de las misiones, principalmente jesuíticas, que son
las que dieron un carácter propio, religioso, a la colonización del Chaco y la
Amazonia; podemos hablar de esta continuidad a partir también de las
continuidades geográficas y ecológicas, los parecidos de los asentamientos,
remarcando la continuidad guaraní.
Ciertamente también, invirtiendo la perspectiva,
viendo desde una mirada interior, se puede decir que, mas bien, el Perú parece
una continuidad de Bolivia, sobre todo por las prolongaciones serranas y los
condicionamientos geográficos de la Cordillera de los Andes; lo mismo podemos
decir en lo que respecta a la Argentina, que es como una continuidad de Bolivia,
remontándonos al acontecimiento constitutivo del entorno potosino y su
irradiación económica y social, debido a los circuitos de la plata, los
circuitos de la coca y los circuitos de los ponchos. De la misma manera podemos
hablar de Paraguay, pues la inmensa geografía de las misiones abarcaba desde la
Amazonia peruana hasta el Chaco paraguayo, pasando por Apolobamba, Moxos,
Guarayos, los llanos, la Chiquitanía y el Chaco boliviano. No se trata de
privilegiar ninguna de las perspectivas, en la interpretación de los parecidos
y las analogías, sino de lograr una hermenéutica dinámica, de las dinámicas
ecológicas, geográficas, poblacionales, sociales, económicas, políticas y
culturales. Esta hermenéutica integral y dinámica es indispensable sobre todo
con vistas a la integración continental.
Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo respecto a
Brasil? ¿La barrera lingüística se convierte en una barrera inexpugnable? ¿No
podemos hablar de continuidad histórica, social, económica y política, a pesar
de la evidente continuidad ecológica amazónica? Sería sorprendente afirmar esto
cuando hablamos de la frontera más extensa que comparte Bolivia con Brasil.
Para comenzar, descartemos la hipótesis de la barrera lingüística, pues la
fluida actividad en la frontera nos muestra lo contrario, el “portoñol” y el
bilingüismo se han convertido en los códigos transfronterizos. Sorprende que se
diga esto contando también con una historia precolombina abundante en la
proliferación de pueblos amazónicos, cuya estrategia comunitaria, social y
espacial era, que a partir de un límite demográfico, el pueblo se divide, y
siguen su curso en los recorridos acuáticos y terrestres de la Amazonia. Muchos
pueblos nativos amazónicos y chaqueños se refugiaron en lo que hoy es Bolivia,
pues correspondían a territorios del interior, de más adentro, ante el avance de los colonizadores
portugueses. Sorprende también no aceptar continuidades entre Bolivia y Brasil,
si contamos, de la misma manera, con las historias compartidas de las llamadas
misiones, después por características similares de los asentamientos
hacendados. El auge del caucho va provocar, en ambos países, la economía de la
goma, además de la disputa por el control territorial de la siringa, llegándose
así a la guerra del Acre, cuando Bolivia perdió el más grande desgajamiento
geográfico. Hay pues continuidades entre Bolivia y Brasil, se vea desde una
perspectiva u otra, interna o externa. Lo que pasa es que se ha investigado y
escrito muy poco sobre estas continuidades. Es hora de hacerlo.
¿Qué se puede decir respecto a Chile? País con la que Bolivia
tiene una frontera traumática, desde la guerra del Pacífico; conflagración
perdida, que derivó en el desgajamiento más traumático de su historia, la
pérdida de Atacama y de la costa del Pacífico. Claro que hay continuidades.
Atacama fue territorio complementario aymara, fue parte de la geografía
política de la República de Bolívar, que se cambió de nombre por Bolivia. La
guerra del Pacífico enemistó a sus estados, pero no así, a sus pueblos. La exportación
minera, la exportación petrolera, además de las otras exportaciones diversas,
pasan por los puertos del norte de Chile; lo mismo ocurre con gran parte de las
importaciones. Por otra parte, saltándonos a los escenarios culturales, últimamente
hay una invasión folklórica boliviana a las ciudades del norte de Chile, donde
las bandas orureñas son altamente cotizadas, acompañando las mimesis de la
morenada, la diablada y la saya; jóvenes chilenos bailan entusiasmadamente
estas danzas. Incluso en una interpelación de los estudiante movilizados, en
las resientes revueltas estudiantiles, que luchan por una educación fiscal,
des-privatizada y de calidad, han bailado frente a la policía la danza guerrera
del tinku. Son estas continuidades
las que deben preponderar sobre el recuerdo traumático de la guerra del
Pacífico.
Bolivia, a pesar del imaginario institucionalizado, no
está aislada; al contrario forma parte de bloques subcontinentales, de
ecologías, de desplazamientos poblacionales, de características demográficas,
de composiciones sociales, económicas, políticas y culturales, diversas, que,
confluyen, en este interior íntimo, que son las territorialidades de adentro,
donde el diablo perdió el poncho o el ángel perdió su virginidad. Ese lugar,
que es como el “inconsciente” geográfico, si podemos hablar así, abusando de
los términos, tanto relativos al psicoanálisis como a la ciencia del espacio. Este
interior, estas tierras de adentro, es el lugar de archivo de la memoria
social. Lugar también, donde los problemas no se resuelven, sino se guarecen,
ante tempestades, esperando eternamente su resolución. Lugar, por último, donde
la historia se encuentra en suspenso.
Se puede decir que Bolivia ha tenido de todo,
compartiendo estas continuidades; señoríos aymaras, suyos, territorialidades y espesores culturales, ligados al
incanato, pueblos itinerantes amazónicos y chaqueños, reducciones y
fundaciones, intendencias, de la época de las reformas borbónicas,
levantamientos indígenas, constitutivas de su historia, mestizajes variados,
recuperación de las poblaciones indígenas, economías mineras, la de la plata y
la del estaño, principalmente, economía del petróleo, economía de las
haciendas, economía de la goma, sin olvidar la fugaz economía del guano y del
salitre, que no supo retener en sus manos. Se conformó una burguesía minera,
después una burguesía agroindustrial, fue asolada por caudillos militares,
después sostuvo el peso de las burocracias liberales y de las burocracias
nacionalistas. Bolivia es andina,
amazónica y chaqueña, además de haber sido atacameña, por el desierto de Atacama
y la costa, que perdió en la guerra del Pacífico.
Con una mirada retrospectiva, se puede decir que
Bolivia es, de alguna manera, inconclusa; no llega a consolidar el
Estado-nación; hay, al respecto, notoriamente y lamentablemente, una palpable
ausencia de estrategia política. No consolidó una burguesía minera, no culminó
las tareas democrático-burguesas de la revolución nacional de 1952, no terminó
de integrar a sus diversos territorios; tampoco, ahora, da curso a la
continuidad de la “revolución” indígena, pachacuti, no da curso a la
continuidad de la descolonización. Todo queda a medias, como en una extraña
suspensión fatal.
¿Qué es entonces lo que cohesiona a Bolivia, fuera de
su acto constitutivo y la reproducción de sus instituciones? Por más paradójico
que parezca, lo que cohesiona a Bolivia es su propia diversidad diferencial, la
confluencia de las continuidades mencionadas, de estos bloques
histórico-geográficos distintos, la complementariedad de estos bloques, su interculturalidad
e intraculturalidad efectivas, aunque no asumidas institucionalmente. En
definitiva, se puede decir que, lo que cohesiona a Bolivia es la voluntad, las
voluntades plurales, que quieren mantener las alianzas, que los ciclos
estatales han confundido con pactos. Los pactos son institucionales,
representativos, poco efectivos en la cohesión “real”, empero altamente
efectivos en la cohesión “ideológica”. Bolivia se ha convertido en el lugar de
la articulación de lo diverso. Todas las formaciones lo son, pues todas las
formaciones sociales son abigarradas, unas más saturadas que otras; las
formaciones más homogenizadas, de todas maneras, tienen como substrato lo
abigarrado, en las condiciones dadas ancestralmente. Sin embargo, en Bolivia,
el abigarramiento adquiere una cualidad permanente, que comparte con la
característica histórica de suspender todo, de dejarlo pendiente todo. Por lo
tanto, la articulación de lo diverso también adquiere una cualidad dramática.
La cohesión pasa por la crisis y la catarsis, para lograr emergencias masivas,
experiencias intensas de interpelación.
Desde la guerra anticolonial pan-andina del siglo
XVIII, cuando, en los territorios del Alto Perú, la insurrección de Tupac Amaru
se radicalizó bajo el comando de Tupac Katari, experimentando intensidades
mayores, hasta la movilización prolongada de 2000 al 2005, cuyo dramatismo e
intensidades, manifiestan la capacidad de gasto heroico, pasando por la
insurrección de abril de 1952, sin olvidarnos de la historia de los levantamientos
indígenas, donde sobresale la intervención del ejército aymara de Zarate Willka
en la guerra federal de fines del siglo XIX, ni de las resistencias mineras,
las transgresiones populares, las multitudinarias marchas proletarias e
indígenas, estas resistencias, levantamientos, rebeliones, manifiestan
claramente la apuesta por la voluntad arronjada.
No pasa, como dice René Zavaleta Mercado, que la
crisis hace inteligible la formación social abigarrada, sino es la forma
intensa como se asume la crisis, es la voluntad “plebeya” que apuesta a un
nuevo nacimiento lo que hace inteligible las dinámicas de la formación
abigarrada. De este modo, se puede decir que el levantamiento indígena del
siglo XVIII, que la intervención aymara en la guerra federal, que la
insurrección proletaria y nacional-popular de 1952, que la movilización
prolongada descolonizadora del primer quinquenio del siglo XXI, son actos de
conocimiento. Abren horizontes de visibilidad.
El problema vuelve después de estos gastos heroicos,
cuando hay que cuidar de este nacimiento; ocurre como si no se pudiera dar
lugar a una resolución estructural; se vuelven a dejar en suspenso las tareas,
la construcción de lo nuevo, manteniendo abigarradamente las viejas estructuras
e instituciones, combinadas con las nuevas estructuras e instituciones que se
haya podido crear. Entonces se vuelve al juego del eterno retorno de la
suspensión, de lo indeterminado y de indefinición. Esta característica, esta
combinatoria de condiciones de posibilidad históricas, sin resolverse, quizás
sea su potencia y posibilidad, de mantener también abierta la puerta de lo
alternativo. Quizás por esta razón sea desde Bolivia desde dónde hay que lanzar
la convocatoria para la integración continental. Cuando hablamos de integración
lo hacemos pensando en la integración “plebeya”, en la integración por
procedimientos de los pueblos, de ninguna manera, en la integración
burocrática, teatral y demagógica de los estados y gobiernos.
Una pregunta es indispensable, a propósito de la caracterización
marxista: ¿Bolivia es un país capitalista, atrasado y dependiente, de
desarrollo desigual y combinado? Bueno, muchos países lo son, de la inmensa
geografía periférica del sistema-mundo capitalista. Eso no dice mucho de su
especificidad, de su singularidad, lo que hace que sea lo que es, su
particularidad. Otra pregunta, del mismo estilo: ¿Bolivia es una formación
social abigarrada? También muchos países lo son, no sólo periféricos. ¿Dónde
está entonces su característica propia? Quizás se encuentre en esa manera
inacabada de constituirse, de avecindar sus construcciones inconclusas,
formando “barrios” barrocos históricos, donde conviven en la simultaneidad del
presente los distintos proyectos inconclusos. En parte se parece a la figura
del niño de Heráclito, que construye castillos de arena, para deshacerlos y
volver a construirlos, siempre de distinta forma. La diferencia radica en que se
trata de un niño u niña, o ambos, una criatura hermafrodita, que no termina de
construir lo que hace jugando, tampoco destruye sus semi-productos completamente,
sino los deja, para construir, sin terminar, otros, al lado. ¿Cuándo escogerá
los que le gustan, para terminarlos? ¿Cuándo hará una amalgama de todos? ¿O,
mas bien, se perderá en el laberinto que ha construido?
Bueno, Bolivia no es un sujeto, es un país, también un
Estado-nación, es una representación, un imaginario, sostenido en una
“realidad” institucional. Son los y las bolivianas los y las que “juegan” con
la historia de esta manera. Ahora bien, ¿esta “inconstancia” forma parte de su ser, de su manera de ser? Ciertamente no todos son así, y
quizás ninguno, sino que es el efecto masivo de los desacuerdos, pequeños y
grandes. Se podría decir que los bolivianos no nos ponemos de acuerdo, pero,
tampoco nos dejamos imponer un acuerdo de pocos o, incluso, de muchos.
¿Podremos llegar a un consenso? El método de la fuerza no parece ser una buena
solución. Como cantaba Benjo Cruz[18],
¿cuándo podremos bolivianos tomar juntos, un vaso de chicha o de cerveza, y hablar?
Aunque, tomar chicha y cerveza, lo
hacemos casi a diario, sin embargo, no juntos, sino solo con los nuestros, los
allegados, de lo que se trata, en definitiva, es de ejercer la democracia
participativa. Buscar el consenso, aunque su construcción colectiva tarde. El
consenso no se logra sin sacar todo lo guardado, sin poner todas las “huacaychas”
en la mesa. Lo qué preguntaba Benjo Cruz es cuándo nos sincerábamos. No es de
ninguna manera mala esta idea. Quizás sea un buen comienzo. Sin embargo, para que
pueda darse este sinceramiento, se requiere una condición de posibilidad
histórica básica; suspender las simulaciones, las representaciones, las
pretensiones de legitimidad, los juegos de poder. Se trata del ejercicio de una
democracia directa, también del ejercicio de la democracia comunitaria. ¿Esta
condición de posibilidad es viable? No
se trata de contar o no con una estrategia, con una geopolítica, que tal
parece, no se la tiene; no se trata de contar o no con un proyecto, que sí se
lo tiene; este proyecto es la Constitución. Empero, el gobierno cree que es un
documento de propaganda, que en la práctica no se puede cumplir; el partido de
gobierno, si es que lo hay, pues el MAS parece un partido electoral, de apoyo a
los eternos candidatos, considera que la interpretación de la Constitución es
la oficial, aunque esté plagada de contradicciones insostenibles. Se trata de
otra cosa, se trata, de lo que establece la Constitución, de la construcción
colectiva de la decisión política, de la construcción colectiva de la ley, de
la construcción colectiva de la gestión pública. En pocas palabras, se trata
del sistema de gobierno, que establece la Constitución; la democracia plural y
participativa.
El problema crucial es ciertamente ¿qué hacemos con el
capitalismo? Ya sabemos lo que el capitalismo hace con nosotros. No vamos a
repetir lo que ha elucidado la crítica de la economía capitalista, desde Marx
hasta nuestros días. Estos análisis son contundentes, sobre todo aquéllos que
estudian la expansión de las relaciones capitalistas al campo, al área rural.
Al respecto, hemos expresado nuestras diferencias con estos análisis; pero, por
el momento, independientemente de estas diferencias, queremos resaltar la
pregunta ¿qué hacemos con el capitalismo? La respuesta a esta pregunta marca la
ruta que sigue, de acuerdo a la modalidad de la respuesta.
El modelo soviético buscado abolir el capitalismo,
aboliendo las relaciones de producción capitalistas, inclusive en el campo. Al
embarcarse en la revolución industrial, requerida, indudablemente, ha
construido un capitalismo de Estado, basado en la teoría del valor; por lo
tanto, en la subsunción de la fuerza de trabajo al excedente apropiado
burocráticamente. Los nacionalismo, de la liberación nacional, vale decir, los
que postulaban salir de la órbita de la dependencia mediante la sustitución de
importaciones, también revolución industrial, que, sin embargo, aceptaban
mantenerse transitoriamente en el capitalismo, reprodujeron formas combinadas
de capitalismo; capitalismo de Estado, capitalismo empresarial privado,
“capitalismo” mixto, capitalismo bajo el control de empresas trasnacionales,
capitalismo financiero, capitalismo comercial, formas de acumulación
incipientes en un disperso universo de talleres, pero también de propiedades
familiares de la tierra. Los actuales gobiernos progresistas de Sud América
también aceptan mantenerse dentro del capitalismo, de la misma manera,
transitoriamente, empero, pretendiendo iniciar un socialismo de nuevo cuño,
llamado socialismo del siglo XXI, en unos casos, y socialismo comunitario, en
el caso de Bolivia. En estos proyectos progresistas también se da una
combinación abigarrada de formas de capitalismo; casi los mismos mencionados
anteriormente, con el aditamento de formas de capitalismo cooperativo y
“capitalismo” comunitario[19],
como en el caso de Bolivia. También hay que añadir la peculiaridad brasilera,
que combina el abigarramiento o, lo que llama Francisco de Oliveira, el modelo
del “ornitorrinco”, con un capitalismo
trasnacional propio, contando con empresas, supuestamente estatales
monopólicas, capaces de competir con las empresas trasnacionales del
tradicional centro del sistema-mundo
capitalista. Parce una condena; las rutas no-capitalistas o transitorias
terminan re-articuladas a la reproducción del capital a escala mundial, también
a escala nacional. ¿Dónde está la clave para salir del capitalismo? ¿Si no es
el cambio de la forma de propiedad, expropiando a los expropiadores, si tampoco
lo es, como dicen Enrique Ormachea y Nilton Ramírez[20],
una barrera al capitalismo la propiedad comunitaria de la tierra, pues en la
medida que su inserción en el mercado, en el caso de la quinua, el mercado
internacional, la comunidad termina formando parte de los ciclos de acumulación
de capital, cuál es la clave para escapar a la vorágine capitalista? ¿Se puede
escapar a este condicionamiento mientras exista un sistema-mundo capitalista?
Depende desde qué teoría se responda. Sin ocuparnos de
las teorías “burguesas”, que ciertamente se han desarrollado técnicamente
mucho, desde los tiempos de Marx hasta ahora, sino quedándonos con la teoría
marxista; vemos que las tesis apuntan a la transición. De lo que se trata es de
crear las condiciones objetivas y subjetivas, mediante la revolución industrial
y mediante la lucha “ideológica”, para dar el salto al socialismo en pleno
sentido de la palabra. Esta transición ha resultado dramática, se tome una
modalidad u otra. El problema del marxismo es su filosofía de la historia y su
creencia en la providencia racional de la historia. No hay tal cosa, salvo en
la cabeza hegeliana de los marxistas. Lo que se pueda hacer depende de la
decisión consensuada de los pueblos, ahora, más que nunca, afectados, en su
sobrevivencia, por la descomunal productividad y dominación financiera
capitalista. Lo privado y lo público son formas de propiedad, pero también son
formas institucionales, formas estructurales de relaciones sociales, que
existen y se reproducen porque expropian lo común, forma de acceso directo a
los recursos, a los saberes, a las ciencias, al intelecto general, a las
tecnologías. Lo común no requiere
esperar nada, ninguna transición, ningún regalo de la providencia de la
historia; sólo requiere recuperar lo común de sus expropiadores, los
propietarios capitalistas y el Estado. Y eso es posible ahora y aquí. El
problema es la decisión colectiva, la construcción del consenso. El problema es
político, no económico.
¿Esta dificultad tiene que ver con lo que llama el
marxismo “ideología”, ahora extendiendo este concepto más allá del fetichismo
de la mercancía, comprendiendo el fetichismo del Estado, el fetichismo de las
instituciones, el fetichismo del poder? Es posible, si ampliamos el concepto.
Pero, también tiene que ver con la capacidad de captura que tienen las
instituciones; el Estado, el mercado, el sistema financiero, los organismos
internacionales. La lucha no solo es “ideológica”, sino también contra estas
mallas de captura; por eso es indispensable fortalecer los flujos de las líneas
de fuga, las prácticas alterativas, los desplazamientos, las resistencias,
creando espacios liberados de estas capturas, que se muevan bajo las “lógicas”
de la reproducción de lo común. La lucha es “ideológica”, política y material,
en el sentido de la subversión de la
praxis[21].
Hay que arrancarle a la dominación y control del capitalismo espacios-tiempos
liberados, que recuperen lo común, reproduzcan lo común, garantizando los
ciclos de la vida.
La lucha es descomunal; la lucha contra el capitalismo
es mundial. La convocatoria se la dio en la Conferencia Mundial de los Pueblos
contra el Cambio Climático, en Tiquipaya-Cochabamba, la convocatoria es a
conformar una Internacional de los Pueblos contra el capitalismo y en defensa
de la madre tierra. De esta resolución podemos concluir que se trata de avanzar
a una gobernanza mundial de los pueblos, sin Estado y sin capital. Una
asociación mundial de productores/ras, consumidores/ras y creadores/ras.
No podemos sorprendernos entonces que, durante las dos
gestiones del gobierno popular, no sólo se hayan combinado abigarradamente
distintas formas capitalistas, sino que se estén formando nuevos estratos de la
burguesía, incorporando a campesinos ricos, colonizadores ricos, cocaleros
ricos, comerciantes ricos y contrabandistas ricos. Hay pues una recomposición
de la burguesía, sin que haya desaparecido la antigua burguesía. La defensa del
gobierno, que no es, obviamente, la defensa del proceso, sino todo lo contrario, conduce, lo quieran o no los
“defensores” a-críticos o de la crítica sensata, al apoyo a esta recomposición
burguesa, sobre la base de la expansión del modelo extractivista del
capitalismo dependiente y el paradigma del Estado rentista.
Ecuador
En la entrevista que hace Marta Harnecker a Alberto
acosta, cuando le pregunta sobre si ¿el gobierno está
contra la Constitución? Alberto Acosta responde:
Me ha costado mucho tiempo llegar a
aceptar que hay una suerte de proceso impulsado desde el gobierno contra la
Constitución de Montecristi, en contra de su propia Constitución. Hay una Ley
de minería que está en contra de la Constitución, hay una Ley de Soberanía
Alimentaria que además no aborda nada de lo de fondo y que también está en contra
de la Constitución y ahora la Ley de Aguas ... ¡Es dramático![22]
La siguiente pregunta es: “Tú estabas planteando que la Ley de aguas no
respetaba la Constitución, ¿podrías argumentar más sobre éste tema?” Acosta
responde:
La Constitución es muy clara en relación
al tema del agua. El agua fue declarada en la Asamblea Constituyente de
Montecristi como un derecho humano fundamental. El agua, entonces, no puede ser
vista como un negocio. Por eso, al inicio del texto constitucional se
estableció, en el artículo 12, que “el derecho humano al agua es fundamental e
irrenunciable. El agua constituye un patrimonio nacional estratégico de uso
público, inalienable, imprescriptible, inembargable y esencial para la vida”.
La trascendencia de estas disposiciones
constitucionales es múltiple. En tanto derecho humano se superó la visión
mercantil del agua y se recuperó la del “usuario”, es decir, la del ciudadano y
de la ciudadana, en lugar del “cliente”, que se refiere solo a
quien puede pagar. En tanto bien nacional estratégico, se rescató el papel del
Estado en el otorgamiento de los servicios de agua; papel en el que el Estado
puede ser muy eficiente, tal como se ha demostrado en la práctica. En tanto
patrimonio se pensó en el largo plazo, es decir, en las futuras generaciones,
liberando al agua de las presiones cortoplacistas del mercado y la
especulación. Y en tanto componente de la Naturaleza, se reconoció en la
Constitución de Montecristi la importancia de agua como esencial para la vida
de todas las especies, que hacia allá apuntan los Derechos de la Naturaleza.
Ésta constituyó una posición de avanzada a
nivel mundial. Dos años después de la incorporación de este mandato
constituyente referido al agua, el 28 de julio del 2010, la Asamblea General de
Naciones Unidas aprobó la propuesta del gobierno del Estado Plurinacional de
Bolivia declarando “el derecho al agua segura y al saneamiento como un derecho humano”.
El actual proyecto de ley de aguas no es
privatizador, lo reconozco paladinamente, pero tampoco es des-privatizador.
¿Qué quiere decir esto? Que está bien que no se abra la puerta a la
privatización, pero tienes que dar paso, como manda la Constitución, hacia una
profunda redistribución de la tierra y del agua[23].
La explicación de Alberto Acosta al respecto es la siguiente:
La tendencia monopolizadora del agua en el
agro es notoria. La población campesina, sobre todo indígena, con sistemas
comunales de riego, representa el 86% de los usuarios. Sin embargo, este grupo
apenas tiene el 22% de la superficie regada y accede apenas al 13% del caudal.
Mientras que los grandes consumidores, que no representan el 1% de unidades
productivas, concentran el 67% del caudal.
Para un indígena es muy difícil acceder al
agua, para un terrateniente es muy fácil. Los terratenientes tienen agua
incluso para sus piscinas o lagos artificiales para su diversión, cuando los
campesinos no tienen agua para cultivar sus parcelas, que son pequeñas o de
tierras poco fértiles, ¡esa es la cruda realidad! Por eso tiene que
redistribuirse el agua, como tendrá que redistribuirse la tierra, si realmente
estamos construyendo un proyecto revolucionario[24].
La aclaración de Acosta sobre el carácter de la ley de aguas del
gobierno, precisa que la misma: no reconoce eso. Y peor aún, ahora el
presidente Correa ha dicho que esta ley no es fundamental ni prioritaria. Esto
es algo más grave todavía[25].
En la comparación con la ley de aguas anterior, relativa al régimen
liberal, dice:
La ley anterior neoliberal era
privatizadora, establecía la posibilidad de privatizar el agua, de hacer del
agua un producto mercantilizado. Los artículos sobre el agua de la Constitución
del 2008 revierten lo establecido en la Constitución de 1998. En esa carta
magna, una Constitución neoliberal, se establecía que el agua potable y de
riego así como los servicios relacionados con su utilización “podrá prestarlos directamente o por
delegación a empresas mixtas o privadas, mediante concesión, asociación, capitalización,
traspaso de la propiedad accionaría o cualquier otra forma contractual”. No puedo aceptar con que se mantenga la ley de los neoliberales, esa ley
tiene que cambiar. Ese es un tema de fondo[26].
La entrevistadora, después toca temas concomitantes, como la relación
de la Ley de aguas y las concesiones del gobierno. El análisis del que
presidió la Asamblea Constituyente de Montecristi se desenvuelve así:
El ejercicio democrático, de construcción
colectiva de la nueva Constitución ecuatoriana, se enmarca en la recuperación
de espacios de soberanía nacional y local. La disputa por el agua,
recordémoslo, fue intensa en el país. Varios fueron los actos privatizadores.
El más notable fue el de Interagua, en Guayaquil. Esta empresa sencillamente
suspendió el acceso a quienes no pagan unas tarifas colocadas al antojo de los
intereses privados, en función de la rentabilidad que define dónde y cómo
invertir, dónde y cómo dar servicios y en dónde no.
Habría que anotar, por ejemplo, en este
recuento de incongruencias, que resulta una violación constitucional la
ampliación de la concesión a Interagua autorizada por el gobierno del
presidente Correa. Me preguntó si el gobierno se ha propuesto pactar con Jaime Nebot,
el alcalde de Guayaquil, el gran líder local de las fuerzas de la derecha.
Sorprende también el mantenimiento de las concesiones para las embotelladoras
de agua y las aguas termales, marginando a las comunidades de su
aprovechamiento. ¿Cómo podemos hablar entonces de un proceso revolucionario? Esas
son cosas que van debilitando el proceso de reforma y van desgastando lo que
tenía de espíritu revolucionario este gobierno, que apenas se perfila como
reformista[27].
El otro tema crucial,
donde se hace patente el comportamiento del gobierno, es la Ley de Minería. La
pregunta de Marta Harnecker es: “¿Y qué pasa con la Ley de minería que tantas
críticas tiene?” Alberto Acosta responde:
La Ley de minería tiene muchos errores,
muchos problemas. Por ejemplo, no se respetaron los derechos colectivos
establecidos en la Constitución. En el artículo 57 de ésta se establece que
tiene que haber una consulta pre-legislativa cuando se trate de derechos
colectivos: hay que consultar a las comunidades para recoger sus criterios e
incorporarlos. “Es cierto—dirá alguien—, ya esa gente nombró a sus asambleístas, ellos
tienen todo el poder”. Pero lo que nosotros queremos no es eso,
sino que haya una activa participación de la sociedad y que se escuche a todas
las voces. Lamentablemente esto no está ocurriendo[28].
La posición del
ex-presidente de la Asamblea Constituyente frente al tema de la minería, en sus
distintas formas de explotación, particularmente en lo que respecta a la
explotación a cielo abierto, se expresa de la siguiente manera:
Yo estoy en contra de la minería metálica
a gran escala a cielo abierto. Aquí en el Ecuador no debe haber este tipo de
minería por una razón muy simple: tenemos en esos territorios una enorme
biodiversidad y comunidades cuya vida puede estar en riesgo, además tenemos
muchas alternativas más interesantes que la minería. Conozco un estudio de las
empresas mineras —como de unas 900 páginas— que, en sus conclusiones,
recomienda que los países que tengan alternativas a la minería a gran escala deben
desarrollar esas alternativas y no dar paso a esa minería. Ecuador no es Chile,
donde se explota mineral en un desierto. No, aquí hay una enorme biodiversidad
que va a estar en riesgo. Esa es mi posición. Ahora, eso no quiere decir que no
haya que poner en orden la minería existente, la minería a pequeña escala,
artesanal y de subsistencia, en donde reina el caos[29].
A la entrevistadora
le hace recuerdo que: yo fui ministro de
Energía y Minas y no cabe duda que hay que poner en orden esa minería existente,
y allí si hay que trabajar mucho, muchísimo, para ir cambiando las cosas.
Siguiendo con la exposición, Acosta dice:
En Montecristi aprobamos un mandato minero
para empezar a organizar el sector. Trabajé intensamente en este tema. Estaba
consciente de los problemas existentes y sabía que cuando fui ministro no pude
avanzar mucho en arreglar la situación. Lamentablemente el gobierno luego no
cumplió la totalidad de dicho mandato. Las consecuencias de incumplimiento
están a la vista: el caos se mantiene y la violencia crece[30].
Después se toca un tema importante, que está en boca de los gobernantes
progresistas, la ampliación considerable del excedente, en relación a la
posibilidad de financiar el desarrollo nacional por otras vías. Alberto Acosta dice:
Ahora, si no explotamos los recursos
minerales, ¿de dónde vamos a sacar la plata para financiar el desarrollo
nacional? Ese es el tema que está a la orden del día. La solución existe si hay
el conocimiento y la voluntad política para enfrentar el reto. Existen
múltiples fuentes de financiamiento de la economía al margen de extractivismo. Empecemos
por corregir las mayores disfuncionalidades existentes. Ecuador extrae
petróleo, Ecuador exporta petróleo, pero Ecuador importa derivados del petróleo
porque no tiene la suficiente capacidad de refinación. Y esos costosos
derivados del petróleo, como el diesel, los quema para generar electricidad en
plantas térmicas contaminantes. No aprovechamos energías alternativas y
renovables, como la hidráulica, la solar, la eólica, la geotermia, recuérdese
que nosotros literalmente dormimos sobre volcanes activos. Esa es una gran
tarea, transformar la matriz energética reduciendo la dependencia del petróleo
y sus derivados.
Ahora, por ejemplo, ¿por qué no discutimos
y encontramos respuestas a una serie de subsidios a los combustibles, mucho de
los cuales no están beneficiando a los sectores populares, sino a los sectores
más acomodados de la población? En el año 2008, los subsidios bordearon los 3
mil millones de dólares. No se trata de quitar los subsidios a la bruto, es
decir a lo neoliberal. No, de ninguna manera. Hay que hacerlo con creatividad,
de manera selectiva. Los subsidios deben mantenerse para los grupos
empobrecidos y marginados, no para los acomodados.
Adicionalmente, en el Ecuador, y en
prácticamente todos los países del mundo empobrecido, se precisa una adecuada
política tributaria. Los que más ganan y más tienen deben contribuir en mayor
medida al financiamiento del Estado. Con el gobierno del presidente Rafael
Correa se registra una cierta mejoría en la presión fiscal. Esta se acerca al
13% en relación con el Producto Interno Bruto. Pero todavía estamos lejos de lo
que debería ser una meta aceptable. El promedio en América Latina es del 24%,
el promedio del mundo desarrollado es del 44%, el promedio de Europa es del
46%. En Bolivia, para no irnos tan lejos, la presión fiscal bordea el 20%.
Nuestra meta debería ser un 35%. Por lo pronto, si duplicamos la presión
fiscal, con impuestos directos progresivos —impuestos a la renta, a la herencia
y al patrimonio, especialmente— habríamos resuelto por mucho tiempo el tema del
financiamiento sin poner en riesgo nuestras verdaderas riquezas: la vida de
muchos compatriotas y de la Naturaleza. Pero además, hay que avanzar en el
combate a la evasión y la elusión. Por ahí también hay que avanzar, es decir en
la honestidad y conciencia fiscal de la ciudadanía y en el sector empresarial.
Por último, cuando estamos enumerando una
serie de opciones para conseguir el financiamiento que requiere la economía
ecuatoriana sin destrozar más la Naturaleza, recordemos que las actividades
petroleras y también las mineras provocan elevados costos ambientales. Costos
que, por lo demás, no entran nunca en los cálculos de rentabilidad que hacen
las empresas e incluso el gobierno. Costos que luego, de una u otra manera, se
los traslada de manera brutal a la sociedad. La Texaco, para recordar, había
dejado pasivos ambientales superiores a los 27 mil millones de dólares, incluso
hay estimaciones que duplican o triplican dicha cifra. Además, hay que
maximizar el ingreso del Estado por cada barril de petróleo que se extrae. Allí
hay un enorme potencial para ingresos adicionales.
De todas maneras, tenemos que desmontar la
creencia de que la renta de la Naturaleza es lo que va a resolver nuestros
problemas. Nosotros hemos sido el principal productor y exportador de cacao y
banano en el mundo, pero no nos desarrollamos. Exportamos todo tipo de frutas,
espárragos, flores, exportamos camarones, exportamos petróleo, pero no nos
desarrollamos ¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo país-producto? ¿Cuándo vamos
a ser país-inteligencia, país conocimiento? ¿Cuándo vamos a aprovechar las
capacidades de los seres humanos, individual y colectivamente hablando? ¿Cuándo
vamos a hacer eso? Mientras no hagamos eso, vamos a seguir presos de lo que yo
llamo “la maldición de la
abundancia”. Mientras tanto seguiremos siendo pobres
porque somos ricos en recursos naturales. Y esas sociedades,
sobre todo las petroleras y las mineras, tienen características perversas:
economías
rentistas, prácticas sociales clientelares
y gobiernos autoritarios con una democracia endeble.
Por la vía del “desarrollismo senil”, como
dice Joan Martínez Alier, no se encontrará la salida a este complejo dilema. El
reto radica en encontrar una estrategia que permita construir el Buen Vivir
aprovechando los recursos naturales no renovables, transformándolos en “una
bendición” como recomienda el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, pero sin
depender exageradamente de ellos. Sólo así saldremos de la trampa de la pobreza
y del subdesarrollo.
Sólo un ignorante o un mal intencionado podrían
sostener que la crítica al extractivismo implica la negación total de la
utilización de los recursos naturales. No se trata de cerrar los actuales
campos petroleros en explotación, pero sí de discutir seriamente sobre si
conviene seguir ampliando la frontera petrolera con todos los impactos
devastadores que eso significa[31].
El gobierno de Correa
promulgó una ley de aguas inconstitucional, afectando los derechos colectivos,
consagrados en la constitución, y apunta a una política minera devastadora,
expandiendo el modelo extractivista a la minería, beneficiando a la acumulación
originaria y ampliada capitalista. Las protestas de las organizaciones
indígenas y del pueblo ecuatoriano se han hecho sentir; sin embargo, el
gobierno ha seguido impávido, imponiendo la decisión autoritaria y vertical del
mandatario.
Como se podrá ver,
son notorias las analogías de los gobiernos progresistas, sobre todo, en este
caso, entre el gobierno boliviano y el gobierno ecuatoriano. Son similares sus
contradicciones respecto a la Constitución. ¿Por qué sus gobernantes creen que
las constituciones de sus países no son de utilidad práctica, por eso, lo
práctico es vulnerarlas? Por otra parte, ¿por qué, al final de cuentas, los
pueblos dejan que esto ocurra, sin defender la Constitución y los derechos
múltiples consagrados; salvo, es cierto, de honradas excepciones, como la
resistencia y la lucha de las organizaciones indígenas, además de las
intermitentes asonadas populares, cuando la conducta del gobierno llega al
escándalo, como en el caso, en Bolivia, de la suspensión neoliberal a la
subvención de los carburantes y la descongelación de los precios en el mercado
interno, favoreciendo palpablemente a las empresas trasnacionales del petróleo,
así como las protestas, marchas y bloqueos contra la Ley de aguas
gubernamental, en el Ecuador? Este es el asunto.
La respuesta parece
evidente. Los gobiernos progresistas no pueden salir del modelo extractivista
del capitalismo dependiente. Creen, como sus antecesores neo-liberales, que
esta es la base del desarrollo; a diferencia de éstos, los nacionalistas y
progresistas lo hacen nacionalizando, aunque sea a medias, no como los
nacionalistas del periodo heroico, de mediados del siglo XX, cuando la
nacionalización significaba expropiación de los expropiadores. Respecto a la
diferencia entre estos gobiernos progresistas y lo que ocurrió en la Unión
Soviética y la República Popular China, es que el capitalismo de Estado en
estos últimos realizó la revolución industrial, aunque de una manera forzada y
militarizada, en tanto que los gobiernos nacionalistas, después, los
progresistas, sólo atinan a ampliar el modelo extractivista.
Ciertamente, es
diferente, como hemos anotado, el caso Brasilero; sin embargo, no hay que
olvidar las observaciones de Francisco de Oliveira, al respecto. El modelo
brasilero se parece al ornitorrinco;
se trata de una combinación donde, si bien están presentes la segunda y la
tercera revoluciones, industrial y tecnológica, se alcanza el desplazamiento a
la cibernética, esta ultra-modernidad, que comprende también la
industrialización, de la modernidad clásica, se encuentra enlazada a la
tercerización de la economía, a la base extractivista, en constante expansión,
a la ampliación de la frontera agrícola, en detrimento ecológico, al
crecimiento desmesurado de las ciudades, atravesadas por extensas zonas
marginales, empujando a una explotación salvaje del proletariado nómada. Toda
esta combinación no evita caracterizar al modelo del ornitorrinco como extractivista y neo-extractivista, pues a pesar
de la industrialización, la segunda revolución tecnológica y la tercera cibernética,
la estructura de esta composición se basa en el modelo extractivista y en las
exportaciones primarias de Brasil.
Los gobiernos
progresistas no pueden salir del modelo extractivista porque no tienen voluntad
para hacerlo, porque están atrapados en un imaginario desarrollista. Para
ellos, la historia tiene que continuar, de la misma manera, que en el pasado,
salvo bajo el control del Estado, que redistribuye los ingresos, bajo el
criterio de políticas rentistas. Esta opción, esta ruta tomada, los convierte
en dispositivos del orden mundial de dominación y control capitalista, por más
estridente que sea su retórica anti-imperialista. Este es el tema, ante el cual
no se puede cerrar los ojos, bajo el argumento que se trata de gobiernos de
“izquierda” y que no se debe dejar este lugar a la “derecha”.
Venezuela
Basándonos en
el diagnóstico que hace Víctor Álvarez[32] de
la revolución bolivariana y del socialismo del siglo XXI, en La Convocatoria del mito[33],
escribimos:
Es
ilustrativo el balance que hace Víctor Álvarez de parte del proceso de la
revolución bolivariana. Tomando nota y registrando nuestras impresiones,
diremos que:
1.
Al parecer la revolución bolivariana
aparece como proceso constituyente, como desborde del poder constituyente, como
interpelación al estado de cosas, a las estructuras de poder, a la desigualdad
social, a la oligarquía parásita, a la economía extractivista y el Estado
rentista.
2.
Se gesta entonces una nueva
Constitución, ideando una nueva república, la quinta, cuya composición y
contenido responda a la “ideología” bolivariana, basada en el pensamiento de
Simón Bolívar, pensamiento actualizado al siglo XXI, transformando su horizonte
liberal en un horizonte socialista.
3.
La oligarquía y la burguesía rentista
venezolana reaccionan ante el avance político popular con un golpe de Estado
y boicot a la producción del petróleo. Las tensiones y contradicciones
sociales y políticas llegan a un punto máximo. El intento de restauración de la
oligarquía y la burguesía es desbaratado por la movilización popular en defensa
del presidente Hugo Chávez y por el contragolpe de las Fuerzas Armadas.
4.
A partir de esta victoria política y
militar popular el proceso se radicaliza. Claramente se propone la transición
al socialismo. Se piensa en un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del
siglo XXI. Lo sugerente de este socialismo no está tanto en nombrarse como del
siglo XXI, donde una mayoría de comentaristas hacen hincapié, sino en las
formulaciones concretas; en la
propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y
estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas
venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad
individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos,
sociales, políticos y culturales. También
con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la
transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista,
con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores
directos y las comunidades organizadas.
5.
En este transcurso y ante estas tareas
aparecen las dificultades y obstáculos de la transición. Las alianzas políticas
en el poder no son las más adecuadas para esta transición y la profundización
del proceso. Los sectores que tienen mayor incidencia en el gobierno y en la
institucionalidad estatal no son las clases sociales que pueden sostener la
construcción del socialismo, el proletariado y los campesinos, tampoco los
sectores más populares de las urbes. Se da entonces como una limitación de los
alcances y una disminución de los ritmos del proceso, a pesar de los beneficios
obtenidos por la inversión social.
6. Hablando
de los alcances cualitativos del proceso y de las transformaciones
estructurales, se constata que no se ha salido de la economía extractivista y
del Estado rentista, que todavía está pendiente la conformación del modelo
productivo, orientado a la soberanía alimentaria, basado en gran parte en la
propiedad social y la organización comunitaria. Esta constatación fue
compartida por el mismo Hugo Chávez[34].
Da la impresión que en Venezuela
se combate una descomunal batalla, entre dos bloques históricos confrontados;
entre el boque histórico conservador y elitista, compuesto por la burguesía,
los terratenientes, es decir, la oligarquía, que, además, incorpora a una
tecnocracia que estuvo al servicio de las empresas petroleras trasnacionales, a
la antigua burocracia, a los grandes comerciantes, a una clase media alta,
beneficiada por el renta liberal y neoliberal, a la iglesia y otras
instituciones de influencia, como los medios de comunicación empresariales, por un lado; y el bloque histórico
nacional-popular, compuesto por el proletariado nómada migrante, el
proletariado sindicalizado, los distintos estratos campesinos, las clases
populares urbanas, las clases medias bajas, las organizaciones de base, las
comunas, las misiones, por otro lado. Es una lucha de clases, por cierto;
empero mediada por aparatos “ideológicos”; en el primer caso, del bloque
histórico conservador elitista, hablamos no solamente de los medios de
comunicación coaligados a este bloque, sino de toda una atmósfera “ideológica”
conformada, por lo menos en el último siglo XX, de toda una “ideología” hecha
carne, convertida en comportamientos y en conductas, en prejuicios, en
imaginarios. Una “ideología” que considera al capitalismo como “realidad”
natural, incluso la forma de capitalismo dependiente en el subcontinente
sudamericano. En el otro caso, del bloque nacional-popular, también se cuenta con
aparatos “ideológicos”; uno de los principales es el partido, ahora llamado
PSUV, que cuenta también con el dominio de influyentes medios de comunicación
masivos estatales, además de contar con influencia incluso en medios privados, fuera
del apoyo de los medios populares, que gozan de cierta autonomía, que incluso les
permite llegar a hacer críticas, en algunos casos. El bloque conservador cuenta
con un frente amplio de coalición; sin embargo, no se puede hablar de partido,
en pleno sentido de la palabra. Se trata de un frente inestable, que reúne
variados intereses, perspectivas, discursos y proyectos. El “partido”, en este
caso, es todo el bloque, tal como lo teoriza Antonio Gramsci.
Estas mediaciones no son las que
distorsionan la lucha de clases, sino que la llevan, precisamente al terreno
“ideológico”. En este espacio-tiempo las “cosas” no son como lo que se dice o,
usando a Michel Foucault, no del todo adecuadamente, mas bien figurando, las
palabras no son las cosas. La mediación
del partido, en el bloque nacional-popular, interpreta la lucha a su manera, de
una manera bolivariana, por así decirlo, en los términos de la consolidación
del Estado-nación bolivariano y la transición al socialismo del siglo XXI. Sin
embargo, podríamos decir, que el problema no es este, el de la interpretación,
del proyecto, del programa político y, obviamente, de la Constitución. Esto nos
llevaría trasladar la discusión a la validez de las interpretaciones, de los
proyectos y los programas políticos. Al final se trata del programa político y
de la interpretación política que goza de gran convocatoria masiva y
organizada. No es pues una discusión teórica la que va definir el curso de los
acontecimientos. Tampoco podemos inclinarnos por una interpretación más
“ortodoxa” o, si se quiere, más “radical”, que no goza de convocatoria popular,
formando parte de las alucinatorias iluminaciones de un pequeño grupo
vanguardista. La política, la acción política, no se resuelve racionalmente,
sino por el juego y correlación de las fuerzas. El problema es otro; el
problema es que el partido se convierte en la representación legítima de las
colectividades del bloque popular, que el partido en el poder conforma una
casta burocrática, que monopoliza las decisiones, y termina llevando el proceso de transición por los caminos
conocidos de la expropiación de las voluntades colectivas por la voluntad
centralizada del partido. Por último concurre el aburguesamiento de la
jerarquía del partido, que lleva a la repetición del guión, harto conocido, de
la sustitución de la antigua burguesía por la burguesía burocrática. Las
contradicciones, tensiones, conflictos y confrontaciones, perturban la cohesión
del bloque, aunque todavía no estallen, debido a la confrontación con el bloque
conservador. El problema es la reproducción de viejas prácticas políticas,
jerárquicas, centralistas, autoritarias, “vanguardistas”, en el mejor de los
casos, demagógicas, en el peor de los casos.
La “verdad” del partido
prepondera y se impone, descartándose la construcción colectiva del saber
social de la transformación, que sólo se puede construir participativamente. La
opción realista y “pragmática” del partido, que, además, exige disciplina,
termina reforzando los condicionamientos aceptados efectivamente, la
dependencia del modelo extractivista y el círculo vicioso de la dependencia por
reiteración y recurrencia del modelo extractivista. La matriz de la crisis
política y económica, que afronta el partido en el poder y el bloque popular,
se encuentra en estos condicionamientos aceptados, como regla “pragmática”. Es,
obviamente, pedir peras al olmo, que el partido atribuya el desenvolvimiento de
la crisis a la propia práctica partidaria, a la burocratización, a la mediación
partidaria, que en muchos casos termina siendo prebendal y clientelar. La
culpabilidad se la atribuye a la “derecha” y al imperialismo. Si bien la “derecha”
tiene que ver con el boicot, como ocurrió el 2003, si bien el imperialismo
conspira, como lo hizo contra el gobierno de Salvador Allende en Chile; esto ya
se sabe que es así, en distintos contextos, variando en formas y estilos.
También se sabe que hay que luchar contra el boicot y contrala conspiración;
pero, lo que es inconcebible es que se contribuya a este boicot y a esta
conspiración con errores, que se buscan ocultar con propaganda. Es como una
crónica anunciada; los personajes se apegan a su papel, a pesar, de que tienen
la libertad, de decidir otro rumbo.
La crítica radical a los
gobiernos progresistas no es, para qué se caigan, como creen los apologistas
del partido; este es un tema de las decisiones colectivas, no de “vanguardias”.
¿Cómo se puede plantear tal cosa si no se puede sustituir este vacío político
con una alternativa constatable, vigente, dinámica, emergente? No se trata de
que no hay que dejar este lugar a la “derecha”, sino de que si la invención
social no puede todavía sustituir el lugar vacío, lo indispensable es evitar
que el proceso se rife por la propia
gestión del partido.
Conclusiones
Tres conclusiones son indispensables:
1.
La
necesidad de la interpelación de la crítica, entendida como tal, radical, pues
no puede haber crítica sin tocar los problemas en sus raíces, sin tocar las
condiciones de posibilidad histórica de los problemas, como también de la misma
crítica.
2.
Los
gobiernos progresistas, los gobiernos “revolucionarios”, son dispositivos
provisionales, en la bisagra de las épocas, la pasada y la nueva que nace; son
productos institucionales ligados a la herencia institucional y burocrática del
Estado. Lo urgente se encuentra en la liberación de la potencia social, la
invención y creatividad colectiva, que desmantelan estos aparatos para
construir composiciones dinámicas y participativas.
3.
La
defensa de los procesos de cambio no puede confundirse con la defensa de los
gobiernos; hacerlo es un suicidio. Se confunden las transformaciones, lo que
posibilita las transformaciones, la participación movilizada, con la representación
conservadora e institucionalizada de la conquista del poder. Es cuando las
criaturas se convierten en los buitres que comen las entrañas del pueblo.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Genealogía del Estado. Dinámicas
moleculares; La Paz 2013.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el “proceso” de cambio.
Bolpress, Dinámicas moleculares; La Paz 2013; Rebelión, Madrid 2013.
[3]
El proyecto de la moneda de integración sucre
y del Banco del Sud, diseñado por un grupo de economistas ecuatorianos,
dirigidos por Pedro Páez Perez, concibe, en realidad, una contra-moneda y un
“banco” alternativo al sistema financiero internacional, basado en
complementariedades y compensaciones, estructurado en una lógica que retiene la
valorización local, evitando su pérdida centralizada. Este proyecto fue
aprobado y firmado por los gobiernos del ALBA, empero, ninguno de ellos
entendió el proyecto, siguiendo en cambio, políticas monetaristas que los
subordinan al sistema financiero internacional.
[4]
Revisar de Raúl Prada Alcoreza Devenir y
dinámicas moleculares. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; La Paz
2013; Rebelión; Madrid 2013.
[5]
Ver de Raúl Prada Alcoreza Guerra
periférica y geopolítica regional. En torno a la guerra del Pacífico.
Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes de la razón; La Paz 2013.
[6] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo XXI-CLACSO.
[7]
Raúl Prada Alcoreza: Genealogía de la dependencia. Horizontes nómadas, Dinámicas
moleculares, Bolpress. La
Paz 2011-2012.
[8] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasileño. Los procesos de modernización
conservadora, de Getúlio Vargas a Lula. Siglo XXI, CLACSO, 2009. Buenos Aires. Pág. 144.
[9] Ibídem: Pág. 148.
[10] Raúl Prada Alcoreza: Ibídem; Ob.
Cit.
[11] Esse texto é o capítulo final do livro 20 centavos: a luta contra o aumento (Editora Veneta, 2013).
[12] Ibídem: Ob. Cit.
[13]
Revisar de Raúl Zibechi Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones de
abajo. Bogotá 2012.
[14]
Revisar de Raúl Zibechi Brasil Potencia;
Ob. Cit. Capítulo 2; La ampliación de la
élite en el poder, La trayectoria
sindical, Sindicalistas en cargos estatales, El papel de los fondos de
pensiones, ¿Nueva clase o capitalismo sindical?
[15] Boaventura de Sousa Santos: Las
revueltas mundiales de indignación.
Conferencia en La Paz; CIDES-UMSA; 17 de octubre de 2013.
[16] Revisar
el libro citado de Raúl Zibechi; Ob. Cit.
[17]
Revisar de Raúl Prada Crítica al
esquematismo maniqueo. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas;
La Paz 2013; Rebelión; Madrid 2013.
[18] Trovador
y guerrillero, muerto en la guerrilla de Teoponte.
[19]
Revisar de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F. Propiedad colectiva de la tierra y
producción agrícola capitalista. El caso de la quinua en el
Altiplano sur de Bolivia. CEDLA; La
Paz, 2013.
[20] Ibídem.
[21]
Ver de Raúl Prada Alcoreza La Subversión
de la praxis. EPISTEME. Número 3. La Paz 1988.
[22]
Ver de Marta Harnecker Tiempos políticos y procesos democráticos. Entrevista de Marta Harnecker
a Alberto Acosta, ex presidente de la asamblea constituyente de
ecuador.
[23] Ibídem.
[24] Ibídem.
[25] Ibídem.
[26] Ibídem.
[27] Ibídem.
[28] Ibídem.
[29] Ibídem.
[30] Ibídem.
[31] Ibídem.
[32]
Revisar de Víctor Álvarez La transición al socialismo de la revolución
bolivariana. Transiciones logradas y transiciones pendientes. CEDLA, Instituto
de estudios Ecuatorianos, Centro Internacional Miranda; La Paz, 2013.
[33]
Ver de Raúl Prada Alcoreza La convocatoria del mito. Bolpress,
Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas; La Paz, 2013.
[34] Ibídem.
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