Raúl Prada Alcoreza
Decadencia y gubernamentalidad liberal
Los grados más altos de la decadencia aparecen cuando se manifiestan los síntomas del mayor desajuste, de la mayor disyunción, de la mayor
disociación, con lo que consideramos comúnmente la realidad, que para nosotros es sinónimo de complejidad. El Nuevo gobierno de Michel Temer, el reciente
presidente interino del Brasil, evalúa la posibilidad de
vender acciones de empresas públicas, incluyendo la compañía de correos, así
como propiedades estatales de compañías de transporte, energía y seguros. Esta proyección privatizadora, como ya se
conoce, desde la perspectiva neoliberal de transferir al sector privado estas
acciones y estas compañías estatales. Lo que se conoce como el ajuste estructural privatizador,
globalizado por el mundo, con el
apoyo de los organismos internacionales del orden
mundial; contando con connivencia del impulso concomitante del sistema financiero internacional; es
decir, en el contexto de las centralidad y acumulación de la hiper-burguesía mundial, que domina el mundo.
El gobierno interino de
Michel Temer está elaborando una lista de empresas y compañías estatales, con
objeto de privatizarlas. De esta manera, volver a lo mismo de antes de los “gobiernos
progresistas” del PT; entregar la economía
nacional no solo a manos privadas sino a empresas trasnacionales. La imaginación de los herederos de la
“oligarquía café con leche” no llega a más. Solo pueden concebir un Brasil subalterno,
incluso como potencia emergente en la geopolítica del sistema-mundo capitalista;
por lo tanto, en la geografía política de los centros hegemónicos del poder
y de la economía-mundo. La mentalidad de estos herederos de los
esclavistas y hacendados cafetaleros es sumisa
al orden mundial, impuesto por
los oligopolios trasnacionales. Para ellos, el Brasil se encuentra circunscrito al modelo extractivista colonial del capitalismo
dependiente. Incluso, en el caso, que parte de ellos, la burguesía industrial, que estaba, mas
bien, más cerca del PT, apunta a consolidar la característica de potencia industrial. Como lo dijo
Francisco de Oliveira, no se trata de que se pase por la revolución industrial y la revolución
cibernética, sino de la composición
misma de la economía. Para Oliveira,
Brasil no dejó de ser una formación
económico-social ornitorrinco; es decir, una mezcla alucinante de mamífero y ovíparo. Pues, a pesar de las revoluciones
industriales, tecnológicas, científicas y cibernéticas, el peso de la economía, de la estructura económica, gravita en el extractivismo[1].
Los representantes de la burguesía, predominantemente financiera,
comercial, especuladora, ligada al latifundio, exceptuando a la burguesía industrial, muestran
características mucho más restringidas que los anteriores representantes de la clase económicamente
dominante, anteriores a los gobiernos del PT. Parecen unos patéticos comediantes,
que intentan articular un discurso,
para justificar su presencia fraudulenta en el gobierno, después de iniciado el
juicio de impedimento a Dilma
Rousseff. ¿Por qué lo hicieron? Lo que
dicen los voceros de los “gobiernos progresistas” de América Latina y de la
“izquierda” reformista, que se trata de un golpe
congresal; que más parce una típica astucia
criolla. Astucia perpetrada usando tecnicismos
jurídicos, a la usanza más leguleya. Que en todo caso, por las
desproporciones de la medida tomada por el Congreso, patentiza un despropósito
político.
Lo que llama la atención es
que, siendo el motivo efectivo el escándalo estruendoso y de magnitud de la
corrosión empresarial y la corrupción en torno a PETROBRAS, donde no solo
estaba involucrado el gobierno, sino también la llamada “oposición”; sobre
todo, entre ambos, los actuales flamantes gobernantes interinos, se derive en
un juicio menor, marginal, que no debía haber tenido las consecuencias que ha
tenido. No se justifica la destitución, tomando la acusación efectuada. Rousseff
fue suspendida como presidenta, después de que el Senado aprobó someterla a un
juicio político por cargos de violar leyes presupuestarias. La mandataria fue relevada
de su cargo por su vicepresidente, Michel Temer[2].
Los grandes medios de comunicación de Brasil,
que pertenecen a un pequeño grupo de familias, crearon lo que se podría llamar la dramaturgia del “impeachment”: existe
un Gobierno corrupto, el pueblo pide su dimisión en las calles, el Congreso
derriba a la presidente y Brasil vuelve a ser el país del futuro. Para esos
medios, el PT no solo era el culpable de la corrupción, sino la causa de todos
los males de Brasil. Patricia (se refiere a su prima con
la que nunca estuvo de acuerdo) no podía
estar más de acuerdo con ese guion. Ella y otros miles de brasileños salieron a
las calles vestidos con los colores de la bandera para luchar contra la
corrupción y exigir la salida del PT. Cada vez que Dilma hablaba en la tele,
Patricia cogía una cacerola y se ponía a protestar desde su ventana. La
historia narrada por los medios y defendida en las calles era casi perfecta, si
no fuera por un pequeño detalle: Dilma no está acusada en ningún caso de
corrupción. Sin embargo, muchos de los responsables por llevar adelante su
proceso de “impeachment” sí lo están.
Es el caso del expresidente del Congreso, Eduardo Cunha, del presidente del
Senado, Renan Calheiros, y del propio vicepresidente, Michel Temer. Este último
fue condenado por el Tribunal Regional Electoral de São Paulo por hacer
donaciones de campaña por encima del límite legal y no podrá postularse a
ningún cargo público en un periodo de 8 años. Temer acaba de ser nombrado
presidente interino de la República de Brasil[3].
¿Lo hicieron para salvar
sus pellejos? ¿Por qué encontraron la oportunidad en plena crisis? ¿Por qué los
herederos de la “oligarquía café con leche” decidieron empujar, desde hace un
buen tiempo, el cambio de ruta del gobierno? ¿Por qué los socialistas reformistas del PT construyeron su derrota? No se puede
responder, a ciencia cierta, como se dice, estas preguntas. Quizás todas estas
tendencias, inherentes al proceso de crisis múltiple, política, institucional y
económica, hayan incidido en conjunto; cada tendencia aportando con su cuota.
Dejaremos que las respuestas las den investigaciones descriptivas y analíticas,
correspondientes. Lo que queda claro, es que asistimos a los síntomas evidentes de la degradación extrema de la clase política.
La autora del artículo
citado dice:
Quizás uno de los mayores errores del partido de Dilma
y Lula fue haberse dejado absorber por la política tradicional brasileña.
Después de tantos años en el poder, el PT ya no era tan cercano a los
movimientos sociales que le apoyaron y estaba dedicado de lleno al juego
político. Dilma ganó las últimas elecciones con el apoyo del PMDB de Temer,
Eduardo Cunha y Renan Calheiros. Un partido de derechas que siempre estuvo
cerca del poder y que ahora ha encontrado la manera de tomarlo[4].
Lo que parece insólito,
pero, no lo es, es que el partido aliado del gobierno, además, nada más ni nada
menos, que el vicepresidente, fueron los que conspiraron contra Dilma. Esto es parte del anecdotario de las historias
políticas de América Latina. Lo que no deja de sorprender es que el pueblo, a pesar de haber salido a las
calles a defender a la presidenta, frente a la tramoya gris de la tradicional clase política, angurrienta de poder, a cualquier costo y usando
cualquier medio, se haya dejado, al
final de cuentas, escamotear por estas astucias
criollas. Sobre todo, después de haber ganado consecutivamente las elecciones,
llevando al poder al PT; posteriormente, manteniéndolo en el poder, durante un largo periodo de gestiones
de un gobierno catalogado de “progresista”.
El gobierno interino de Temer es inconstitucional, por más encubierto
que esté este hecho, por el barniz del tecnicismo
jurídico, que sacó a Dilma Rousseff. En la Constitución no está contemplada
una medida como ésta para el caso tratado, por cargos de violar leyes
presupuestarias. A todas luces, su destitución adolece no solo de legitimidad sino también de legalidad, incluso de institucionalidad. La situación de este gobierno interino es como la de un gobierno de facto; decimos esto, a pesar
de no compartir la interpretación de
la “izquierda” reformista, de que se trata de un “golpe congresal”. Es un gobierno irregular, para decirlo
suavemente. Sensatamente, lo que queda, incluso para salvar las apariencias formales
de la democracia institucionalizada,
es pedir la renuncia de este gobierno
irregular. ¿Llamar inmediatamente a elecciones? ¿Restituir a Rousseff,
hasta que culmine su mandato? ¿Medidas
radicales por parte del pueblo, que
opta por profundizar la democracia,
en sentido participativo, incluso
apuntando a los autogobiernos? Estos temas son los que tiene que resolver el
pueblo mismo. Lo importante es que lo
que se haga sea parte de consensos
democráticos, participativos, reflexivos multitudinariamente y autocríticos. Transparentar lo que ocurrió
con PRETROBRAS, buscando, su re-nacionalización. Pues es uno de los pivotes del
“desarrollo” y el “crecimiento” económico de la potencia emergente.
En otras palabras, nuestra perspectiva política es la siguiente:
los pueblos no tienen por qué seguir tolerando estas conductas de la clase política; la del tecnicismo grotesco de destitución, la de la corrupción
generalizada en toda la clase
política, progresistas y neoliberales, incluyendo a conservadores; las demagogias de unos y de otros. Así como
las comedias estridentes, de unos y
de otros. El pueblo debe tomar en sus
manos, como corresponde, el ejercicio de la democracia;
pues eso quiere decir democracia, gobierno del pueblo; es decir, autogobierno del pueblo.
Como dijimos en otro texto[5], lo que llama
la atención es que la atmósfera donde ocurrió la destitución de Dilma Rousseff es
enardecida por el caso de corrupción de PETROBRAS, donde están metidos todos,
“derechas” e “izquierdas”; sin embargo, no es esto lo que se juzgó, se
investigó e indujo a tomar medidas. No convenía, pues, como todos están
involucrados, sobre todo, los acusadores de Dilma Rousseff, entonces, el juicio
quedó anclado en un fragmento del problema. Por cierto, no el más importante, sino
el menos significativo, ya que todos los gobiernos anteriores hacían lo mismo;
prestarse dinero para cubrir huecos presupuestarios.
A pesar de la decepción con el PT, en los
últimos meses, miles de personas salieron a las calles para denunciar el golpe.
Algo que no estaba en el guion redactado por los grandes medios. Movimientos
sociales, sindicatos, líderes indígenas, personalidades del mundo de la cultura
y ciudadanos de distintos orígenes sociales se manifestaron en contra del “impeachment”, en diversos
actos a lo largo del país. El color predominante en esas protestas era el rojo,
a diferencia del verde y amarillo que dominaban las marchas anti-Dilma. Yo participé
en una manifestación en Madrid. Éramos cuatro gatos protestando en Sol, pero
teníamos la sensación de formar parte de algo mayor. Nos sentíamos parte del
enorme movimiento de lucha por la democracia que está tomando Brasil. Más que
las siglas, nos unía la indignación de ver a tantos políticos involucrados en
casos de corrupción votando a favor del “impeachment” de
la presidente en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la corrupción.
También nos unía la sensación de que el Gobierno de Dilma no estaba siendo
juzgado por sus errores, sino por sus aciertos.
Durante los 12 años de gobierno del PT cerca de 40
millones de personas salieron de la pobreza y la población históricamente
excluida ganó espacio dentro de la sociedad. El partido cambió una historia de
más de 500 años de desigualdad. Quizás por ello, ganó cuatro elecciones
seguidas. En las últimas, la derecha se dio cuenta de que le costaría mucho
recuperar el poder en las urnas y decidió tomarlo a través de un proceso
aparentemente legal, pero tremendamente injusto. Los que asumen ahora el
Gobierno representan los intereses de los grandes latifundios, la industria de
las armas, las iglesias evangélicas y quizás de muchos políticos y grandes
empresarios a los que le vendría bien que las investigaciones de los casos de
corrupción, como el de PETROBRAS, fuesen finalizadas sin mucho revuelo y sin
grandes repercusiones[6].
Carla
Guimarães lo dice, el error es haberse dejado absorber por
la política tradicional brasileña; también expresa: el PT ya no era tan cercano a los
movimientos sociales que le apoyaron y estaba dedicado de lleno al juego
político. Extendiendo la pregunta, respecto a todos
los “gobiernos progresistas”, ¿por qué se dejan absorber por las prácticas de
la política tradicional? Como se
puede leer en los ensayos difundidos, para nosotros esto pasa porque no se sale
del círculo vicioso del poder. No se
da el problema porque “traicionan” los encumbrados líderes populares y
sociales, como cree la “izquierda” tradicional radical. Esto es como caer en
una de las versiones de la teoría de la
conspiración, que nos resulta muy esquemática, simplista y hasta dramática,
convirtiendo la realidad política en
juego de dispositivos de conspiración. Para que pueda suceder
esto, la realidad tendría que
reducirse a la dimensión plana, sin espesores,
donde solo cabe tramas, por así
decirlo, de dibujos animados. Nadie, ni grupos, ni agencias de inteligencia, ni
gobiernos, por más poderosos que puedan ser, puede controlar todas las variables - por así decirlo, usando un
término conocido - de la complejidad,
sinónimo de realidad. Por otra parte,
la complejidad dinámica de la realidad,
no puede ser reducida, ni siquiera representada,
a dos dimensiones, como para hacer caber una versión tan simplista como la teoría de la conspiración.
La tragedia de los “gobiernos
progresistas” es que son marionetas, aunque no lo quieran, tampoco lo crean, de
las fabulosas máquinas de poder, de
la economía-mundo y de la guerra; es decir, de estructuras de poder estructurantes de
la política oficial,
institucionalizada; practicada por los Estado-nación, en el contexto de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.
Solo pueden moverse dentro de determinados márgenes, definidos por el orden mundial. El cruzarlos es tomado
como una transgresión a este orden
mundial. Los líderes se ilusionan con que controlan el poder, el Estado, el gobierno. Esto no ocurre, tampoco puede
ocurrir, menos en estos “gobiernos progresistas”, que solo han atinado a tibias
reformas, dejando intacta la estructura
de poder heredada. En gobiernos que cruzaron los límites de los márgenes trazados, por ejemplo, los
gobiernos del socialismo real,
también ocurrió algo parecido, aunque más trágico,
por la apuesta que se puso en juego;
la trasformación social, económica,
política y cultural. Recurriendo a un Estado
de transición, la dictadura del
proletariado, hacia la sociedad sin
clases. En este caso, más complejo y profundo, por lo tanto, más
comprometedor y demoledor, no se salió del círculo
vicioso de poder porque, se bien se cambió el Estado y las reglas económicas nacionales, no se pudo
salir del horizonte del sistema-mundo capitalista; reproduciendo,
paradójicamente, en el socialismo real,
el modo de producción capitalista.
Hemos aprendido de las historias políticas de la modernidad, que es el horizonte cultural del sistema-mundo
capitalista, por lo tanto, sistema globalizado, integrado, que las transformaciones tienen que alcanzar la esfera sin horizontes del mismo mundo.
Esto no quiere decir que no se comiencen
cambios en cualquier lugar donde se pueda. De ninguna manera. Lo que no se
puede hacer es confundir estas modificaciones locales como si fuesen el fin de la historia, que es el sentido
“ideológico” transmitido por los discursos, antes, socialistas, después
populistas, y, ahora, por los progresistas. Lo grave, para decirlo más
severamente, es creer que se puede transformar
con la misma maquinaria del poder, el
Estado, como si solo se tratara de usar de otro modo esta herramienta de dominaciones.
Lo patético es ver a los líderes populares y progresistas imitar los
comportamientos de la clase política
derrocada; desde sus vestimentas, aunque adquieran un toque folclórico, hasta
sus modales, sus estilos, incluso sus prácticas. Estos ya son síntomas del alejamiento de estos “gobiernos progresistas” respecto
de los movimientos sociales
antisistémicos, que son la potencia
social, que llevó al poder a
estos gobiernos.
Hay como una intuición enunciada, en discursos
convocativos, por los revolucionarios del
siglo pasado, los heroicos, no los
imitadores; esta intuición es que una revolución
no puede detenerse, como la política,
en sentido pleno; como la democracia,
en sentido absoluto, no se detiene, desborda. Cuando ocurre este acontecimiento político, el de la revolución, la transformación en explosión, en devenir,
no puede detenerse, pues tiene que desmantelar no solo la fabulosa maquinaria
del Estado, maquinaria milenaria, sino milenios de dominaciones ateridas; trayectorias de genealogías institucionales,
que inscribieron en los cuerpos estas dominaciones.
El reducir las tareas revolucionarias a
medidas, promulgadas por el gobierno, es una de las más turbadoras inocencias
de estos pregoneros del socialismo
por decreto, de la descolonización
por decreto, de la independencia por
decreto. Esta inocencia es, nuevamente, reducir las tareas de transformación estructural, institucional y subjetiva, al plano,
donde solo caben dibujos animados.
La pregunta que parece
pertinente es esta: ¿Los “revolucionarios” tomaron en serio las tareas que se
tenía delante? Obviamente, no solamente como partido, pretendida vanguardia, sino como sociedad, por lo
menos, parte de la sociedad explotada, que es la mayoría. ¿O se dejaron seducir
por los cantos de sirena del poder? La
tragedia de los bolcheviques, después del acto heroico de enfrentar a la realidad y la historia, inventando otras condiciones
de posibilidad, es que al toparse con las grandes dificultades de la transformación social, política,
económica y cultural, no encontraron otra salida que el recurrir a la violencia, para forzar los procesos inherentes a la realidad, como complejidad. Con esto, no solo imitaron a los amos, patrones,
terratenientes, burgueses, derrocados, sino que cayeron en un anacronismo conservador de envergadura,
el Estado policial.
Sin pretender justificar
esta actitud dictatorial de los bolcheviques,
que, ciertamente, tuvieron que defenderse de la invasión imperialista, por
todos los lados, por todas las fronteras, esta experiencia social política formó parte de las duras lecciones. Lo extraño
es que en vez de aprender, corregir los errores, los partidos “revolucionarios”,
pretendidas vanguardias, se apegaron
a la “ideología”, defendieron a los gobiernos bolcheviques, defendieron al Estado
policial, a pesar que precisamente los errores cometidos fueron la causa de la caída de los Estados del socialismo real de la Europa oriental. En
otras palabras, se prefirió no aprender y seguir adelante, repitiendo el
libreto.
El perfil de los “gobiernos
progresistas” es más bajo; no llegan a tanto. No transforman el Estado, usan el
Estado-nación, burgués, colonial, subalterno, para, disque, transformar la sociedad y liberar a los
pueblos. Lo terrible, que vuelva a ocurrir por enésima vez lo que ya ocurrió
antes, es que el pueblo, que se ha
rebelado, y cambiado la correlación de
fuerza, llevando al poder a estas expresiones políticas populistas y
progresistas, también cree en esta ilusión, de que se puede usar el Estado para
transformar. Entonces hay como una
retroalimentación de la misma ilusión, compartida por los gobernantes y gran
parte del pueblo. Solo cuando ya no
se puede ocultar lo mal que van las cosas, parte del pueblo se sorprende; en principio atina a corregir el curso
político; después, puede, al sentirse desencantado, asumir una indiferencia
preocupante o comenzar a resistir al nuevo gobierno, que se parece en mucho a
los gobiernos pasados. Esta reacción popular puede derivar, como hemos visto,
en el voto castigo a los progresistas.
¿Se trata de castigar a los
progresistas? Ni de castigarlos, ni de defenderlos. La pregunta es: ¿Por qué el
pueblo, con toda la pluralidad, con
toda la multiplicidad, de sus singularidades,
con todas las diferencias que caben,
no toma en sus manos la responsabilidad
de la democracia? Dicho de otra
manera: ¿Por qué delega sus voluntades
singulares, para no hablar de la voluntad
general; por qué opta por la representación,
que nunca, obviamente lo va a representar?
Siguiendo con la redundancia de la pregunta: ¿Por qué transfiere parte de su fuerza política, otorgando poder a los representantes, al gobierno, al Estado? ¿No hay de otra? ¿Esas son
las únicas reglas del juego
democrático que se puede seguir, la delegación
y la representación? ¿El mundo político es tan reductivo?
Recurriremos a la crítica de Emmanuel Kant, aquella que
tiene que ver con la razón, podríamos
decir, práctica o política, cuando dice que la única
autoridad es la razón, que se debe
asumir el uso crítico de la razón.
Por cierto, no compartimos el elogio de Kant del iluminismo y de la razón
abstracta; nuestra posición es, más bien, reincorporar la razón al cuerpo, a la fenomenología de
la percepción; hacerla, por lo tanto, potente
y con incidencia; además, integrada a la experiencia
y a la memoria. Pero, no
olvidemos de cuando escribió Kant sus críticas,
como vislumbrando todo el horizonte
de la modernidad. Por otra parte,
este enunciado es valioso, por sus
implicaciones con la libertad, con el
uso de la razón, también con la democracia. Si, al mismo tiempo, le
añadimos eso de la razón integrada al
cuerpo y a la percepción,
entonces, el alcance es mayor.
En pocas palabras, podemos
decir, llevando al extremo la pregunta: ¿Por qué el pueblo no quiere ser libre? ¿Por qué no quiere asumirse? ¿Por qué
delega esta responsabilidad del
ejercicio pleno de la democracia, que no puede ser otro que el de la auto-conducción? Éste parece ser el nudo gordiano de la problemática política, circunscrita en los límites institucionales
de la democracia formal, por lo tanto,
de la democracia simulada.
No con la pretensión de
responder estas preguntas, que solo se pueden responder con investigaciones en
profundidad, en el contexto de la complejidad,
también auscultando a fondo la experiencia
social, contando con todas sus singularidades,
vamos a sugerir algunas hipótesis,
con el ánimo de abrir senderos reflexivos,
induciendo a efectuar las investigaciones de las que hablamos.
Hipótesis sobre las subordinaciones ateridas
1.
Parece que estamos ante un
conjunto de restricciones impuestas. En primer lugar, ciertos condicionamientos culturales, políticos,
económicos y sociales. No hablamos de condiciones
de posibilidad, sino de condicionamientos.
En este sentido, los condicionamientos son,
mas bien, inducidos; elaborados
previamente, construidos en la artificialidad
yuxtapuesta de los espaciamientos humanos.
En segundo lugar, los diagramas de poder,
que se inscriben en la superficie del
cuerpo como historia política, que
se adhieren al cuerpo, haciendo emerger la constitución
de sujetos. En tercer lugar, las dominaciones
se plasman en esquemas de conductas de
subordinación, de sumisión, de renuncia. En cuarto lugar, la sociedad institucionalizada conforma una
geografía social donde se plasma espacialmente el ejercicio y las
consecuencias de estas dominaciones.
El poder se hace geografía. En quinto lugar, todo esto se interpreta, socialmente,
como que “son así las cosas”, “esa es la cruda realidad”; por lo tanto, la
“ideología” funciona como intérprete del mundo,
de la realidad.
2.
En consecuencia, estamos
ante ciclos de retroalimentación,
regeneración y reproducción del poder,
en distintos niveles, planos y espesores
de intensidad constitutivos.
3.
Cuando el pueblo, una parte
del pueblo, la mayor parte del pueblo, se rebela, es cuando pone en evidencia
la fragilidad de este sistema complejo
del poder. Por otra parte, puede que sus funcionamientos, los del sistema, entren en crisis, y es cuando
se hace evidente la cosificación, la fetichización, del sistema.
4.
Sin embargo, el sistema de poder - por así decirlo, provisionalmente,
mientras tanto - puede regenerarse, reconstituirse, mutarse. Puede reconstruir
el poder alterado, mediante nuevos pactos,
conformando otras instituciones acopladas, incluso mejorando las anteriores, en
el marco de la reproducción del poder.
5.
Se entiende que en los
siglos XVIII, XIX y comienzos del XX, se haya interpretado las crisis del sistema como agonías del sistema, estimando su acabose defectivo.
Sin embargo, ya avanzado el siglo XX, no eran sostenibles estas
interpretaciones; mucho menos en el siglo XXI. Entonces, ¿Por qué se persiste
en este pronóstico? Tal parece que no se quiere salir de la inclinación por la cosificación, por el fetichismo, por la “ideología”. ¿Por qué
es más fácil auto-engañarse que mirar cara a cara la realidad, para decirlo de manera figurada? ¿Por qué ya somos sujetos constituidos por el poder,
por lo tanto, no es, de ninguna manera, fácil escapar de sus telarañas, de sus
redes? No vamos a responder estas preguntas difíciles; pero, vamos a sugerir la
siguiente impresión: el pueblo,
parte, la mayoría, es corresponsable de que se siga, como sociedad
institucionalizada, en el círculo vicioso
del poder.
6.
Ciertamente el pueblo no es un sujeto, sino multitudes.
No se puede hablar de responsabilidad de
todos; estos son los usos metafóricos del lenguaje,
transfiriendo el acontecimiento
individual a acontecimientos masivos.
En todo caso, la responsabilidad,
efectivamente dada, es individual,
por así decirlo. Sin embargo, los efectos masivos, molares, en la sociedad, ocasionan
consecuencias inesperadas, no controladas. La responsabilidad, en sentido figurativo, aunque extendida a la población, es, de todas maneras,
ineludible.
7.
Tampoco, en este caso, el
de la población, parte o la mayoría,
hay culpabilidad. No hay culpables, salvo para la consciencia del resentimiento de las
religiones monoteístas, inoculada en los pueblos. El pueblo, para seguir con este concepto,
correspondiente al concepto de voluntad general de Rousseau, es la constelación corporal viviente,
atravesada por técnicas y tecnologías de poder,
inscritas en el cuerpo. Aunque, como
dijimos, al hablar de la sociedad
alterativa, parte del pueblo
escapa, como líneas de fuga, del
control y la vigilancia del Estado. El pueblo,
como referente político, es materia y objeto de poder de la política, en
sentido restringido, tomándola como cartografías
y ejercicios pragmáticos del poder. El
pueblo es convertido en voluntad general; es decir, en una
voluntad única, homogénea; supuestamente aval de la democracia formal, paradójicamente, hecha del vaciado del contenido
concreto, efectivo, de las voluntades
singulares del pueblo. Esta es la
pretensión del poder, el lograr este
objetivo. Empero, no es tan fácil, pues la corporeidad
multitudinaria del pueblo, sus espesores singulares, sus ámbitos
diversos de relaciones, sus ecologías
sociales, psicológicas, de saberes, compartiendo con las ecologías vitales de la biodiversidad,
no es abarcable por las herramientas específicas del poder. Aunque pueda parecer
que lo hace, por lo menos, “ideológicamente”, ésta es una ilusión, que dura lo
que dura un periodo o, en el mejor de
los casos, una era; pero, ¿qué son
estos lapsos ante las estructuras de larga duración de las formas de vida? ¿Qué es esta
interpretación, esta narrativa, apologética del poder, ante las gramatologías,
inscripciones, señales, marcas, de la complejidad
ecológica del planeta? Poca cosa, por cierto.
8.
No es que el poder no
afecta a la corporalidad del pueblo;
lo hace. Las consecuencias son lo que ya describimos y comentamos. El poder requiere rehacerse constantemente,
depende de la absorción de vidas; en cambio, la vida está programada, por
así decirlo, es espontánea. La
combinación entre filogénesis y
ontogénesis hacen a la vida creativa
y paradójica. La vida siempre encuentra una salida para seguir creando. En
cambio, el poder, solo puede repetir
recurrentemente lo mismo, cada vez más queda más anacrónico respecto de la complejidad.
9.
La subordinación como relación
de dominación, es una larga construcción institucional. No se trata de un
solo diagrama de poder, que se
incrusta en los cuerpos, sino varios.
El cuerpo es invadido por diagramas
religiosos, morales, patriarcales, de castigo, de vigilancia, de
disciplinamiento, de control, colonial y otros. La subordinación es como el resultado del conjunto de estas modulaciones y ortopedias de los diagramas
de poder.
10.
El pueblo, que no es pueblo, como el concepto indica, unidad homogénea, voluntad general, sino multitudes
en movimiento, conglomerados sociales dinámicos, conjunciones cambiantes,
composiciones en constantes desplazamientos, se encuentra entre el devenir vida y las reducciones institucionales, que lo convierten en materia manipulable del poder.
[2]
Ver el artículo de redacción Brasil
evalúa vender activos públicos. El País. 16 de mayo, 2016.
[4] Ibídem.
[5]
Ver Apuntes sobre la crisis
política de Brasil. https://pradaraul.wordpress.com/2016/03/19/apuntes-sobre-la-crisis-politica-de-brasil/.
[6] Ibídem.
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