martes, 17 de mayo de 2016

DECADENCIA Y GUBERNAMENTALIDAD LIBERAL

coutures-pierrot-el-político-pintores-y-pinturas-juan-carlos-boveri




Raúl Prada Alcoreza

Decadencia y gubernamentalidad liberal


Decadencia 16


Los grados más altos de la decadencia aparecen cuando se manifiestan los síntomas del mayor desajuste, de la mayor disyunción, de la mayor disociación, con lo que consideramos comúnmente la realidad, que para nosotros es sinónimo de complejidad. El Nuevo gobierno de Michel Temer, el reciente presidente interino del Brasil, evalúa la posibilidad de vender acciones de empresas públicas, incluyendo la compañía de correos, así como propiedades estatales de compañías de transporte, energía y seguros.  Esta proyección privatizadora, como ya se conoce, desde la perspectiva neoliberal de transferir al sector privado estas acciones y estas compañías estatales. Lo que se conoce como el ajuste estructural privatizador, globalizado por el mundo, con el apoyo de los organismos internacionales del orden mundial; contando con connivencia del impulso concomitante del sistema financiero internacional; es decir, en el contexto de las centralidad y acumulación de la hiper-burguesía mundial, que domina el mundo.

El gobierno interino de Michel Temer está elaborando una lista de empresas y compañías estatales, con objeto de privatizarlas. De esta manera, volver a lo mismo de antes de los “gobiernos progresistas” del PT; entregar la economía nacional no solo a manos privadas sino a empresas trasnacionales. La imaginación de los herederos de la “oligarquía café con leche” no llega a más.  Solo pueden concebir un Brasil subalterno, incluso como potencia emergente en la geopolítica del sistema-mundo capitalista; por lo tanto, en la geografía política de los centros hegemónicos del poder y de la economía-mundo. La mentalidad de estos herederos de los esclavistas y hacendados cafetaleros es sumisa al orden mundial, impuesto por los oligopolios trasnacionales. Para ellos, el Brasil se encuentra circunscrito al modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente. Incluso, en el caso, que parte de ellos, la burguesía industrial, que estaba, mas bien, más cerca del PT, apunta a consolidar la característica de potencia industrial. Como lo dijo Francisco de Oliveira, no se trata de que se pase por la revolución industrial y la revolución cibernética, sino de la composición misma de la economía. Para Oliveira, Brasil no dejó de ser una formación económico-social ornitorrinco; es decir, una mezcla alucinante de mamífero y ovíparo. Pues, a pesar de las revoluciones industriales, tecnológicas, científicas y cibernéticas, el peso de la economía, de la estructura económica, gravita en el extractivismo[1].

Los representantes de la burguesía, predominantemente financiera, comercial, especuladora, ligada al latifundio, exceptuando a la burguesía industrial, muestran características mucho más restringidas que los anteriores representantes de la clase económicamente dominante, anteriores a los gobiernos del PT. Parecen unos patéticos comediantes, que intentan articular un discurso, para justificar su presencia fraudulenta en el gobierno, después de iniciado el juicio de impedimento a Dilma Rousseff. ¿Por qué lo hicieron?  Lo que dicen los voceros de los “gobiernos progresistas” de América Latina y de la “izquierda” reformista, que se trata de un golpe congresal; que más parce una típica astucia criolla. Astucia perpetrada usando tecnicismos jurídicos, a la usanza más leguleya. Que en todo caso, por las desproporciones de la medida tomada por el Congreso, patentiza un despropósito político.
Lo que llama la atención es que, siendo el motivo efectivo el escándalo estruendoso y de magnitud de la corrosión empresarial y la corrupción en torno a PETROBRAS, donde no solo estaba involucrado el gobierno, sino también la llamada “oposición”; sobre todo, entre ambos, los actuales flamantes gobernantes interinos, se derive en un juicio menor, marginal, que no debía haber tenido las consecuencias que ha tenido. No se justifica la destitución, tomando la acusación efectuada. Rousseff fue suspendida como presidenta, después de que el Senado aprobó someterla a un juicio político por cargos de violar leyes presupuestarias. La mandataria fue relevada de su cargo por su vicepresidente, Michel Temer[2].

Carla Guimarães, columnista de El País, escribe:

Los grandes medios de comunicación de Brasil, que pertenecen a un pequeño grupo de familias, crearon lo que se podría llamar la dramaturgia del “impeachment”: existe un Gobierno corrupto, el pueblo pide su dimisión en las calles, el Congreso derriba a la presidente y Brasil vuelve a ser el país del futuro. Para esos medios, el PT no solo era el culpable de la corrupción, sino la causa de todos los males de Brasil. Patricia (se refiere a su prima con la que nunca estuvo de acuerdo) no podía estar más de acuerdo con ese guion. Ella y otros miles de brasileños salieron a las calles vestidos con los colores de la bandera para luchar contra la corrupción y exigir la salida del PT. Cada vez que Dilma hablaba en la tele, Patricia cogía una cacerola y se ponía a protestar desde su ventana. La historia narrada por los medios y defendida en las calles era casi perfecta, si no fuera por un pequeño detalle: Dilma no está acusada en ningún caso de corrupción. Sin embargo, muchos de los responsables por llevar adelante su proceso de “impeachment” sí lo están. Es el caso del expresidente del Congreso, Eduardo Cunha, del presidente del Senado, Renan Calheiros, y del propio vicepresidente, Michel Temer. Este último fue condenado por el Tribunal Regional Electoral de São Paulo por hacer donaciones de campaña por encima del límite legal y no podrá postularse a ningún cargo público en un periodo de 8 años. Temer acaba de ser nombrado presidente interino de la República de Brasil[3].


¿Lo hicieron para salvar sus pellejos? ¿Por qué encontraron la oportunidad en plena crisis? ¿Por qué los herederos de la “oligarquía café con leche” decidieron empujar, desde hace un buen tiempo, el cambio de ruta del gobierno? ¿Por qué los socialistas reformistas del PT construyeron su derrota? No se puede responder, a ciencia cierta, como se dice, estas preguntas. Quizás todas estas tendencias, inherentes al proceso de crisis múltiple, política, institucional y económica, hayan incidido en conjunto; cada tendencia aportando con su cuota. Dejaremos que las respuestas las den investigaciones descriptivas y analíticas, correspondientes. Lo que queda claro, es que asistimos a los síntomas evidentes de la degradación extrema de la clase política.

La autora del artículo citado dice:
Quizás uno de los mayores errores del partido de Dilma y Lula fue haberse dejado absorber por la política tradicional brasileña. Después de tantos años en el poder, el PT ya no era tan cercano a los movimientos sociales que le apoyaron y estaba dedicado de lleno al juego político. Dilma ganó las últimas elecciones con el apoyo del PMDB de Temer, Eduardo Cunha y Renan Calheiros. Un partido de derechas que siempre estuvo cerca del poder y que ahora ha encontrado la manera de tomarlo[4].

Lo que parece insólito, pero, no lo es, es que el partido aliado del gobierno, además, nada más ni nada menos, que el vicepresidente, fueron los que conspiraron contra Dilma. Esto es parte del anecdotario de las historias políticas de América Latina. Lo que no deja de sorprender es que el pueblo, a pesar de haber salido a las calles a defender a la presidenta, frente a la tramoya gris de la tradicional clase política, angurrienta de poder, a cualquier costo y usando cualquier medio, se haya dejado, al final de cuentas, escamotear por estas astucias criollas. Sobre todo, después de haber ganado consecutivamente las elecciones, llevando al poder al PT; posteriormente, manteniéndolo en el poder, durante un largo periodo de gestiones de un gobierno catalogado de “progresista”.

El gobierno interino de Temer es inconstitucional, por más encubierto que esté este hecho, por el barniz del tecnicismo jurídico, que sacó a Dilma Rousseff. En la Constitución no está contemplada una medida como ésta para el caso tratado, por cargos de violar leyes presupuestarias. A todas luces, su destitución adolece no solo de legitimidad sino también de legalidad, incluso de institucionalidad. La situación de este gobierno interino es como la de un gobierno de facto; decimos esto, a pesar de no compartir la interpretación de la “izquierda” reformista, de que se trata de un “golpe congresal”. Es un gobierno irregular, para decirlo suavemente. Sensatamente, lo que queda, incluso para salvar las apariencias formales de la democracia institucionalizada, es pedir la renuncia de este gobierno irregular. ¿Llamar inmediatamente a elecciones? ¿Restituir a Rousseff, hasta que culmine su mandato?  ¿Medidas radicales por parte del pueblo, que opta por profundizar la democracia, en sentido participativo, incluso apuntando a los autogobiernos?  Estos temas son los que tiene que resolver el pueblo mismo. Lo importante es que lo que se haga sea parte de consensos democráticos, participativos, reflexivos multitudinariamente y autocríticos. Transparentar lo que ocurrió con PRETROBRAS, buscando, su re-nacionalización. Pues es uno de los pivotes del “desarrollo” y el “crecimiento” económico de la potencia emergente.

En otras palabras, nuestra perspectiva política es la siguiente: los pueblos no tienen por qué seguir tolerando estas conductas de la clase política; la del tecnicismo grotesco de destitución,  la de la corrupción generalizada en toda la clase política, progresistas y neoliberales, incluyendo a conservadores; las demagogias de unos y de otros. Así como las comedias estridentes, de unos y de otros. El pueblo debe tomar en sus manos, como corresponde, el ejercicio de la democracia; pues eso quiere decir democracia, gobierno del pueblo; es decir, autogobierno del pueblo.

Como dijimos en otro texto[5], lo que llama la atención es que la atmósfera donde ocurrió la destitución de Dilma Rousseff es enardecida por el caso de corrupción de PETROBRAS, donde están metidos todos, “derechas” e “izquierdas”; sin embargo, no es esto lo que se juzgó, se investigó e indujo a tomar medidas. No convenía, pues, como todos están involucrados, sobre todo, los acusadores de Dilma Rousseff, entonces, el juicio quedó anclado en un fragmento del problema. Por cierto, no el más importante, sino el menos significativo, ya que todos los gobiernos anteriores hacían lo mismo; prestarse dinero para cubrir huecos presupuestarios.


A pesar de la decepción con el PT, en los últimos meses, miles de personas salieron a las calles para denunciar el golpe. Algo que no estaba en el guion redactado por los grandes medios. Movimientos sociales, sindicatos, líderes indígenas, personalidades del mundo de la cultura y ciudadanos de distintos orígenes sociales se manifestaron en contra del “impeachment”, en diversos actos a lo largo del país. El color predominante en esas protestas era el rojo, a diferencia del verde y amarillo que dominaban las marchas anti-Dilma. Yo participé en una manifestación en Madrid. Éramos cuatro gatos protestando en Sol, pero teníamos la sensación de formar parte de algo mayor. Nos sentíamos parte del enorme movimiento de lucha por la democracia que está tomando Brasil. Más que las siglas, nos unía la indignación de ver a tantos políticos involucrados en casos de corrupción votando a favor del “impeachment” de la presidente en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la corrupción. También nos unía la sensación de que el Gobierno de Dilma no estaba siendo juzgado por sus errores, sino por sus aciertos.

Durante los 12 años de gobierno del PT cerca de 40 millones de personas salieron de la pobreza y la población históricamente excluida ganó espacio dentro de la sociedad. El partido cambió una historia de más de 500 años de desigualdad. Quizás por ello, ganó cuatro elecciones seguidas. En las últimas, la derecha se dio cuenta de que le costaría mucho recuperar el poder en las urnas y decidió tomarlo a través de un proceso aparentemente legal, pero tremendamente injusto. Los que asumen ahora el Gobierno representan los intereses de los grandes latifundios, la industria de las armas, las iglesias evangélicas y quizás de muchos políticos y grandes empresarios a los que le vendría bien que las investigaciones de los casos de corrupción, como el de PETROBRAS, fuesen finalizadas sin mucho revuelo y sin grandes repercusiones[6].

Carla Guimarães lo dice, el error es haberse dejado absorber por la política tradicional brasileña; también expresa: el PT ya no era tan cercano a los movimientos sociales que le apoyaron y estaba dedicado de lleno al juego político.  Extendiendo la pregunta, respecto a todos los “gobiernos progresistas”, ¿por qué se dejan absorber por las prácticas de la política tradicional? Como se puede leer en los ensayos difundidos, para nosotros esto pasa porque no se sale del círculo vicioso del poder. No se da el problema porque “traicionan” los encumbrados líderes populares y sociales, como cree la “izquierda” tradicional radical. Esto es como caer en una de las versiones de la teoría de la conspiración, que nos resulta muy esquemática, simplista y hasta dramática, convirtiendo la realidad política en juego de dispositivos de conspiración. Para que pueda suceder esto, la realidad tendría que reducirse a la dimensión plana, sin espesores, donde solo cabe tramas, por así decirlo, de dibujos animados. Nadie, ni grupos, ni agencias de inteligencia, ni gobiernos, por más poderosos que puedan ser, puede controlar todas las variables - por así decirlo, usando un término conocido - de la complejidad, sinónimo de realidad. Por otra parte, la complejidad dinámica de la realidad, no puede ser reducida, ni siquiera representada, a dos dimensiones, como para hacer caber una versión tan simplista como la teoría de la conspiración.

La tragedia de los “gobiernos progresistas” es que son marionetas, aunque no lo quieran, tampoco lo crean, de las fabulosas máquinas de poder, de la economía-mundo y de la guerra; es decir, de estructuras de poder estructurantes de la política oficial, institucionalizada; practicada por los Estado-nación, en el contexto de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Solo pueden moverse dentro de determinados márgenes, definidos por el orden mundial. El cruzarlos es tomado como una transgresión a este orden mundial. Los líderes se ilusionan con que controlan el poder, el Estado, el gobierno. Esto no ocurre, tampoco puede ocurrir, menos en estos “gobiernos progresistas”, que solo han atinado a tibias reformas, dejando intacta la estructura de poder heredada. En gobiernos que cruzaron los límites de los márgenes trazados, por ejemplo, los gobiernos del socialismo real, también ocurrió algo parecido, aunque más trágico, por la apuesta que se puso en juego; la trasformación social, económica, política y cultural. Recurriendo a un Estado de transición, la dictadura del proletariado, hacia la sociedad sin clases. En este caso, más complejo y profundo, por lo tanto, más comprometedor y demoledor, no se salió del círculo vicioso de poder porque, se bien se cambió el Estado y las reglas económicas nacionales, no se pudo salir del horizonte del sistema-mundo capitalista; reproduciendo, paradójicamente, en el socialismo real, el modo de producción capitalista

Hemos aprendido de las historias políticas de la modernidad, que es el horizonte cultural del sistema-mundo capitalista, por lo tanto, sistema globalizado, integrado, que las transformaciones tienen que alcanzar la esfera sin horizontes del mismo mundo.  Esto no quiere decir que no se comiencen cambios en cualquier lugar donde se pueda. De ninguna manera. Lo que no se puede hacer es confundir estas modificaciones locales como si fuesen el fin de la historia, que es el sentido “ideológico” transmitido por los discursos, antes, socialistas, después populistas, y, ahora, por los progresistas. Lo grave, para decirlo más severamente, es creer que se puede transformar con la misma maquinaria del poder, el Estado, como si solo se tratara de usar de otro modo esta herramienta de dominaciones. Lo patético es ver a los líderes populares y progresistas imitar los comportamientos de la clase política derrocada; desde sus vestimentas, aunque adquieran un toque folclórico, hasta sus modales, sus estilos, incluso sus prácticas.  Estos ya son síntomas del alejamiento de estos “gobiernos progresistas” respecto de los movimientos sociales antisistémicos, que son la potencia social, que llevó al poder a estos gobiernos.

Hay como una intuición enunciada, en discursos convocativos, por los revolucionarios del siglo pasado, los heroicos, no los imitadores; esta intuición es que una revolución no puede detenerse, como la política, en sentido pleno; como la democracia, en sentido absoluto, no se detiene, desborda. Cuando ocurre este acontecimiento político, el de la revolución, la transformación en explosión, en devenir, no puede detenerse, pues tiene que desmantelar no solo la fabulosa maquinaria del Estado, maquinaria milenaria, sino milenios de dominaciones ateridas; trayectorias de genealogías institucionales, que inscribieron en los cuerpos estas dominaciones. El reducir las tareas revolucionarias a medidas, promulgadas por el gobierno, es una de las más turbadoras inocencias de estos pregoneros del socialismo por decreto, de la descolonización por decreto, de la independencia por decreto. Esta inocencia es, nuevamente, reducir las tareas de transformación estructural, institucional y subjetiva, al plano, donde solo caben dibujos animados.

La pregunta que parece pertinente es esta: ¿Los “revolucionarios” tomaron en serio las tareas que se tenía delante? Obviamente, no solamente como partido, pretendida vanguardia, sino como sociedad, por lo menos, parte de la sociedad explotada, que es la mayoría. ¿O se dejaron seducir por los cantos de sirena del poder? La tragedia de los bolcheviques, después del acto heroico de enfrentar a la realidad y la historia, inventando otras condiciones de posibilidad, es que al toparse con las grandes dificultades de la transformación social, política, económica y cultural, no encontraron otra salida que el recurrir a la violencia, para forzar los procesos inherentes a la realidad, como complejidad. Con esto, no solo imitaron a los amos, patrones, terratenientes, burgueses, derrocados, sino que cayeron en un anacronismo conservador de envergadura, el Estado policial.

Sin pretender justificar esta actitud dictatorial de los bolcheviques, que, ciertamente, tuvieron que defenderse de la invasión imperialista, por todos los lados, por todas las fronteras, esta experiencia social política formó parte de las duras lecciones. Lo extraño es que en vez de aprender, corregir los errores, los partidos “revolucionarios”, pretendidas vanguardias, se apegaron a la “ideología”, defendieron a los gobiernos bolcheviques, defendieron al Estado policial, a pesar que precisamente los errores cometidos fueron la causa de la caída de los Estados del socialismo real de la Europa oriental. En otras palabras, se prefirió no aprender y seguir adelante, repitiendo el libreto.

El perfil de los “gobiernos progresistas” es más bajo; no llegan a tanto. No transforman el Estado, usan el Estado-nación, burgués, colonial, subalterno, para, disque, transformar la sociedad y liberar a los pueblos. Lo terrible, que vuelva a ocurrir por enésima vez lo que ya ocurrió antes, es que el pueblo, que se ha rebelado, y cambiado la correlación de fuerza, llevando al poder a estas expresiones políticas populistas y progresistas, también cree en esta ilusión, de que se puede usar el Estado para transformar. Entonces hay como una retroalimentación de la misma ilusión, compartida por los gobernantes y gran parte del pueblo. Solo cuando ya no se puede ocultar lo mal que van las cosas, parte del pueblo se sorprende; en principio atina a corregir el curso político; después, puede, al sentirse desencantado, asumir una indiferencia preocupante o comenzar a resistir al nuevo gobierno, que se parece en mucho a los gobiernos pasados. Esta reacción popular puede derivar, como hemos visto, en el voto castigo a los progresistas.

¿Se trata de castigar a los progresistas? Ni de castigarlos, ni de defenderlos. La pregunta es: ¿Por qué el pueblo, con toda la pluralidad, con toda la multiplicidad, de sus singularidades, con todas las diferencias que caben, no toma en sus manos la responsabilidad de la democracia? Dicho de otra manera: ¿Por qué delega sus voluntades singulares, para no hablar de la voluntad general; por qué opta por la representación, que nunca, obviamente lo va a representar? Siguiendo con la redundancia de la pregunta: ¿Por qué transfiere parte de su fuerza política, otorgando poder a los representantes, al gobierno, al Estado? ¿No hay de otra? ¿Esas son las únicas reglas del juego democrático que se puede seguir, la delegación y la representación? ¿El mundo político es tan reductivo?

Recurriremos a la crítica de Emmanuel Kant, aquella que tiene que ver con la razón, podríamos decir, práctica o política, cuando dice que la única autoridad es la razón, que se debe asumir el uso crítico de la razón. Por cierto, no compartimos el elogio de Kant del iluminismo y de la razón abstracta; nuestra posición es, más bien, reincorporar la razón al cuerpo, a la fenomenología de la percepción; hacerla, por lo tanto, potente y con incidencia; además, integrada a la experiencia y a la memoria. Pero, no olvidemos de cuando escribió Kant sus críticas, como vislumbrando todo el horizonte de la modernidad. Por otra parte, este enunciado es valioso, por sus implicaciones con la libertad, con el uso de la razón, también con la democracia. Si, al mismo tiempo, le añadimos eso de la razón integrada al cuerpo y a la percepción, entonces, el alcance es mayor.

En pocas palabras, podemos decir, llevando al extremo la pregunta: ¿Por qué el pueblo no quiere ser libre? ¿Por qué no quiere asumirse? ¿Por qué delega esta responsabilidad del ejercicio pleno de la democracia, que no puede ser otro que el de la auto-conducción? Éste parece ser el nudo gordiano de la problemática política, circunscrita en los límites institucionales de la democracia formal, por lo tanto, de la democracia simulada

No con la pretensión de responder estas preguntas, que solo se pueden responder con investigaciones en profundidad, en el contexto de la complejidad, también auscultando a fondo la experiencia social, contando con todas sus singularidades, vamos a sugerir algunas hipótesis, con el ánimo de abrir senderos reflexivos, induciendo a efectuar las investigaciones de las que hablamos.
Hipótesis sobre las subordinaciones ateridas

1.   Parece que estamos ante un conjunto de restricciones impuestas. En primer lugar, ciertos condicionamientos culturales, políticos, económicos y sociales. No hablamos de condiciones de posibilidad, sino de condicionamientos. En este sentido, los condicionamientos son, mas bien, inducidos; elaborados previamente, construidos en la artificialidad yuxtapuesta de los espaciamientos humanos. En segundo lugar, los diagramas de poder, que se inscriben en la superficie del cuerpo como historia política, que se adhieren al cuerpo, haciendo emerger la constitución de sujetos. En tercer lugar, las dominaciones se plasman en esquemas de conductas de subordinación, de sumisión, de renuncia. En cuarto lugar, la sociedad institucionalizada conforma una geografía social donde se plasma espacialmente el ejercicio y las consecuencias de estas dominaciones. El poder se hace geografía. En quinto lugar, todo esto se interpreta, socialmente, como que “son así las cosas”, “esa es la cruda realidad”; por lo tanto, la “ideología” funciona como intérprete del mundo, de la realidad.

2.   En consecuencia, estamos ante ciclos de retroalimentación, regeneración y reproducción del poder, en distintos niveles, planos y espesores de intensidad constitutivos.


3.   Cuando el pueblo, una parte del pueblo, la mayor parte del pueblo, se rebela, es cuando pone en evidencia la fragilidad de este sistema complejo del poder. Por otra parte, puede que sus funcionamientos, los del sistema, entren en crisis, y es cuando se hace evidente la cosificación, la fetichización, del sistema.

4.   Sin embargo, el sistema de poder - por así decirlo, provisionalmente, mientras tanto - puede regenerarse, reconstituirse, mutarse. Puede reconstruir el poder alterado, mediante nuevos pactos, conformando otras instituciones acopladas, incluso mejorando las anteriores, en el marco de la reproducción del poder.


5.   Se entiende que en los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX, se haya interpretado las crisis del sistema como agonías del sistema, estimando su acabose defectivo. Sin embargo, ya avanzado el siglo XX, no eran sostenibles estas interpretaciones; mucho menos en el siglo XXI. Entonces, ¿Por qué se persiste en este pronóstico? Tal parece que no se quiere salir de la inclinación por la cosificación, por el fetichismo, por la “ideología”. ¿Por qué es más fácil auto-engañarse que mirar cara a cara la realidad, para decirlo de manera figurada? ¿Por qué ya somos sujetos constituidos por el poder, por lo tanto, no es, de ninguna manera, fácil escapar de sus telarañas, de sus redes? No vamos a responder estas preguntas difíciles; pero, vamos a sugerir la siguiente impresión: el pueblo, parte, la mayoría, es corresponsable de que se siga, como sociedad institucionalizada, en el círculo vicioso del poder.

6.   Ciertamente el pueblo no es un sujeto, sino multitudes. No se puede hablar de responsabilidad de todos; estos son los usos metafóricos del lenguaje, transfiriendo el acontecimiento individual a acontecimientos masivos. En todo caso, la responsabilidad, efectivamente dada, es individual, por así decirlo. Sin embargo, los efectos masivos, molares, en la sociedad, ocasionan consecuencias inesperadas, no controladas. La responsabilidad, en sentido figurativo, aunque extendida a la población, es, de todas maneras, ineludible.


7.   Tampoco, en este caso, el de la población, parte o la mayoría, hay culpabilidad. No hay culpables, salvo para la consciencia del resentimiento de las religiones monoteístas, inoculada en los pueblos. El pueblo, para seguir con este concepto, correspondiente al concepto de voluntad general de Rousseau, es la constelación corporal viviente, atravesada por técnicas y tecnologías de poder, inscritas en el cuerpo. Aunque, como dijimos, al hablar de la sociedad alterativa, parte del pueblo escapa, como líneas de fuga, del control y la vigilancia del Estado. El pueblo, como referente político, es materia y objeto de poder de la política, en sentido restringido, tomándola como cartografías y ejercicios pragmáticos del poder. El pueblo es convertido en voluntad general; es decir, en una voluntad única, homogénea; supuestamente aval de la democracia formal, paradójicamente, hecha del vaciado del contenido concreto, efectivo, de las voluntades singulares del pueblo. Esta es la pretensión del poder, el lograr este objetivo. Empero, no es tan fácil, pues la corporeidad multitudinaria del pueblo, sus espesores singulares, sus ámbitos diversos de relaciones, sus ecologías sociales, psicológicas, de saberes, compartiendo con las ecologías vitales de la biodiversidad, no es abarcable por las herramientas específicas del poder.  Aunque pueda parecer que lo hace, por lo menos, “ideológicamente”, ésta es una ilusión, que dura lo que dura un periodo o, en el mejor de los casos, una era; pero, ¿qué son estos lapsos ante las estructuras de larga duración de las formas de vida? ¿Qué es esta interpretación, esta narrativa, apologética del poder, ante las gramatologías, inscripciones, señales, marcas, de la complejidad ecológica del planeta? Poca cosa, por cierto.

8.   No es que el poder no afecta a la corporalidad del pueblo; lo hace. Las consecuencias son lo que ya describimos y comentamos. El poder requiere rehacerse constantemente, depende de la absorción de vidas; en cambio, la vida está programada, por así decirlo, es espontánea.  La combinación entre filogénesis y ontogénesis hacen a la vida creativa y paradójica. La vida siempre encuentra una salida para seguir creando. En cambio, el poder, solo puede repetir recurrentemente lo mismo, cada vez más queda más anacrónico respecto de la complejidad.


9.   La subordinación como relación de dominación, es una larga construcción institucional. No se trata de un solo diagrama de poder, que se incrusta en los cuerpos, sino varios. El cuerpo es invadido por diagramas religiosos, morales, patriarcales, de castigo, de vigilancia, de disciplinamiento, de control, colonial y otros. La subordinación es como el resultado del conjunto de estas modulaciones y ortopedias de los diagramas de poder.

10.       El pueblo, que no es pueblo, como el concepto indica, unidad homogénea, voluntad general, sino multitudes en movimiento, conglomerados sociales dinámicos, conjunciones cambiantes, composiciones en constantes desplazamientos, se encuentra entre el devenir vida y las reducciones institucionales, que lo convierten en materia manipulable del poder.









[1] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo XXI-CLACSO.

[2] Ver el artículo de redacción Brasil evalúa vender activos públicos. El País. 16 de mayo, 2016.

[3] Carla Guimarães: Érase una vez un país llamado Brasil. El País; 16 de mayo, 2016.


[4] Ibídem.
[6] Ibídem. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario