Taxonomía filosófica
Raúl Prada Alcoreza
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La filosofía,
sobre todo en sus versiones racionalistas,
particularmente en su expresión del racionalismo puro, denominado fenomenología, parece que tiene la
costumbre de tomar las conclusiones
como principio. Podríamos decir,
ilustrativamente, parece considerar el techo como si fuesen los cimientos o, si
se quiere, el resultado como si fuese
el comienzo. Arrancar de lo ideal para pensar el mundo efectivo, partir de las relaciones
lógicas puras para develar las dinámicas de la complejidad, sinónimo de
realidad, es precisamente considerar
que todo comienza con la estructura ideal más pura, mas vaciada de todo contenido de la experiencia. Como si esta abstracción,
que es la interpretación más ideal del acontecimiento, incluso idea
de la idea misma, en su condición de lógica
pura o de ciencia de la ciencia,
tal como denomina Edmund Husserl a este proyecto de vaciamiento total de la experiencia en las explicaciones del conocimiento, pueda sustituir a la dinámica representativa, significativa,
expresiva y conceptual concretas, del mundo efectivo.
La filosofía
invierte la relación entre experiencia y conocimiento; su conjetura, convertida en axioma,
propone, implícitamente, que el conocimiento
antecede a la experiencia; que el
conocimiento puro, a priori, anterior a toda experiencia, es no solamente condición inicial del conocimiento, sino, sobre todo, el fundamento de todo conocimiento. Sin esta capacidad,
sin esta predisposición, inherente al ser
humano, sin esta lógica pura
inscrita en el alma, no se podría
conocer nada. Dicha la tesis de esta manera, hasta se podría comprender la necesidad de las condiciones
de posibilidad a priori, tal como
las concibe Emmanuel Kant. El filósofo de las críticas inaugurales, nunca pensó, en su crítica trascendental, algo así como la divinidad de la razón pura;
al contrario, relativizó la razón, la
hizo depender de las relaciones, conexiones y vinculaciones con otras facultades del conocimiento; el
entendimiento, la imaginación, la intuición sensible. Estas composiciones cognitivas variadas daban
lugar al conocimiento; es decir, que
no hay pues una facultad fundamental,
ni primordial, ni jerárquica absoluta, en la formación del conocimiento, sino que se dan articulaciones
efectivas y productivas en el juego de
las facultades. Por otra parte, tampoco se supuso nunca un conocimiento sin experiencia, por más
teórico que fuera. Las condiciones de
posibilidad trascendentales solo se hacen posibles y se realizan con la experiencia; por eso, el papel inicial,
no fundamental, ni primordial, en la crítica
de Kant, de la intuición sensible.
En cambio, más de un siglo después, Edmund Husserl propone
notoriamente esta teoría de la razón pura
absoluta; la fenomenología,
sustentada en el racionalismo más
extremo, efectúa otros vaciamientos,
más a fondo. Vaciamientos dados en la
teoría, en las ciencias, en la filosofía, en la misma lógica, arrancando algunas
reminiscencia que hayan quedado de los ecos de la experiencia. Este vaciamiento
total, que ni siquiera puede dejar un esqueleto
lógico, a la antigua usanza, sino tan solo huellas de lo que fue, alguna vez una estructura teórica, le permite al filósofo fenomenólogo concebir un
proyecto filosófico del conocimiento
de la cosa en sí como verdad absoluta, independientemente de
la vida, de la existencia y del ser humano.
Una cosa en sí que estaría antes de
la historia del tiempo, usando el
título del libro de Stephen Hawking[1].
De este modo habríamos vuelto a la teología
por otros caminos, no solamente por otros caminos de la filosofía, sino por el camino de la fenomenología, de la lógica pura, convertida en ciencia de la ciencia.
En las Investigaciones
lógicas II[2],
estamos ante una taxonomía de
conceptos, categorías, estructuras, caracteres, que definen continuidades y
discontinuidades, independencias y no- independencias, partes y todo. Ciertamente,
no se trata de la historia natural,
ni de la botánica, ni del sistema, ni del método, empleados en las descripciones
de los seres naturales[3];
sino estamos ante una sistemática
clasificación de los conceptos, de las categorías, de las relaciones entre
partes y todo, como conceptos abstractos
de la lógica pura, de las relaciones
entre los objetos ideales, sean
independientes o no-independientes, de las relaciones intrínsecas de las partes
del objeto, partes no-independientes.
Parece una botánica de los
componentes de la teoría pura, como
si sus conceptos, significados, expresiones, proposiciones, fuesen reminiscencias fantasmagóricas de los seres naturales; es más y mejor, para
ilustrar la concepción de la fenomenología,
son, más bien, estos fantasmas
primordiales, anteriores a la historia
del tiempo, los que incuban y germinan, en el huevo o la matriz ideal, los renacuajos
o fetos, de lo que vendrán a ser sus manifestaciones
corporales y contingentes.
Volviendo a la crítica
de la razón pura, también a la historia
de las ciencias, si es que no hablamos de sus arqueologías del saber, la pregunta que salta es: ¿Puede haber conocimiento sin experiencia? En otras
palabras, ¿es sostenible la tesis de un conocimiento
puro sin experiencia? Lo que es algo distinto a comprender el papel o la función de las condiciones de posibilidad trascendentales de la experiencia y el
conocimiento, que para Kant se encuentran en la intuición sensible y la imaginación.
No en las facultades del conocimiento,
que ya son dispositivos, por así decirlo,
correspondientes al efecto de la experiencia en las condiciones de posibilidad; estos dispositivos y disposiciones facultativas son condiciones operativas del conocimiento, que articulan condiciones de posibilidad trascendentales
y experiencia.
El conocimiento es conocimiento de algo; supone, si se quiere, en el esquematismo dualista de la episteme
moderna, una exterioridad con la
que se relaciona una interioridad; la
que recibe o capta información,
retiene, memoriza, interpreta y, de este modo, se anticipa, en su
comportamiento, adaptándose, adecuándose, equilibrándose o transformando el
medio. Conocer, en resumidas cuentas, es aprender de la experiencia.
Volviendo a la pregunta de si puede haber conocimiento puro, a priori, sin experiencia, solo podría conjeturarla la
teología. El conocimiento anterior a la experiencia, es el conocimiento divino, es el conocimiento
de Dios. Entonces de esta conjetura
pasaríamos al supuesto de que Dios transmite su conocimiento a las criaturas,
aunque lo haga de una manera selectiva, parcial y diseminada; por eso el ser humano requiere de la intuición sensible; solo en Dios es inmediata la intuición intelectiva. Es entonces la teología la que tiene una respuesta
clara al respecto de la pregunta. No la filosofía,
que cree que no hace teología al
tomar como objeto de sus reflexiones
al mundo, a la realidad, a la existencia.
El problema de la filosofía, al no
reconocerse como hija de la teología,
como muy lucidamente comprendió Friedrich Nietzsche, al pretender que hace otra
cosa y no teología, al creer que
ocuparse, no de Dios, si no de los seres y las cosas mundana, deja de hacer teología,
traslada la hermenéutica y la heurística
teológica al mundo real. Convirtiendo
a este mundo, no solamente en objeto de una teología, avergonzada de
sí misma, que se llama filosofía,
sino transformando imaginariamente al mundo
en un mundo de representaciones
abstractas, un mundo de corpus
ideales, un mundo concebido desde
a intuición intelectiva divina.
Si la teología
tiene una respuesta clara al respecto de la pregunta sobre el conocimiento a priori, por más que no
compartamos su respuesta, tampoco su paradigma,
por así decirlo, y no la filosofía,
que hace teología en el mundo de los mortales, pretendiendo que
hace ciencia de la verdad, entonces,
lo correcto es debatir sobre este tema, sobre el conocimiento anterior a la experiencia, con la teología y no con la filosofía,
por más sistemas filosóficos
elaborados que tenga, por más sorprendentes y atractivas teorías que posea. Al
respecto, si bien no estamos de acuerdo con la premisa teológica de la existencia
de Dios, tampoco con su demostraciones tautológicas, ni con la
argumentación escolástica desplegada sobre el tema; de todas maneras, tenemos preguntas equivalentes, si se puede
hablar así, guardando las distancias y las diferencias. Nuestras preguntas son
relativas al origen del universo o a
la creación del pluriverso; si es el big-bang el origen del universo; si no,
mas bien, hay muchos big-bang en el multiverso; cómo explicar la existencia
del pluriverso en su complejidad dinámica integral y sincronizada
como simultaneidad dinámica.
Este debate con la teología
no puede partir de una descalificación de la misma, como si se tratara de
una discusión “ideológica”, tampoco de una interpelación política-“ideológica” y denunciativa. De esta manera, no sería
posible el debate o, si no se da éste, su interpretación
crítica. Es menester tomar en cuenta
su episteme, su hermenéutica, el ámbito en
el que se mueve, los temas que le
ocupan, además de su formación
discursiva, enunciativa y simbólica. El libro Tratado de a-teología de Michel Onfray[4],
si bien aporta en situar la teología
en la historia de la lucha de clases
y en la genealogía de las dominaciones, no
llega a realizarse como tratado de
a-teología, pues, en verdad, no ha entrado al terreno del debate mismo.
Pensamos hacerlo; empero, consideramos que es una tarea para después, otro periodo.
Se trata de mostrar y demostrar por qué la teología no es adecuada ni tiene los
recursos para responder a la pregunta sobre el origen del pluriverso, incluso teniendo en cuenta una respuesta especulativa
como la de Dios. Pueden darse otras
respuestas de una tonalidad y alcance mayor especulativo; pues se trata de lo
que no conocemos y sobre lo que ni siquiera alcanzamos a darnos preguntas
adecuadas. La mejor respuesta nos
parece, hasta ahora, que es la de Buda, que, más o menos expresa: ante lo que
no conocemos es mejor guardar silencio; de lo contrario, el nombrar lo que no
conocemos, rebaja lo desconocido al alcance de la mirada humana, lo peor, al tamaño de sus prejuicios y miserias
humanas.
[1] Ver de
Stephan Hawking Historia del tiempo. http://antroposmoderno.com/word/Stephen_Hawking_Historia_del_Tiempo.pdf.
[2] Revisar de Edmund Husserl Investigaciones
lógicas, tomos I y II. Alianza Editorial; Madrid 1999. http://medicinayarte.com/img/husserl-investigaciones-lc3b3gicas-i.pdf. http://medicinayarte.com/img/edmund-husserl-investigaciones-logicas-ii.pdf.
[3] Ver el
capítulo Clasificar de Las palabras y las cosas de Michel
Foucault. Siglo XXI; Buenos Aires 2002.
[4] Ver de
Michel Onfray Tratado de ateología.
Anagrama; Barcelona 2006. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/products/tratado-de-a-teologia/. Revisar también de Raúl Prada
Alcoreza Signo-movimiento. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/signo-movimiento/.
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