Diseminaciones
Raúl Prada Alcoreza
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Índice:
Diseminaciones
Diseminaciones
La diseminación del mundo en cuanto mundo
Juegos geopolíticos
Paradojas de la violencia
El poder vulnerable
Encaracolamientos
La invención del enemigo
Presente y pasado
Perfiles del poder
Un gobierno etnocida
A la sombra del caudillo
Clientelismo y corrupción
Rutas alterativas
Consideraciones sobre la pregunta
¿cómo transformar?
Hacer presente la autogestión
Conclusiones generales
A modo de breve introducción
En el presente ensayo comenzamos con Diseminaciones; que es, como dijimos en Antiproducción[1], la destrucción política de las dominaciones, de sus estructuras institucionales, siguiendo, en los planos y espesores de intensidad activos, lo que la deconstrucción hizo en los planos de intensidad de la hermenéutica crítica. Continuamos con Paradojas de la violencia; que es como la descripción crítica de las prácticas de poder singulares, mostrando sus evidentes paradojas. Sigue Perfiles del poder; que es como la descripción crítica de las formas de gubernamentalidad singulares, en este caso las relativas al populismo. Terminamos con Rutas alterativas; poniendo en mesa dos debates presentes en la actualidad, las transiciones y las formas autogestionarias.
Diseminaciones
Diseminaciones
Jacques Derrida, en su libro La diseminación[2], se ocupa de la farmacia de Platón, de la doble sesión y de la diseminación misma. La farmacia de Platón es la medicina y el veneno, a la vez; pero, también, es la metáfora para aludir a la escritura, que es precisamente eso, medicina y veneno, desviación, pues seduce, al retener en las inscripciones lo que dice el logos. Desde De la gramatología hasta La diseminación, Derrida es minucioso en el análisis de la confrontación del logos, la dialéctica, el saber vivo, contra la inscripción de la huella, que hace a la escritura, acusada de repetición memorística y de no-saber o si se quiere, “saber muerto”. Esta es la posición de Sócrates en el Fedro de Platón, que corresponde a uno de sus Diálogos. Derrida ausculta las razones, si no son los motivos, que llevaron a Sócrates y a Platón, que nos da a conocer a Sócrates, y con ellos, después, a toda la tradición metafísica, que se instituye, con la Academia y, después con el Liceo, hasta los tiempos modernos, a oponerse a la escritura, a la materialidad de la escritura, a su huella hendida, impresa. Ya en De la gramatología, Derrida nos presenta los mitos religiosos que asocian la escritura a la luna y a la noche, en tanto que el habla, lo oral, viene asociado al sol y al día. La misma metafísica, incluyendo a la filosofía moderna, vincula el sentido al soplo, al aire, al sonido, no a los órganos, no al cuerpo, no a la inscripción, que puede ser incluso anterior a la escritura; lo que Derrida llama archiescritura, que encuentra en la danza a una de sus expresiones. La antropología, tanto la descriptiva como la estructuralista, ha afincado sus tesis en la transmisión oral, oponiéndose a la escritura, como herramienta de dominación. La antropología, en todas sus corrientes, tanto teóricas como empíricas, no han tomado en cuenta las críticas de Derrida a esta interpretación de la historia, del saber, basadas en la hegemonía del logos, en la irradiación absoluta de la fonación, y en la dominación absoluta del patriarcado. Han hecho como si no lo escucharan, no le tomaran atención, pues, como Sócrates y Platón, consideraban futilidades las interpretaciones de los sofistas. De un sopetón fueron descartadas las teorías de los sofistas, también las críticas deconstructivas de Derrida. La institución se volvió a imponer, a lo que considera que no es formal o riguroso. En el caso de Derrida llama la atención, pues estamos ante un crítico hermenéutico minucioso, detallista, erudito, además de lúcido. Por lo tanto, no se le puede acusar de falta de rigor, menos de desconocimiento de los temas, que maneja en mucho más detalle y extensión que estos investigadores institucionalizados, que desprecian la crítica deconstructiva. Se han inventado una palabra, que por cierto, está mal manejada, pues como lo hacen no es apropiada; esta palabra es “posmodernismo”. Derrida sería descalificado como “posmoderno”. Gran parte de ellos desconocen a Derrida, no lo han leído; pero basta, caracterizarlo de esa forma para estigmatizarlo y descartarlo. Sus análisis no corresponden a lo acostumbrado en la institucionalidad académica. Aunque recientemente, hace una década o dos, quizás un poco más, la academia anglosajona lo ha puesto de moda con esto de la corriente deconstructivista. Desde nuestro punto de vista, que por cierto puede ser político, en el sentido que lo usamos, amplio, como democracia radical, que pone en suspenso los mecanismos de dominación, consideramos que esto, esta reducción de Derrida al de-constructivismo, no es otra cosa que una domesticación del crítico de la metafísica, de la historia, del logos, del etnocentrismo, del patriarcalismo, afincado en el mito del falo-centrismo; por lo tanto, crítico de lo que se ha acostumbrado en llamar “occidente” o cultura “occidental”, también, mejor dicho, cultura moderna. Esta despolitización de Derrida ha convertido a su hermenéutica crítica en una heurística de análisis de textos y análisis lingüísticos; en otras palabras, han despolitizado la hermenéutica crítica de Derrida. Lo peor, es que otros críticos de este de-constructivismo, han terminado considerando, que eso es Derrida, la hermenéutica crítica de Derrida, calificándolo también de “posmoderno”. Lo que comparten tanto los críticos de la “posmodernidad”, término que no deja de ser un invento de estos “críticos”, que no se han detenido a informarse que la “posmodernidad” tiene que ver efectivamente con una corriente arquitectónica, así como el concepto de modernidad ha sido elaborado por los poetas malditos, como un concepto estético, que expresa la experiencia de la vertiginosidad de la época de la revolución industrial, así como los partidarios de la “posmodernidad” supuestamente postulada por Derrida, es pues este prejuicio de que existe algo que pueda llamarse la “posmodernidad”, en el sentido atribuido por ellos; es decir, como corriente filosófica. Ciertamente, Françoise Lyotard también ha caído en la esfera de esta calificación; sin embargo, después de sus escritos conocidos, que llevan como título precisamente ese nombre, “posmodernidad”, ha reculado, dándose cuenta de la confusión creada, no por él, sino en el ambiente académico.
Derrida como Foucault, Deleuze, Guattari, Baudrillard, el mismo Lyotard, pueden ser considerados críticos de la modernidad, siguiendo una tradición que se remonta, en la historia reciente, a Bataille, que, sin embargo, también puede remontarse a Marx. Claro que esta definición no excluye sus diferencias singulares. Esto para aclarar, el vínculo de estos autores con la crítica de la modernidad y el capitalismo, más claro, esto último, en Deleuze, Guattari, el mismo Foucault, también Baudrillard, así como el antecesor Bataille.
Volviendo al tema, creemos que es importante retornar al debate sobre la escritura, la huella, la experiencia, la memoria, la techne, es decir, la técnica y el arte, sobre todo ahora, que vamos a hablar de diseminaciones. Para Derrida la diseminación, como acción crítica desmanteladora, altera las pretensiones del logos, de la dialéctica, de la metafísica, de la historia, del fono-centrismo, del falo-centrismo, del etno-centrismo. Ante la diseminación no puede enseñorear el logos, tampoco la metafísica, ni la historia, que es el relato del poder. La diseminación disemina, por así decirlo, estas narrativas, estos relatos, del poder. Coloca al logos en el contexto de las condiciones de posibilidad material, que lo sostienen, que sostienen la pretensión se estar separado, de ser independiente, de corresponder a esa voz, a esa palabra, a esa razón, que dice la verdad. La diseminación descubre el cuerpo de donde emerge ese logos; los procesos que lo hacen posible, procesos a los que niega su existencia. La diseminación muestra la simulación de la dialéctica, que es una forma elaborada del logos; dialéctica que pretende superar la contradicción, la dualidad, con su juego triangular de la triada, que no es otra cosa que silogismo rebuscado, de la síntesis. Muestra que este teatro dialéctico oculta la pluralidad y la multiplicidad, oculta que no puede concluir y clausurar en la síntesis, en el tercer componente, pues la numeración siempre queda abierta. Que lo que llama la dialéctica contradicciones, no son más que conceptos, representaciones duales, extraídos de la imagen que se hace del acontecimiento, que es multiplicidad de singularidades, entrelazadas y en constante dinámica. Que la complejidad del acontecimiento no puede reducirse a la narrativa tranquilizadora de la dialéctica. Que precisamente la escritura como huella establece una relación abierta con el acontecimiento, comportándose como matriz material de posibilidades, que repiten las plurales y múltipleshuellas del acontecimiento en las huellas inscritas en la memoria, que son, a su vez, repetidas, en las huellas impresas de la escritura. Por eso. Los textos son susceptibles de deconstrucción, pues la hermenéutica crítica puede desmantelar sus capas, interpretando sus recorridos y posibilidades significativas.
Al respecto, Derrida no aísla al texto referente del contexto de textos colaterales, afines, y referenciales, incluso acumulados, como todo deconstructivista sabe, sino que también no aísla a los tejidos textuales de los contextos políticos, para no ir más lejos todavía. Esto no necesariamente sabe o lo hacen saber los llamados deconstructivistas. Esta falta es lo que despolitiza a su uso de Derrida en el de- constructivismo.
Entonces, si bien la deconstrucción es un método de la hermenéutica crítica derridiana, la diseminación es el desmantelamiento político de la metafísica, de la historia, de la ideología, es decir, del mundo de las representaciones de la modernidad y del llamado “occidente”.
Con esto, queremos colocar a Derrida en el lugar que le corresponde, en el activismo crítico y demoledor de las formas narrativas del poder como dominación colonial, como dominación patriarcal, como dominación técnica – técnica reducida a instrumentalidad del poder -, como dominación metafísica.
Dicho esto, pasamos a nuestro tema, el de las diseminaciones desencadenadas por la destrucción material del sistema-mundo capitalista, en su etapa tardía y decadente, ocultadas por narrativas metafísicas, logo-céntricas, falo-céntricas, fono-céntricas y etno-céntrica. Estas diseminaciones materiales, efectivas, que se dan como consecuencias perversas de lo que hemos llamado modo de des-producción especulativo financiero y extractivista[3], pueden evidenciarse para el análisis y la crítica, mediante la diseminación, como acción crítica desmanteladora de las narrativas del poder. Entonces, como se puede ver, empleamos diseminación, en los dos sentidos, como crítica política de la hermenéutica crítica y como fenómenos destructivos dados en las sociedades.
Esto nos ayuda a comprender que la diseminación efectiva, material, que se da en las sociedades, no puede ser captada por la denuncia, que, si bien, señala las consecuencias de esta destrucción, las señala como mal, desde una perspectiva moral, sin poder entender la dinámica y mecánica de las fuerzas de la diseminación material. Incorpora la destrucción al mismo paradigma, por así decirlo, que sostiene las narrativas del poder. Si bien denuncia el poder desde una perspectiva moral, al denunciarlo como mal, se coloca del otro lado del esquematismo dual, donde el poder, se representa como el bien, contra el mal, que son los que defiende la denuncia. De esta manera, a pesar de develar las consecuencias de las dominaciones, en vez de desarmar, desmantelar, deconstruir, no solamente las narrativas del poder, sino sus maquinarias de poder, termina, paradójicamente, reforzándolo, al moverse en la misma, aunque de manera opuesta, perspectiva moral.
Hay que salir de la “ideología” de la moral, cuyo antecedente o substrato es la religión. Esta formación enunciativa integra parte de las narrativas del poder, aunque intente oponerse a esta fabulosa maquinaria abstracta de dominaciones, pues forma parte de la metafísica como historia y como genealogía de la moral. Cuando Friedrich Nietzsche decía más allá del bien y el mal, precisamente recalcaba esto, no la inmoralidad, que sería lo opuesto, por lo tanto, lo mismo, de una manera paradójica, como algunos necios creen, ya se crean partidarios de Nietzsche o encontrando en él al “ideólogo” del mal. Ni moralidad ni inmoralidad, sino espíritu libre, como decía él, potencia social, potencia creativa, como decimos nosotros.
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