Usanzas políticas postizas
Raúl Prada Alcoreza
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En el sistema-mundo
cultural, además de ser sistema-mundo
político, componiendo con la economía-mundo
el sistema-mundo capitalista, sistema-mundo en la época de la simulación, sobresale el teatro político, las actuaciones
forzadas de la clase política, además de las usanzas políticas postizas. Los artefactos de la artificialidad
preponderan en los escenarios políticos[1].
El ejercicio del
poder en el campo político se ha
convertido en una permanente algarabía de actuaciones; la mayor parte de las
veces, sin guion, improvisadas. No
siempre los actores políticos son buenos comediantes; entonces, fuera de
develar torpemente la forzada escena, aburren y molestan por la grotesca
comedia. La expansión de los medios de comunicación, su uso compulsivo, ayuda a
cubrir estas falencias; intentando construir, a través de andamios mediáticos, mitos, imágenes pretendidamente heroicas o
mesiánicas; siempre en el contexto de las tareas de legitimación de los
“aparatos ideológicos”. Sin embargo, este encubrimiento
no dura mucho tiempo; tampoco, en la mayoría de los casos, logra cubrir las
falencias, ni siquiera en la coyuntura álgida[2].
Sin embargo, la escena
política postiza sigue su curso, haya
o no haya público que crea. Pues no
se trata de convencer, sino de seguir un formato, como curso de la inercia, para cumplir con las formalidades del caso. Por ejemplo,
puede quedar evidenciado el delito constitucional de contratos lesivos al
Estado, que no cumplen con las normas de bienes y servicio; empero, el
tratamiento de la evidencia toma otros caminos. Puede comenzarse por la
pregunta tardía de si hubo o no “tráfico de influencias”. Cuando este ya no es
el problema sino el delito flagrante
contra los bienes y recursos del Estado, contra la propiedad de todos los bolivianos. La escena montada se da en la
Comisión de Investigación del supuesto “tráfico de influencias”.
Primero, se encierra a la acusada de cometer el “tráfico
de influencias” -, que no es más que un “palo blanco” de estructuras de poder
encargadas de inducir determinados contratos con identificadas empresas, sobre
todo trasnacionales -, sin cumplir con los requisitos formales; atropellando
sus derechos ciudadanos constitucionalizados. Después se la amenaza para evitar
que su denuncia o su versión sean dichas. A continuación, cuando se llega a
acuerdos secretos, entonces la Comisión de Investigación acude a interrogarla;
empero, en la cárcel; no así en el Congreso como corresponde. Además, evitando
sea escuchada la interrogación y las respuestas a través de los medios de
comunicación. La conclusión de la Comisión es que no hubo “tráfico de
influencias”, porque, cuando se le preguntó a la acusada si hubo o no tráfico
de influencias, ella dijo que no. Esta conclusión, sin premisas, ni mediación
lógica, es a la que llega la Comisión, sin ningún rubor en la cara[3].
Siguiendo nuestra exposición, este es un ejemplo de usanza política forzada, no lograda,
sino torpemente armada, sin llegar a conformarse la tosca trama. Cuando a los actores mediocres no les inquieta que su
actuación sea grosera, estamos ante un ejercicio
de poder pusilánime, al que no le interesa para nada las apariencias. Pues
consideran que están en condiciones de uso de fuerza como para imponer semejante argumentación descabellada. Cuando
no importa ya nada, salvo el salvarle el pellejo al jefe, estamos ante la decadencia
más desdichada.
Si hay parte del pueblo, mayor o menor, que soporta
semejante atroz montaje, quiere decir que la pusilanimidad ha contagiado a esa parte del pueblo. Entonces la decadencia no solo arrastra a la clase política, al Estado, al gobierno,
sino también a esa parte del pueblo.
Estas escenas montadas son
destructivas; desmoralizan, corroen el espíritu
popular; desarticulan las fuerzas
del proceso de cambio, convirtiendo a
las organizaciones sociales, en dispositivos de relaciones clientelares. No solamente destruyen el proceso de cambio, sino arrastran, en
esta destrucción, a la nación misma, a la sociedad institucionalizada misma.
Cuando ocurre esto, se patentiza que a los gobernantes no les preocupa las consecuencias, salvo el salvar el
pellejo, salvo mantener el poder, con
el apoyo del auxiliar recurso usado, dejando la convocatoria a la movilización
a un lado. Exacerbada desmesura de las relaciones
clientelares expansivas, que corroen a las instituciones y corrompen a las personas, sean funcionarios o
usuario. Estos señores son, en pleno sentido, irresponsables, fuera de ser piltrafas
humanas, considerando el derrumbe
ético y moral.
¿Por qué se llega a estos niveles de decadencia? Esta pregunta tiene
respuestas; desde nuestras perspectivas, en distintas etapas de la crítica, ha
sido respondida por análisis críticos e
interpretaciones deconstructivas, cada vez más incorporadas en la perspectiva de la complejidad. Ahora, no
queremos recurrir del todo a esas respuestas ensayadas, sino que queremos
continuar con el estilo del penúltimo ensayo, Dinámica paradójica y poder.
En Dinámica
paradójica y poder, expusimos la interpretación
compleja del funcionamiento del poder,
en las formas heterogéneas desplegadas; incluso manifestando disimilitudes incongruentes; empero,
cuya conexión, entre distintos planos de intensidad, coadyuva a la continuidad del ejercicio del poder. Retomando esta perspectiva, respecto a la
pregunta sobre la decadencia, podemos
decir que se llega, a los asombrosos niveles de decadencia, debido a que la decadencia
es el costo que se paga por preservar el
poder, que ya es anacrónico, en
todas las formas y variedades posibles. Puede el partido gobernante lograr preservar el poder y dilatar su tiempo gubernamental; empero, el costo
es precisamente la decadencia
generalizada. Considerando la rutina de los intercambios partidarios en el
poder, aunque se den en el mediano plazo, como las distintas versiones enamoradas del poder solo tienen en
mente esta referencia imaginaria del
poder, como centralidad necesaria,
el costo mayor es la decadencia misma
del Estado.
La decadencia
no es una fatalidad, ni una condena del
destino; es un fenómeno morboso, que se podía evitar; por lo menos, en el ciclo Larco
de las instituciones. Para que ocurra esta alternativa, la de evitar la decadencia, es menester que los pueblos
se liberen del imaginario anacrónico,
barroco y aterido del poder. En
realidad, no dependen efectivamente del poder,
aunque dependan imaginaria y subjetivamente de esta relación de dominación, pues fueron y son efectivamente los creadores de las mallas institucionales, que hacen al poder. Sin embargo, esto no ocurre; se trata de sujetos sociales constituidos por los diagramas de poder, entonces, de subjetividades subordinadas a los mitos,
representaciones e imaginarios del poder;
incluso subjetividades acostumbradas
a las escenas grotesca del ejercicio del
poder.
Pareciera que no hay salida. Pues pareciera que
estamos atrapados en el círculo vicioso
del poder, del que parece que no es posible salir. Sin embargo, el poder no captura a todas las fuerzas
sociales; solo se apropia de parte de la potencia social. Tampoco, en la constitución de sujetos dominados, no abarca todo el espesor del sí mismo. Esta excedencia de
posibilidades, de energía sobrante de
resistencias, que incluso puede
desembocar en rebelión, es lo que
impide que el sueño absolutista del Estado se materialice, pues no ocupa
absolutamente a la sociedad ni al cuerpo, donde anida el sí mismo. La parte no ocupada de la sociedad por el Estado es la sociedad alterativa, que escapa a sus capturas, también, en muchos casos, a
sus controles. Por eso, el Estado se siente
constantemente amenazado; más bien, a diferencia de las interpretaciones que sugieren resistencias
en las multitudes, colectivos y
pueblos, es el Estado el que resiste, conservadoramente, al constante desborde
social. Cuando no emerge este excedente
social y de potencia social creativa,
es que concurre como un pacto inconsciente
entre Estado y sociedad; un pacto implícito, aunque no se tome consciencia del mismo. Este pacto supone el acuerdo de paz social,
logrando como un equilibrio inestable
del poder. Aunque no se lo diga, hay
determinados límites, que no se
podría cruzar. Dentro de los cuales es posible el apoyo popular o, en su caso, en parte indiferencia a lo que haga o deje de hacer el gobierno. En las
proximidades de estos límites, es
posible la tolerancia, a pesar de la
evidente crisis política y de legitimidad[4].
Empero, ¿qué pasa cuando se cruzan esos límites
y no hay reacción popular?
¿La pusilanimidad
ha degradado al grueso de las singulares
voluntades populares? ¿El poder
logra convencer, a pesar que lo haga cada vez con menos credibilidad y disminuida legitimidad?
¿O ya se trata de la decadencia
generalizada, que arrastra al Estado y a la sociedad? Estas preguntas son
difíciles de contestar; requieren de investigaciones en profundidad de estos tópicos. Sin embargo, podemos lanzar
ciertas consideraciones hipotéticas, al respecto, sin pretender
dar respuestas a las preguntas.
Consideraciones hipotéticas
1.
Nadie
ni nada, socialmente hablando, está fuera del sistema-mundo capitalista, del
sistema-mundo-cultural, del
sistema-mundo político. Que se encuentre en estos sistemas-mundos de maneras singulares
y diferenciales, definiendo combinaciones de composiciones complejas singulares, locales,
nacionales y regionales, es precisamente el modo de subsumirse en el sistema-mundo.
2.
Una
de las tendencias incidentes en las configuraciones
del sistema-mundo, es la inclinación
masiva al conformismo; optando por paraísos artificiales y cultura de la banalidad, en vez de
luchar por emancipaciones y liberaciones
múltiples, en vez de muñirse de hermenéuticas
culturales enriquecedoras.
3.
Si
bien, a lo largo de la fase del capitalismo
tardío, bajo la explicita dominancia del capital financiero, sobre el capital
industrial, se han dado movimientos
sociales anti-sistémicos, colectivos contestatarios e interpelaciones
agudas a las estructuras dominantes y
hegemónicas del imperio. Estas emergencias e irrupciones sociales son esporádicas,
intermitentes y dispersas. La magnitud demográfica de los pueblos persiste en
la modorra del conformismo; la lucha
se restringe, salvo en crisis nacionales sonadas, a los colectivos activistas.
4.
Contra
lo esperado, por el optimismo político,
los llamados gobiernos progresistas
ocasionan, en vez del fortalecimiento de las organizaciones sociales, en vez del
efecto multiplicador de la pedagogía política y de la formación colectiva, el debilitamiento
de las organizaciones sociales; incluso su desmantelamiento; sustituyéndolas
por apócrifas representaciones forzadas. En vez de la formación social, sobre la base de la experiencia política, en vez de la pedagogía política, masificada, se produce la deformación de lo
aprendido, el incremento del apego a la facilidad del autoengaño, el embotamiento sin pedagogía,
optando, más bien, por los discursos pobres de la argumentación clientelista.
5.
La continuidad de las luchas sociales hacia
las emancipaciones y liberaciones
múltiples, en el contexto de gobiernos progresistas, se hace mucho
más difícil, que cuando se resistía y
se interpelaba, alcanzando a la rebelión, contra los gobierno neoliberales. Los gobiernos progresistas se presentan como
gobiernos populares y de “cambio”;
defensores de las mayorías excluidas. Esta carta de presentación inhibe la
capacidad crítica y de movilización. Cuando el gobierno progresista, deriva en claras expresiones y prácticas
políticas, parecidas a la de los gobiernos
neoliberales, aunque lo haga con otros discursos y otras convocatorias, se
hace notoria esta inhibición y obstrucción de las voluntades transformadoras.
6.
Las
herencias milenarias de las genealogías
del poder, que conformaron en siglos las máquinas fabulosas de poder y las maquinas destructivas de la guerra, se encuentran consolidadas en
las mallas institucionales, incluso
en las instituciones sociales, tal que
las monstruosas maquinarias parecen como imposibles de desmantelar. En el imaginario conformista, esta creencia se
presenta como una fatalidad, que hay
que aceptar pragmáticamente.
7.
La
crisis de los gobiernos progresistas
tendría que ser tan profunda, tan amenazadora, como para reaccionar socialmente
ante la decadencia. Empero, a pesar
de los niveles de la crisis múltiple
del Estado-nación, y de la evidencia de la corrosión
gubernamental, la imagen de un gobierno todavía popular, a pesar de lo
maltrecha que se encuentre esta imagen, mantiene ciertas lealtades sumadas a
tolerancias.
[1] Ver Clausura del horizonte moderno.
Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/clausura-del-horizonte-moderno/.
[2] Ver Desenlaces. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/desenlaces/.
También revisar Laberinto
generalizado. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/laberinto-generalizado/.
[3] Ver Decadencia. Dinámicas moleculares. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-decadencia/. También revisar Flujos-espesores. Dinámicas moleculares.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/flujos-espesores/.
[4] Ver Pliegues y despliegues de los movimientos sociales.
Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/pliegues-y-despliegues-de-los-movimientos-sociales/.
Leer más: http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/pliegues-y-despliegues-de-los-movimientos-sociales/.
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