sábado, 16 de abril de 2016

Usanzas políticas postizas

Usanzas políticas postizas


Raúl Prada Alcoreza

 

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En el sistema-mundo cultural, además de ser sistema-mundo político, componiendo con la economía-mundo el sistema-mundo capitalista, sistema-mundo en la época de la simulación, sobresale el teatro político, las actuaciones forzadas de la clase política, además de las usanzas políticas postizas. Los artefactos de la artificialidad preponderan en los escenarios políticos[1].

El ejercicio del poder en el campo político se ha convertido en una permanente algarabía de actuaciones; la mayor parte de las veces, sin guion, improvisadas.  No siempre los actores políticos son buenos comediantes; entonces, fuera de develar torpemente la forzada escena, aburren y molestan por la grotesca comedia. La expansión de los medios de comunicación, su uso compulsivo, ayuda a cubrir estas falencias; intentando construir, a través de andamios mediáticos, mitos, imágenes pretendidamente heroicas o mesiánicas; siempre en el contexto de las tareas de legitimación de los “aparatos ideológicos”. Sin embargo, este encubrimiento no dura mucho tiempo; tampoco, en la mayoría de los casos, logra cubrir las falencias, ni siquiera en la coyuntura álgida[2].

Sin embargo, la escena política postiza sigue su curso, haya o no haya público que crea. Pues no se trata de convencer, sino de seguir un formato, como curso de la inercia, para cumplir con las formalidades del caso. Por ejemplo, puede quedar evidenciado el delito constitucional de contratos lesivos al Estado, que no cumplen con las normas de bienes y servicio; empero, el tratamiento de la evidencia toma otros caminos. Puede comenzarse por la pregunta tardía de si hubo o no “tráfico de influencias”. Cuando este ya no es el problema sino el delito flagrante contra los bienes y recursos del Estado, contra la propiedad de todos los bolivianos. La escena montada se da en la Comisión de Investigación del supuesto “tráfico de influencias”. 

Primero, se encierra a la acusada de cometer el “tráfico de influencias” -, que no es más que un “palo blanco” de estructuras de poder encargadas de inducir determinados contratos con identificadas empresas, sobre todo trasnacionales -, sin cumplir con los requisitos formales; atropellando sus derechos ciudadanos constitucionalizados. Después se la amenaza para evitar que su denuncia o su versión sean dichas. A continuación, cuando se llega a acuerdos secretos, entonces la Comisión de Investigación acude a interrogarla; empero, en la cárcel; no así en el Congreso como corresponde. Además, evitando sea escuchada la interrogación y las respuestas a través de los medios de comunicación. La conclusión de la Comisión es que no hubo “tráfico de influencias”, porque, cuando se le preguntó a la acusada si hubo o no tráfico de influencias, ella dijo que no. Esta conclusión, sin premisas, ni mediación lógica, es a la que llega la Comisión, sin ningún rubor en la cara[3].

Siguiendo nuestra exposición, este es un ejemplo de usanza política forzada, no lograda, sino torpemente armada, sin llegar a conformarse la tosca trama. Cuando a los actores mediocres no les inquieta que su actuación sea grosera, estamos ante un ejercicio de poder pusilánime, al que no le interesa para nada las apariencias. Pues consideran que están en condiciones de uso de fuerza como para imponer semejante argumentación descabellada. Cuando no importa ya nada, salvo el salvarle el pellejo al jefe, estamos ante la decadencia más desdichada.

Si hay parte del pueblo, mayor o menor, que soporta semejante atroz montaje, quiere decir que la pusilanimidad ha contagiado a esa parte del pueblo. Entonces la decadencia no solo arrastra a la clase política, al Estado, al gobierno, sino también a esa parte del pueblo.  Estas escenas montadas son destructivas; desmoralizan, corroen el espíritu popular; desarticulan las fuerzas del proceso de cambio, convirtiendo a las organizaciones sociales, en dispositivos de relaciones clientelares. No solamente destruyen el proceso de cambio, sino arrastran, en esta destrucción, a la nación misma, a la sociedad institucionalizada misma. Cuando ocurre esto, se patentiza que a los gobernantes no les preocupa las consecuencias, salvo el salvar el pellejo, salvo mantener el poder, con el apoyo del auxiliar recurso usado, dejando la convocatoria a la movilización a un lado. Exacerbada desmesura de las relaciones clientelares expansivas, que corroen a las instituciones y corrompen a las personas, sean funcionarios o usuario. Estos señores son, en pleno sentido, irresponsables, fuera de ser piltrafas humanas, considerando el derrumbe ético y moral

¿Por qué se llega a estos niveles de decadencia? Esta pregunta tiene respuestas; desde nuestras perspectivas, en distintas etapas de la crítica, ha sido respondida por análisis críticos e interpretaciones deconstructivas, cada vez más incorporadas en la perspectiva de la complejidad. Ahora, no queremos recurrir del todo a esas respuestas ensayadas, sino que queremos continuar con el estilo del penúltimo ensayo, Dinámica paradójica y poder

En Dinámica paradójica y poder, expusimos la interpretación compleja del funcionamiento del poder, en las formas heterogéneas desplegadas; incluso manifestando disimilitudes incongruentes; empero, cuya conexión, entre distintos planos de intensidad, coadyuva a la continuidad del ejercicio del poder. Retomando esta perspectiva, respecto a la pregunta sobre la decadencia, podemos decir que se llega, a los asombrosos niveles de decadencia, debido a que la decadencia es el costo que se paga por preservar el poder, que ya es anacrónico, en todas las formas y variedades posibles. Puede el partido gobernante lograr preservar el poder y dilatar su tiempo gubernamental; empero, el costo es precisamente la decadencia generalizada. Considerando la rutina de los intercambios partidarios en el poder, aunque se den en el mediano plazo, como las distintas versiones enamoradas del poder solo tienen en mente esta referencia imaginaria del poder, como centralidad necesaria, el costo mayor es la decadencia misma del Estado.

La decadencia no es una fatalidad, ni una condena del destino; es un fenómeno morboso, que se podía evitar; por lo menos, en el ciclo Larco de las instituciones. Para que ocurra esta alternativa, la de evitar la decadencia, es menester que los pueblos se liberen del imaginario anacrónico, barroco y aterido del poder. En realidad, no dependen efectivamente del poder, aunque dependan imaginaria y subjetivamente de esta relación de dominación, pues fueron y son efectivamente los creadores de las mallas institucionales, que hacen al poder. Sin embargo, esto no ocurre; se trata de sujetos sociales constituidos por los diagramas de poder, entonces, de subjetividades subordinadas a los mitos, representaciones e imaginarios del poder; incluso subjetividades acostumbradas a las escenas grotesca del ejercicio del poder.
Pareciera que no hay salida. Pues pareciera que estamos atrapados en el círculo vicioso del poder, del que parece que no es posible salir. Sin embargo, el poder no captura a todas las fuerzas sociales; solo se apropia de parte de la potencia social. Tampoco, en la constitución de sujetos dominados, no abarca todo el espesor del sí mismo. Esta excedencia de posibilidades, de energía sobrante de resistencias, que incluso puede desembocar en rebelión, es lo que impide que el sueño absolutista del Estado se materialice, pues no ocupa absolutamente a la sociedad ni al cuerpo, donde anida el sí mismo. La parte no ocupada de la sociedad por el Estado es la sociedad alterativa, que escapa a sus capturas, también, en muchos casos, a sus controles. Por eso, el Estado se siente constantemente amenazado; más bien, a diferencia de las interpretaciones que sugieren resistencias en las multitudes, colectivos y pueblos, es el Estado el que resiste, conservadoramente, al constante desborde social. Cuando no emerge este excedente social y de potencia social creativa, es que concurre como un pacto inconsciente entre Estado y sociedad; un pacto implícito, aunque no se tome consciencia del mismo. Este pacto supone el acuerdo de paz social, logrando como un equilibrio inestable del poder. Aunque no se lo diga, hay determinados límites, que no se podría cruzar. Dentro de los cuales es posible el apoyo popular o, en su caso, en parte indiferencia a lo que haga o deje de hacer el gobierno. En las proximidades de estos límites, es posible la tolerancia, a pesar de la evidente crisis política y de legitimidad[4]. Empero, ¿qué pasa cuando se cruzan esos límites y no hay reacción popular?

¿La pusilanimidad ha degradado al grueso de las singulares voluntades populares? ¿El poder logra convencer, a pesar que lo haga cada vez con menos credibilidad y disminuida legitimidad? ¿O ya se trata de la decadencia generalizada, que arrastra al Estado y a la sociedad? Estas preguntas son difíciles de contestar; requieren de investigaciones en profundidad de estos tópicos. Sin embargo, podemos lanzar ciertas consideraciones hipotéticas, al respecto, sin pretender dar respuestas a las preguntas.



Consideraciones hipotéticas

1.   Nadie ni nada, socialmente hablando, está fuera del sistema-mundo capitalista, del sistema-mundo-cultural, del sistema-mundo político. Que se encuentre en estos sistemas-mundos de maneras singulares y diferenciales, definiendo combinaciones de composiciones complejas singulares, locales, nacionales y regionales, es precisamente el modo de subsumirse en el sistema-mundo.

2.   Una de las tendencias incidentes en las configuraciones del sistema-mundo, es la inclinación masiva al conformismo; optando por paraísos artificiales y cultura de la banalidad, en vez de luchar por emancipaciones y liberaciones múltiples, en vez de muñirse de hermenéuticas culturales enriquecedoras.


3.   Si bien, a lo largo de la fase del capitalismo tardío, bajo la explicita dominancia del capital financiero, sobre el capital industrial, se han dado movimientos sociales anti-sistémicos, colectivos contestatarios e interpelaciones agudas a las estructuras dominantes y hegemónicas del imperio. Estas emergencias e irrupciones sociales son esporádicas, intermitentes y dispersas. La magnitud demográfica de los pueblos persiste en la modorra del conformismo; la lucha se restringe, salvo en crisis nacionales sonadas, a los colectivos activistas.

4.   Contra lo esperado, por el optimismo político, los llamados gobiernos progresistas ocasionan, en vez del fortalecimiento de las organizaciones sociales, en vez del efecto multiplicador de la pedagogía política y de la formación colectiva, el debilitamiento de las organizaciones sociales; incluso su desmantelamiento; sustituyéndolas por apócrifas representaciones forzadas. En vez de la formación social, sobre la base de la experiencia política, en vez de la pedagogía política, masificada, se produce la deformación de lo aprendido, el incremento del apego a la facilidad del autoengaño, el embotamiento sin pedagogía, optando, más bien, por los discursos pobres de la argumentación clientelista.


5.   La continuidad de las luchas sociales hacia las emancipaciones y liberaciones múltiples, en el contexto de gobiernos progresistas, se hace mucho más difícil, que cuando se resistía y se interpelaba, alcanzando a la rebelión, contra los gobierno neoliberales. Los gobiernos progresistas se presentan como gobiernos populares y de “cambio”; defensores de las mayorías excluidas. Esta carta de presentación inhibe la capacidad crítica y de movilización. Cuando el gobierno progresista, deriva en claras expresiones y prácticas políticas, parecidas a la de los gobiernos neoliberales, aunque lo haga con otros discursos y otras convocatorias, se hace notoria esta inhibición y obstrucción de las voluntades transformadoras.

6.   Las herencias milenarias de las genealogías del poder, que conformaron en siglos las máquinas fabulosas de poder y las maquinas destructivas de la guerra, se encuentran consolidadas en las mallas institucionales, incluso en las instituciones sociales, tal que las monstruosas maquinarias parecen como imposibles de desmantelar. En el imaginario conformista, esta creencia se presenta como una fatalidad, que hay que aceptar pragmáticamente.


7.   La crisis de los gobiernos progresistas tendría que ser tan profunda, tan amenazadora, como para reaccionar socialmente ante la decadencia. Empero, a pesar de los niveles de la crisis múltiple del Estado-nación, y de la evidencia de la corrosión gubernamental, la imagen de un gobierno todavía popular, a pesar de lo maltrecha que se encuentre esta imagen, mantiene ciertas lealtades sumadas a tolerancias.



[1] Ver Clausura del horizonte moderno. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/clausura-del-horizonte-moderno/
[2] Ver Desenlaces. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/desenlaces/.  También revisar Laberinto generalizado. Dinámicas moleculares; La Paz 2016. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/laberinto-generalizado/.

[3] Ver Decadencia. Dinámicas moleculares. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/la-decadencia/. También revisar Flujos-espesores. Dinámicas moleculares. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/flujos-espesores/.
[4] Ver Pliegues y despliegues de los movimientos sociales.
Leer más: 
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/pliegues-y-despliegues-de-los-movimientos-sociales/

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